miércoles, 30 de julio de 2008

Metáforas



Pero el planeta más extraño del que he oído hablar es el planeta de la Sagrada Mierda. En él la mierda es la mayor riqueza, la moneda con la que se compra todo. Los habitantes no llevan carteras, sino grandes orinales, y cuanto mayores son y más apestan, más ufanos se sienten. Los bancos son unos gigantescos pozos negros, vigilados día y noche por policías y vigilantes. Allí se efectúan los pagos. Desde los más pequeños, de la viejecita que acude a depositar dos bolitas de conejo, todos sus ahorros, al comerciante que trae los ingresos del día, un carro bien oloroso. Naturalmente, en las casas no se dice "Voy al wáter", sino que se dice "Pongo en la hucha". Todos los niños tienen su orinalito en forma de cerdito. ¡Ay! ¡También en esta tierra hay quien vende alma y cuerpo para llegar a ser desmesuradamente mierdoso! ¡Hay quien te atraca, y bajo la amenaza de una pistola te obliga a depositar allí, en la calle, todo el mogollón que llevas en la barriga! Si alguien, incautamente, se detiene en un prado para hacerse con unas cuantas monedas, que vaya con cuidado porque en el breve tiempo que se baja los pantalones, alguien ya le habrá sustraído su patrimonio. Por no hablar de los exhibicionistas: aquellos que, cuando entran en el restaurante, untan de mierda las manos de los camareros, y dejan de propina un cagarro como una salchicha, y dicen:"¡No es por vanagloriarme, pero tengo tanta mierda que ya no sé dónde meterla!"

Naturalmente, la economía de este planeta está sometida a las fluctuaciones de esta materia prima: aquí la falta de inversión se llama estreñimiento, y la diarrea se llama inflación. Confiamos en mantener el techo de la diarrea por debajo del diez por ciento, dicen los gobernantes. Y luego estallan los escándalos, y se descubre que, secretamente, los gobernantes recibían quintales de mierda de los industriales, y hacían la vista gorda al contrabando de mierda con el exterior. Existen también las letras, uno puede comprar un coche, por ejemplo, tomando diez purgantes en el momento de la adquisición, pero si luego la letra es protestada, será declarado en panzarrota. Y se producirán investigaciones y a veces incluso secuestros por parte de cirujanos-financieros. Pero esto ocurre sólo a cuatro desgraciados: este planeta es rico. Todos los meses, cuando llega el día seis, San Libero, se celebra la fiesta de la Santa Mierda. Los mayores mierdosos del país acuden con enormes coches de color crema y marrón, y llenan salones llenos de arañas y hermosos cuadros y mosaicos de cuarto de baño. Todas las señoras van vestidas de blanco y los señores de rosa. Se oye decir: "¿Ves a aquel? Ha hecho la mierda en garitos: es un advenedizo. Aquel otro, en cambio, uy, es de sangre azul, su familia siempre ha sido un estercolero". Y todos bailan, y sobre todo se pedean para mostrar su riqueza. Las señoras gordas se pedean en tonalidad grave hinchando como velas los estrechos vestidos de raso, las damas jóvenes se pedean deliciosamente con virtuosismos de flauta y clarinete, los ricos comerciantes se pedean con cañones intercambiándose manotazos en los hombros, los intelectuales se desahogan con cara de sufrimiento, explicando que, al fin y al cabo, la mierda no lo es todo en el mundo, los jóvenes brillantes sueltan cuescos punzantes que levantan las faldas de sus fracs en elegantes revoloteos, los viejos aristócratas carraspean y se pedorrean y no pocas veces al hacerlo caen en sus calzoncillos alguna moneda suelta, los niños despiden vientos, los recién nacidos lloriquean y el dueño de la casa, apareciendo en el umbral colorado y triunfal, dispara un pedazo histórico con tembloroso e interminable petardeo que hace tambalearse las cristalerías y dice en voz alta:
-La comida está servida.
Y todos corren a lavarse las manos.


¡Tierra!, Stefano Benni


Metáforas. O no. O sí...

En tránsito


Cuando vivía en Valencia y empecé a trabajar en Castellón solía ocurrirme que si, por ejemplo, quería coger el tren de las 8:10 lo normal era que acabara perdiendo el de las 7:40 por los pelos... vaya, que aparecía en la estación con tanto adelanto que perdía el tren que pasaba media hora antes del que pensaba coger yo...

Parece que las malas costumbres no me abandonan. Salíamos María y yo hacia Galicia, hacia la casa de mi madre. Vuelo IB0321 a las 10:25 de Valencia a Madrid. Hubiera querido coger el civis de las 7:15 para llegar a Valencia sobre las ocho, contando con media horita más de metro hasta Manises, más el tiempo necesario para orientarme en el despiste del aeropuerto, afrontar las previsibles colas para facturar y sin ningunas ganas de ir ahogada de tiempo, sobre todo yendo con María. Pero, mi gozo en un pozo, por tema de calendario el civis de las 7:15 no circulaba... y decidí coger el cercanías de las 7:00, con el que estaría aproximadamente a la misma hora en Valencia, sobre las ocho y diez.

Así pues, todo planeado y controlado, parecía fácil ¿no? Pues no. Mi costumbre inveterada de llegar antes de tiempo provocó que llegáramos tan pronto a la estación que lo que pillamos fue ¡¡el civis de las 6:45!! Vamos, que aparecimos en Valencia a las 7:30 y a la hora en que una servidora planeaba aterrizar en la estación de Valencia Nord, estábamos en el metro casi llegando al aeropuerto. En fin, que no cogimos el avión de las 9:05 porque no quisimos, porque a las 8:40 habíamos facturado nuestras maletas y conseguido nuestros asientos.

¡Y hasta las 10:05 no tocaba embarcar! así que un par de chicas nerviosas empezaron a deambular por el aeropuerto, dispuestas a dejar pasar con alegría la hora y media que nos tocaba esperar antes de que nos hicieran caso. Primero recurrimos a los recursos habituales: la visita al kiosko para comprar El Jueves (imprescindible en los viajes desde hace varios lustros), la búsqueda de la cafetería para tomar un cortadito y, además, hacer la primera lección teórico-práctica para que María comprobara como aterrizan y despegan los aviones. Y era muy necesario: más de dos se quedaron mirando para ella cuando me preguntó dónde estaba el precipicio para que los aviones se tiraran a volar. Le conté más o menos como va el asunto y esperamos a ver algún avión ejecutando la maniobra. Haciendo buena una frase mítica de Homer Simpson, el primer candidato se esperó a despegar hasta que no mirara María, pero luego vinieron unos cuantos más que le permitieron comprobar que no le mentía cuando le dije que no se necesitaba ningún abismo. Pero se cansó al cabo de un ratillo o le entraron ganas de montar en avión y comprobarlo, vaya usted a saber. O tenía ganas de ver tiendas, que también tiene peligro mi primogénita en eso. El caso es que buscamos y encontramos la puerta de embarque... al fin y al cabo, ya habíamos visto todas las tiendas de fuera y las mejores están dentro.

