viernes, 31 de agosto de 2007

Covers










Ni siquiera han escrito igual el título en los tres ficheros... Supongo que las versiones son una metáfora de las distintas formas de ver una misma realidad, una misma vida. Tú eres Jamie Cullum, él es Radiohead y yo soy Jorge Drexler. O no.

O sí. Con Radiohead me entran ganas de llorar, con Drexler me entran ganas de cantar y con Jamie me entran ganas de escuchar.

miércoles, 29 de agosto de 2007

lunes, 27 de agosto de 2007

Una extraña mezcla




On vit au jour le jour
Nos envies, nos amours
On s’en va sans savoir
On est toujours
Dans la même histoire...

jueves, 23 de agosto de 2007

La forma y el fondo



Las dos mayores causas de errores en las relaciones con otro ser: tener uno buen corazón, o bien amar al otro ser. Nos enamoramos por una sonrisa, por una mirada, por un hombro. Esto basta; entonces, en las largas horas de esperanza o de tristeza, fabricamos una persona, componemos un carácter. Y cuando después tratamos a la persona amada ya no podemos, por muy crueles que sean las realidades con que nos encontremos, quitar ese carácter bueno, esa naturaleza de mujer que nos ama, a ese ser que tiene esa mirada, ese hombro, como no podemos quitarle la juventud, cuando envejece, a una persona que conocemos desde que era joven.


El párrafo anterior es de Marcel Proust, en La fugitiva que es parte de En busca del tiempo perdido.

No sé cómo explicároslo. Normalmente, me engancho a los libros por el argumento, por la trama. Muchas veces me noto impaciente por poder avanzar y ver cómo avanza, cómo se hace grande, cómo se va deslizando hacia el final. Creo que por eso tengo que releer los libros, porque la primera vez casi no atiendo al libro por atender a la historia que cuenta.

Y en este me pasa justo lo contrario. Leí por ahí que Proust es un gran novelista y empecé el libro soñando con una gran historia. Pero no hay trama. O es tan pobre que es como si no estuviera. Un hombre pierde dos veces a su amada -primero le abandona y, después, muere- y... no hay más salvo un cierto repaso a su temor confirmado de que la mujer era homosexual. No sé si hay más, aún estoy leyendo, pero no parece haber mucho más. Cada día cojo el libro tentada de dejarlo por otro que tengo justo al lado, provocando. Y lo dejo fascinada, por párrafos como el anterior o más bellos aún. O más tristes aún.

Tanto decir que no me gusta la poesía, que necesito que ocurran cosas... y aquí estoy enganchada a una novela que no lo es y a unos párrafos que se van sucediendo sin dejarme respirar apenas entre uno y otro. Curioso.

Por supuesto, no tengo ni idea. Igual no debí empezar por el sexto volumen de la obra (el que rondaba por casa... ). Igual ser un gran novelista no es lo mismo que ser un gran cuentista. Y puede que lo realmente difícil sea enganchar al lector con la forma, sin sobornarlo con una gran historia que podría venderse sin ningún tipo de literatura.

Miel


Tengo la boca llena del sabor de la miel mientras escribo esto. Es uno de los placeres que me regalo desde hace... creo que desde casi siempre. Una rebanada de pan del horno de Manolita, queso fresco y miel por encima, en la cocina de la casa de mi madre, sin darme casi tiempo a sentarme. Y con los ojos cerrados.

Supongo que una de las formas de saber que algo te gusta de verdad es darte cuenta de que necesitas cerrar los ojos para disfrutarlo... ¿Cuántos besos habéis dado con los ojos abiertos?

Pequeños placeres, pequeñas vidas salpicadas con esos pequeños placeres. Como poder tumbarte al sol y quedarte completamente quieta mientras notas los rayos concentrados en alguna parte de tu cuerpo, que nunca eliges tú. Como encontrar un tela suavísima y poder pasarla entre los dedos, una y otra vez. Como abrir un bote de cacao y sentir el aroma a vainilla. O cuando la risa sale sola, sin forzarla, desde el centro de tu estómago. También se cierran los ojos para adivinar la caricia del aliento de un amante en el cuello, cuando ni siquiera te ha tocado su boca, tan cercana y tan lejos...

