jueves, 28 de junio de 2007

True colors are beautiful, like a rainbow


Una entrada de Llámame Lola con un bonito vídeo de una marca (a la que no voy a hacer más propaganda), me ha hecho el favor de recordarme esta canción...




... da lo mismo lo mayor que seas, lo que hayas pasado, lo que hayas vivido, lo que hayas superado y lo que se te haya quedado atragantado. Supongo que de vez en cuando hace falta tragarse los mocos y para eso ayuda el que alguien te diga que te quiere. Y volver a empezar a quererse uno mismo...

lunes, 25 de junio de 2007

Gracias

domingo, 24 de junio de 2007

Despilfarrar


Cada mañana, él le daba un beso en el cuello. A ella se le encogía el alma y con el alma, los hombros.

¿Qué ocurre con los besos que se dan sin que los quieran? ¿Y si nacemos con una cuota fija de besos y ese despilfarro puede provocar que nos quedemos sin ellos para cuando los necesitemos?


La importancia de los nombres de las cosas usadas



"- [...] En todas partes veo cosas usadas. Cosas que fueron tocadas y manejadas durante siglos.
Si usted me pregunta si creo en el espíritu de las cosas usadas, le diré que sí. Ahí están todas esas cosas que sirvieron algún día para algo. Nunca podremos utilizarlas sin sentirnos incómodos. Y esas montañas, por ejemplo, tienen nombres... Nunca nos serán familiares; las bautizaremos de nuevo, pero sus verdaderos nombres son los antiguos. La gente que vio cambiar estas montañas las conocía por sus antiguos nombres. Los nombres con que bautizaremos las montañas y los canales resbalarán sobre ellos como agua sobre el lomo de un pato. Por mucho que nos acerquemos a Marte, jamás lo alcanzaremos. Y nos pondremos furiosos, ¿y sabe usted qué haremos entonces?. Lo destrozaremos, le arrancaremos la piel y lo transformaremos a nuestra imagen y semejanza.

- No arruinaremos este planeta - dijo el capitán -. Es demasiado grande y demasiado hermoso.

- ¿Cree usted que no?. Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas. [...]"

Aunque siga brillando la luna (Crónicas Marcianas), Ray Bradbury.


Y yo creía que era ciencia-ficción...

miércoles, 20 de junio de 2007

¿Qué nos echan en el ColaCao?


Me he encontrado por ahí "Songs for Beginners" de Graham Nash. En ese disco está la canción "Chicago". Y entre la canción y la movida de los treinta años de las primeras elecciones, me dio por barruntar algunas cosas y por eso pensé en esta entrada.

Tuve suerte. Para la banda sonora no podía contar con GoEar, que anda algo lisiado en estas fechas, y me fui a You Tube, a ver qué encontraba. Y me encontré esto:



El vídeo es un trabajo realizado para una clase de historia. Entre el vídeo, la letra de la canción y la entrada de la wikipedia, se puede completar bastante bien la historia completa tras la canción. De hecho, el título completo de la canción es Chicago/We Can Change the World.

Lo que daría pie para pensar que el caso es que algo hemos debido hacer mal, porque a veces creo que es el mundo el que nos ha cambiado a nosotros. O no. A ver. Que me cuesta explicarlo.

Tanto pelear por nuestros derechos, por ese estado del derecho y del bienestar ¿lo hemos conseguido y nos ha abotargado?. Estoy pensando en tanto nostálgico del "..contra Franco vivíamos mejor". O, como decía un paisano, "... e con Franco, a lo menos, ¡cantábamos!". No falla. Es el típico tema en el que siempre te sale alguien comentando lo marchosos que fueron los años setenta (bueno, unos años más en España... pongamos del 74 al 84) y que en aquellos tiempos sí había ideales y se peleaba por ellos, no como ahora que todo el mundo está apalancado, y no digamos ya los jóvenes que... No sigo, que todos sabemos la cantinela.

Sí, qué movida en los setenta. Qué lujo, la guerra de Vietnam para protestar. Y todos esos hippies en Wodstock para tomarlos como ejemplo, eh, qué pasada, quién hubiera estado allí. Y qué movidas aquí en España, corriendo delante de los grises, en la manifas antidictadura. Asociándote ilegalmente a los sindicatos y repartiendo libros prohibidos... Para que venga esta pandilla de niñatos y pasen de todo.


