viernes, 29 de agosto de 2008

Allora... se fosse carne da fotolog?

Pues sería algo así:





¡¡Sigo en terapia!! La la la... ;-)






Una última copa



"No te vayas aún, vamos a pedir otra copa. No quiero volver ya a casa. No recuerdo tu nombre... tampoco recuerdo el mío, ni siquiera sé si volveré a utilizar un nombre... estoy harta de palabras. No, no necesito saber cómo te llamas, ni necesito saber cómo me llamo... tampoco necesito las palabras. Lo que necesito es que me vuelvas a coger la mano y después, quizás, que me beses... pero ahora sólo necesito tu mano apretando la mía, mientras callo todo lo que intento olvidar y mientras olvido todo lo que tenía pensado callar. ¿Raro? No, no es raro, casi todas las relaciones se basan en los silencios, cuando estos te lo dicen todo. O cuando lo que callas dice más que lo que dices. O cuando expresa lo que piensas a pesar de lo que dices. Y las relaciones se joden cuando empiezan a basarse en lo que dices, a pesar de lo que piensas... o a guiarse por lo que dices, a pesar de lo que sientes... Sí, seguramente tienes razón y es una tontería... no olvides que estoy borracha. Pero borracha he aprendido que no sé manejar mis sentimientos. Que no sé ordenarlos, como no sé ordenar mis papeles. Que no quiero ordenarlos porque amor siempre va el primero en orden alfabético, pero después siempre se queda atrás y le pasan los otros por delante y acaban todos desordenados... No sé manejar mis sentimientos, nunca me han enseñado, nunca he querido aprender... y me quedo a solas con mis silencios... sin saber decir lo que siento y diciendo cosas sin sentido... O pensando cosas sin sentido...

Pero cómo vas a enterarte de lo que estoy pensando si estoy aquí callada sin hablarte... coge mi mano, abrázame, no te vayas y quédate conmigo. Por lo menos hasta que me venza esa última copa o hasta que explote en tus brazos. Mañana con la resaca te habré olvidado, no temas..."

18/03/07, 01:10



Me lo he encontrado entre los borradores. Lo escribí en marzo de 2007 y al verlo sólo he pensado en que era un curioso ejercicio de narrativa dramaticoide. Me he sonreído al leerlo y he sido rotunda al marcar el tag de estoyMintiendo. Después, he vuelto a sonreír y al levantar la vista me he fijado en lo azul que está hoy el cielo. Se está bien aquí, metida en mi vida... Gracias por ayudarme a no perdérmela.

martes, 26 de agosto de 2008

Fruncir el ceño






No estoy soñando ni delirando,
estoy frunciendo el ceño,
no es que me deslumbre al mirar al cielo.
Silbando, gritando, ladrando,
aullando a Dios.

Lástima de peso pesado
en la era de lo ultraligero,
subiendo la guardia perplejo,
recibiendo castigo sin parar...
un poco de amor no estaría mal...


Y de regalo, un EP :-)


viernes, 22 de agosto de 2008

La noche más larga


Lo que realmente tendría que haber abierto mis ojos fue el que mi prima estuviera despierta antes que yo. Era una mañana festiva, preludio del fin de semana sin llegar a ser puente; notaba voces y susurros que me llegaban sin estar consciente, entre el duermevela y el estar casi despierta, y, por fin, una luz se encendió y una voz me dijo: "Levántate, han llamado de tu casa."

Medio atontada aún por el sueño, apenas entendí algo sobre que mi padre estaba en el hospital y que nos íbamos en coche, mis tíos y yo, para Galicia. Hice la maleta en apenas un cuarto de hora (ahora que me acuerdo, mi prima me iba ayudando, dándome ideas sobre qué meter y cómo combinar la ropa) y antes de una hora ya estábamos en la carretera.