Ya sé que tendré que ir al cuarto de baño, lavar los dientes y dejar de notar el sabor a miel en la boca si no quiero criar una caries. También sé que hay que ir por la vida con los ojos abiertos. Pero es bueno cerrar los ojos y soñar, de vez en cuando.

lunes, 20 de agosto de 2007

Se acerca el otoño


Tengo que reconocer que vacilé. Hacía tiempo que no visitaba el cementerio y al llegar a la puerta me quedé como dudando. Me parecía que iba a cruzar la línea de lo irreversible, que si entraba pasaba a aceptar lo que había ocurrido y que ya no me quedaba la más mínima posibilidad de engañarme a mí misma y hacer como si no hubieras muerto. Y no sabía si estaba dispuesta a admitir lo que había pasado. Entiéndeme. Ni el sitio me parecía desagradable -de hecho era como un jardín, tranquilo y bastante bien cuidado, por lo menos por la parte más antigua- ni el ambiente era tétrico. No, el día invitaba a pasear y el sitio invitaba a hacerlo tranquilamente y sin prisas, idóneo para reflexionar y pararse a pensar en emociones que normalmente solemos esquivar, por incómodas.

No, no quería pasar porque pasar significaba reconocer de forma inexorable que estabas muerta y que no volvería a verte. Y había muchas cosas que aún quería haber hablado contigo y muchas risas que aún teníamos que haber compartido. Teníamos que habernos gritado al menos un par de veces más. Y quedaba pendiente una cena y la celebración posterior. Si cruzaba aquella puerta y entraba, reconocía que eso nunca iba a pasar ya. ¡Si seré idiota! ¿Qué tonterías... ? Entré.

Entré y empecé a buscar referencias a lo largo de la avenida principal, orientándome. Primero crucé la zona antigua, con los jardines, las tumbas y algún que otro mausoleo. No puedo evitar considerarlos un despilfarro, tanto de dinero como de falso boato. Siempre me han parecido un monumento al autobombo, más allá de una existencia tal vez igual de hueca. Y, sin embargo, me gusta ver la pequeñas tumbas con epitafios más o menos afortunados, ripios más o menos manidos, sentimientos mejor o peor expresados; pero me parecen de una medida humana, contando historias cotidianas y pequeñas.

A medida que avanzaba por la avenida principal y me iba adentrando en la zona nueva, desparecían las pequeñas tumbas, los árboles, las flores y aparecían los bloques de nichos. Qué metáfora tan absurda, qué imagen, el cementerio ilustrando cómo ha cambiado nuestra vida, nuestra forma de vida, también fuera de él. Nichos de cemento, poco adornados, funcionales y con flores artificiales. Visitas que deben hacerse en escaleras o ascensores, invitando a las prisas y a acabar pronto con el arreglo, si es que alguien encuentra tiempo para hacerlo. Si es que alguien encuentra sentido en hacerlo.

No me perdí. Me habían dado unas buenas indicaciones y llegué sin problemas al sitio en el que te habían enterrado. Se había levantado una brisa algo más fresca de lo que cabía esperar para la fecha, pero este verano tampoco ha sido muy cálido. Quizás nos iba preparando para esto. Me sorprendí con los ojos cerrados, oliendo la brisa y dejando que me resbalara por la cara. Posiblemente, quería sentir, quería notar en la piel la brisa, el sol y saber que yo estaba viva. Y cuando por fin abrí los ojos y me decidí a mirar a tu tumba y me obligué a leer, para convencerme de que estaba allí, de que estabas allí... de alguna forma mi cinismo me protegió, no me dejó dar rienda suelta a lo que pensaba de verdad. Mascullé un "Estarás contenta, lo has conseguido, ya no tendrás que comer nunca más..."