No contaba yo, eso sí, con los chequeos varios de la entrada. No llevábamos ningún líquido, y me dispuse presta a soltar monedas y el cinturón... eureka, no pitamos... pero la mala cara de la agente tras la máquina de radiografiar bolsos era de impresión cuando le dije que aquello raro de la imagen era mi portátil. De forma más bien poco sutil me dio a entender que debía volver a pasar el portátil por un lado y su bolsa por otro. Bueno. Puse cara de nena pillada en falta y procedí a salir otra vez por el arillo, depositar el ordenador en una bandeja, su bolsa en otra, volver a entrar y... objetivo conseguido. Una vez dentro nos reímos mucho con un folleto que indicaba qué cosas no se pueden llevar en un avión: empezaba desaconsejando las armas de fuego, para luego prestar atención a los venenos, sin olvidar los destornilladores y acabando con la famosa bolsita transparente para los líquidos en envases de 100 mililitros. En fin, era más fácil viajar hace unos años, cuando podías llevar desodorante sin sentirte parte de la élite mundial del terrorismo malayo.

Pero a mi chiqui se le olvidó el chiste cuando empezó a pasearse por el reino de las marcas caras. Buena chica, enseguida se dio cuenta de la animalada de dinero que supone llevar el nombre de Calvin Klein en las bragas. El único problema fue que se le acabaron las tiendas enseguida. Y aún eran las nueve y media. Pero los amigos aparecen cuando hacen falta y, justo en ese momento, irrumpieron Raúl y su mujer, que se iban a Budapest. Unas risas a costa de nuestro madrugón y otras a costa de su tarro de crema solar que se había quedado en la papelera precontrol y que ahora se veían obligados a reponer en la tienda.

Y en esas, por fin, se hizo la hora de embarcar. María estaba preocupadísima por si nos habíamos equivocado de cola y aparecíamos en Bristol en lugar de en Madrid. Le comenté que Bristol no era mal sitio, pero creo que no le convencí... Ya era igual, estábamos en el avión y los nervios estaban ya aflorando por todas partes. Le comenté todo lo comentable (cinturón, mesa recogida, que nos iban a decir cómo hinchar un flotador por si caíamos en un charco al ir a Madrid...) y lamenté que su estatura no le permitiera ver al auxiliar ejecutando esa pantomima tan graciosa que inmortalizó El Tricicle en su día.

Y por fin arrancó a moverse el avión. Se quedó tensa. "Ahora es cuando va despacio para tomar pista ¿no?". Asentí. Llegamos a la pista. "Ahora empieza a acelerar ¿no?". Otra vez sí. "¿Y cómo notaré que está despegando?". Le dije que lo notaría en el estómago. Y la cara que puso en el mismo momento en que yo también noté esa dichosa contracción como de vértigo, me dio la razón. Los gritos de entusiasmo no se hicieron esperar. Y eso que nos había tocado ala y debíamos adivinar parte del panorama; le dejé disfrutarlo mientras leía el periódico.

Puso cara de susto con el primer viraje, pero no duró mucho. Apenas sí le dio tiempo de mirar a gusto, se quedó sorprendida cuando avisaron que en unos minutos aterrizaríamos. "¿Ya? Pues sí que han pasado rápido los tres cuartos de hora...". El avión empezó a descender. A lo lejos pude adivinar el perfil de las torres Kio. Y el megaloproyecto ese que están construyendo sobre lo que era el Bernabeú. Estaba claro ya que era Madrid y no Bristol y por ahí se quedó tranquila. "¿Y cómo notaré que está aterrizando?". Como antes, le dije que lo notaría en el estómago; pero, sobre todo, en el culo. Se rió y en cuanto el avión pegó el primer bote me volvió a dar la razón. Y me dijo toda seria que en el siguiente vuelo ya no se pondría nerviosa porque ya sabía cómo se despegaba y se aterrizaba. Enseguida empezamos a reírnos de la tontería.

Y empezó el tránsito. Teníamos unas cuatro horas por delante en la T4 de Barajas. Llegamos a las doce menos cuarto (volar volamos poco, pero luego pegamos una vuelta tremenda por tierra hasta llegar a la terminal y nos esperamos a que se vaciara la cabina para salir del avión ¿quién tenía prisa?) y el avión a Coruña tenía el embarque previsto para las tres y cuarto.

La verdad es que yo también acudía por primera vez a la T4 y me pareció enorme. Estuvimos curioseando un buen rato; había tiendas de todo tipo, de chuches, de muñecos, de ropa, de cosméticos, electrónica... Pero a eso de la una menos cuarto servidora tenía un cráter en el estómago (¡había desayunado a las cinco de la mañana!) y buscamos un sitio donde poder comer algo. Bocatas y heladito de postre. No estuvo mal. En el apalanque postcomida intenté probar la wifi que mencionaba un cartel de vivos colores, pero no había manera alguna de "resolver la dirección http://gmail.com/" lo que me convenció de que no iba a poder navegar de forma muy satisfactoria. Empecé a escribir esta crónica, pero María se aburría. Se había quedado sin batería en la DS y miraba esperanzada el ordenador a ver si "aparecía internet", pero no había forma. Y yo me negaba a ver más tiendas (pobre hija mía, qué madre más sosa le ha tocado en suerte... y tuvo gracia su comparación del aeropuerto con un centro comercial); había visto un stand de promoción del Wii Fit en el que te dejaban jugar y me fui hacia allí con cara de disimulo a ver si la picaba... pero nada, quería ver tiendas. Al final, me senté con mi libro en un banco, ella se enfurruñó un poco, luego intentó dormir un poco y, por fin, dijo "Voy a ver esa tienda..", Y en esas estuvimos: se iba cinco minutos, volvía, iba a mirar otros cinco minutos, yo miraba por el rabillo del ojo, volvía... la mandé un par de veces al panel a comprobar si nuestro vuelo ya tenía puerta de embarque... y, al final, me salí con la mía. En una de esas vino y me dijo: "Voy a ver lo de la Wii...". Lo malo es que ya se había llenado de gente y le tocó esperar, pobre. Y lo peor es que, por ser menor de 12 años, cuando le tocó le dijeron que sin un adulto no entraba, así que ya me tenéis a mí de repente, sin saber muy bien por qué, haciendo la postura de la media luna con una instructora virtual muy maja, mientras María esquiaba. Y, además, me felicitaron y todo. Eso sí, aún estoy esperando a saber por qué diantres tenía que entrar yo con ella.