El párrafo os sonará, no es mío. Ese párrafo, u otro similar ¡qué más da!, me lo dedicaron años ha, los que tienen 10 años más que yo. Argumentos profundos y demoledores, que parten de los recuerdos románticos de cuando arreglaron personalmente el mundo y acaban siempre en la letanía cansina que si la juventud p'aquí, la juventud p'allá, que qué lástima.. argumentos todos tan sesudos que hasta alguno hubo que llegó a echarme en cara que el que yo me tomara la píldora, no tenía mérito. Había tenido mérito tomarla cuando estaba prohibida (por supuesto, en democracia tomarse la píldora anticonceptiva es un capricho baladí, ya que, como todo el mundo sabe, las demócratas no se quedan embarazadas). Argumentos que te dejan sin palabras, vaya. Y bostezando.

Sí, el mundo nos ha cambiado; seguramente, porque también hemos cambiado el mundo. Afortunadamente nadie corre delante de los grises. Afortunadamente hay democracia en este país, la píldora anticonceptiva es legal, los homosexuales pueden casarse, hay libertad de culto, el acceso a la cultura es más universal que nunca, y muchas bendiciones más. Como el dichoso, traído y llevado estado de derecho. Amén. Qué bien lo hicieron los que pelearon por esos derechos. Otra cosa es que eso dé derecho a criticar a los que no habían nacido entonces. Y a apalancarse. Y ya no digamos a salir del sindicato en cuánto fue legal para apuntarse al pelotazo. O a perseguir a los que llegan a este país buscando lo que buscaban mis vecinos en Alemania cuando yo era pequeña.

No sé. ¿Estamos más apalancados en nuestra burbuja de bienestar de lo que se estaba hace treinta años? Seguramente. Como me dijo alguien hace poco, es mucho más solapada la forma actual que tienen de recortar derechos, más cuando vivimos en una sociedad en la que, aparentemente, hay más libertades. Es difícil protestar cuando tienes tu vida hipotecada en algún banco, cuando hay tanta aparente variedad de medios de información hasta que descubres que por encima están siempre los mismos, cuando se permite de forma más o menos oficial que una misma empresa monopolice el acceso de los ciudadanos a los recursos informáticos, ocultando código e intenciones, cuando se potencia el recurso de la discusión grosera y no el de la argumentación o cuando se potencia el chismorreo rosáceo poniendo zancadillas al avance de la cultura de todos, mediante el establecimiento de cánones hasta en la bibliotecas públicas... Es dificil protestar y, al mismo tiempo, al tener cubiertos otros derechos básicos, surge una mezcla extraña entre el pasotismo y la desconfianza hacia lo que se pueda conseguir y a quién va a beneficiar realmente.

Pero yo, en el fondo, no me creo que esa máscara de pasotismo sea imperecedera. De vez en cuando, la gente despierta de su apalancamiento independientemente de su edad. Se deja el cinismo a un lado (o se lo lleva puesto ¿por qué no?) y enseña los dientes. Si yo pretendiera manipularnos, andaría con ojo.


sábado, 16 de junio de 2007

Querer

Es un verbo irregular que se conjuga en voz baja...



miércoles, 13 de junio de 2007

¿Tarde o pronto?


Resultaba chocante incluso cuando yo era pequeña. La aparición de Nieves por la calle San Amaro era un espectáculo digno de ver y que se me quedó grabado: un carro viejo de madera con dos ruedas y un caballo enorme y que siempre me pareció feo. Ella allí subida, toda seria, pequeña, morena y correosa como era (que yo creía que la habían hecho de cuero), a las riendas. Y el carro completamente cargado de cántaras de leche. Siempre conseguía el mismo efecto, independientemente de que su llegada me sorprendiera jugando en la calle o en la ventana de la casa de mi abuela; me quedaba parada, mirando para ella con la boca abierta y envidiándola al verla allí subida, conduciendo su carro, mirando a los coches con desdén y a sus conductores como si fueran críos jugando que la molestaban mientras trabajaba.