Me di la vuelta, no sé si salí corriendo. Creo que uno de estos días te podré llorar tranquilamente, cuando se me haya pasado el enfado. Cuando luzcas para siempre una talla 34.

viernes, 17 de agosto de 2007

With a little help from my friends

Ya sé que me estoy marcando un tópico, pero... ¡os aguantáis! :-)



Tú, anda, arregla el reproductor de audio y escúchala.
Y tú, creételo, no sobras en ningún sitio y nos caes bien a todos.
Tú, no seas así... date una oportunidad, respira y sonríe ¡eres una pasada!.
Tampoco me olvido de ti, el día menos pensado cojo un autobús y voy a conocerte.
Tú, no te quedes ahí atrás y pasa, la invitación también es para ti. Y, ¡claro!, para ti también...

En cuanto a ti, no puedo decirte nada que no te haya dicho ya.

Por lo que respecta a una servidora, ya sabéis dónde estoy. Gracias por quererme.

martes, 14 de agosto de 2007

Una lechuga en la cabeza


O algo igual de absurdo. Es una frase de mi madre, que empezó a aplicar a mi persona -no tengo muy claro si en mi favor o en mi contra- cuando yo tenía ¿16 años?. No sé, no podría jurarlo. Pero era algo como que "... si está cómoda con ella, irá con una lechuga en la cabeza como si tal cosa, sin importarle que todo el mundo la mire". ¡Je! Ya daría yo algo por derrochar esa seguridad que me atribuye mi madre. Y por poder aplicarla a todos los aspectos de mi vida.

Sí que creo que es cierto que cuando estoy convencida de que una determinada forma de proceder es la correcta, intento aplicarla le pese a quien le pese, gane amigos o enemigos, me haga quedar bien de cara al público o me haga quedar mal. Lo malo es cuando estoy equivocada y me lo hacen notar. Soy muy pejiguera con las críticas y las acepto muy mal, por una especie de sentimiento de niña pillada en falta, que quería hacerlo todo perfecto y a la que han afeado que cometa errores. Igual eso me ha hecho enfrentarme a ellas con una especie de chubasquero y esa actitud es lo que mi madre confundía con seguridad. E igual no es malo que me haya ido quitando poco a poco ese chubasquero, que me haya hecho más sensible a esas críticas y que las tenga en cuenta. Posiblemente, el único truco esté en pensar que una buena crítica es una ayuda, no una zancadilla. Y puede que el gran engaño sea pensar que somos más fuertes cuanto más insensibles somos a esas críticas. Suena hasta paradójico, pero es posible que estemos mucho más seguros de lo que hacemos a medida que nos despojamos de esa falsa seguridad aparente y evalúamos en justicia lo que los demás tengan que decirnos.

Últimamente se están derrumbando muchas cosas a mi alrededor y me he tenido que autocuestionar en más de una ocasión. Decidir qué hago mal y que hago bien, si es que hay cosas que hago mal y cosas que hago bien. Es duro. Pero es una aventura. Tener claro hasta dónde mis convicciones y mi forma de ser me harán ser una orgullosa portadora de una lechuga en la cabeza y ser consciente -aunque duela- de cuándo estoy montando el número con esa lechuga ahí plantada por simple orgullo, dejar de empeñarme en lucirla por simple cabezonería, reconocer que no siempre tengo razón y que dársela a quien la tiene no me hace ser más débil, sino más fuerte.

Y qué difícil veo alcanzar ese equilibrio. Quizás lo intente, lo intente y nunca lo consiga. En fin, en cualquier caso, no parece que sea un mal empeño. Y estoy segura de que merecerá la pena: me va en ello la vida. O por lo menos, el disfrutarla.

lunes, 13 de agosto de 2007

Costillas agridulces


Pues me han pedido que cuelgue una receta. Y me da mucha vergüenza porque no soy muy cocinitas yo... eso sí, las costillas quedan de muerte y cada vez que las hago María me declara "mamá del año". Si eso, os cuelgo la receta oficial (para puristas) y luego os digo el destrozo que hago yo.

La receta se la encontró una compañera de piso en una revista, años ha, cuando estudiábamos y dice así:

Para cuatro personas,

- Un kilo y medio de costillas de cerdo troceadas,
- 3 cucharadas de aceite,
- 1 cebolla grande,
- 2 dientes de ajo,
- 2 cucharadas de zumo de limón,
- 4 cucharadas de zumo de naranja,
- 2 cucharadas de miel,
- 4 cucharadas de salsa de soja,
- 1 cucharadita de mostaza,
- 1 vaso de caldo de carne,
- sal, pimienta.

