martes, 27 de febrero de 2007

Nadar


Brazos extendidos, manos enlazadas, cabeza apoyada en el pecho. Los pies dan un impulso en la pared de la piscina, el cuerpo se ondula, primero la cabeza, luego toda la espalda, acaban los pies dando una única batida... Estoy volando, floto, soy superwoman, soy Flipper, floto, no peso, avanzo, vuelo, vuelo...

Uno, dos, tres. Sacar el brazo, estirar, recobrar. Sacar, estirar, recobrar. Sacar, estirar, recobrar. Respirar. Avanzo. Sigo sin pesar, sigo avanzando, sigo flotando, sigo volando... Seis batidas de pie por cada dos brazadas. El brazo sale del agua, primero el codo, estirar delante de la cara, pero antes de estirarlo completamente hay que meterlo en el agua, la mano plana y el brazo tras ella, y estirar, estirar como si quisiera hacerle cosquillas al agua. Recobrar dibujando una S bajo el pecho - soy superwoman. La pierna debe moverse desde la cadera, hay que aprovechar el latigazo de la rodilla primero y después el latigazo del tobillo...


Uno, dos, tres.
Sacar, estirar, recobrar.
Sacar, estirar, recobrar.
Sacar, estirar, recobrar.
Respirar. Avanzar.

Una hora, dos horas... dentro del agua hay paz. No peso, floto, avanzo, floto, avanzo, no peso, floto, floto, vuelo... estoy volando, volando, vuelo...

lunes, 26 de febrero de 2007

Miliciana Roja


No es que se lea rápido, es que engancha. Y, sobre todo, está bien escrita. Me gusta el ritmo, me gusta como se va sucediendo la trama, me gusta como se describe a los personajes y me gusta como se presentan los escenarios.

Y no, lo del "hay que hacer una peli" no es peyorativo. Es que engancha. Ya lo he dicho, pero es que perdí el autobús por no dejar de leer lo dos últimos capítulos. No me cagué de miedo, pero perdí el pastelero 12 porque no quería dejar la novela en plena vorágine de rayos, truenos, tornados, ratas XXXL, maléficos que caminan para atrás y beneméritos acogotados.

Hubo un momento en que recordé una sensación que se me quedó enredada, hace años. Encontré una edición preciosa del libro de San Cipriano, con tapas duras como de terciopelo, letras doradas en tapa y lomo, papel biblia e impreso de hojas de lis en el canto de las hojas. Me lo compré con el cachondeo subsiguiente sobre meigallos varios a ensayar con mis profesores, entre misas negras, conjuros e invocaciones varias... Con lo que no contaba era con mi madre. Nunca la vi como aquel día. A la que vio el libro, empezó a gritarme "¡Loca! ¡Qué has comprado! No quiero eso en mi casa, vivo sola y no quiero tener en casa más gente que la gente viva...". No le hice mucho caso y le dije que no se pusiera histérica. Pero al día siguiente me desperté con 40 de fiebre y no sé qué fue, si la fiebre o qué, pero empecé a temer a aquel libro y no quise tenerlo más en casa. Le pedí a Antonio que se lo llevara.

Ha habido momentos en que sentí una aprensión como esa. No voy a contar cuáles. Que lo lean.

Y, que quieres, también ha habido momentos en que encontraba en algunos personajes rasgos de otros personajes que te habías ido montando en el soc.culture.spain o en el voxpo. Y, como quieras que no, hacía tiempo que no sabía de ellos, ha sido un gustazo.

Tienes ideas, sabes escribir, ¡cómete el mundo!. Amortiza los puñeteros cursillos. Quiero otra. Pero no pierdas "tu" toque, que lo echaría de menos. Es lo que tiene el xenón.

Y gracias por la dedicatoria.




Por si alguien no lo ha pillado: que se pase por aquí o por aquí y que apueste al 21.

sábado, 24 de febrero de 2007

... había color



Las cinco de la mañana no parece la mejor hora para pensar, independientemente de lo que hayas bebido.