En honor a la verdad, volví a quedarme dormida. La noticia me había dejado perpleja, pero no había llegado a preocuparme todavía; no había entendido muy bien lo que me habían dicho ni por qué estaba papá en el hospital. Creo que dormí hasta llegar a Honrubia, en donde paramos a tomar un café. Aproveché para fumar un pitillo (en aquella época fumaba, y mucho) y para pedir que me repitieran más despacio las noticias que habían llegado de madrugada.

Por lo visto, había sufrido una trombosis y estaba mal, muy mal. La idea empezó a abrirse paso en mi cabeza y empezó a martillear. De repente, sentí la urgencia de estar allá y darle un abrazo. Recordé la última conversación por teléfono, casi un secreto entre ambos, ya que había cogido la costumbre de llamarme desde el trabajo y hablábamos los dos largo y tendido, aunque luego apenas sí me saludara cuando llamaba mamá desde casa el fin de semana. Además, esas llamadas tenían un punto de complicidad, él me contaba cosas que nunca me había contado antes y yo le confiaba cosas que ni loca le hubiera dicho a mamá. Teníamos que llegar ya, quería abrazarle y darle un gran beso. Quien sabe si esa iba a ser toda nuestra despedida, si íbamos a ser capaces de hablar. Un beso. Me conformaba con poder darle un beso.

Dejamos atrás Madrid, empezamos a cruzar Castilla -Castilla la Vieja, Castilla León, León sin Castilla... ¡qué risa cambiar el nombre de los sitios, ignorando a los dueños de su vida!- y empecé a subir el ritmo de los pitillos. Mi tía se giraba de vez en cuando y me echaba aquella mirada reprobatoria... Yo la ignoraba completamente; posiblemente, si me hubiera fijado, hubiera leído mejor en aquellas miradas.

Porque cuando, por fin, llegamos a Ferrol (no recuerdo absolutamente nada de las últimas horas de aquel viaje ¿volví a quedarme dormida?) paramos en casa de mi abuela y allí me enteré: mi padre había muerto el día anterior. Me habían engañado, así me sentía, y no me dijeron nada antes del viaje por protegerme. Me eché a llorar, de rabia, con mucha rabia por haberme dejado concebir ilusiones de que aún lo iba a encontrar vivo, de que iba a poder darle un abrazo... Era rabia, no dolor. Lo bueno, lo malo, era el cansacio y aquel ataque de rabia pasó pronto. Apenas cinco minutos y dejé de llorar. Y empecé a pedir por favor que me llevaran con mi madre.

Estaba en la Residencia, que era donde habían ingresado de urgencias a mi padre, donde había muerto y en donde le estaban velando. No pude decir mucho a mi madre. No lloré. Le abracé y le di muchos besos. Papá estaba amortajado, en una camilla tras un cristal. No miré mucho, no podía mirar. No he podido mirar nunca a través de esos cristales. El de mi padre fue quizá el primer cádaver que vi así. A abuelo lo velamos en casa y recuerdo que le di un beso y noté consternada que no era un beso correspondido. Nunca volví a estar tan cerca de un cadáver, nunca he vuelto a tocar otro. A papá casi ni le miré, pero es que aquel ya no era papá. Y, decididamente, necesitaba estar con alguien vivo. Y, decididamente, la que estaba allí viva y podía responder a mis besos y abrazos era mi madre.

Debían de ser las dos de la madrugada cuando llegué allí. Sobre las tres apareció mi hermano, que había estado arreglando papeles con alguno de mis tíos y estuvimos charlando sobre tonterías. Tampoco lo recuerdo. Me costaba permanecer quieta; entraba, charlaba un rato con mi madre, intentaba sustraer su mirada de aquel escaparate impúdico en el que habían colocado a mi padre, al cuerpo de mi padre. Le contaba anécdotas de aquellos tres primeros meses en la universidad, tan lejos, lo raro que lo notaba todo, y conseguía atraer su atención durante algunos instantes. Luego volvía a cerrarse, y yo la dejaba. Entonces, salía y fuera, en el exterior del hospital, nos íbamos encontrando los fumadores; casi todos hombres, compañeros de mi padre en el trabajo, o los compañeros de la coral. Las mujeres pasaban adentro, en una extraña separación de duelos. Yo saludaba a todo el mundo, agradeciéndoles que nos estuvieran acompañando. Puede que el recuerdo esté distorsionado, pero casi agradecía estar allí como de anfitriona absurda. Dentro no estaba cómoda y sólo la necesidad de estar junto a mamá me hacía entrar de vez en cuando.