Nieves era la lechera de mi abuela. Todos los días salía de su casa en El Val, montada en su carro, y se dirigía a Ferrol a vender la leche. Pese a su aspecto de mujer dura (lo era, pero sólo por fuera y por culpa del trabajo), en cuanto hablabas con ella encontrabas una mujer graciosa y muy cariñosa, que sonreía muy fácilmente.

Mi abuela era algo más que una cliente. Con los años se habían convertido en amigas y era habitual que mi madre y mi tía Canucha fueran a pasar las fiestas del Val a su casa. La zona del Val es una de las muchas zonas de Galicia en la que abunda la gheada. Si queréis entender en que consiste, os invito a leer esta entrada de Pepedante, lo explica muy bien. Es habitual por Ferrolterra, la comarca de influencia de Ferrol, ya que es una ciudad muy "castellanizada".

El caso es que mi madre de vez en cuando cuenta anécdotas de esas ocasiones en que iban a casa de Nieves. Por de pronto, el camino era toda una experiencia... lo hacían en el famoso carro de la leche. Apartaban las cántaras, se acomodaban como podían y salían hacia el Val. A menudo, era el propio camino, y lo que se encontraban por él, lo que provocaba las risas. Dice mi madre que una vez, nada más salir de Ferrol, encontraron un camión muy cuadrado, que hizo exclamar a mi tía Canucha "¡Anda!.. parece un cajón...", a lo que Nieves, muerta de risa, respondió "¿Un cajón?... ¡será un cagón, niña!" lo que provocó las carcajadas de mi tía, que muerta de risa repetía "Un cagón, dice, ¡por Dios!, ¡¡es un cajón!!", lo que volvía a provocar el ¡Cagón! y más risas por parte de Nieves, al que mi tía volvía a responder con un ¡Cajón!... y así, casi hasta llegar al Val. Lo curioso es que me han contado esto muchas veces y yo siempre me he preguntado cuántos malentendidos, no tan festivos, habrán sido provocados por tonterías como la que he contado.

Pero la anécdota que siempre me encantó, es la que recordé esta mañana al recibir un mail con subject ¿Tarde o pronto?. Dice mi madre que el hijo pequeño de Nieves, cuando tenía ocho años, dando vueltas por el campo de la fiesta, cayó rendido de sueño debajo del palco de los músicos. Cuando despertó eran las seis y media de la mañana y salió corriendo, disparado hacia casa. Su madre ya estaba despierta y trabajando en la cocina y cuando lo vio entrar, se extrañó y le preguntó:

- "... E logo, ¿de onde ves tan cedo?"
- "Da festa..."
- "¿¿¡¡Tan TARDE!!??"

Cuestión de perspectiva, supongo... :-)



" ...Y luego, ¿de dónde vienes tan temprano?"/"De la fiesta..."/"¿¿¡¡Tan TARDE!!??"

miércoles, 6 de junio de 2007

Y la Luna debió sonreír


Se quitó la zapatilla del pie izquierdo, que se estaba resistiendo, y pudo poner por fin los pies en la arena. La notó muy fría, muy distinta a como la encontraba cuando iban a la playa de día y había que salir corriendo hacia la orilla para no quemarse los pies. Sin embargo, era una sensación muy agradable; y el hecho de estar allí, de noche, descalzo por la arena y con toda la playa para él solo le resultó extrañamente placentero. Echó una mirada hacia atrás, alcanzó a ver a sus padres en la terraza del hotel en el que habían cenado. Habían pedido café y estaban hablando. Empezaba la aventura...

Miró al cielo, vio el perfil de la Luna, vio las estrellas... se puso a repasar mentalmente la clase de Cono en la que el profe les había hablado sobre el cielo nocturno. Si recordaba bien lo que habían visto, la Luna estaba en cuarto creciente. Y aquello que parecía una estrella enorme, realmente era Venus. El profesor había hablado de otros planetas, les había dicho cómo reconocer a Marte y a Saturno y a Mercurio, pero no era capaz de distinguirlos. También había hablado de muchas estrellas, pero se encontraba perdido en medio de aquel paisaje tan sugerente y que estaba dejándole inmovilizado de impotencia ante la vista de tantas cosas que podía ver allí mismo, pero de las que ignoraba tanto...

