viernes, 28 de noviembre de 2008

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Amores perros (y 5)


Cachorros. Hoy he estado rodeada de cachorros; cachorros de muy distintos tamaños y de muy distintas edades. Los había de 14 meses, de 11 años, de 5 años, de 3 meses, de 14 años... Iban en cochecito, en silla o andando. Los había increíblemente pequeños, los había más altos que yo, los había que apenas sabían hacer otra cosa que lloriquear y los había que apenas sabían hacer otra cosa que sonreír de forma maravillosa. Los había habladores, los había callados, los había con gafitas y carita de pena, los había con ojazos increíbles... Mi propio cachorro estaba preciosa, pero con la voz engolada y algo de fiebre. La cola de la pediatra es un universo regalado, veinte minutos de espera, miradas, chistes, risas y charlas tontas. Una terapia para los malos rollos.

Cachorros. No hay nada tan mágico como un cachorro de hombre y un cachorro de perro jugando juntos. Ni hay nada que nos devuelva tanto a la magia de nuestra propia infancia como jugar con un cachorro. Si recuerdo con tanto cariño a Roni, supongo que fue por el ratito de cachorrez que compartimos juntas, jugando cada una a su propio juego, pero juntas, en el terrado de casa...

No pude jugar con Pepa cuando era cachorra.

Pepa llegó la tarde de un día de Navidad. Al verla pensé que era la perra más triste del mundo. Sus ojitos estaban llenos de miedo. Tenía ya diez meses y era la perra más triste que había visto nunca y la quise en cuanto la vi. Tan triste que no me podía creer que hubiera salido de la misma camada que Moncho... Moncho, ese sí fue mi cachorro, mi precioso cachorro juguetón. Mi precioso cachorro, atropellado por un coche que ni siquiera paró. Habíamos reservado coche cama en el tren para poder ir con el perro de vacaciones. Cuando subimos al expreso en Madrid empezamos a llorar. Cuando llegamos a Fene y nos dijeron que una hermana suya buscaba casa, ni lo pensé. Y así entró Pepa en mi vida en la tarde de un día de Navidad. Mi perra estaba triste, muy triste.

Tan triste, que en apenas cuatro días había perdido más de un kilo; y os estoy hablando de una perrita Yorkshire terrier de 3 kilos y medio. Creí que se moría, creí que me moría con ella. Nunca he paseado tanto como aquellas navidades; pero es que sólo la veía contenta cuando agarraba la traílla para bajar a la calle. Entonces sí parecía una perra feliz, girando y girando sobre sí misma y mirando feliz a la correa, moviendo el rabo. Y no podíamos parar: si se me ocurría parar a descansar o a charlar con alguien, lloraba. Había que andar, andar, andar...

Estoy segura de que si no murió fue por mi madre y la santa paciencia de mi madre. Cuando todos desesperábamos de darle de comer, acudió ella. Esperaba a que todos nos hubiéramos ido a la cama y entonces empezaba pacientemente la faena de intentar alimentarle. El pienso que le habíamos comprado tenía forma de anillitos; cuando le metíamos una rosquillita de esas en la boca, la escupía. Fue mi madre quien tuvo la idea de meter un trocito de jamón en el hueco y consiguió engañarla y que comenzara a comer algo.

Creo que fue allá por febrero cuando definitivamente nos aceptó. Perdió la tristeza de la mirada (o dejó de ser lo más llamativo, o empezaron a brillarle los ojos... pero algo cambió para mejor, para dejarnos ver que nos quería) y comenzó a jugar. Nunca perdió su manía por salir a la calle con correa (si no, no le gustaba) y de andar, andar, andar sin parar y desesperándose cada vez que yo interrumpía el paseo. Odiaba andar por la hierba, era como si le quemara los pies, pero adoraba correr por la arena de la playa. Y nadar en el mar.

Cuando crió y nos quedamos con un cachorro, Moncho -de nuevo, intentando recordar al anterior- me topé con una señora muy seria que me miraba con una cara más seria aún por obligarle a convivir con aquel cachorro que nunca dejó de ser un cachorro. Una señora que cuidaba la casa, ladrando con toda su alma a cualquiera que osara asomarse a la puerta, aunque luego el mayor peligro solía ser que se le meara en el pie en cuanto se agachaban a acariciarla (y de la misma alegría se orinaba encima.) En mi casa siempre había una fregona y un cubo preparados.

Moncho murió en circunstacias parecidas a las de su tío, el Moncho original. Creíamos que Pepa se pondría muy triste pero fue como una liberación para ella. A veces he pensado que le amargué la vida obligándole a convivir con su cachorro toda la vida... igual esas miradas que me echaba venían a decir "Pero este... ¿no tendría que haber salido del nido ya?". Empezó a jugar con María (nunca antes le había hecho caso), volvió a jugar con la pelota, volvió a hacer monerías...