De uno de esos momentos, vino el recuerdo feliz de aquella noche, al ver aparecer a una amiga de mamá de las de toda la vida. Al acercarme y saludarle, me dijo que se había enterado en el hospital, que estaba allí porque su hija acababa de tener una niña. Cuánto me consoló aquella idea, la idea de que la vida se renueva y que el hueco que dejaba mi padre pasaba a ser ocupado por una niña que venía a ocupar su propio lugar en el mundo... Era algo que tenía sentido y que me recordaba que la vida era un río y que todo debía fluir.

Se hizo la hora de tomar un desayuno desganado (¿por qué sabe tan ortopédica la comida de las cantinas de hospital?) y me fui a casa de mi hermano con mi cuñada, para ducharme. Ella había perdido a su padre hacía algunos años. Me preguntó que cómo estaba. Le respondí que me notaba rara, porque no notaba nada, en realidad. Ella se rió. "Lo sé, no te darás cuenta de lo que ha pasado hasta dentro de unos meses, cuando empieces a echar de menos su opinión, cuando te des cuenta de que nunca más va a estar ahí... "

Cuando regresamos al hospital, después de saludar a mi madre, volví al papel estúpido de anfitriona. Es curioso, cuando digo estúpido no lo hago con ánimo peyorativo: es que me sentía extraña, como actuando en una obra de teatro o haciendo algo como un autómata... hacía lo que se suponía que tenía que hacer, sin saber qué sentía en realidad. Tal y como lo recuerdo ahora, supongo que me puse a interpretar un papel. No sé dónde lo aprendí o por qué creí que aquel era el papel bueno. Por los comentarios oídos creo que, al menos, lo interpreté bien.

El entierro iba a ser a las cinco de la tarde. Mamá decidió no ir al cementerio y me fui para allá con mi hermano en el coche de la funeraria. Seguía con la misma máscara, pero se desmoronó en cuanto abrieron el nicho y empezaron a meter el ataúd en él. Comencé a llorar como si quisiera inundar el mundo; lloré todas las lágrimas que se habían acumulado detrás de quince horas de saludos, de apretar manos, de oír condolencias y de responder con agradecimientos, a veces sentidos, a veces huecos... Lloré, lloré, lloré, lloré, lloré, lloré, lloré, lloré, lloré... hasta sentir que se me iban a salir los ojos, hasta extrañarme porque no sabía de dónde salían tantas lágrimas... Lloré porque necesitaba todo aquel torrente, ncesitaba librarme de todas aquellas lágrimas, necesitaba vaciar todo aquel agua de la que apenas fui consciente en las horas anteriores, pero que se había ido apozando, como formando un pantano que tenía que vaciar para no ahogarme dentro. Lloré porque me sentía sola en medio de toda aquella gente, porque iban a poner el cemento tapando el nicho y papá quedaría allí dentro, porque no estaba mamá y no sabía a quién coger de la mano. Lloré porque no sabía que me esperaba a partir de allí, porque era mi vida la que notaba quebrada y no sabía qué iba a ser de mí, qué iba a ser de mi madre y, sobre todo, no me sentía con fuerzas para hacerme mayor de repente...

Lloré todas mis lágrimas en apenas quince minutos, con pena y con furia. Diez días después cumplí dieciocho años.

martes, 19 de agosto de 2008

Slow Motion





Este vídeo tiene unos cinco meses. Ya lo había visto, pero hoy me lo he vuelto a encontrar, por casualidad, siguiendo algún enlace perdido. Y lo he visto con otros ojos (y, por eso, os pido que disculpéis el trocito de propaganda gratuita).