Separar las costillas; colocarlas extendidas en una fuente de horno. Colocar en una cacerola el aceite y rehogar la cebolla picada y los ajos machacados. Cuando esté blanda (no dorada), añadir los demás ingredientes y dejar hervir unos minutos. Verter la salsa sobre las costillas y asarlas en el horno a calor moderado durante una hora y media, rociándolas con la salsa a menudo. Servirlas escurridas y bien calientes.


Bueno, pues la primera en la frente. No me gusta que las recetas midan los ingredientes en cucharadas, vasos y similares... No sé si soy una fanática del sistema métrico decimal, pero es que yo no hago más que comparar mis vasos y cucharas con los que hay en otras casas y veo que cada uno es hijo de su padre y de su madre en cuanto a capacidad se refiere. Así que la lista anterior más bien la utilizo como regla para guardar las proporciones entre ingredientes. Vamos, el doble de naranja que de limón, tanta salsa de soja como naranja... Bah, mejor os digo la liada que monto.

Empiezo haciendo el caldo. Pastillita de concentrado, sí de ese que mejor que no nos cuente nadie los ingredientes. En lugar de deshacerla en el litro de agua habitual, le pongo sólo tres cuartos de litro y además lo dejo que se evapore y se consuma... y eso que me ahorro después echando sal. Mientras espero a que hierva y llegue el puntito del ¡chup, chup!, voy extendiendo las costillas... nada de "en una fuente": la propia bandeja del horno (¡bien fregadita!) es la medida perfecta para hacerlas. Coloco las costillas y aunque parezca que no caben, no pasa nada: acaban menguando de tamaño y sobrando sitio. Cuando ya tengo hecho el caldo y colocaditas las costillas, paso al resto.

Una cebolla grande. Vale. Afortunadamente, con esto de la vida moderna, casi todas las cebollas de la malla son del mismo tamaño, así que pillo una cualquiera y eso que me ahorro de que las demás se sientan ofendidas. Para picarlas, a mí me gusta pegarle un corte longitudinal, de abajo -donde están los pelillos- hacia arriba -donde están las barbas-. Y cada una de esas dos mitadas, la voy cortando en rodajitas, pero sin que se deshaga la forma... y cuando acabo vuelvo a hacer rodajitas perpendiculares a las primeras. Y, es curioso: nunca lloro picando cebollas. También tengo la manía de picar el ajo y echar ajo y cebolla juntos en la sartén. Picar el ajo requiere más puntería (¡son más pequeños!) pero, más o menos, hago lo mismo. Bueno, como los ajos no se separan en aros, hay que pegar una tercera ronda de tajos para conseguir picarlos en cuadraditos.

Tres cucharadas de aceite. ¡Y dale! Coged la sartén honda o la cacerola que vayáis a usar y cubrid el fondo de aceite. Vamos, que haya aceite en todo el fondo de la sartén, pero sin hacer charquito. Y a quitarle el orgullo a la cebolla: a dejarla hacer a fuego muy lento y que se vaya ablandando hasta que quede casi transparente. Mientras a por las naranjas y los limones.

Que por culpa de ellos, por cierto, surgió mi rebeldía contra las cantidades de la lista de ingredientes de la receta. Dos cucharadas, cuatro cucharadas... ¡pero bueno! ¿y qué hago con el resto del zumito? Creo que la primera vez que hice la receta, ya decidí que echaba el zumo de un limón y dos naranjas... y a completar la salsa con lo que dieran de sí los demás ingredientes. A ver: cuando la cebolla está transparente, echo un poco de caldo; más o menos, como para doblar el volumen de lo que haya en ese momento en la sartén. Y echo las tres cuartas partes del zumo que me haya salido y luego voy echando el resto de cosas de poquet a poquet... la cucharadita de mostaza (de la de verdad, de Dijon, no de la del burguerquín) sí que la respeto, que no tengo ganas de que pique mucho. De miel, pongo un pelín más de la que toca... echo y mezclo, echo y mezclo... hasta que deja de picarme el limón (normalmente, tres cucharadas que se salen por los lados). Y luego cojo la botella de salsa de soja y echo tanta como zumo he echado. Entonces lo pruebo. Si ha dejado de saberme al zumito, echo un pelín más, que para eso he guardado un poco. Si lo noto soso, o echo un pelín de sal y pimienta, o echo algo más de caldo (eso si noto que me sabe mucho a la salsa de soja). Cuando veo que me gusta, lo dejo cocer un poquito más, lo vuelvo a probar (tranquilos, por mucho que probemos ¡quedará bastante salsa! ;-) ) y, ya, lo echo encima de las costillas... toda la salsa que puedo, hasta que amenace con salirse de la bandeja. Lo normal es que sobre algo, pero reservadlo por si hiciera falta para añadir mientras se asan las costillas...