Pero ya era vieja. Tenía trece años. Al año o así, empezó a desorientarse mucho. Y apenas podía retener ni las heces ni la orina. De noche, se despertaba e intentaba ir hacia la puerta de la calle, pero la pobre acababa en cualquier otro rincón de la casa y allí la encontrábamos, por la mañana, con cara de pena que se transformaba en sorpresa cuando no le échabamos la reprimenda que esperaba por haber hecho sus cosas en medio de mi habitación o de la sala (dependiendo de en qué esquina del pasillo había perdido el rumbo).

Se puso cada vez peor. Y parece que peor y peor, en cuanto comenzaron las visitas al veterinario. Le encontró no sé qué en el riñón y la medicó... y eso le afectó al hígado. Su última semana fue espantosa. No comía ni bebía; estaba en su camita, mirando sin ver, con la lengua de fuera, muy hinchada. Le acercaba agua, le acercaba comida y ni la miraba. Un día, a la desesperada, le empecé a dar leche con una jeringuilla, intentando que no se deshidratara, que recibiera algo de alimento... la pobre acabó orinándose encima, perdiendo mucho más líquido del que pude intentar darle. Al día siguiente fue al veterinario y le inyectó suero. Volvió a pasar lo mismo.

Cada día la miraba antes de salir de casa por la mañana. Y miraba a mi marido, a ver si caía en la cuenta. Sabía qué teníamos que hacer, pero yo no me atrevía. Era una pequeña cobardica que esperaba llegar un día a casa y ver la cesta vacía y no tener que preguntar nada. Él parecía no caer en la cuenta... hasta que un día, de repente, a mitad de la tarde me dijo "Dale un beso a Pepa, me la llevo al veterinario..."

Y así nos despedimos mi Pepa y yo. La perra más triste del mundo, la perra más tranquila del mundo, la perra más cariñosa del mundo...

domingo, 23 de noviembre de 2008

Cosas para las que nadie te ha preparado


Deprisa, deprisa... había que cruzar todo Castellón, que María tenía un partido de balonmano y había que estar a las doce menos cuarto en la otra punta de la ciudad... Íbamos ya por la calle Herrero con la lengua de fuera y hubo que pararse en un semáforo...


- Mamá, en el cole estuvimos escuchando la quinta sinfonía de Beethoven...
- La la la fa...
- ¡Esa! Y fue muy raro porque nos esperábamos música tranquila, pero era todo el rato de estar saltando en la silla y como dando muchos golpes al piano...
- María, que Beethoven será cualquier cosa menos tranquilo, hija... pues no mete caña ni nah (¡tiembla Toni Iommi... !)
- Pues sí, eso nos dijo la profe, que era como los rockeros de ahora (será como los de antes, pensé yo ahí)... y además nos pusieron la que tengo que tocar a veces en la flauta...
- ¿La novena?
- Sí, y era muy chula...
- Pues imagina, estaba todo sordo el pobre, cuando la compuso...
- Ya lo sé, que nos pusieron un trocito de "Copying Beethoven" y salía la chica que le ayudaba...
- ¿Síiiii?
- Sí, salía metida en un agujero entre él y la orquesta, y le iba diciendo cómo iba... Y ¿sabes? en aquella época la gente iba con tomates y botellas y cosas para tirarle al músico si no les gustaba lo que había compuesto...
- ¿Yyyyyyy?
- Pues que como no oía, al acabar notaba como un ruido raro y se pensaba que le iban a tirar cosas y se puso triste, pero la chica le dijo "¡Date la vuelta! ¡¡qué les ha gustado mucho!!" y se dio la vuelta y todo el mundo aplaudía mucho... dice la profe que esa sinfonía fue la caña en su época... ¡Jo, qué gente! ¿no? El pobre va a tocarles lo último que ha compuesto y aquellos dispuestos a tirarle de todo, qué brutos...



Y aquí la conversación empezó a decaer, porque una servidora empezó a hacer comparaciones odiosas con triunfitos y otras huestes diabólicas. Y, además, estábamos ya en la calle de conservatorio, eran las once y media y nos podíamos permitir empezar a andar algo más despacio, llegábamos de sobra al partido...





viernes, 21 de noviembre de 2008

"Es para los niños..."


No es que me haya dado por emular a mi tocaya, la poetisa, no.