En esto, ya se había hecho la hora de empezar a estar realmente al loro por conocer en dónde debíamos embarcar. Así que nos fuímos a un panel enorme en el que todos los vuelos parecían tener ya su puertecilla de embarque, menos el nuestro. Mientras la sombra de Murphy planeaba sobre la segunda parte de nuestro viaje, pude distinguir a un corredor del Tour volviendo a casa. María y yo intercambiamos un codazo aunque no pudimos cotillear mucho: había aparecido nuestra puerta y quedaba como a diez minutos del sitio en el que estábamos. Emprendimos la travesía y llegamos las primeras... justo a tiempo de ver como el embarque previsto para las 15:15... se retrasaba a las 15:30... y a las 15:40. Por fin, subimos. Volvíamos a tener ventanilla y María volvía a estar toda nerviosa. En una de estas que iba entrando gente me pareció reconocer alguna cara en un grupo de gente sospechosamente vestida con camisetas negras muy similares y con fundas sospechosamente parecidas a las habituales en ciertos instrumentos musicales. Y sí, los de Luar Na Lubre iban en nuestro vuelo.

Salimos sobre las cuatro y diez, veinticinco minutos más tarde de lo previsto. Los mismos nervios que en el primer despegue y la misma cara de "¡¡Guau!!" al notar como empezábamos a subir. Había más nubes -de hecho había unas nubes enormes, algodonosas y completamente atómicas que daba ganas de apretarlas y comprobar si eran tan tangibles como parecían- y, después de contemplarlas mucho rato la atención se volcó en un dibujo. Iberia ha organizado un concurso de dibujos para los menores de 12 años que viajen este verano... y María con la caja de colores que le dieron ya se dio por satisfecha. Así que ahí quedó para la posteridad de Iberia, una sirena de pelo verde a la que decían ¡Adiós! desde un avión. Volvimos a contemplar nubes y más nubes; de vez en cuando algún claro permitía ver el suelo ("Mira mamá, ahí parece que estemos volando por encima de mármol", y era cierto) y lo curioso fue notar como disminuía a medida que nos acercábamos a la costa. En una de estas nos sorprendimos con gritos de "¡Eh! ¡eso es San Valentín!". Fue emocionante pasar volando por encima de tu barrio, sobrevolar uno de los escenarios que tienes más pateado y que mejor conoces y reconocer el perfil de tus calles desde el aire. Pasamos por encima de Ferrol y llegamos a distinguir en la línea de costa casi todas las playas que asocio a mi niñez... fue como un preludio de un reencuentro. Un viraje y la silueta de la Torre de Hércules a lo lejos nos dejó claro que ya casi estábamos. En ese momento despertó nuestra compañera de fila que venía agotada de un viaje desde Nueva York. En apenas cinco minutos ya habíamos aterrizado (qué pista tan corta, no quiero imaginar que harán los aviones que sean realmente grandes); tocó esperar algo por el equipaje, pero allí estaban nuestras maletas, tanto la que tenía previsto facturar (que compré a propósito, grandota y resistente) como la que no me dejaron subir a cabina y que me temía que volvería a ver destrozada. Pero no, allí estaba, había soportado el trote como una valiente.

Y pudimos salir por fin. Abrazos, besos, chistes malos. Lo típico en un reencuentro familiar. Y nervios, que mi madre le tiene mucho pánico al avión.

En media hora ya estábamos en casa y pude asomarme a la terraza de la cocina. Mi mirador favorito desde los siete años, el sitio desde el que he visto crecer mi barrio, lo he visto cambiar, me he visto cambiar, he mirado las estrellas, he soñado con conducir una nave intergaláctica, he ido viendo como las farolas me dejaban sin cielo... Mi mirador desde el que pude ver a mi ría brillando bajo un sol que no esperaba encontrar y bajo un cielo inusualmente azul.

María ya estaba enredando con su abuela; con sus abuelas realmente, porque mi suegra también apareció a saludarnos. Yo me duché y estaba a punto de ponerme el pijama cuando, de repente, me volví a meter en los vaqueros y decidí bajar al paseo y ver aquella ría más de cerca.

Hay algo que nos llama y nos saluda cuando volvemos a los sitios en los que crecimos. Ya dije hace tiempo que mi barrio ha cambiado mucho, pero ¿acaso yo no he cambiado también? Recordé a la niña que construía refugios en aquellos montones de piedra y tierra en los que ahora está aposentado el paseo marítimo, que tiraba piedras al fango de la ribera mientras gritaba con voz gangosa "Papogggguuuettta" (no preguntéis ¿o es que en vuestro barrio no había rituales tontos?), que iba en bicicleta imaginando que era Sissi a caballo por el Prater de Viena, que se bañaba en verano en aquella esquina de la ría en la que los sucesivos intentos de implementar una playa artificial se van estrellando. Miré los carballos que empiezan a medrar al lado de la playa. Y el cielo azul, y el sol brillando y destellando en la superficie del agua. Y me sentí en casa. De vacaciones, como hacía tiempo que no las notaba. De vacaciones, casi, casi como cuando tenía la edad de María.

martes, 22 de julio de 2008

Deudas




¿Qué tendrá que ver esta canción contigo? Llevo todo el día tarareándola y acordándome de ti. Y maldita la relación que le veo contigo. Vamos, que si estuviera jugando al "¿Si fuera... ?", ni loca habría pensado en esta respuesta.

Luego voy y lo pienso más despacio. ¿Qué hubiera respondido si me pidieran definirte con una palabra? Pragmatismo. Y me quedo mirando para ella. Un par de veces, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Y he notado que, de repente, esa palabra ha perdido ese nosequé peyorativo que le atribuía antes. Actitud y pensamiento que valora sobre todo la utilidad y el valor práctico de las cosas. Ahora la miro, la leo y la digo y ya no me sale por peteneras ninguna heroína romántica de la entretela, con cantinelas sobre la cosa ético-moral-comprometida del evento...

Me has hecho aprender que el pragmatismo es un noble arte y es la lección que he aprendido este último año y ha sido una de las más importantes y la que más me ha ayudado a levantar cabeza. Me has enseñado que no es malo ser práctico: todo lo contrario. Siendo práctico se asumen responsabilidades y se elige el mejor camino para llegar a meta; siendo práctico, te dejas de memeces y vas al grano y ahorras tiempo. Siendo práctico aprendes a quererte sin tapujos, porque si no, sabes que no podrás soportarte toda tu vida. Y, siguiendo con otra lección que aprendí por ahí este año, sólo puedes repartir lo que tienes... sólo puedes querer si te quieres.

También me has hecho aprender que ser práctico no pone límites a esas cualidades que esa pobre heroína tonta va balbuceando por las esquinas. Si hay algo que tú eres, es generoso. En más de un sentido. No es sólo porque me ofrecieras tu casa; es por haber derrochado simpatía y paciencia a una tía bastante hermética a la hora de expresarse, que suele meterse bajo varias capas de cebolla como mecanismo de defensa cuando se siente mal: encerrada en su habitación, encerrada en sus auriculares, encerrada en su silencio, encerrada en sus lágrimas... es precisamente por eso y porque nadie me quita la sensación de que has sido un cómplice silencioso al que poco pude esconder. Y por eso sería que entendías las pocas cosas que te decía, a la primera.