Porque al verlo he caído en lo diferente que es nuestra percepción del mundo dependiendo del ritmo que llevemos; cómo la velocidad hace cambiar lo que vemos (o cómo lo vemos, que lo mismo me da). Cómo frenar el ritmo nos lleva a ver y a sentir la magia que esconde la realidad, una magia que puede pasar inadvertida cuando vamos pasados de revoluciones, acelerados por el trabajo, por nervios, por emociones o por malos sueños... Hay que parar de vez en cuando, respirar y permitirnos el lujo de disfrutar de un momento de slow motion.

Lo que me lleva a dedicar la entrada, con todo el cariño, a una persona que va muy acelerada últimamente... :-)

domingo, 17 de agosto de 2008

Gracias por los besos


"Ayer recordé aquella época en que creía que moriría sin darte siquiera un beso; me parecía algo tan triste...

Pero más tarde caí en la cuenta de que podría haber ocurrido algo mucho más horrible y mucho más triste: podría haber muerto sin haber sentido nunca la necesidad de besarte."

sábado, 16 de agosto de 2008

I will derive




At first I was afraid, what could the answer be?
It said given this position find velocity.
So I tried to work it out, but I knew that I was wrong.
I struggled; I cried, "A problem shouldn't take this long!"
I tried to think, control my nerve.
It's evident that speed's tangential to that time-position curve.
This problem would be mine if I just knew that tangent line.
But what to do? Show me a sign!

So I thought back to Calculus.
Way back to Newton and to Leibniz,
And to problems just like this.
And just like that when I had given up all hope,
I said nope, there's just one way to find that slope.
And so now I, I will derive.
Find the derivative of x position with respect to time.
It's as easy as can be, just have to take dx/dt.
I will derive, I will derive. Hey, hey!


And then I went ahead to the second part.
But as I looked at it I wasn't sure quite how to start.
It was asking for the time at which velocity
Was at a maximum, and I was thinking "Woe is me."
But then I thought, this much I know.
I've gotta find acceleration, set it equal to zero.
Now if I only knew what the function was for a.
I guess I'm gonna have to solve for it someway.

So I thought back to Calculus.
Way back to Newton and to Leibniz
....



Me lo encontré en Coudal :-D

martes, 12 de agosto de 2008

Bailar


¿Quién dijo que el pianista no puede bailar?






"Take piano: keys begin, keys end. You know there are 88 of them. Nobody can tell you any different. They are not infinite. You're infinite... And on those keys, the music that you can make... is infinite. I like that. That I can live by...

Dicen que te estás muriendo






Pero no sé si creérmelo, porque sigo soñando con que un caballero en bicicleta vendrá a rescatarme. Y porque creo que apagar tu sonrisa es más difícil que apagar el Sol soplando. Y porque quiero aprender a saltar contigo...


Sundance Kid: I wanna fight 'em!
Butch Cassidy: They'll kill us!
Sundance Kid: Maybe.
Butch Cassidy: You wanna die?!
Sundance Kid: [waving his pistol at the river far below] Do you?!
Butch Cassidy: All right. I'll jump first.
Sundance Kid: Nope.
Butch Cassidy: Then you jump first.
Sundance Kid: No, I said!
Butch Cassidy: What's the matter with you?!
Sundance: I can't swim!
Butch Cassidy: [laughing] Why, you crazy - the fall'll probably kill ya!


Dicen que te estás muriendo, como si el cáncer pudiera matar la admiración que me inspiras. Por aquí dentro aún tengo una niña de ocho años que se enamoró de tu sonrisa, de tus ojos azules. Con el tiempo me enamoré de tu trabajo, de tu seriedad y de tu discreción. Descansa en paz si te vas y gracias por todas las películas, por tantos momentos felices, intensos, divertidos, tristes, emocionantes, vibrantes...

Gracias.

lunes, 11 de agosto de 2008

De pequeña tenía TOS...