El horno lo tengo a tope desde un ratito antes de meter la bandeja. En mi horno eso son 250 grados... cuando meto las costillas bajo la temperatura hasta unos 200 grados durante tres cuartos de hora y luego vuelvo a ponerlo a tope hasta que están hechas. Para mí están hechas cuando están churruscadas y casi toda la salsa se ha consumido (bueno, se ha transformado en algo espeso y caramelizado por la miel, que está de vicio...). No olvidéis coger de vez en cuando una manopla de horno y una cuchara, abrir el horno y empezar a regar, con la salsorra que sobra por los lados, las costillas por encima mientras se asan. Ojo, que puede quemar: la manopla de horno es para ponerla en la mano que vayáis a meter en él.

Si todo ha ido bien, os podéis beber el zumo de limón y naranja que ha sobrado (¿ha sobrado?). Y fregad los cacharros. No olvidéis los consejos de Colette en Ratatouille: el puesto de trabajo tiene que estar limpio.

¡Qué aproveche!

jueves, 9 de agosto de 2007

Más álbumes, más fotos...


Hoy me he parado a recoger los álbumes. Habían quedado en el pasillo, encima de la silla, y mientras los guardaba me he puesto a mirarlos otra vez. Y se me ha ocurrido la idea tonta de que las fotografías son como tatuajes... haces una fotografía y hay un trozo de tu vida, muy breve, que queda ahí congelado. Que no cambia aunque tú cambies. Y que, además, puede quedar expuesto públicamente sin que valgan excusas ni explicaciones: está ahí, lo puedes ver ¿quieres más pruebas?

Y, lo que es peor, te trae asociados recuerdos.

O no, era por eso por lo que hacíamos fotos ¿no? Para recordar, para no olvidar ciertas cosas, ciertos momentos... aunque sea después de rescatarlos debajo de una nube de polvo, de un Scruffy de esos que igual no sólo se alimenta de polvo, lanillas y nuestras células muertas. Seguramente, también se alimenta de trocitos de nuestros recuerdos, de pequeños trozos de nuestra vida que ha tomado de las fotografías. Y entonces, sí que es posible que sueñe cuando limpiamos y lo matamos.

Aunque no consigamos arrastrar todos los recuerdos que acompañan a las fotografías. Claro que no sé si es buena idea querer olvidar lo que se ha vivido... Si ha sido bueno, sería una tontería desperdiciar un bonito momento. Y si ha sido malo, debería servir para aprender.

Queda la música, Luis Eduardo Aute.


Claro que es posible que todo esto sólo sea un intento cutre de convencerte de que no me hagas fotos...

martes, 7 de agosto de 2007

Siempre se me olvida...



...si sube, también baja.

lunes, 6 de agosto de 2007

Dos pájaros y ningún tiro (afortunadamente)




-"¡LA SAETAAAAAAAAAA!"
....
-"¡LA SAEEEEEETAAAAAAAAAAAAAAAA!"
...
-"¡LA SAAAEEEEEETAAAAAAAAAaaaaa!"
...
-"¡Qué canten la SAAEEEEEETAAAAAAAAA! ¡¡SERRAT!! ¡¡¡GUAAAPOOOOO!!!"
-"¡... Mujer, pero dile algo a Sabina!"
-"¡¡Sabinaaa, BIIICHOOOOOOOO!!" -un momento de reflexión- "¡Ay, no quería decir eso...! Quería decir... ¡Ay, no me acuerdo de la palabra...! ¡Ah, sí! ¡¡¡GRANUJAAAAAAAAAA!!!"