Histrión, irónico, sarcástico impenitente, cuando toca mordaz, con un tremendo sentido práctico... cultivando terabytes y terabytes de información en su cabeza. Podríamos definir así a tu personaje. Y, sin embargo, resulta curioso mirarte a los ojos cuando se te cae su máscara. Brillan mientras sonríen. Aunque a veces también había preguntas tristes en ellos. Pocas veces. ¿Pragmático? Bendito pragmatismo, si es el que te ayuda a mantener la calma y a mantener el rumbo. Quiero aprender a ver la vida como tú: no predicas, pero al vivir dejas tras de ti una estela muy saludable.

No tienes ni idea de lo que me has ayudado. O sí, pero no lo vas reconocer en la vida.

viernes, 18 de julio de 2008

What a moon, what a night, what a life...





¿Qué no...? ¡Anda ya! Luna llena y pase de la ISS con magnitud -2.3 :-)




Si no estáis en Castellón, consultad en heavens-above: esa es mi selección, pero podéis cambiarla a cualquier otro lugar desde aquí. ¡Disfrutadlo!


ooOOOoo



Actualización (23:33): Ya está. Había nubes hacia el norte y la hemos perdido pronto de vista, pero estaba tremenda.

María también. Lleva todo el día llamándome pesada, que si estoy loca con eso de mirar al cielo... Yo me callo, porque hoy al llegar a casa lo primero que me ha dicho es que ayer la Luna estaba preciosa. ¡Je! parece que, a pesar de meterse tanto conmigo ("Mamá, que estás obsesionada con la Luna, no haces más que mirar para ella... ") o, precisamente por ello, la voy liando. Pero volviendo para casa, ha vuelto a la carga "¡... Qué pesadita estás con lo de la cosa esa!".

Hemos subido al terrado a eso de las once y me han fastidiado bastante las luces verdes de ciertos grandes almacenes... y me he arrepentido de encender las de la terraza ¡creí que nunca se apagaban!. Pero al ver a la Luna, tan rebonica, se me ha pasado la rabia... ¡si casi toda la luz la daba ella! ¡cualquiera se queja así! Y, aprovechando, también saludamos a Júpiter. Después nos hemos situado estratégicamente, vigilando a Arturo (tenía que pasar justo por encima ¿o por abajo?) y sin perder la cola de la Osa Mayor (otra referencia fácil). "¿Saldrá mañana en el telediario?" "No, María, estas cosas no salen en el telediario." "¿Habrá más gente mirándola?" "Pues claro, mujer, seguro que hay más gente mirándola..." "¿Astrólogos?" "No, reina, astrónomos..."

Un avión. Mosqueo. "No, no es eso". Nubes que se mueven y, entonces, piensas que se mueven las estrellas y te vuelves a mosquear... las 23:14 y aún no se ve nada... "¿No habrá pasado ya, mamá?"

No, no había pasado. Al poquito una luz empezó a hacerle la competencia a Arturo y le ganó por goleada. "¡Mamá! ¡es como Campanilla, es como Campanilla! No me habías dicho que era un hada... " Sí, mi reina, es un hada y brilla y concede deseos: nos hace soñar a todos los que a veces fantaseamos con las estrellas, con que esos viajes se podrán realizar algún día... Algún día...

Le ha gustado :-)

martes, 15 de julio de 2008

Depilando a Ansel Adams


Estaba depilándose sentada en el suelo de la cocina. No había encontrado un sitio mejor, a esta hora de la mañana en la que el sol convertía el patio en un horno y parecía más recomendable permanecer de este lado de la puerta. Total, igual quedarían cuatro pelos indiscretos en el sitio más visible... Bueno, sabiendo que el hotel del congreso disponía de piscina, merecía la pena estar allí, flexionándose en mil posturas increíbles, mientras se depilaba. Al fin y al cabo, era una forma de mimarse.

Mientras tarareaba alguna melodía imposible, al ritmo del runrún del motorcillo de aquel pequeño aparato, empezó a pensar, de nuevo, en su situación. Hacía menos de una semana que había vuelto a su casa. Si es que era su casa. Llevaba fuera un año. O tal vez más. Dios santo, otra vez iba a empezar con sus talveces. Hechos, necesitaba hechos. Necesitaba blancos y negros, no necesitaba... ¿cómo era la frase que había utilizado ayer Sofía? "las maneras de exponer el negativo y el positivo para obtener el máximo de niveles de gris que hay en la vida real". ¡Qué bonita frase! Pero, por algún motivo, le aturdía. Había escuchado en algún documental que los niños tenían una época en la que todo era blanco o todo era negro. Todo estaba bien o todo estaba mal. Que era en la adolescencia cuando comenzaban a entender que ciertas cosas que podían estar mal, eran justificables y que ciertas cosas que podían estar bien, no eran deseables. Empezaban a distinguir matices de gris.

¿Cuál es el máximo de niveles de gris que hay en la vida real? ¿Había hecho bien al irse de aquella casa, al dejar a su marido? ¿O hubiera debido seguir aguantando esa situación incómoda, esperando un milagro? ¿Entendería alguien de verdad sus motivos, el que hubiera dejado allí a su niña? Ella misma tenía respuestas contradictorias según el día. Y, seguramente, cada una era un matiz de gris. Como sus piernas, casi depiladas, pero siempre con algún pelillo rebelde asomando en el sitio más inoportuno. ¿No habría forma de conseguir un depilado perfecto? ¿No habría forma de conseguir estar segura sobre qué hacer? ¿Existía el blanco y el negro, o debía conformarse con los grises? Tal vez es que no exista el depilado perfecto... tal vez es que no existe el blanco y el negro más allá de la niñez...

Pero estaba de vuelta en su casa. Estaba allí, en el suelo de su cocina, aplicándose con su pierna izquierda. Después le tocaría a la derecha. O no. Al fin y al cabo, una de sus novelas favoritas empezaba con un mujer medio depilada. Una mujer de cuarenta y tres años con una pierna depilada y una pierna sin depilar que empieza a descubrirse. Curiosa asociación de ideas: piernas a medio depilar, matices de gris en la vida real.

No. Gris, no. Ni blanco. Ni negro.

Se había ganado la luz naranja y el cielo azul. Y descubrir sus piernas, más allá de sus pelos.

Estado: Ausente (Nos hemos perdido en el ciberespacio)


Me quedé un rato mirando, curiosa, como el pato movía furiosamente las alas. Eso anunciaba que era el momento de hacer caso al chat, sobre todo si había quince mensajes pendientes... "Vaya, ¿qué habrá pasado?"

Ah, mi último comentario no había pinchado en hueso. Estupendo. Un pequeño momento para disfrutar de razonamientos apasionados, exclamaciones variadas y hasta chincha-rabias con la idea de provocarme y hacerme cambiar de opinión...