Afortunadamente, los pies se sabían el camino de vuelta: de ese último garito a las Torres de Serrano. Luego, cruzar el puente y subir por la calle Sagunto.

Parecía mentira que esa ciudad fuera la misma que la de las cinco de la tarde. El silencio reinaba y ellos con él; pocas veces encontraban algún coche, y ya no digamos otros peatones. La calle era de ellos.

Y hacían lo que les apetecía. A veces encontraban cosas curiosas en los contenedores y se las llevaban a casa. Como la noche que encontraron una lámpara y subieron la calle jugando, uno con la pantalla en la cabeza y el otro con el pie como lanza en ristre.

Pero las más de las veces subían la calle revoloteando de farola en farola, como mariposas nocturnas atraídas por unos focos que ejercían su atracción: les llamaban como prometiéndoles que bajo su luz los besos serían más dulces. El deseo podía aparecer en cualquier esquina y, según el día, podía tranquilizarse o crecer. Y daba igual, era igual de hermoso pasar la noche amándose como durmiendo, confiados en que al día siguiente todo seguiría igual.



Las cinco de la mañana no parece la mejor hora para pensar, independientemente de lo que hayas dormido.

De mala gana, se levantó para iniciar esa rutina que trataba de invocar al sueño: cogió el libro y se fue hacia la sala. Allí se encogió en una esquina del sofá y comenzó a leer.

Al menos en la sala, a esas horas, el silencio reinaba y le dejaba soñar despierta y disfrutar de una paz que durante el día era casi imposible. Mejor que dar vueltas en la cama, oyendo unos ronquidos que no eran suyos.

La luz tembló un poco. Le echó una mirada atenta a la lámpara; acababan de cambiarle la pantalla y un par de cables. Bien pensado, era casi un milagro que aún funcionara, que alguna vez hubiera funcionado.

El sueño no acudía y fue hacia el ordenador. Evidentemente, no había nadie conocido conectado; tampoco había ningún mensaje nuevo en el mail. Pensó en escribir algo en el blog, pero no tenía ninguna buena idea ni nada interesante que contar, más allá de ese mal rollo que iba arrastrando y que iba y venía por días. Comenzó a navegar por sus páginas favoritas, las que era imposible leer de prisa y en diagonal, y exigían su atención. Necesitaba encontrar alguna historia que la arropara y que le hiciera olvidar que al día siguiente todo seguiría igual.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Al escondite...




...noventa y ocho, noventa y nueve y cien.
¡Cú, cú! ¡Voy!
¿Dónde estoy?

Me oyes y no me hablas,
me escuchas y no me dices,
me miras y no me tocas,
me sueñas y te despiertas,
salgo corriendo y no me paras.

Seguramente yo tengo la culpa
de que tú me hayas hecho culpable.

lunes, 19 de febrero de 2007

Liebre de Marzo




- Bueno, pero realmente es mentira, en el libro no se menciona para nada el no cumpleaños...
- ¿Cómo que no? ¿No la lía el Sombrerero con lo del no cumpleaños?
- En la película, en la película... pero parece que Disney tuvo más eco que Carroll... en el libro el tiempo estaba enfadado con el Sombrerero, porque creía que le había querido matar y, por eso, se había parado en las seis de la tarde y siempre estaban tomando el té...


¿Lo ves? Ya sabía yo que un no aniversario no tenía sentido, salvo que fuera lo de hoy...

sábado, 17 de febrero de 2007

Jugando a la adivinancia...


Ya sé que el título ha quedado rarito. Cuando estudiaba, una compañera de piso me enseñó un solitario; insistía en que este solitario le servía de oráculo, como si dispusiera de los servicios de la bruja lola para ella sola: si estaba pendiente de que saliera una nota de una asignatura, si dudaba sobre si recibiría una visita inesperada... cualquier cosa sobre la que estuviera indecisa, la consultaba al solitario. Si conseguía resolverlo, es que era que sí.