-oooOOOooo-

Qué difícil es encontrar el sudoeste en medio del asfalto y rodeados de casas. Pero al final de la avenida estaban las montañas y se convirtieron en el mejor chivato. Si allí estaba el oeste, nos podíamos ahorrar intentar buscar el musgo para descubrir el norte. Había que buscar el sudoeste a las 21:34, aunque no veríamos nada hasta las 21:36 y por el sudsudoeste. La altitud máxima sería a las 21:39 por el... ¡Qué diantres! Qué tontería fueron de repente esos números, en cuanto el resplandor de la ISS apareció... dejando al papelillo con las instrucciones en el bolsillo de atrás del vaquero, y una sonrisa enorme en nuestras caras: tocaba programa doble, y el primero sólo duraba diez minutos. Eso sí, muy brillantes.


-oooOOOooo-


-"¡Sabina, GuaAAAAPOoooOOooo! ¡Quiero conocerte de cercaAAAAAaaaa!"
-"¡¡Qué zorrón!!"

-oooOOOooo-

A Serrat me lo presentó mi hermano (¡para eso están los hermanos mayores!) de la mano de Mediterráneo; la verdad, fue un salto cualitativo importante en una tierna infancia poblada por Fórmula V y Los Diablos. Pero, no lo conocí del todo hasta aquel verano con Esther. Un verano lleno de discos de Serrat, cafés con hielo y Pepe Navarro presentando La Tarde; en su casa y con el tocata viejo. Nos perdonaba los escarceos, a Sami con Pablo Milanés y a mí con Aute y con Sabina. Nos miraba como quien mira a quien no sabe y aún no ha visto la luz, pero está a punto de ver claro.

Anda, que no me acordé de ti ni nada la otra noche... Sabinianos versus Serratenses y yo flipando con los dos tres...


-oooOOOooo-


-"¿...Pero como me voy a tomar en serio a esa señora diciendo tonterías de que tiene el gen y que es alcohólica porque tiene el gen?"
-"Perdona, pero en eso tiene mucha razón y no me lo discutas, que yo tengo un máster."

-oooOOOooo-


Creo que el orden de los fragmentos no es el bueno, y que he mezclado de forma rara cosas que pensé con cosas que oímos... pero me ha salido así. ¡Qué noche! ¿Te he dado las gracias?

viernes, 3 de agosto de 2007

TO-DO: Todo


Hay quien tiene la teoría de que no se debe hacer la cama para no aumentar inútilmente la entropía del universo. Es una opinión que comparto según el día. Más bien, según la pereza del día. Hay días en los que el huequito que has dejado en la cama al despertarte es perfecto para volver a meterte dentro y sentirte como de vuelta al vientre materno. Hay días en los que no... definitivamente, el huequito no te mira con ojos pizpiretos, no lo ves como alguien de la familia. Tiras de la sábana de arriba con energía, pegas manotadas en la sábana de abajo procurando quitar todas las arrugas y dejarla lisa y luego vuelves a extender con cuidado la parte superior.

Pero llega un día en que decides que el universo, su entropía y la madre del cordero, todos juntos en el mismo paquete, se pueden ir a tomar aire fresco. O que eres tú la que necesita aire fresco. Coges las sábanas y tiras de ellas con todas tus fuerzas. Las echas a lavar. Le das la vuelta al colchón... o incluso piensas muy seriamente en la posibilidad de cambiarlo también. Fuera los trapos viejos, necesitas que sea todo nuevo y que huela bien.

De la expresión inglesa to do, siempre me ha hecho gracia el chiste fácil con el castellano todo. Hasta hoy. Tengo un to-do que hacer que fácilmente se podría enunciar como todo. Tengo que redibujar muchas cosas y rediseñar muchos planes. Aún no tengo ni idea sobre cómo hacerlo. Creo que voy a empezar especificando un poco ese to-do.

¡Qué diantres! Se supone que formular objetivos es parte de mi trabajo ¿no? :-)

Tomorrow is my turn, Nina Simone.