martes, 31 de julio de 2007

Perseidas



Se puso las sandalias a oscuras y a oscuras salió hacia la planta baja, aunque en la escalera le tocó tantear cada escalón con el pie. No podía despertar a sus tíos y a sus primos. No podía encender la luz, no podía hacer ruido. El juego de imaginarse como una heroína-espía escapando del cuartel general de los malos, que maquinaban mil planes terribles entre los muros de aquella mansión, se unía a la excitación propia de tener una cita a aquellas horas.

Seguramente estaban locos. "... Entonces ¿quedamos a la una en el castaño de atrás?". "Sí, y de paso cogeremos unos peladillos para tener algo que comer mientras esperamos". Los famosos peladillos. Cogieron todos los que cabían en la cazadora vaquera, que sirvió de bolsa improvisada, y se fueron al prado de atrás. Había oído muchas veces que acabaría convirtiéndose en un campo de tenis, pero la verdad es que era el aparcadero de reserva para los días de visitas numerosas. Y, seguramente, nunca sería otra cosa. Extendieron la manta y se tumbaron a ver caer las estrellas. Por una vez todo parecía perfecto: no hacía frío, no había nubes, apenas había luna y podían estar el uno junto al otro, cogidos de la mano. No querían, o no sabían, ir mucho más allá de aquella caricia y algún que otro beso. O, seguramente, es que no se atrevían.

No se oía apenas otro ruido que los murmullos propios del bosque vecino. El cielo se veía como un manto negro. Quizás se adivinaba algo de bruma, muy tenue, si se miraba hacia la ría, donde comenzaban las luces del puerto. Pero no afectaba al espectáculo en absoluto y se podían contemplar las estrellas casi como en un atlas. Bueno, no. Faltaban las líneas. Ninguno de los dos entendía bien como habían conseguido dibujarlas y coincidían en que no las podían ver nunca como aquello que decían que era.

Comenzó la lluvia de estrellas. Ella se sentía muy torpe. Confundía sus movimientos de cabeza con movimientos de estrellas y no atinaba con las estrellas fugaces de verdad. Por lo menos, al principio. Después aprendió a relajarse, a abrir los ojos y a mirar el cielo. Y pudo ver aquellos veloces destellos y sentir qué rápido podía pasar todo de repente. Esa noche empezó a intuir la importancia de aprender a abrir los ojos y disfrutar de aquel breve instante entre el primer brillo y la desaparición de la estrella.

Aunque eso lo aprendió después mil y una veces. En un par de años, una peste arrasó con el árbol de los peladillos, de aquellos peladillos que no comieron. Ya al año siguiente apenas dio fruto, pero ella no lo advirtió. Y es que él ya no estaba para hacérselo notar. Ahora formaba parte de aquellos destellos, el más fugaz y brillante de todos ellos...


Este año coinciden con la luna nueva, y eso es bueno. Puede que no sea la única cosa nueva. Espero que también sea bueno.

Como mezclar un estoyMintiendo con un laVidaMisma :-)

sábado, 28 de julio de 2007

Reír

Se les olvidó declarar que todo ser humano tiene derecho a reír.



Y no es tan mala idea, morir de risa.
Riamos.

miércoles, 25 de julio de 2007

Cruzar





Y ojalá que sí, que en esta orilla todo encaje bien y se cure la nostalgia de lo que ya no va a ser...

domingo, 22 de julio de 2007

Una caja de herramientas

Hay que difundirlo. ¡Pásalo!



Lo encontré gracias a JAM y a su blog del futuro del libro. ¡Gracias!

¿Sabes... ?


Tú no te acordarás. Tenías unos tres años y medio.

Era finales de Junio, creo. En cualquier caso, hacía ya calor y todas las ventanas de la casa estaban abiertas en un intento de provocar a las corrientes de aire. Era una noche de lo más normal: yo había vuelto a casa sobre las ocho y habíamos cenado. Aún fumaba y, después de recoger la mesa, me quedé un ratito en la ventana de la cocina fumando un pitillo.

Por el patio de luces subían rumores de conversaciones ajenas, pero extrañamente familiares, que se mezclaban con ruidos de cacharros en el fregadero. Se habían apagado los olores a fritangada propios de la hora de la cena. Y sí, corría algo de airecillo y yo estaba muy bien y muy tranquila en aquella ventana.

Y no sé qué pasó, pero lo siguiente que recuerdo es que estábamos los tres jugando con un globo en la cocina. Aquella cocina diminuta en la que apenas cabíamos de normal, y nosotros jugando con el globo a aquella extraña mezcla entre fútbol, voleibol y baloncesto.

Empezamos a reírnos, ¡dios, cómo nos reímos!. Empezamos despacio, cada vez que alguien fallaba un intento de pillar el globo y elevarlo, con carcajadas medio torpes, medio forzadas, que salían tímidas. Pero empezaron a desbordarnos y llegó un momento en que lo de menos era el globo... lo importante era reír, reír hasta que se rompieran las costillas, hasta que se descolgara la mandíbula... En un momento dado caímos los tres por el suelo abrazados, riéndonos, rompiéndonos, besándonos, riéndonos, con lágrimas de tanta risa. Yo creía que los vecinos vendrían a reñirnos y todo, pero seguía riendo, riendo y abrazandoos y el mundo podría haber acabado en aquel momento...