Supongo que el título queda ahora menos rarito. Ahora, reíos un rato. Porque a veces creo que yo también estoy jugando a eso. Tengo un juego en el ordenador, un rompecabezas parecido al mahgjong, que aún no he conseguido resolver. Lo llevo intentando desde hace meses. Y la tontería es que estoy convencida de que algo pasará cuando consiga resolverlo. En Navidad estuve a punto, pero quedaron 4 piezas, las dos visibles tapando a sus respectivas compañeras y sin poder hacer las correspondientes parejas. Lo vi casi como un presagio del apocalipsis. Y sigo jugando, esperando esa señal que va a ... ¿a qué?

Supongo que uno intenta por todos los medios delegar su responsabilidad, más cuando tiene miedo del resultado. Y el jueguecillo me sirve de coartada.

Creo que voy a echar otra partidita. ¿Quién sabe? Igual lo resuelvo y no me queda más remedio que reaccionar.

viernes, 16 de febrero de 2007

Cambios

Esto no suelo hacerlo, pero el vídeo lo merece. Es de Daniel Martínez Lara (¿os acordáis de la campaña de la ONCE de los duendecillos? :-) y me lo he encontrado gracias a Llámame Lola. Visitad esa web diariamente, merece la pena...



miércoles, 14 de febrero de 2007

Os quiero contar una historia de amor


Vamos a marcarnos un tópico y contar una historia de amor, que es San Valentín, diantres.

A la protagonista os la presento ahora mismo. La conocí en la piscina: llevo unos siete años yendo a nadar. Normalmente en un grupo de la UJI con monitor, pero también yo a mi aire. Y, a base de coincidir por casualidad, me hice amiga de una mujer, francesa de nacimiento pero que lleva ya mucho tiempo por aquí. Todo empezó con los típicos saludos, bromas - es muy aficionada a las bebidas isotónicas y, dependiendo del color, siempre le cae la tontería de y hoy ¿te dopas con coñac o con whisky? - y charlas de vestuario. No me preguntéis su nombre porque no lo sé. Qué curioso. Mira que hemos hablado y hablado y nunca nos hemos preguntado cómo nos llamamos.

El caso es que este año la vi en Noviembre y al verla caí en la cuenta de que hacía mucho tiempo que no la veía. Nos pusimos a hablar. La habían operado de cáncer de mama y le habían extirpado un pecho.

Hoy la vuelto a ver y hemos charlado un rato majísimo.

Os he avisado al principio: de que os iba a contar una historia de amor y de que iba a ser un tópico. Y de eso se trata. Porque quiero a esa mujer y estoy enamorada de cómo ha vivido su enfermedad, de cómo lo ha afrontado, de cómo ha pasado miedo; estoy enamorada de cada uno de los sustos que me ha contado, de cómo razona sobre lo que le ha pasado, de las cosas que no me ha contado pero que lleva en los ojos, del coraje de explicar lo que siente y lo que ha vivido. Me he enamorado de la profesionalidad del oncólogo que la ha tratado y la sigue tratando, de los médicos y demás profesionales que pelean para que cáncer sea el nombre de una enfermedad más y no el de una maldición; me he enamorado hasta de pensar que puedo disfrutar de un sistema de atención sanitaria que tiene muchos, muchos fallos, pero que también obra milagros, y me he prometido que lucharé para que no se lo carguen, ni por activa ni por pasiva.

Y, qué coño, también me he enamorado de mí misma, de mi vida, de mi trocito de mundo, de mis amigos y de mi bendita mala suerte que me ha permitido encontrar tantas cosas por las que vivir, por las que pelear, de las que quejarme y de las que disfrutar... mi maldita buena suerte que me ha permitido encontrar compañeros de viaje tan interesantes para un viaje tan apasionante.