Bueno, en realidad no era yo: el que tenía TOS era el primer ordenador que me compré. ¿Bonito, eh? :-)


Esta mañana en menéame, me encontré un artículo sobre 101 anuncios de ordenadores antiguos.



Al repasarlo, he echado de menos al que fue el primero de todos ellos, el Philips P2000, con su maravilloso cartucho del UCSD Pascal y su maravilloso laberinto de menús, y más menús, hasta conseguir llegar al editor... Seis unidades para más de cuatrocientos estudiantes de primero de Informática que, en su gran mayoría, no habían tocado un ordenador en su vida. De las seis unidades, solían estar operativas cuatro, además. Un lujo, vaya; y con ese nombrecito os podéis temer que el nombre popular era pedos mil.




El caso es que con cuatro sesiones prácticas de programación en todo el curso, una servidora no tuvo bastante, aunque sí lo suficiente para que me picara el gusanillo. En verano, en mi pueblo, me apunté en una academia para hacer un cursillo. De BASIC. Coñes, qué topicazo ¿no? Teníamos un ordenador por cada pareja de alumnos y yo, además, tenía una compañera con auténtico pavor a romperse una uña con el teclado, así que disponía del ordenador prácticamente para mí solita. Y este era, un Commodore VIC 20. Una monada. Podía recitar sus POKEs de memoria. Una vez me falté con un dependiente del Corte Inglés que me miraba raro porque miraba uno en el departamento de electrónica... en una de estas me harté, empecé a teclear, se mosqueó más y para cuando se acercó, ya me había ido y le había dejado un programa que iba sacando caracteres por pantalla... y se quedó rascándose la cabeza. En fin.

De trabajo de final de cursillo, me empeñé en hacer un programa para jugar al tute. No pretendía hacer gráficos ni nada por el estilo, sólo visualizar cartas con texto y jugar. Pero casi que con crear la baraja ya se le acababa la RAM al pobre y, entonces, los profes me dieron permiso para usar el Commodore 64 que tenían para ellos.



Lo hice. Me llegó a cantar 20 y todo... aunque nunca me cantó las 40, ahora que lo pienso. Pero jugamos mucho ese bicho y yo. Como me hice coleguita de los de la academia, aprovechaba en vacaciones para pasarme por allí a hacer deberes y a trastear un poco.

Hubo más, antes de comprarme el Atari. Cuando estaba en segundo salió a la venta en España el primer PC de IBM. Recuerdo con especial cariño el bicho que se compró Paco. Bueno, y el Inves de Toni, un clon que tuvo bastante éxito; el caso es que le debo más de una asignatura a ese ordenador, a su dueño... y a su familia que me adoptaba en épocas críticas ("Buenos días, señora Milagros, que vengo a trabajar en el ordenador de Toni, ¿cómo está usted?"). Otro aparatejo del que guardo buenos recuerdos, el Amstrad CPC 6128 de Julia, que se comió enterito el trabajo de Control de Procesos de tercero... y ya, mejorando nuestra calidad de vida, el PC 1512 de Lourdes... con la ventaja añadida de que en esta ocasión era el ordenador de una compañera de piso.

Y así, hasta que conseguí vender un riñón y me pude comprar mi Atari. Lo pienso y me resulta curioso, porque con la evolución que llevaba tendría que haber acabado siendo una amiguera. Seguramente lo hubiera sido si hubiera tardado unos seis meses más en comprar el ordenador. Pero fue un Atari 1040 ST, por la mala influencia del profesor de Arquitectura de Ordenadores. Y por la faena que se intuía en esos primeros tiempos, cuando comenzaba a trabajar en mi proyecto final de carrera y el posterior doctorado.

Qué tiempos aquellos. Y qué risa, hace unos días, con una frase de mi madre. Estábamos en el aeropuerto, esperando a que llegara la hora de embarcar en mi vuelo de vuelta. Yo iba con mi portatilillo al hombro, mi iBook de 12 pulgadas. Y en una de estas de madre exclamó toda convencida: "Pero si me acuerdo de cuando venías con el coche lleno de cajas para traer un ordenador y ahora te cabe todo eso, y más, en un bolsito de nada... ¡cómo avanza la tecnología!".