No me gustaría que se me entendiera mal: no acostumbro a hacer rabiar a la gente, y el comentario que dejé era completamente inocente y sin malas intenciones. No había calculado que el resultado fuera éste; pero, cuando mantienes una relación por chat, agradeces esos pequeños momentos pasionales que trascienden a una frase leída, a un smiley (por muy animado que esté) y que dejan pasar sentimientos. Como cuando bailamos juntos. O como cuando intercambiamos esos secretos que parecen olvidársenos cuando nos vemos de verdad...

No sé bien cómo definir esta forma de relacionarse, ¿me habrá pillado ya mayor? En ocasiones me parece un pobre sustitutivo, en ocasiones lo mejor que me ha pasado en años. Es curioso notar celos cuando un silencio prolongado por su parte me hace preguntarme "¿qué estás haciendo ahora?". Es más curioso todavía notar como me sonrojo de placer cuando me ofrece un enlace a una canción, como quien ofrece una flor. Y es casi humillante describir esa sensación de adolescente primeriza, intentando alargar el momento antes de cerrar el chat y de decir "¡buenas noches, hasta mañana!... te quiero...". Muchas veces, demasiadas, noto que falta una mano que coger, una caricia -con los ojos, con la boca, con los dedos... - y querría que todo resultase más humano. No es fácil apasionarse ante un teclado, por mucha imaginación que le eche. A veces, intento pincharle, pero su arma natural es la ironía. Y me gusta reírme y disfruto con sus ocurrencias. Pero en estos pequeños momentos... cuando sin saber bien por qué, se rebota y tiene esta reacción, se me coloca una sonrisa traviesa en los labios y le dejo seguir, y dejo que esa pequeña ventana del chat siga trayéndomelo...

Así pues, dejé que siguiera provocándome, aunque no supiera que lo que provocaba no era mis ganas de discutir, precisamente.

domingo, 13 de julio de 2008

Dedicado a Alberto

... y a todos los que saben de qué va (y a los que no, también :-D): La frontera azul.





No desprecies a la serpiente por no tener cuernos, quizá algún día pueda reencarnarse en dragón.


sábado, 12 de julio de 2008

Granada


Os decía hace una entrada que venía de las JENUI. Ahí va una crónica de lunes a viernes...

Salí de Castellón el lunes a las 23:59, en el tren más largo que recuerdo haber tomado en mi vida. Cuando eché a andar por el andén de la estación de Castellón para ponerme a la altura en que debería parar mi coche (el 2) temí llegar a Valencia ;-) ¡¡nunca llegaba al punto que me habían señalado en la distancia!!

Por fin llegué yo, llegó el tren y me subí y un revisor encantador me acompañó a mi compartimento. Me encontré lo habitual en estos tiempos que corren (un par de chicas surcoreanas) y una señora que aprovechó su insomnio para ponerme al día en cuanto a luces y demás características de la litera... y la litera propiamente dicha, ¡¡a dormir!! Desperté una hora antes de llegar a Granada (íbamos con algo de retraso) y disfruté de unas bonitas vistas de la sierra. Y pude comprobar que aún quedaban neveros.

Al llegar al hotel tuve un primer momento de pánico. No encontraba mi habitación. La 402. Salí del ascensor y un bonito cartel en el pasillo de la derecha (406-411) me convenció de que debía tomar la dirección izquierda. Pasé por delante del comedor, y otro bonito cartel, en este caso 401-404, me hizo felicitarme por mi sentido de la orientación... hasta que tomé ese pasillo. Armario de la limpieza, servicios, habitación 401, habitación 404, y .... ¿Y la 402 y la 403? Media vuelta. Pues no, no me las había saltado. Otra media vuelta. Pues no, no las veía. Estuve un par de minutos girando sobre mi misma y haciendo que derraparan las ruedas de mi maleta... hasta que me percaté de que no estaba cruzando una especie de sala de estar que seguramente... pues sí, al otro lado estaba mi habitación. Y dentro de la maleta, el bañador. Y en la entrada del hotel ¡¡la piscina!! Y una servidora de ustedes no tenía nada que hacer hasta las tres de la tarde y eran las once.

Bajé. Imposible, pero cierto, en una mesa estaban Albizu y Marián preparando transparencias para la presentación de la ponencia, ¡¡a por ellos!! Y al agua, claro. Luego ya fueron apareciendo Belén, Covadonga, Juan Ramón... vi pasar a David recién llegado y a más gente a la que mis dioptrías no me permitieron hacer los honores. Pero hasta que no hicimos la quedada oficial para comer no tuvo lugar el gran encuentro en el vestíbulo: Rosana y Patricia (y sus problemas con la habitación), Joe (todo enterito), Fermín (y su cara de picarón), David (que ya se había situado)... A comer y casi, casi a empezar a trabajar, que a las tres teníamos un taller sobre competencias transversales. Curioso, mi grupo de trabajo era sobre "Gestión eficaz del tiempo" ¿quién se chivaría sobre mi afición al verbo procrastinar? :-D Y lo mejor, es que mi profe era Inés. Y que antes de empezar ya habían caído los saludines y saludones de Juanjo, Pepa, Alberto, Julia, Edurne... y más gente que olvido ahora.

Una tarde diseñando estrategias y, por la noche al Carmen de los Mártires, a la recepción de bienvenida. Más amigos: Agustín, Miguel, Joaquín, María Jesús, Guti, Ferrán... y unos camareros algo peculiares: "Coma tres albóndigas y cague sólo una...". En fin, mucha albóndiga, mucha croqueta, mucho pinchito, mucha cervecita, mucho buen rollito... unas vistas alucinantes de Granada y un patio y unos jardines en los que no nos importaría perdernos. De regreso a Granada, tomando el cafelito de despedida y retirada, descubrimos que quiere decir eso de que Granada sea "la ciudad de las tapas": con la comida de la recepción saliéndosenos por las orejas, nos plantificaron dos platos de ensalada de pasta que para qué... la maruja que vive en mi interior lamentó profundamente no disponer de un tupperware o similar para aviarse la comida en casa durante dos o tres días, no os digo más. Y si, como era el caso, no vais a poder hacer los honores al regalo por falta de espacio material en el estómago, preparaos: ni mi abuela echaba esas broncas cuando te dejabas comida en la mesa. Vaya, ahora que me acuerdo... creo que fue a lo largo de ese café cuando empezó la sesión de musiquillas de series antiguas de televisión que provocó que una cierta fama de friki musicalera me haya acompañado toda la semana; pero es que ¿quién no sabe la sintonía de "Dallas"?