Se quedó mirando al cielo, con los pies en la arena y, poco a poco, empezó a ensoñarse en una historia que le iban dictando su imaginación y sus sensaciones. Era Anakin Skywalker y era el mejor piloto de la galaxia y había recorrido aquel cielo lleno de estrellas y había tocado la Luna. Y ahora, había vuelto a Tatooine y tenía que rescatar a su madre, secuestrada por los moradores de las arenas. Y en ello estaba, corriendo sigiloso por la playa, usando las tumbonas del hotel como parapetos cuando tropezó con la caracola. Envainó su sable láser (de todas formas, aquel palo que había encontrado olía fatal) y la recogió, deseando con todo su corazón que no estuviera rota.

No lo estaba. No era muy grande, pero abultaba más que el teléfono móvil de su padre. Desde luego, apenas cabía en su mano. Tenía mucha arena dentro, así que fue hasta la orilla para limpiarla. Aprovechó también para quitar una bola como de paja que parecía tener incrustada; esto lo hizo con algo de aprensión, como si tuviera miedo a que algún bicho terrible saliera del interior. Le costó bastante eliminar completamente todas las briznas y dejarla razonablemente limpia de arena. Pero lo consiguió y entonces tuvo en sus manos una caracola casi perfecta (era una lástima que tuviera la punta algo mellada), que brillaba a la luz escasa de las farolas de la terraza, pero que se adivinaba blanca, brillante, nacarada...

Sólo entonces pensó en llevarla a la oreja y descubrir si era cierto lo que decían sobre escuchar dentro el mar. No acababa de decidirse, porque le parecía que debía de ser mentira. El mar no cabe dentro de una caracola. Y si era cierto, es que debía de haber algo mágico dentro de la caracola. Pero la magia no existe.

Se quedó dudando unos momentos, mientras miraba la caracola y los débiles destellos que conseguía arrancarle cuando la giraba hacia la terraza. Por fin, se decidió y se puso la caracola en la oreja.

No estaba preparado para eso. ¿Qué era lo que oía? ¿De verdad era el mar? ¿De verdad el mar escondía esa canción, esa respiración rítmica que estaba consiguiendo hechizarle? Era un ruido extraño, amplio, redondo... pero le calmaba, conseguía apaciguarle y podía imaginarse perfectamente en medio de la nada, mecido por olas y extrañamente relajado...

No pensó más que en compartir su hallazgo. Corrió de vuelta a la terraza del hotel junto a sus padres, que seguían charlando, ahora con la pareja que ocupaba la mesa de al lado. A medida que se acercaba empezó a preguntarse si realmente había tenido una buena idea, si realmente...

-"... Pero... este niño ¿de dónde sales descalzo? ¿te has metido en la arena? ¿y tus zapatos?"
-"¡Mamá, mira! He encontrado esta caracola..."
-"Hombre, ¡por Dios!, sácame eso de ahí, me vas a ensuciar la falda, no enredes... ¿dónde has dejado las zapatillas?"
-"Mamá, mamá, ¡escúchala! ¡ponla en la oreja!"

Y se la puso él mismo. Pero la mala suerte quiso que en ese momento su madre girara la cabeza. La caracola salió volando y cayó en el suelo de la terraza. Rompió.

Sus padres volvieron a la conversación interrumpida con los vecinos de mesa, mientras él recogía los trozos del suelo. Tenía ganas de llorar, notaba un bulto raro en la garganta... "A veces hay cosas que nadie puede arreglar. No eres todopoderoso, Ani"... pero decidió contenerse e intentar calmarse, no caer en la tentación de la rabia y ser fuerte. Sabía cuáles eran las consecuencias de dejarse llevar por la ira.

Así pues, no lloró. La caracola se había roto, pero había podido escuchar el mar en su interior. Sabía que era posible la magia de meter el mar dentro de una caracola y que esa magia podía perdurar en su recuerdo, que era importante para él más allá de lo que pensaran los demás. Y que ya no se la podrían quitar, aunque se hubiera roto la caracola.