martes, 13 de febrero de 2007

Rojo, azul, verde, amarillo: una ratita de laboratorio


Esta tarde me iba a ver una película al Espai d'Art, pero llegué tarde. Bueno, llegué a tiempo pero como la entrada es libre ya se había completado el aforo. Me quedé un rato hablando con el pobre hombre que intentaba calmar a las masas despechadas (vamos, a otras 5 cinco mozas que se habían quedado sin plaza, además de una servidora) y es que, además de no haber sitio, me enteré de que había un error en los trípticos informativos y la película anunciada para hoy, realmente es para dentro de 2 semanas... ¡qué lío, verdad! Pues será por eso que le hice caso cuando me dijo, "Pero pasa a ver la exposición, está muy bien...". Y como soy de natural espontáneo, ni cogí el correspondiente folleto informativo ni... vamos, es que ni pregunté de qué iba...

Me metí por una especie de tunel de plástico, metal y papel y aparecí en medio de ... ¿? A ver, la primera impresión es que me había metido en la habitación de María en pleno despliegue de piezas de un juego de construcción. Rojo, azul, verde, amarillo. Había más colores, muy vivos, pero predominaban estos. Me acerqué a mirar las piezas, pequeñas de algún material como ¿cerámico? ¿plástico? no lo sé, me quedé con la duda porque me da mucho coraje tocar nada en una exposición. Pero muchas piezas, muchas formas... formas geométricas, pero también piezas con perfil de letra, ¿esvásticas? Sí, y muchas más formas. Y todo dispuesto como un mosaico geométrico que estuviera decorando un edificio alrededor del cual me puse a dar vueltas... Hmm vídeo explicativo... pasé, quería seguir mirando.... vídeo making-of, nada, también lo dejé para después... Seguí andando y tuve la impresión de ver una labor de pachtwork enorme realizada con láminas de papel... hasta que me di cuenta de que no era una impresión, que sí había colchas de pachtwork de verdad colgadas de la pared; y vuelta al rojo, al azul, al verde y al amarillo y a las piezas diminutas formando mosaico. Una puertecilla y dos escaleras. Subí una y arriba pude ver un vídeo... los mismo colores pero en tonos pastel, el rojo era casi púrpura. Bajé y eligí la otra escalera.

Y ahí estaba el mogollón. La primera impresión: un montonazo de cabezas de ciervos disecadas, una pared tomada por fotografías de símbolos nazis, de oficiales nazis, de carteles nazis... me puse a andar por un pasillo y a mi derecha más fotos de oficiales nazis, de rubicundas familias ¿alemanas? de los años 30... y a mi izquierda ¿fotos de soldados de la guerra de Irak?. No lo sé, pero me estaba poniendo de los nervios. No era la única. Un par de chicas venían tras de mí e iban diciendo en voz alta más o menos lo que yo iba pensando "¡Qué agobio! ¿Acabará este pasillo?". Pero al acabar la reacción fue "Y esto ¿es la cámara de los horrores?". Más rojo, más azul, más verde, más amarillo, jaulas de ratones en metacrilato, tuberías de colorines, más fotos, carteles en alemán, pero había luz. Había salido de la penumbra. Y empezaba el laberinto. Plástico transparente. No podíamos avanzar de pie. Y el suelo eran trozos de alfombras de niños, de las estampadas con carreteritas y calles. "Y de repente ¿los mundos de Yupi?". En el muro se proyectaba un vídeo en el que ratas de laboratorio circulaban por un laberinto de paredes transparentes.. ¿éramos ratas de laboratorio en un laberinto?. Parada y tres vídeos. Odiaré el chocolate una temporada. De repente, caí en que otra vez rojo, azul, verde y amarillo y ahora muy brillante, en bombillas, en las piezas, en los vídeos que se veían en los muros. Seguí el camino, otra vez el laberinto transparente, pero volvíamos a tener poca luz y el vídeo en el muro era ¿en blanco y negro? Más fotos. Pero ya iba muy rápido, quería irme. Bajé e intenté enterarme viendo los vídeos del making-of de qué iba esa locura que acababa de ver. Lo malo es que eran las ocho y me hicieron ver que tenía que irme. Puede que vuelva.