El miércoles ya empezaba el congreso propiamente dicho. Fue el primero de los dos días que me tocó madrugar... tenía que estar en la inauguración del evento por noséquétontería de protocolo. En fin, pues si hay que estar a las nueve en el Palacio de Congresos, se está. Lo bueno es que aparecieron más amigos aún (no voy a olvidar a Merxe, a Asun y a Sergio que llegaron esa mañana... ) y que a eso de las diez vi la oportunidad de escaquearme para poder pegarme un bañito en la piscina. Eso sí, iba tan emocionada que nada más tirarme a la piscina, lo primero que me encontré, al abrir los ojos bajo el agua, fue al robot limpiafondos... No, no os lo preguntéis: sí, sí había agua :-P Después del chapuzón, a la faena otra vez. Había que empezar a planificar la asamblea de AENUI y, sobre todo, la ronda turística de cervezas y tapas de la noche. La suerte es que casi todos mis compañeros ya habían estado antes en Granada y me lo pusieron fácil, llevándome por la calle Elvira casi en volanditas. Pagas cervezas y negocias tapas. Bebes cerveza y comes tapas. Y te mueves de sitio en sitio para ir dejando hueco en el estómago. Y repites el proceso. Por el camino, incidentalmente, puedes aprovechar para intentar rescatar, a golpe de SMS, a un par de coleguillas que se han quedado con gente seria y trabajadora... es lo que tiene ser del comité de programa (lo siento, Alberto, servidora intentó convocarte a una reunión urgente de la junta y no te dejaste ;-)). Y, ya puestos, nunca está de más recordar la teoría del éxito de Juanjo con las camareras rubias. Pero sólo con las rubias, tal y como se demostró empíricamente en la tetería en la que acabamos el recorrido. En fin, buena noche, divertida y con Júpiter por ahí rondándonos cuando desembocamos en la Plaza Nueva rumbo al hotel, a pillar fuerzas para otro día de trabajo.

Jueves, y segundo día de madrugón: me tocaba moderar una sesión ¡a las nueve de la mañana! :-) En fin, no me puedo quejar, porque salió de cine (es muy de agradecer que la gente sea encantadora y que acuda puntualmente, como fue el caso :-)). Y luego había varias sesiones interesantísimas, así que aproveché bien el coffee-break para pertrecharme de pastitas (¡qué buenas estaban!) y beber varios litros de zumo (¿resaca yo? ¡tururú! es que estaban de miedo :-D). Sólo tuve un momento de mosqueo en la mesa redonda sobre el mercado laboral para los titulados informáticos, cuando me enfadé un poco por lo japis que viven todavía algunos... afortunadamente, un chaval de la organización (que en teoría estaba de apoyo, ofreciendo un micro a quien quisiera intervenir) se hartó de oír ciertas tonterías y contó su propia experiencia. El aplauso fue para él, de corazón. Bueno, y luego sí que tocó currarse la asamblea. Existe una cierta tradición no escrita que parece condenar a los socios de AENUI a elegir entre ir a la asamblea anual o ducharse antes de la cena de gala del congreso... Yo no sé cómo salen las asambleas, pero os puedo jurar que estoy adquiriendo una habilidad para organizar temas, hacer informes rápidos y moderar y conseguir que todo finalice en tres cuartos de hora (quedando, además, la gente contenta) que me está empezando a preocupar. O igual es que el taller sobre la gestión eficaz del tiempo dio sus frutos tempranos... No sé, pero una servidora estaba en la ducha a la hora que tocaba y se pudo presentar presentable a la cena. Eso sí, mis amigos de Barcelona me han jurado que en la edición del año que viene la asamblea estará en otro horario menos dañino y que me mimarán (¿más? ;-))

La cena fue en el Carmen de los Chapiteles, pegadito a la Alhambra y con unas vistas increíbles al Albaicín. Esa noche noté por primera vez que los atardeceres en Granada son especiales. Granada es roja, como la piedra de la Alhambra y cuando se pone el Sol te das cuenta de ello. El cielo pasó de un azul intenso a una hermosa mezcla de naranja y violeta... todo eso contemplado desde un patio que era un regalo, lleno de fuentes... Por la noche el cielo estaba como hacía tiempo que no lo veía. En un momento dado, Joe y yo no aguantamos más. Nos levantamos de la mesa y nos dedicamos a frikear un ratito, colocando estrellas y planetas. Había una conjunción entre Saturno y Marte justo frente a nuestra mesa (por eso nos levantamos), por el este seguía Júpiter dando buen rollito y a Arturo, Vega, Altair y las otras estrellas más reconocibles, tuve que añadir la colección de estrellas que hacía tiempo que no veía más que en fotografía... bien por el cielo de Granada y el regalo que nos hizo.

La sobremesa ya no fue tan estrellada. O sí :-) Le debía unas cervecillas a Fermín y había que dedicarse a planear la parte festera de las JENUI de Barcelona, el próximo año. Y descubrir que Jordi dispone de piscina y grifo de cerveza en su casa fue un momento importante a la hora de planificar estrategias de trabajo; cuartel general ya hay, por lo menos :-D Y debimos de trabajar mucho y mucho tiempo que, de repente, tuvimos que levantarnos ante la insistencia de los dueños del local por recoger la mesa y las sillas para barrer y poder cerrar. Al irme robé una carta de tapas, cervezas y chupitos, pero fue por una buena causa: siguiendo una tradición no escrita, Fermín y sus ojeras tenían que presentar su ponencia a las nueve de la mañana. Yo no iba a estar, pero sabiendo que a Fermín le gusta añadir elementos exóticos en sus presentaciones, le ofrecí la carta para tal menester. Sabía que le sacaría tanto partido como al boli con lucecitas de Madrid.

Viernes. Y no tenía que presentarme en ningún sitio a las nueve. Y me había acostado a las cuatro. Entré en el comedor a las nueve y media a desayunar y no había nadie. Jo, me entró un complejo de traidora, desleal, juerguista, poco cumplidora... hasta que veo que David llega cuando yo estaba empezando a atacar a las tostadas... y al rato, Carlos. ¡Anda, si ese es Alberto! Y ahora dos mozas de la UPC. Vaya, que no estaba yendo a desayunar más tarde que los demás ¡¡estaba madrugando más que ellos!! En fin, con la cabeza alta de nuevo, me fui con Alberto y Carlos para el Palacio de Congresos... No he querido mencionarlo hasta ahora por no hacer propaganda a cierto partido político que celebraba su asamblea a partir del viernes en Granada, pero ese día ya fue imposible ignorarlo. Estuvieron el miércoles y el jueves molestándonos con los preparativos del magno acontecimiento, pero el viernes ya fue una invasión masiva de congresistas, periodistas y fuerzas de seguridad... Control para entrar, y esfuerzos para no tropezar con tanta humanidad fumadora en la parte externa del edificio. Cuando conseguimos entrar me enteré de que efectivamente Fermín había usado mi regalito en la ponencia :-), tuve la suerte de poder pillar una sesión entera y luego la mesa redonda sobre la reforma. Y la clausura.