Veréis: íbamos hacia el cole María y una servidora y va mi nimiyo y me farfulla no_sé_qué de Gor*ti (luego descifré que era Gormiti) y se me queda la neurona medio inquieta y le pido que me repita... "Que llevo un gormiti para Alex el hermano de Paula, que me lo encontré ayer y se lo voy a regalar..."

Yo seguía inquieta ante la posibilidad de haberme vuelto sorda o medio lela, porque no acababa de pillar ni lo del gor*i*i ni entendía nada, así que volví a pedir explicaciones. Y fue en estas cuando me enteré de que "Los gormiti es que son unos muñecos para niños y por eso se lo doy a Alex..." Cera en los oídos, tengo cera en los oídos y por eso no oigo bien ¿¿Para los niños?? "Sí, es que no son para las niñas... sólo son para los niños... o, al menos, yo no se lo he visto a ninguna niña... bueno, yo tengo uno pero porque me lo encontré..."

Ejem. Bueno, a esas alturas la curiosidad era más fuerte que yo y pedí ver al bicho. Y tras una paciente búsqueda en las profundidades de la mochila del cole, apareció:



Me enamoré de él. No sé si se aprecia en la foto, pero es un cruce casi perfecto entre el Dr. Octopus y La Cosa, tiene unos toques de Alien en la espina dorsal y en los morros, que me llegan al alma. Y es amarillo y gris, como Bumblebee...

Para los niños. Sólo para los niños. Pues lo siento, Alex. Te lo he robado :D

jueves, 20 de noviembre de 2008

Nothing but a fool's game






Sonó un trocito en la radio mientras volvíamos de la piscina, antes de comer... Era parte de un anuncio, Las canciones de nuestra vida o algo así.

Y me puse a pensar en la primera vez que la oí, ¿tenía doce, trece, catorce años? No lo recuerdo. Recuerdo lo mucho que me llamó la atención la voz de Bonnie Tyler. Nunca había oído a una mujer con la voz tan grave, tan ronca... tan rota que me hizo sentir pena, que hizo que me cayera simpática. Una voz para el desamor, triste, arrastrada, pero dulce... Dulce fue el adjetivo que asocié instintivamente a la canción y a la cantante, pero ¿cómo podía una voz así hacerme sentir que quien cantaba era, por fuerza, una mujer dulce que, además, pedía ayuda?

It's a heartache, nothing but a heartache
Hits you when it's too late, hits you when you're down.
It's a fool's game, nothing but a fool's game
Standing in the cold rain, feeling like a clown.


Puede que la letra sea algo tonta. O puede que sea yo la que anda algo tonta... quién sabe...

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Oye, Luen, que cuando...



Cuando vi por primera vez Fame, por supuesto que disfruté de los bailecitos de Leroy, de los sintonizadores de Martelli y de los chorretes de glamour que Coco soñaba con derramar al mundo entero; me pareció muy tierna la historia de Doris y rabié con la niña pija rubia que quería ser una estrella del ballet... pero lo que me dejó KO fue una escena en la que Doris y Ralph se van a un cine a ver una película un tanto especial; había "protocolo", era preciso llevar atrezzo y saber qué hacer con él y en qué momento. Bueno, Doris no sabía de qué iba, pero -canuto mediante- en un momento dado -este-





salió corriendo al escenario del cine con veinte personas más a bailar el "Time Warp!". Me dije: "¡¡Mola!! Yo quiero... incluso sin canuto..."

Vamos, que la primera vez que vi Fama, me enamoré de otra película, porque así conocí RHPS.

The Rocky Horror Picture Show: no sé cuántas veces la he visto, y aún no he conseguido montar un pase con coreografía y atrezzo, pero lo conseguiré...



Oye, Luen, que cuándo montamos un pase de RHPS como mandan los cánones. Que ya se ha pasado dos veces en la universidad y aún no hemos conseguido mover a la peña. Que ya toca ¿no? :-D

domingo, 16 de noviembre de 2008

Mi marciano favorito

Jopé, cómo está internet: ni un vídeo friki de Star Wars, ni un solo vídeo de Jenna Jameson... Te vas a tener que conformar con esto como regalo de cumpleaños,





Y, ánimo, que dentro de nada ya podrás volver a contarlos en hexadecimal, como una servidora ;-)


miércoles, 12 de noviembre de 2008

Yo no estudio para saber más, sino para ignorar menos



Desde que tengo uso de razón, mi afición por el aprendizaje ha sido tan fuerte y violenta que ni siquiera las recriminaciones de otras personas… ni mis propios reproches… me impidieron que siguiera esta inclinación natural que Dios me dio. Sólo Él cono­ce el porqué, y también sabe que le he implorado que me quite la luz del discernimiento, que me deje únicamente la necesaria como para cumplir con su mandato ya que, según algunos, todo lo demás es excesivo para una mujer. Otros afirman que hasta es pernicioso.