Os recomendaría que fueráis. Si queréis saber de qué va, pinchad aquí. Pero creo que estaría mejor que la vieráis sin leerlo y sin saber nada sobre el tema. Ahora que lo pienso, no os he dicho ni el título... mejor.

domingo, 11 de febrero de 2007

Versiones


Tengo una lista en iTunes con versiones, que me encuentro por ahí, de canciones que me gustan. Una de ellas es esta versión de "Dancing in the Dark" por Peter Yorn.




Con todos mis respetos para el Boss, hoy me quedo con esta versión. Cuando la canta Bruce Springsteen me parece una canción de triunfadores, alegre, para bailar y acabar haciendo el amor. Cuando la canta Peter Yorn me parece una canción triste, de alguien que pide una oportunidad y no la recibe.

Es un poco como si fuera una metáfora de lo que nos ocurre cuando intentamos hacer algo que se escapa de nuestras posibilidades, nos dejamos llevar sin pensar lo que hacemos y acabamos resultando algo patéticos, cuando querríamos ser brillantes.

Y, sin embargo, hoy la versión me parece más hermosa que la original. Igual es porque ya estoy harta de la gente guapa a la que todo le sale bien y necesito reivindicar el papel que los patéticos jugamos en este mundo. Aunque sólo sea como contrapunto. Aunque sólo sea porque cuando algo, por casualidad o no, nos sale bien, lo paladeamos y lo disfrutamos como ellos nunca sabrán hacerlo...


You sit around getting older
There's a joke here somewhere and it's on me
I'll shake this world off my shoulders
Come on baby the laugh's on me
Stay on the streets of this town
And they'll be carving you up all right
They say you gotta stay hungry
Hey baby I'm just about starving tonight



Fiebre


Os juro que es cierto. En una de estas duermevelas de la fiebre mis pensamientos eran como ventanas, y podía pasar de uno a otro con el ratón (o con manzanita + menor) y para dejar de pensar en algo bastaba con cerrar la correspondiente ventana...



No sé si eso quiere decir que tengo que cambiar de vida, de curro o de sistema operativo...

jueves, 8 de febrero de 2007

Regalo de cumpleaños


Por algún extraño motivo, recordé este episodio esta mañana mientras iba con María al cole.

Calculo que fue cuando estudiaba tercero de carrera. Lo digo porque luego me cansé de ir en tren de Valencia a Madrid. Los horarios combinaban mal con los del expreso a Ferrol y tenía que estar mucho rato paseándome por la capital del reino. Los autobuses son más rollo que los trenes, pero ofrecen más variedad de horarios.

A lo que iba. Las diez y media de la mañana y allí estaba yo en la estación del Norte de Valencia, con mi macuto y poniendo mala cara a la paliza que me esperaba. Tardaría casi veinticuatro horas en llegar a casa de mi madre y no me embargaba el espíritu navideño, precisamente. Hasta las cinco de la tarde el tren no me dejaría en Atocha. Y luego, el expreso no saldría hasta las diez de Principe Pío. Y ya veríamos a qué hora llegaba a Ferrol. Se suponía que el viaje eran doce horas, pero llegaba un momento en que simplemente te conformabas con bajar del tren y dejar de maldecir a RENFE.

La perspectiva no era para animar a nadie y menos a mí, que estaba decidida a permanecer cabreada. Había salido de casa de mi tía con la sensación habitual - "¡Ahí os quedáis..!" - corregida y aumentada: era mi cumpleaños, nadie se había acordado y ni siquiera me había despedido de nadie, porque no había nadie en casa cuando me fui. Vivir en casa de mi tía no estaba resultando una experiencia enriquecedora para ninguno de los dos bandos contendientes.

En resumen: no me habían ni felicitado, estaba cansada del viaje antes de empezarlo y tenía la moral por los suelos. Mi complejo de Calimero empezaba a hacerse muy patente. Así que agarré el macuto y me subí al tren. Quince minutos para que saliera. Acomodé mis trastos como pude en la rejilla, me senté y me puse a mirar por la ventanilla.