Es algo agridulce. La comida del viernes era la última. Por un lado dices, bien, qué bien ha salido todo, pero por otro la morriña se va metiendo con los entrantes y te acompaña hasta los postres. Bueno, el año que viene más. Y te consuelas mientras empiezas a repartir besos y abrazos. Aún encima, como había una excursión a la Alhambra, la gente se empezó a mover de repente y muy rápido. Cuando los que iban a la excursión se hubieron ido, quedamos un grupito de desharrapaillos tomando café y despidiéndonos más despacio. Yo, la verdad, estaba pensando en la tarde que me esperaba al lado de la piscina, esperando a que mis compañeros de Castellón volvieran de la excursión antes de irnos a pillar el tren todos juntos. Me volví al hotel con Guti y otro buen hombre de cuyo nombre supongo que me acordaré el año que viene. Y empecé con la operación okupa porque yo, en teoría, ya no era clienta del hotel :-) Así que entre utilizar recepción como almacén de mis maletas y los servicios de la piscina como vestuario, debí de dejarlos contentos. Pero el caso era apalancarse en una tumbona, reposar y luego bañarse. Y sí que reposé. Y me acabé el libro que tenía pendiente. Hasta pasé de Guti cuando bajó a las piscina y ni nos vimos y eso que teníamos las tumbonas al lado. En fin, con un chapuzón se despejó el sueñito :-) Luego ya volvieron los excursionistas. Una última cerveza de despedida y a pedir taxis para salir pitando, que el tren salía a las 21:45. Eso estuvo bien: nuestra salida del hotel coincidió con la entrada de una excursión de adolescentes alemanes en viaje de algo... en recepción quedaban entretenidísimos cuando nos fuímos :-D

En la estación, dos "fotos" mentales. La primera, reconocer a una pareja que volvía a Castellón... y que ya habían viajado conmigo el lunes. Y la segunda, cuando bajé del tren, en busca de los aseos (la estación estaba en obras), justo antes de salir. Granada me tenía reservada una última puesta de Sol. Hubiera podido perder el tren babeando con la luz que caía sobre una sierra impresionantemente roja, recortada a fuego en un cielo azul. Una bonita imagen para poner fin a una bonita semana. Me hizo descubrir, por fin, por qué lloraba Boabdil.

[A|J]ENUI


Sí, ya sé que dije que iba a hablar de mi familia valenciana. Pero me vais a perdonar si abro un paréntesis; llevo unos días sin pasar por aquí porque he estado en Granada. Oficialmente, trabajando. Pero, realmente, estaba con mis amigos.

Igual si empiezo por el principio se me entiende mejor. El caso es que allá por el año 1995 me enteré de que existía un congreso, las JENUI (Jornadas sobre la ENseñanza Universitaria de la Informática), sobre docencia de informática y que se iba a celebrar en Sitges y que el tema estrella de ese año era la realización del Proyecto Final de Carrera. Por aquel entonces yo era responsable de la titulación de informática en mi universidad y faltaba nada para que acabara la primera promoción y... yo no sabía muy bien como se iban a implementar los proyectos; sólo sabía que no me gustaba lo que había sufrido yo en mis carnes ni lo que había visto en la universidad de la que procedía. Así que me fui a Sitges a ver si pillaba ideas.

Ideas, no pillé muchas pero me encontré con mucha gente con la que hablar; lo más importante: me encontré con mucha gente con la que hablar sobre muchos temas que me interesaban y que, en ocasiones, había llegado a pensar que sólo me interesaban a mí. Pero acabaron las JENUI y en los años siguientes no pude volver: se amontonaron una tesis, una hija y una oposición. ¡Ah! y un plan de estudios nuevos y su puesta en marcha.

Lo de mi niña fue un milagro, lo de la tesis también (acabarla, quiero decir... ). Lo de la oposición y preparar el proyecto docente fue, más bien, una comedura de tarro. Empecé a pensar en todo lo que me gustaba y en todo lo que no me gustaba de mi trabajo. Empecé a pensar en cómo se organizan las cosas en la docencia de la informática, en todos los palos de ciego que damos por falta de experiencia, en todos los palos que nos dan por no ser una titulación tan consolidada y con el prestigio social que tienen otras ingenierías... Eso lo volqué en mi proyecto docente y había una parte que quería dar a conocer. Y recordé las JENUI.

Era 2002 y las JENUI se celebraban en Cáceres. En mi vida una paliza de autobús tan grande (de Castellón a Madrid, de Madrid a Cáceres... ida y vuelta en tres días) me supo tan bien. Empecé a conocer a gente con la que tenía la sensación de haber compartido toda una vida: Joe, Joaquín, Ferrán, Julia, Alberto, Juanjo, Pepa, Labra, Rosalía, Edmundo, Cristóbal, Jesús... me reencontré con Miguel, al que conocía del entorno de la tesis, completamente diferente, y fue una sorpresa estupenda. Me sentí como si hubiera encontrado un rincón agradable; estaba a gusto en él y me acogían con gusto en él. Me asocié a AENUI (Asociación de ENseñantes Universitarios de Informática), y empezaron a pasar cosas.

Cosas como que por fin tenía con quien discutir sobre docencia, con quien intercambiar ideas, de quien aprender truquillos y experimentar con cosillas que otros habían probado en sus clases y "le funcionaban"... Cosas como que, por fin, encontraba a profesores preocupados por la docencia... en este entorno de locos que es a veces la docencia universitaria demasiado a menudo se consagran los esfuerzos a la investigación y se da de lado a la que sigo diciendo que es la tarea más reconfortante que conozco y la que me hace sentirme útil: pasar el relevo a los que vienen detrás, intentar ayudarles a organizar su parcela de conocimientos y ver como les medra y me adelantan por la izquierda poniendo la directa... y lo que es más de agradecer, que luego vuelven y me cuentan qué han aprendido.

Desde 2002, sólo he faltado a las jornadas de Cádiz y no fue por gusto. Desde aquellas, no me he perdido ni una. Y en cada nueva edición gano amigos. A aquellos que conocí en Cáceres, se fueron uniendo Ray, Faraón, Rosana, Patricia, Fermín, Pau, María Jesús, Marián, Guti, Albizu, Ricardo, Pedro, Alberto, Josuka, Inés, Javier, Edurne, Antoni, Carlos, Sergio, David, Juan Ramón... Este año conocí a Carmen, a Jordi, al chico vasco de apellidos gallegos (¡jo! qué desastre soy :-))... y a muchos más, claro.

Algo ocurre en las JENUI, debe ser de los pocos congresos a los que vamos con ganas de currar y... es muy posible que curremos, pero yo, por lo menos, vuelvo con la sensación de haber estado tres días con amigos, pasándolo bien. Y es que me lo he pasado bien, claro. Ahora mismo os lo cuento. Pero dejad que el mérito sea para mis amigos de AENUI y de las JENUI y dejadme que publicite un poco el trabajo que hacen (que hacemos). Lo merecen. Y el año que viene toca Barcelona.

Y dejadme tener un último recuerdo para mi amigo Santiago. Ya no volverá a las JENUI, pero no habrá forma de que se vaya de ellas.

martes, 1 de julio de 2008

La familia te la da Dios, los amigos...


