Según el diccionario de la RAE disponemos de 88431 palabras; 88431 palabras cuyo uso dicen que nos diferencia de los animales; 88431 palabras que deberían permitirnos expresar qué queremos, qué odiamos, qué sentimos, qué admiramos, qué nos preocupa, qué nos satisface, qué nos quita el sueño, qué nos tranquiliza, qué nos hace temblar, qué nos pone la piel de gallina, qué nos hace abrirnos, qué nos hace cerrarnos, qué nos hace daño, qué nos deja el corazón y la cabeza de colores...
Ni racional, ni racionalista, pues... Tengo 88431 palabras para poder usarlas y hay tantas veces que me quedo sin ellas para expresar lo que me pasa por la cabeza, que ya me asusta. Me asusta poder despilfarrarlas ahora y no saberlas usar cuando las necesito. Cuando te tengo que decir lo que siento, cuando le tengo que explicar lo que había planeado, cuando me gustaría que entendiera por qué tengo que reprenderle, cuando estoy tan feliz que quisiera que todos bailaran, cuando estoy tan enojada que necesito cambiar el mundo, mi mundo, tu mundo, su mundo, nuestro mundo, vuestro mundo...
Son 88431 palabras. Y me faltan. Y me sobran muecas, y me sobran gestos, y me sobran bocas torcidas, y me sobran apretones de de manos, y me sobran abrazos, y me sobran silencios -a mí, que hablo tanto-, y me sobran suspiros y me faltan razones y me faltan imágenes y me faltan sujetos y predicados y expresiones y modos, y me faltan confianza, sentido común y motivos...
Es fácil equivocarse y escogerlas mal. Y difícil pararse a jugar con ellas y escogerlas como perlas para un collar.
Es fácil pillar la primera que asoma, pensar que esa vale. Y difícil comprobar que no sólo empieza por la sílaba adecuada, que también finaliza con la correcta.
Es fácil substituirlas por un movimiento de hombros. Y difícil esforzarse en combinarlas para que haga juego con tus sentimientos.
Es fácil hilvanarlas en un ejercicio sin sentido como este...
Y difícil coserlas en un compromiso.