Y que lo digas, mamá... :-) Y que siga, que para eso estamos.

domingo, 10 de agosto de 2008

Y ya puestos...



"Y ya puestos, si hay que morir, pues no sé si elegir la forma o si elegir el modo. La forma puede ser más discreta, puede hasta ignorar el hecho de seguir vivo; se puede elegir la forma de un pobre diablo y dejarse el alma olvidado en un rincón oscuro de un armario. Se puede elegir la forma de una estrella y brillar lejos donde nadie pueda molestarte. Se puede elegir la forma de un gorrión y dejar pasar todo desde las ramas de un árbol, sin bajar por miedo a vivir. Se puede elegir la forma de un rayo y cegar a todos para conseguir que nadie te mire. O construir todo un universo paralelo y vivir rebozado en deslumbrantes y hermosas paranoias... El modo lleva implícita violencia, lo quieras o no. No deja de ser una auto agresión... aunque, bien pensado, ¿no lo es también cualquiera de las formas anteriores? Pero los modos físicos están mal vistos; molestan a los demás y por ello los tachan de indiscretos. Nadie desea encontrar un cadáver, nadie se alegrará si te encuentra tendida boca abajo en el agua, o en la calidez de un bañera tintada; nadie se alegrará por alegre que sea tu mueca tras el salto desde el balcón o tras beber un mal trago amargo. Y nadie le encontrará la gracia al balanceo de la cuerda, aunque recuerde a los columpios del parque, aquellos con los que te gustaba tanto volar en otro tiempo... Cuántas formas, cuántos modos de morir...

Y ya puestos, si hay que vivir, pues sólo hay una forma de vivir y de un único modo.

Y ya puestos, elijo."


jueves, 7 de agosto de 2008

Yo sí puedo hablar











oooOOooo


Actualización (08/08/08): Tampoco conviene perder de vista a la medalla de plata :-( (Viñeta de Vergara en Público)

Más: por si es de vuestro interés, hay convocada una cibermanifestación.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Odios, fobias, miedo y amor


El lunes volví de Galicia; volví a subir en avión. Esta vez iba sola y en los dos vuelos (de Coruña a Madrid y de Madrid a Valencia) mi asiento estaba al final, en la cola. La primera etapa fue bien, hasta que llegamos a Madrid: al bajar me estaba recreando con una vista impresionante sobre el Retiro y el Paseo del Prado cuando el avión pegó un bote increíble. Creo que se me escapó un "¡Yepaaaaa!" como podría haberme pasado en una montaña rusa. Me hice al ánimo de que el resto del aterrizaje iba a ser movidito (lo fue) y pensé que, al fin y al cabo, sólo iban a ser cinco minutos.

Con lo que no contaba era con que las turbulencias nos iban a acompañar todo el vuelo de Madrid a Valencia. El despegue fue movido, muy movido... el avión tuvo que subir, y mucho, para lograr estabilizarse. Apenas un cuarto de hora de tranquilidad y volvieron a encenderse las luces para que nos pusiéramos otra vez los cinturones. Creo que era el embalse de Contreras lo que veía abajo... no lo sé bien: me iba agarrando a los brazos del asiento con toda mi alma, mientras mi compañero de fila maldecía en arameo. Tres chicas que iban en la fila de atrás habían dejado de hablar y, en general, se oían suspiritos y gritos por toda la cabina. Bueeeeno... ¿vértigo? ¿miedo? ¿yo? ¿la que pide ventanilla para consolarse pensando aquello de "¡... qué vista, qué espectáculo!... ya puedo morirme después de ver esto". Vamos, supongo que iba paliducha tirando a color ceniciento. Lo pasé mal, diantres... :-)