No había nada que mirar, la verdad. Con eso de ser una estación término, la de Valencia debe ser una de las más sosas que conozco en cuanto te metes a los andenes. Apenas dos o tres viajeros, contando a los que aún no habían acabado de despedirse de sus amigos y a los que aún no se habían mentalizado para meterse en el correspondiente vagón.

Empezaba a sentirme rabiosa - ¡aún faltaban cinco minutos para arrancar! - cuando los vi llegar, corriendo por el andén, a rescatarme como si fueran el Séptimo de Caballería. Inma y Berto, Berto e Inma, mi pareja preferida aunque ellos se preferían cuando no eran pareja. Bajé al andén sin creerme que estuvieran allí.

"Creíamos que te ibas en autobús, venimos corriendo de la estación de autobuses..." "¡Felicidades! ¡Toma! ¡Para ti!" "¡Venga, un beso...!" "¡¡Buen viaje!!" "Pero sube ¡que se va...!"

Creo que me subieron ellos al tren. Abrí el paquete. "El otoño en Pekín" de Boris Vian. Como si no fuera bastante con aquella sonrisa de oreja a oreja que me habían regalado.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Envidiar



Pantallazo de lo visto aquí.

martes, 6 de febrero de 2007

Tampoco sé cómo acabar


No sé muy bien cómo empezar. Pongamos que acabo de tener un flash de mí misma y aún no sé si me gusta lo que he visto. Tampoco sé si voy a saber contarlo y tampoco sé si me va a gustar el resultado.

Ha vuelto la sensación de ser una telespectadora, viendo lo que hacen los demás, viendo cómo viven los demás como si yo no tuviera ya más que vivir; que no es que piense que me voy a morir ni ninguna majadería de esas. Es como si no tuviera ya más cosas que hacer, como si no hubiera ni más metas que alcanzar, ni más ilusiones por las que pelear. Sólo sentarme y dejar que las cosas pasen, a ser posible por delante, como en un desfile, e ir mirándolas.

Lo peor, si pienso de dónde viene esa sensación, es, precisamente, que creo que sé cuál es el origen.

Una de las cosas más maravillosas de mi trabajo es tratar con gente joven. Pero, mientras escribo esto, noto que hoy eso me está haciendo daño. Hablas, comentas, compartes... pero la sensación del "tú vas, yo vuelvo" se está haciendo más fuerte cada día. Y veo pasar a la gente y a sus vidas como si fuera una película. Y cuando digo esto me refiero a que yo soy de las que llora mucho en las películas... ¡qué tontería implicarse así en una historia que no es la tuya, que ni siquiera es de verdad!. Y ahí estoy, teniendo la misma sensación mientras transcurren vidas ajenas, de las que no sé de la misa la mitad, pero en las que me siento implicada, y en unas historias que ni deberían irme ni venirme y que, en cualquier caso, me vienen de tan lejos que podrían ser mentira. Y ahí estoy, mirando la peli. Con un estado de ánimo que transcurre entre la simple contemplación y la sensación de impotencia por no poder hacer nada, pasando, seguramente, por una envidia nada sana al ser consciente de que muchas de esas escenas las he vivido, las he resuelto de forma más menos afortunada (o se me han escapado de las manos) pero que, en cualquier caso, ya no son mis escenas y ya no me toca vivirlas. Sólo mirarlas.

lunes, 5 de febrero de 2007

El Manifestómetro


Los conocí vía Escolar (que hoy les dedica, además, una entrada). Se dedican a medir científicamente cuánta gente acude a las manifestaciones convocadas en Madrid, sean convocadas por quien sea que las convoque.

Un lujo en estos tiempos del "¡.. y tú más!", en el que cada manifestación es la madre de todas las manifestaciones. O una forma de mostrar sentido común, cuando menos. Lo cual, en los tiempos que corren, es realmente un lujo. Así que, con permiso, les ofrezco mi modesto homenaje.



(Sí: es la viñeta de Forges hoy en El País...)