Juana Inés de la Cruz. Réplica al Obispo de Puebla (1691), que había criticado su trabajo erudito por ser inapropiado para su sexo.



A la hora de comer, me encontré con esta noticia en el periódico:

"Atacan con ácido a quince niñas en Kandahar por ir al instituto".


Me desanimé... ¿cuántos años nos va a tocar seguir peleando? Recordé una anécdota que he procurado tomarme a risa durante muchos años, pero que no puedo sacar de mi cabeza. Debía de tener yo unos treinta años, creo; el caso es que ya llevaba como cuatro dando clases en la universidad, cuando mi madre me contó una discusión que acababa de tener con el vecino del tercero. En pocas palabras, el hombre vino a decirle: "Señora, su hija le ha estado engañando todos estos años. No es posible que sea profesora de informática en la universidad, ni que haya estudiado esa carrera, que la estudia mi nieto y ¡es demasiado difícil para que la estudie una mujer!"

Algún día, Juana. Algún día, Shamisa. Algún día, Atefa. Algún día, María. Algún día, Gloria. Algún día...


Era una muchacha bonita, de pelo oscuro y estatura mediana. Llegó a su período de orientación con una gran avidez por aprender de todo. Se propuso ampliar su educación e inscribirse en todos los cursos posibles aparte de los que constituían su interés central: matemáticas, física e ingeniería. Sin embargo, se le planteó el problema de lo difícil que resultaba hablar de física -y, mucho menos, discutir del tema- con sus compañeros de clase, en su mayoría varones. Al principio reaccionaban ante sus comentarios con una suerte de desatención selectiva. Se producía una mínima pausa, tras lo cual proseguían hablando como si ella no hubiese abierto la boca. Ocasionalmente se daban por enterados de algún comentario suyo, o incluso lo elogiaban, para luego proseguir como si nada hubiera pasado. Ellie estaba segura de que sus opiniones no eran del todo tontas y no quería que le hicieran desaires o la trataran con aire de superioridad.


Carl Sagan, Contact.




lunes, 10 de noviembre de 2008

¿Lunática?


Hoy la Luna ha salido temprano. A eso de las cinco y media iba cruzando el ágora, hacia el Rectorado y ya estaba allí. Aún no está llena, pero ¡cómo brilla la condenada!. Además, estaba rodeada de nubes de atardecer, de nubes pintadas entre ese naranja y ese rosa que quisieras ser capaz de reproducir con palabras, cuando sabes que apenas sí podrías ser capaz de reproducirlo con colores... una Luna preciosa, brillante, casi llena, a punto de ser engullida en un océano de nubes de color de despedida del Sol... me quedé mirando, mucho rato... mucho, mucho...

María dice que estoy embobada con la Luna, que soy una lunática.

Y, al volver a casa, ya oscuro y con la Luna brillando mucho más, pensé en lo que me dice María, y me eché a reír... No, María, no... no soy lunática. Soy tan tremendamente terrícola que me sorprende que no esté sacando la cabeza por la ventana, aullando a esa Luna. Soy tan tremendamente terrícola que, a veces, hasta sueño que me atrevo a hacerlo y que la Luna me responde...

Soy tan tremendamente terrícola que puedo disfrutar sin tapujos de la Luna.

De esa enorme bola de luz robada que acompaña a mi hermosa roca azul... a mi hermoso y grande pequeño punto azul pálido...

sábado, 8 de noviembre de 2008

El milagro termodinámico



"Vamos... Sécate las lágrimas porque eres vida, más rara que un quark y más improbable que los sueños de Heisenberg; el barro en el que las fuerzas que dan forma a las cosas dejan su huella de forma más clara.

Sécate las lágrimas... y vámonos a casa."

Alan Moore, Dave Gibbons. Watchmen (La oscuridad del simple ser)


domingo, 2 de noviembre de 2008

Tarta de chocolate


Como tengo amigas que saben cocinar, me da mucha rabia poner recetas en el blog. Pero llevo una temporadita en la que, entre hablar metafóricamente de helados de chocolate y chivarme del desayuno de cumpleaños de mi hija, pues no resulta nada de extrañar que acabe publicando esto... Además, es que me lo han pedido.