En esas, empecé a pensar en María y agradecí que no estuviera y que el viaje de ida hubiera sido tan tranquilo. Aunque luego me quedé pensando. Primero en lo que hubiera hecho y dicho mi chiqui. Y luego, en lo que hubiera hecho y dicho yo. No sé bien cómo explicarlo. Igual se entiende mejor si os hablo de avispas: de siempre, les he tenido pánico. Daba lo mismo que intentaran explicarme racionalmente que lo mejor es estar quieto y esperar a que se vayan sin molestarlas. Era sospechar la sombra de una volando cerca de mí y empezar a patalear, gritar, mover los brazos y salir corriendo (sí, un espectáculo en mí misma, qué cosas :-)). Pero nació María y no me daba la gana de que heredara mis fobias. Así que empecé a comportarme y dejé de montar el número de baile ante las avispas, abejas, abejorros y demás bichos volantes en general, para que ella no les temiera. No sé si he logrado convencerla, pero a mí me ha venido bien. Así que es muy posible que si hubiera estado conmigo en el avión, pensando en ella y en cómo lo estaría pasando, yo hubiera estado más comedida y más tranquila, por tranquilizarla a ella.

O, estoy pensando en el miedo que me daba la sola idea de parir... antes de quedarme embarazada. De repente, parir era la cosa más natural del mundo y algo que pasé a esperar con ilusión (aunque sigo diciendo que la Naturaleza es sabia y que llega un momento en que lo único que quieres es reventar de una vez y volver a verte los pies ;-)). Qué curioso, a cuántas fobias te puedes enfrentar, cuántos miedos puedes olvidar, cómo dejas de lado manías, odios y resquemores si piensas que con ello ayudas o beneficias a alguien a quien amas. Y qué raros somos ¿no? Hay miles de cosas que hacemos por amor a los demás y que nunca haríamos por nosotros mismos, como si nosotros no nos mereciéramos ese amor propio. Igual por eso todos los superhéroes tienen novia están enamorados y Don Quijote se inventó a Dulcinea...

martes, 5 de agosto de 2008

Nécoras


Cuando me fui a vivir a San Valentín, aquel barrio pasó de ser una gándara a albergar a unas trescientas ochenta familias. Para atender a las necesidades de esa pequeña población, y para mi regocijo porque en Ferrol nunca había visto tal despliegue, en los primeros meses el barrio era un continuo ir y venir de furgonetas y camiones que ofrecían todos los productos que nuestras madres necesitaban para atender a sus familias: desde el pan hasta zapatos, pasando por patatas, carnes, ropa, detergentes, colchones... todo un mundo de venta ambulante desplegado ante todos los niños, que nos pasábamos el día cotilleando los productos que ofrecía esa especie de cuevas de Ali Babá con ruedas. Luego, ya fueron comenzando a abrirse pequeños supermercados y tiendas de ultramarinos, quioscos de prensa, bares, cafeterías y, sobre todo, el economato de la empresa y esas mercaderías dejaron de ser ambulantes. Sin embargo, guardo especial recuerdo de tres de esas furgonetas.

La primera no era una furgoneta propiamente dicha; era el carrito de los helados. Bueno, un carricoche que recorría San Valentín a eso de las 12 del mediodía y a las 5 de la tarde. Era inconfundible tanto el ruido del motor como el grito del vendedor: "¡Hay helaaaaaoooooooo!"... grito al que, al poco tiempo, respondíamos por lo bajini "¡¡Con albóndigaaaaaaas!!" porque el vendedor, muy guarro él, solía ir haciendo "albondiguillas" con el dedo en la nariz mientras conducía el carricoche por el barrio. Pero, en fin, ¡nadie -ni el tío guarro ese- nos iba a dejar sin helados!