Estoy segura de que no lo recordarás. Pero confío en que sea uno de esos recuerdos que llevamos inconscientemente en nuestra cabeza, una de esas cosas bonitas e importantes que nos dejan el ánimo marcado para toda la vida. Y que ese recuerdo, aunque no sea consciente, te acompañe y te ayude. Que un día caímos los tres abrazados, rodando por el suelo sin poder parar de reír.

Puede que hasta te ayude a comprender por qué lloro al recordar aquellas risas, como me pasó hoy en el coche cuando íbamos a la playa.

miércoles, 18 de julio de 2007

En las nubes...


Os vais a reír, pero tengo que escribir sobre aquella nube.

Estaba agotada, llevábamos todo el día de congreso. Llevaba, además, todo el día con la cabeza partida en dos trozos igual de estresantes: una mitad diciéndome todas las cosas que debo redecorar en mi vida, mientras la otra se ponía histérica por momentos, pensando en la asamblea que tenía que presidir. Así me fue en la asamblea, la reina del despiste... ¡Qué mal lleva mi pobre neurona lo del proceso en background!

Pero, fuera como fuese, la asamblea acabó, sobrevivimos a la experiencia, nos echamos unas risas y subimos al autobús. Nos llevaban de excursión a todos los profes del colegio. Al verme sentada, con un par de asientos a mi disposición, para mí sola, solita... fui consciente de lo cansada que estaba. Me descalcé, me abracé las piernas para hacerme un huevito, suspiré y cerré los ojos. Cuando los abrí ya estábamos saliendo de la ciudad, cogiendo la carretera que nos tenía que llevar hacia el pueblo que íbamos a visitar. Me estaba fijando en los contrastes de colores que mostraba la plana que atravesábamos -el amarillo de los rastrojos, el verde de los pinos y el rojo de la tierra-, cuando miré al cielo.

¡Qué tontería! Iba a describirla como tan perfecta que parecía de mentira. Bueno, igual no es ninguna tontería. Lo bello no tiene por que ser perfecto, lo natural suele ser imperfecto (lo que, por supuesto, no tiene que convertirlo en bello, pero ayuda... ). Y aquella nube era tal y como todos hubiéramos dibujado una nube en un dibujo escolar. O tal y como la hubiéramos modelado con algodón para colocarla en el cielo de algún Nacimiento. Con una base larga y amplia, otra capa algo más pequeña encima y una última capa coronándola como toca: con un redondelillo que coronaba perfectamente el perfil triangular. Todas sus esquinas estaban perfectamente redondeadas y eran suaves y tenían las sombras perfectamente dibujadas.

Me quedé un buen rato mirándola. Todo el que me permitió la panorámica de mi ventana antes de que las vértebras del cuello empezaran a recordarme que vivían allí y que no era buena idea retorcerlas mucho más allá de su ángulo natural.

Cuando la perdí de vista, no pude descolgarme del cielo. La visibilidad era perfecta, la luz del crepúsculo que empezaba a adivinarse me estaba regalando un tono azul que no creía haberme ganado.

Y mirando al cielo, mirando al cielo... así vi al águila y pude seguirla con la vista y la imaginación un buen rato.

Y mirando al cielo, mirando al cielo... así me pude regalar con la Luna creciendo y Venus brillando, una vez acabó la visita al pueblo y volvíamos al hotel.

Quizás por ese regalo mereció la pena toda la excursión. La excursión que me llevó de una nube a un águila, de un águila a la Luna, de la Luna a Venus. Cuando me veáis despistada, no me digáis nada. Igual estoy en las nubes...

lunes, 16 de julio de 2007

Tráfico


A veces, meterse en una conversación ajena es tan difícil como intentar cruzar a pie una autopista de varios carriles.

Estás en la orilla, viendo pasar las letras y las palabras, incluso las que no se dicen, como una exhalación, con la ropa y los ánimos revueltos del aire que mueven al pasar. Y estás ahí, parada, casi sin respirar, con cara de susto. Intentando meter baza y cruzar, como si te fuera la vida en ello.

Quieres cruzar, pero al final tu buen sentido te obliga y se impone. Relajas el gesto, dejas atrás la crispación. Descubres que puedes respirar, dejar de contener el aliento, dejar de jadear... sólo esperas. ¿Es de cobardes? ¿es de sensatos? ¿o es de locos?

sábado, 14 de julio de 2007

Confiar

A veces, los verbos juegan a los disfraces y para ello utilizan apellidos.
A confiar le pones el apellido transitivo y obtienes un bonito traje: "Te confío mi caracola". Pero con el apellido intransitivo aún me gusta más: "Confío en ti".

Cuando me he levantado estaba algo nublado.
Como si el cielo dejara de ser azul por eso.