Por la calle Calamocha no se pasaba, a la calle Calamocha se iba. Por lo menos, en la época en que yo vivía allí, en casa de mis tíos; había una fábrica de no sé qué (he procurado olvidarlo, que bastante nos ensuciaba el barrio) que la cortaba. El edificio en el que vivían mis tíos era justo el último de la calle, pegado a su muro.

Sí, a la calle Calamocha había que ir a propósito y por eso me fijé. Yo estaba en primero de Informática, y conocía a poca gente de clase. A él sólo lo conocía de vista; y de que era ya la tercera vez que repetíamos juntos, pero por separado, la misma maniobra: bajar del autobús de la línea 90, cruzar Pérez Galdós, bajar por Jesús hasta la calle Calamocha y girar a la derecha. Él paraba cinco fincas antes, yo seguía hasta el final de la calle. Pero ese día no me pude resistir y mientras él esperaba a que contestaran a su llamada y le abrieran el portal, yo me giré y le dije: "No es que te persiga, eh, es que vivo en el número 16..." Y empezamos los dos a reírnos tan a gusto de la tontería.

Era un tío realmente extrovertido, muy agradable y siempre con una broma a punto (aunque eso es algo que se podría decir de todos los de su familia). Tenía una cara bastante aniñada, como de nerdy picarón y lo que menos te esperabas cuando empezaba a hablar era el vozarrón que tenía: una voz profunda, de barítono, muy bien modulada. Podría haber tenido futuro haciéndole la competencia a Constantino Romero.

Cómo llegué a entrar en su casa y hacerme amiga de toda la familia es algo que no os podré contar, porque no lo recuerdo. Fue poco a poco, despacito y sin pausa. Sí recuerdo que parte de la culpa fue de sus almuerzos: se llevaba unos bocadillos que estaban de muerte. El pobre ofrecía y yo... no es que metiera algún bocado que otro, no ¡es que le metía cada viaje a sus bocatas, que él casi no almorzaba! Recuerdo un día que apareció con uno como nunca había probado antes (¡ni después, lo juro!). Era una especialidad de su madre, una especie de pisto de tomate y pimiento, con atún y cebollitas... ¡Ay! ¡... qué bocadillo! Supongo que ese día batí mi propia marca, porque la siguiente vez que apareció con un bocadillo de ese tipo, sacó dos de la mochila y uno era para mí: "Toma, dice mi madre que le encanta que te encanten sus bocadillos ¡y qué aproveche!" ¡Qué vergüenza! ¡y qué bueno, diantres!

Un día me sorprendió hablándome de su mujer y de su hijo. Yo no le hice mucho caso, asumiendo que hablaba de su novia y algún hermano o primo pequeño... al fin y al cabo, tenía dieciocho años. Pues no. Estaba casado y tenía un hijo de tres años. De eso me enteré cuando me ofreció que me uniera al gracioso grupo familiar matutino: su padre les acercaba en coche a la facultad por las mañanas a él y a su hermana, que estudiaba Empresariales. Primero la dejaba a ella en Blasco Ibáñez y luego nos acercaba a nosotros al Poli, antes de seguir hacia su trabajo. Quedábamos a las siete y media cada mañana. Yo bajaba y allí estaba el buen hombre ya en el coche. Tenía asumido que sus hijos tardarían, al menos, diez minutos en bajar. Yo subía al coche y empezábamos a charlar.

Un día, en una de esas charlas que manteníamos mientras nos sacudíamos las legañas esperando a sus hijos -que siempre acababan preguntándonos de qué diantres hablábamos tanto rato y tan entusiasmados-, habló del niño y me quedé a cuadros. La historia era tan simple como que la novia de mi compañero se había quedado embarazada a los catorce años. Él tenía quince. Se casaron, aunque continuaron viviendo cada cual en casa de sus respectivos padres. A mí me parecía una historia alucinante (ya ves tú, qué tendrá de alucinante el embarazo de una adolescente). Ahora que lo pienso, a éste le encantaba bromear, imaginando historias sobre cuando se fueran de marcha juntos, él con treinta y su hijo con quince, e hicieran competiciones para ver quién ligaba más.

Cada día estaba más a gusto con aquella familia. Tanto sus padres como sus abuelos como sus hermanos, eran encantadores y me recibieron con los brazos abiertos. También su mujer y su hijo se hicieron amigos míos enseguida, aunque los veía menos, al vivir en otra casa. Yo me sentía como una más de ellos. ¡Je!, menuda se montó el primer día que me invitaron a comer. Cuando estaba disfrutando como una loca con la ensalada (¿he dicho ya lo bien que cocinaba su madre?) me encontré un gusano verde, casi tan gordo como mi dedo meñique, disputándome los honores con la lechuga. Vamos, que la estaba comiendo más aprisa que yo. No reaccioné lo suficientemente rápido y mi compañero se dio cuenta de lo que ocurría. Empezó a reírse como un loco mientras le decía a su madre que me había encontrado la carne del segundo plato en el primero. El ataque de risa fue general y gracias a ello pude disimular que estaba muerta de vergüenza.

Fue un lujo compartir con ellos ese primer curso de Informática. Sobre todo muy reconfortante, y creo que me ayudó mucho a centrarme y a sacar bien ese primer año (bueno, el batacazo que me había pegado en Industriales el año anterior, supongo que también ayudó). Tengo grabada la última comida juntos, antes de volver a casa de mi madre por las vacaciones de verano. Estábamos los abuelos, los padres, sus dos hermanos, él y yo. Comimos tan alegres y al final de la comida me enteré de que su padre había tenido unos resultados raros en un análisis y que tenía que hacerse más pruebas. No tenía ni idea de la que se venía encima cuando me despedí de ellos.

Al volver del verano, había dos noticias. Mi compañero iba a tener otro hijo y su padre tenía una especie de tumor en los pulmones... por lo que entendí, su timo no se había atrofiado tras la adolescencia y había que extirparlo.

Con ese pronóstico empezamos el curso, y lo empezamos mal. Un día descubrí una faceta de mi compañero que no hubiera querido descubrir, su afición al juego. En la Escuela se jugaban partidas de póker; y se jugaba con dinero y apostando fuerte. Cuando me enteré de toda la movida, debía ya unas setenta mil pesetas de 1984. Un dinero, os lo juro. Por desgracia, no supe ayudarle, siguió jugando y yo acabé distanciándome de él, del puro enfado de verle jugar cuando, además, le estaban haciendo unas trampas tan exageradas que hasta yo las veía. En estas, además, dejó los estudios y empezó a trabajar... estaba ya realmente poco motivado con la carrera, y supongo que le preocupaba más el intentar tener una casa propia con su mujer y su hijo, antes de que naciera el que habían encargado en verano.

Yo le eché de menos en clase y empecé a verle ya muy de tarde en tarde. Pero ya no necesitaba usarle de excusa para aparecer por su casa, ya era parte de la familia. Esta entrada va sobre mi compañero. Pero creo que seguiré, que escribiré algo sobre cada uno de ellos... mi familia adoptiva de Valencia.