La segunda era la furgoneta del pan. Había varias. Y mi tortura era que a mi madre le gustaba el pan de la del horno de Laraxe. Mira que venían furgonetas de dos hornos de Neda (¡con lo bueno que está el pan de Neda!) y otra de Perlío... y no es que les haga propaganda gratuita: es que llegaban siempre a eso de las 10 de la mañana. Y el pan de Laraxe estaba muy bueno... pero esa furgoneta nunca llegaba antes de las 12; y mi misión en época de vacaciones era estar pendiente del pan, de forma que hasta que no aparecía, no podía ir a jugar tranquila o no podía estar tranquilita en casa leyendo a mis anchas. Eso, por no hablar de la cantidad de sábados (días especialmente críticos en lo referente al horario de esta furgoneta) en los que una servidora estaba en la calle hasta las 2 -o hasta las 3- de la tarde, esperando a que llegara el pan para subirlo a casa y ponernos a comer... ¡a veces llegaba y mi primer impulso era darles un abrazo, con lágrimas de agradecimiento en los ojos, en lugar de pedirles la bolla que esperaban en casa! Afortunadamente, cuando cumplí doce años, mi madre empezó a comprar el pan en el horno de Manolita, en Perlío (y así, hasta hoy) y mis mañanas de sábado, y de vacaciones en general, comenzaron a ser época de lecer, como mandan los cánones y las buenas costumbres

Y la tercera era la furgoneta de Salvador, el pescatero. Es una de las personas que recuerdo con más cariño, de la época de mi infancia. Un señor muy tranquilo, muy atento, que nunca se enfadaba y que nunca decía una palabra más alta que otra... y que traía un pescado fresquísimo y muy barato. Mi madre estaba encantada siempre con lo que traía, recién comprado en la lonja. Y, en especial, mi madre caía en la tentación siempre que traía nécoras entre el género.

A mi madre le encantan. De hecho, mi madre suele considerarlas como un placer a disfrutar en casa, tranquilamente. Más que nada, porque las repasa tantísimo que comer una, bien le puede llevar media hora... pero es que disfruta cada uno de los bocaditos que pilla. Así pues, en mi casa se le compraban muchas nécoras a Salvador. Y es que, además, en aquella época eran baratas y él las traía siempre bien de precio... Diez duros el kilo, veinte cuando venían más caras; y cuando venían baratas, mi madre no se resistía: compraba un kilo y las dejaba cocidas. Igual caía alguna con la comida, pero mi recuerdo más habitual es el de estar comiendo una necorilla mientras veía la tele, como podría estar comiendo pipas.

Seguramente resulta un recuerdo de infancia curioso, hasta puede que alguno piense que es un recuerdo de niña rica. Eso ya me ha pasado, pero porque la gente piensa en el precio que tienen hoy. Pero no eran caras entonces; al fin y al cabo, por esa época, era habitual pescarlas en los muelles del propio Astano. No se le consideraba marisco fino y, desde luego, no se cotizaban como ahora. Y sé cómo se cotizan ahora, porque el sábado pasado mi madre decidió que nos diéramos un homenaje, ella y yo, y compró nécoras. María (que aún no les ha pillado la gracia) nos miraba extrañada mientras nos veía usar las propias pinzas del animal para extraerle la carne. Más aún, cuando vio que nos disponíamos a pasarnos un buen rato en la mesa, cuando normalmente nuestras comidas son breves, de plato único y no más de un cuarto de hora en la mesa. Estuvimos casi una hora para comernos un par cada una.

Yo, con cada bocado iba saboreando también algún que otro recuerdo... ha sido una semana llena de recuerdos, realmente. Ya dije en la entrada sobre el viaje que el día de la llegada me noté acogida, me sentí completamente a gusto y en mi sitio, dispuesta a disfrutar de las vacaciones. No sé si influyó el viajar sin colonia (¡dichoso avión y normativa de líquidos!) y que, al llegar allí, decidí no comprarme ningún frasco de la mía y usar la de María (hay un botellón enorme en casa de mi madre desde hace años). Pero me pasé toda la semana oliendo a la colonia de mi hija y evocando muchos recuerdos de vacaciones con bici, tardes libres, muchos libros y mucha calle por conquistar y recorrer. Ha sido una semana de cargar las pilas física y emocionalmente. Las nécoras fueron la guinda, ¡gracias, mamá!