Aún tienes cosas que enseñarme.
Quiero confiar en mí tanto como confío en ti.

martes, 10 de julio de 2007

Guapos (...por el poder de Grayskull)


Afoto by: merxe :-)


Estoy orgullosa de vosotros :-)
...Y, ¡ánimo!, ya se empieza a ver la luz al final del túnel.

domingo, 8 de julio de 2007

Luz





Doctor Divago


Hace algún tiempo, en la sección de mp3 de Maneras de Vivir, me encontré con Los Tontos Buenos Tiempos. Ni conocía la canción, ni conocía al grupo. Pero me enganchó.

Luego, un amigo me pasó más canciones. Le gustaba especialmente esta,



(Ya puestos a dar el toque friki: el vídeo se hizo con Blender y es una creación de Dr. Mongole (Jorge Blanco)).

Hoy me he pasado por el blog de Doctor Divago. Tienen dos canciones nuevas que regalarnos. Y ya estáis tardando en pasar por allí para pillarlas.

También puede ser una buena idea pasarse por la página web de Doctor Divago; así tendréis la oportunidad de comprar Revuelta Elemental. Manolo (Bertrán) no sale muy guapo en la portada :-P pero son sólo 10 euros (más gastos de envío) y de verdad que bien invertidos (y así, entre nosotros, el envío es artesanal y lo hace Manolo con sus propias manitas... el sobre puede guardarse como reliquia autografiada).

Y no, no llevo comisión. Es que se lo merecen, me caen bien y me da la gana ;-)

sábado, 7 de julio de 2007

¿Cuánto vale una firma?



A veces es un rollo: estás ahí en la mesa, la gente te mira con cara de "y esta ¿qué quiere ahora?", lo mismo hace un viento que desmonta toda la paraeta que hace un calor que hay quien lo aguante, total para recoger ¿cien firmas?, eso si hay suerte... que a ver qué conseguimos con ellas...


A veces es un rollo: vas por la calle tan tranquila y te asaltan estos visionarios con su "una firma para... ", haciéndote perder el tiempo, como si una firma mía sirviera para algo... ya podían dedicarse a algo útil...





Gracias a Llámame Lola

jueves, 5 de julio de 2007

Palabras reservadas


Le apartó el flequillo, le dio un beso leve en los ojos cerrados, dejó que le abrazara y se quedó allí quieta. Sabía que había vuelto a esquivar la pregunta y reprimió una sonrisa de niña traviesa. Claro que también sabía que volvería a preguntarle, ¡vaya si volvería a preguntarle! Cuando se empecinaba en una respuesta, siempre acababa obteniéndola.

Pero no iba a ser hoy. No, hoy quería disfrutar de aquel abrazo, de la luz que se colaba por la persiana entreabierta y de la ilusión de brisa que parecía entrar por la ventana... Además, para poder responderle tendría que saber qué pasó y cómo. Una cosa era saber en qué momento lo que parecía una locura, un pensamiento necio, se había colado en su cabeza aprovechando la hora de la siesta y se había convertido en una certeza. En qué momento esa certeza cobró vida propia. Y, sobre todo, en qué momento esa certeza amenazó con convertirse en un vacío, una ausencia imposible de soportar, y reunió el valor necesario para reconocerlo (¿cómo era? Ja he trobat el valor, no em fa por ser covard...)

¿Cómo se puede justificar lo que sientes? ¿Enumerando las mil cosas con las que conseguía que se sintiera tan cómoda, tan segura? ¿O las mil ideas que le cruzaban por la cabeza y que la dejaban fascinada? ¿O las mil preguntas que podía enunciar o responder? Por no hablar de las mil veces que le sorprendió su generosidad o de las mil veces que quiso llorar al ver como añoraba aquello que había sido... o al ver como añoraba aquello que nunca iba a ser...

¿Por qué? Por decir cosas al hablar. Por ser leal y tierno. Por respetar lo que sienten los demás. Por saber hacer reír. Por ser honesto. Por no mentir. Por preguntón. Y porque si no pudiera confiar en él, no podría confiar en nadie...

"¿Por qué me quieres?"

Se lo preguntaba y, cada vez que lo hacía, su cuerpo entero le pedía que respondiera ¿...y cómo podría evitarlo? Pero no llegaba a decírselo, porque no le valdría como respuesta.

No sabía si conseguiría nunca reunir las palabras. Ella no necesitaba esas palabras, igual que no necesitaba pensar más allá de ese momento. O igual es que no creía en las palabras, como no creía que hubiera un futuro más allá de ese momento. Sólo quería estar allí y sólo creía en aquel ahora... con aquel beso leve, aquel abrazo, aquella media luz y aquella brisa tímida. ¿Quién necesitaba palabras? Bueno, si era él quien las pedía... las encontraría.

domingo, 1 de julio de 2007

Cronometraje


Alguien había sido generoso al llamarle avenida. En cualquier caso, al salir de la rotonda y enfilarla aparece el primer semáforo en rojo. El primer semáforo en rojo de ocho.

El primer semáforo en rojo que, hoy, le hizo caer en la cuenta de lo subjetivo que es el paso del tiempo.

El tiempo, que puede medirse en secuencias de semáforos en rojo y hacerse tan rápido... O tan lento, cuando vas en el coche equivocado que, sin embargo, es el correcto.