No había sido una mala noche para un pequeño padawan. Contempló lo que quedaba de la caracola en su mano y luego volvió a mirar la Luna, la Luna que también tenía su magia. Algún día, alcanzaría también la magia de la Luna.

martes, 5 de junio de 2007

Cosas importantes (2)

De nuevo gracias a Llámame Lola. Este vídeo, además de gustarme, va por algo que merece una promoción y porque ellos lo valen: Payasos Sin Fronteras.

Cosas importantes



Viñeta de Ramón en El País

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6 de Junio de 2007: Actualización

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6 de Junio de 2007: Segunda actualización :-)

domingo, 3 de junio de 2007

No puedo morirme sin ver una



¿Vendrás conmigo?

sábado, 2 de junio de 2007

¿Era eso?


A veces llego a conclusiones raras.

Y, ahora mismo, no hay quien me baje de la burra: hacerse mayor es aprender a mentir.

Lo hacemos poco a poco, convenciéndonos de que es por una buena causa, aprendiendo a sacar tonos grises de ese blanco y negro que tanto respetamos cuando somos niños. La verdad es que la analogía que se me ha ocurrido es un poco absurda, pero creo que expresa lo que quiero decir. Cuando vas con un niño por la calle, te obligas a ti mismo a parar cada vez que el semáforo está en rojo. Te quedas ahí, con cara de buen ciudadano, esperando estoicamente a que el señor rojo se convierta en el muñequito verde que te franquea el paso. El resto de la gente cruza sin esperar, pero aguantas contra viento y marea, con paciencia porque quieres que el niño saque una lección clara: se cruza en verde y, mientras está en rojo, uno se espera.

Las consecuencias suelen ser variadas. Para empezar, hay días que vas sola por la calle y no cruzas ni un semáforo en verde para desquitarte de tanto semáforo en rojo respetado. Pero lo peor es el día que decides que el niño ya es bastante mayor para decirle. "Venga, aprovechamos ahora, que este semáforo tarda mucho y no vienen coches...". Y empiezas a meter el gris en una cabeza que hasta ese momento seguía un razonamiento binario...

Usamos la mentira para defendernos, para justificarnos, para ahorrarnos esperas, para ahorrarnos daños... las más de las veces nos ofrece una salida cómoda y un abrigo confortable. Nos permite escondernos a los ojos de los demás igual que la ropa nos ahorra la vergüenza de que nos vean como somos. Nos permite proyectar nuestros sueños, la idea que tenemos de nosotros mismos o, al menos, la idea de cómo nos gustaría ser... haciéndonos la ilusión de que igual engañamos a alguien y se cree que realmente esa imagen proyectada es real.

Por eso es adictiva, por eso la usamos tanto. Por eso una mentira engendra más mentiras y de esa primera mentirijilla que soltamos en defensa propia, de ese primer momento en que decidimos Esto no es negro, sólo es un poquito gris.. acabamos tejiendo una red que no sabemos si nos sujeta o si nos ata. Queremos tejer una red como la de los equilibristas y lo más normal es que tejamos una tela de araña que nos pringue y que no nos deje movernos, que nos vaya inmovilizando más y más...

Pero vivimos en un mundo de color gris, y es absurdo intentar ir de color blanco puro por ahí. Casi es mejor decidirse por el negro absoluto, te respetan más. Igual por eso este mundo nos da tantas naúseas en ocasiones y tantas ganas de salir corriendo y no parar. Porque por mucho que te empeñes en no crecer, con esto de vivir aquí y no en Neverland, te toca mentir. Y algunas mentiras son hasta divertidas, son travesuras... Pero otras te dejan con ganas de gritar. Salvo que hayas aprendido a engañarte a ti mismo, pero es que entonces ya no tienes salvación.

Bueno, puede que hacerse mayor sea precisamente eso. Más que aprender a mentir, aprender a que las mentiras no se te coman vivo. O aprender a mentirte sobre qué grado de mentira es aceptable y cuál no. Porque tal vez el verdadero problema es que la verdad, esa a la que tanto quieres, no tiene el éxito social que se merece. Son muchos los que salen huyendo horrorizados ante ella y son más los que entenderán mejor tus mentiras que tu verdad.

No entiendo por qué no puedo decir lo que pienso de verdad. Pero al actuar así se supone que me comporto como una adulta responsable. Pues qué mierda...