La receta de la tarta del desayuno de María, como tantas otras cosas de mi vida, salió de la varita mágica de Merxe. Cuando compró su microondas, ¡oh, maravilla de las maravillas!, descubrió que venía con un librillo de recetas. Y entre esas recetas estaba esta tarta. He perdido la fotocopia maravillosa que me dio en su día... y bien que lo lamento, porque era muy completa y traía indicaciones según la potencia máxima del microondas que se fuera a utilizar. La que yo os voy a contar es para el mío, en el que la potencia máxima es de 850 W. Si usáis uno de 700, lo normal es que tengáis que añadir algo de tiempo (del orden de un minuto cada cinco) y si es de 900, que tengáis que restar muy poquito (del orden de 20 segundos cada cinco minutos). De todas formas, con hacer un par de pruebas seguro que lo podéis adaptar a vuestro horno... y sale tan buena que yo creo que es realmente difícil que no salga comestible.

La lista de ingredientes es esta:

  • 125 gramos de chocolate de tableta, cuanto más puro mejor. Yo suelo pillar una tableta de chocolate de repostería o, incluso, del de hacer a la taza.

  • 125 gramos de mantequilla, y una poquita más para untar el molde.

  • 125 gramos de azúcar.

  • 3 cucharadas de leche.

  • 3 huevos.

  • 80 gramos de harina.

  • Medio sobre (o una cucharadita) de levadura.

  • Opcional: si os gustan, podéis añadir nueces picaditas (unos 50 gramos).



Elegid un molde válido para microondas (plástico, vidrio o porcelana) y untadlo con mantequilla y, después, espolvoreadlo de harina. Cortar los 125 gramos de chocolate en trocitos, ponedlos en un bol con una cucharada de agua (importante: si no, puede quemarse) a máxima potencia durante un minuto y veinte segundos. Una vez que ya tengáis el chocolate derretido, poned también la mantequilla, que habréis cortado en trocitos, en otro bol y metedla en el microondas durante veinte segundos a máxima potencia (ojo, que la mantequilla al ser grasa pura enseguida se cuece dentro de estos hornos). Mezclad bien el chocolate y la mantequilla; y resistid a la tentación de meter el dedo en la mezcla, no olvidéis que están calentitos...

En otro recipiente poned los huevos y batidlos con el azúcar hasta que quede todo blanquito y espumoso. Después se añade la leche y la harina junto con la levadura. Mezclad (con la harina cuesta un pelín más, ¡ánimo!) y añadid a continuación la mezcla del chocolate y la mantequilla. Y las nueces, si es que optáis por echarle. Mezcladlo de nuevo todo muy bien y vertedlo en ese molde que habéis untado y enharinado al empezar.

Entonces, se mete en el horno durante seis minutos a máxima potencia. No sé si estáis muy acostumbrados a cocinar en el microondas. Yo tengo que reconocer que, durante mucho tiempo, apenas lo usé para otra cosa que para calentarme el desayuno. Y, la primera vez que hice esta tarta, me quedé flipada mirando. Le cuesta un poco, pero a partir del minuto tres (o así) el bizcocho empieza a crecer. Y una, que sólo había hecho bizcochos en el horno tradicional, se quedó embobada, como si estuviera viendo un vídeo en time-lapse: ver cómo iba subiendo me dejó hechizada. Si os pasa lo mismo, resistid la tentación de abrir el microondas nada más sonar el timbre, que hay que dejarlo reposar dentro del horno cinco minutos más.

Cuando se saca del microondas, se puede desmoldar. Y, entonces, no sé que os pasará a vosotros, pero a mí se me suele estropear... siempre me queda un mogolloncito pegado al fondo del molde. Pero la solución a este problema viene a ser la parte más estupenda de la receta: ¿lo bañamos en chocolate? ;-)

El baño es opcional, pero altamente recomendable. Además, es que las tabletas de chocolate suelen ser de 200 gramos... y como sólo hemos usado 125... pues ¡¡a la carga!!. Para el baño necesitamos la misma cantidad de chocolate que de mantequilla. Os recomiendo 50 gramos. Los derretís como antes, en trocitos, cada uno en su bol, un minuto y veinte segundos el chocolate (con una cucharada de agua, no lo olvidéis) y veinte segundos la mantequilla. Los mezcláis y lo vertéis encima del bizcocho (¡¡eh, os he visto!! poned el trozo que se había pegado al molde en su sitio, sobre la tarta y no hagáis trampa, no lo comáis... aún) y, si eso, con un cuchillo plano ayudáis a que quede bien repartido, extendiéndolo. El toque maestro, según mi santa hija, es decorar todo con Lacasitos o con fídeos de chocolate de colorines...

A la nevera. Mañana estará perfecto para comer. Hasta que llegue ese momento siempre podéis consolaros "limpiando" los boles que hayáis ido usando para las mezclas... ¡¡Buen provecho!!