¿Cuánto es un mes?

Muertos en Irak en el mes de Enero (más de 2000):



De Escolar, que lo cuenta mejor.

viernes, 2 de febrero de 2007

Un muro de metacrilato


Empezaba a resultar ridículo. Habíamos quedado para hablar en una cafetería cerca del centro. Nunca había estado allí antes pero me gustó el ambiente, cálido, casi familiar. Aún así, no había conseguido estar cómoda. Sentía algo parecido a llevar puesta una bufanda, pero por dentro de la garganta.

Hacía tiempo que la taza de la infusión estaba vacía y en un vaso largo un par de cubitos de hielo se deshacían en unos restos de tónica. Consiguieron darme envidia: yo intentaba, o por lo menos esperaba, que ocurriera eso entre nosotros. Llevábamos media hora callados, o diciendo tonterías, que es otra forma de estar callado. Comencé a desconectar y a prestar más atención a lo que ocurría en la calle - la ventana estaba a mi derecha - que a lo que no ocurría en la cafetería. No había mucho tráfico y tampoco se veía a mucha gente caminando. Una tarde de domingo tranquila, una tarde de domingo de una pequeña ciudad.

Al fin, aparté la vista de la calle y reuní valor para volver a mirarle a los ojos. Buscaba una frase, tenía que encontrar esa frase, pero no era capaz de expresar lo que quería con pocas palabras. Porque quería ser clara, pero sobre todo, breve.

-"¿Te quiero?"

Lamenté haber sido tan breve. Además, salí de allí sin esperar una contestación.

jueves, 1 de febrero de 2007

Preguntar


Tengo un amigo preguntón. Con todo el cariño, aunque a veces te empieza a hacer preguntas en modo ráfaga y te pilla lenta y comiéndote el tarro y sin saber que responder y poniendo cara de circunstancias mientras intentas esbozar una respuesta que no tienes (y, para colmo de males, intentas que sea medianamente inteligente y/o brillante para poder quedar bien...).

Por si fuera poco, no sólo hace preguntas, también quiere que las haga yo. Su hilo de razonamiento no es malo: pregunta para no acomodarte en la rutina, para divertirte, que no se te ponga el culo gordo y no te conformes con lo que no tienes, no te mueras antes de tiempo y ve a por más. Y ahí entra a jugar el vértigo, el miedo y la confusión.

Es posible que haya pocas cosas tan peligrosas en esta vida como la rutina. Pero es tan apetecible, tan seductora... ¡es tan cómoda!. Dicen que la rutina es importante en la vida de los bebés, que es importante que hagan todo a las mismas horas, que sigan las mismas costumbres... como si los mayores no nos escondiéramos en ella también.

Rutinas que hacen que dos cuerpos se busquen (o no), se encuentren (o no) y se satisfagan (o no). Rutinas que consiguen que hagas las cosas sin pensar, sin protestar y sin imaginar. Rutinas a la hora de proyectar una imagen cara al respetable público y la pereza de no salir de esa rutina, de esa imagen, de ese escenario preconcebido en el que nadie te pide explicaciones... (total, para no entenderlas, ni mostrar interés por otra cosa que no sea el purito cotilleo). Rutinas para no mirarte por dentro y notar que hoy te das un poquito más de asco que ayer pero menos que mañana. Rutinas para no enloquecer buscando una razón para cada cosa que haces, para cada giro que podrías dar o no. Rutinas para no ser un bicho raro, para que no te miren con conmiseración y, sobre todo, que a nadie se le ocurra interesarse por lo que haces, por cómo lo haces o por qué lo haces (que luego toca dar explicaciones y es algo muuuuuy cansado). Rutinas, en fin, para que no haya preguntas, para que no te hagan preguntas, para no hacer preguntas...

Y, claro, si preguntas igual te responden. Y si te hacen preguntas, igual respondes. Y cuando no te gustan las respuestas, hay pocas excusas.

La rutina como chubasquero. Y, aún así, cuando llueve con ganas...