martes, 24 de junio de 2008

Léelo, Isabel


Ya te hablé del libro, y también he hablado aquí de él, "Los libros arden mal", de Manuel Rivas.

Dice la contraportada que es un universo poblado de voces insólitas. Yo, como tiendo a simplificar, me conformo con decir que hay muchos personajes. Tantos que te puedes perder si no llevas cuidado y en los primeros capítulos estuvieron a punto de aturullarme. Pero transcurre todo en Coruña y el paisaje es tan familiar y me tira tanto para allá... Muchos personajes, sí y estás continuamente construyendo sus vidas. Casi sin darte cuenta, en cada capítulo aparece un nuevo personaje junto con otro que ya había aparecido unos cuantos capítulos hacia atrás. Y debes repasar la vida del otro antes de entender su relación con el nuevo; y te encuentras el nuevo, y con el nuevo descubres cosas del otro que aún no conocías. Descubres tantas cosas, tantos matices, tanto respeto en su construcción, que te atrapan y te arrastran para vivir con ellos.

Hoy conocí a Silvia. Una costurera. La reina del zurcido invisible, arte que aprendió de niña en un convento de monjas en el que la habían internado para tratarle la espalda, y las monjas le enseñaron a zurcir,

"[...] porque algo tendría que hacer cuando fuese una muchacha normal, el día en que la columna al fin se enderezase. Cuando piensa en eso, en el espinazo, siente que se transforma en un carámbano. Durante años atada en una cama, en Oza, atada con correas, sin poder andar. Porque el diagnóstico era que había que domar aquel espinazo deforme, impedir que se consumase la curva, la chepa. Pensar que todo aquel sufrimiento de años se habría evitado con un tratamiento con penicilina. [...] Ella sabía que lo que sentía no era cosa de cría. Pero es que ella tampoco tenía la edad que tenía. Su forzada inmovilidad la hacía vivir con tanta intensidad que, cuando por fin se levantó, tambaleándose, buscando en la ventana ese mar que llevaba meses y meses oyendo murmurar, sin un apoyo para no caer, cuando eso sucedió, se dio cuenta de que había vivido ya varias vidas y que ahora tenía que tratar de que regresasen a su cuerpo o, al contrario, ir tras ellas.

El mar entró con tanta fuerza en sus ojos que la hizo llorar. Y de sus adentros le salió un aullido. No un grito humano, sino un aullido del mar. En ese momento pensó que la habían atado no por un erróneo diagnóstico médico, no por la absurda intención de enderezarle el espinazo a la fuerza, sino para mantenerla adrede alejada del mar. Ella no controla el llanto. Se había pasado años con los ojos secos. Las lágrimas tenían que ver con una marejadilla del cuerpo. De entre las vidas vividas en la inmovilidad, había escogido una."


Tú no has visto mi mar, ni lo has respirado cuando está bravo, cuando entra por los ojos, por los oídos, por la nariz, cuando te puede cubrir incontrolable, cuando todo es espuma y olas y verde de algas rompiéndose. Ni cuando está calmado, profundamente azul, brillando bajo el sol... subiendo y bajando mareas, infatigable. Derrochando tanta energía que no puedes evitar rendirte bajo su fuerza, aceptar que es más poderoso que tú y que aun así es lo bastante generoso como para que puedas utilizarlo, disfrutarlo, jugar con él... Cuando leí ese párrafo que te he copiado, pensé en algo que me contó uno de mis profesores de EGB, sobre una excursión que habían organizado un par de años antes para que niños de la comarca del Caurel, que nunca habían visto el mar, fueran a la playa. Cuando lo contaba me resultaba imposible imaginar que existiera nadie que nunca hubiera visto el mar. Más aún cuando nos detallaba las caras de estupefacción y sorpresa, el silencio impresionante, respetuoso con que aquellos niños vieron el mar por primera vez. Años más tarde, al pensar sobre esa anécdota me di cuenta de que lo que no podía imaginar era que se pudiera vivir en otro sitio que no fuera la orilla del mar.

Al leer esta mañana el párrafo de esta niña descubriendo el mar, tuve que cerrar la boca para no gritar yo también.

Cerré la boca, cerré los ojos para poder ver a esa niña que tantas cosas me trajo a la cabeza. La miré y proseguí. En la hoja siguiente la niña era una mujer y sabía que su amante estaba casado, su propia mujer se lo había dicho. Piensa en que ella sabía ya antes de conocer a la esposa, de conocer a su amante, que su vida está partida en dos mitades, como la cara medio destrozada de una moza que recorre el puerto, mostrando su rostro partido a cambio de dinero o tabaco...

"Ella supo que no se lo iba a decir. Tendría que arrancárselo con unas tenazas de dentista. Que no le iba a confesar que hacía tiempo que estaba casado y que no era cierto que aquella mujer que una vez había encontrado en el estudio fuese la arrendataria del local, una antigua amiga, además. [...] "¿Estás casado? ¿Por qué no me lo has dicho?" No. Ella no iba a hacer ese interrogatorio. [...] Vivía media vida y desde pequeña intuía que a la gente como ella el vivir completo le estaba vedado en esa parte del mundo. [...] Se dio cuenta de que uno de sus lados, el iluminado, engañaba al otro, el de la sombra, desde que le había conocido. Y que ambos lados lo sabían. Aun así habían decidido seguir adelante. Vivir ese instante de verdad. Ir al cabo del faro, follar bajo sus aspas de luz, con la música de la emisora del mar.

No. No iba a utilizar tenazas de dentista para arrancarle una confesión innecesaria."


No voy a copiar más párrafos. Lo que falta es sólo el único desenlace sincero en una historia de cuerpos y amores, cuando sabes que desde el mismo momento en que algo empieza, lo único seguro es que acabará. Me sentí como triste al pensar que era el único final posible, al pensar que lo he vivido y que lo viviré pero, al fin y al cabo, ¿para qué negarlo? Ni aún cuando todo parece perfecto y lleno de promesas, cuando la vida te sonríe y te sientes completamente enamorada y sientes que te comerías el futuro a mordiscos, puedes evitar saber que todo acabará. Igual que sabes que un día morirás y eso no debe impedirte vivir. Una noche fueron al faro por última vez y se amaron y se disfrutaron y se rieron como siempre lo habían hecho. Aunque él no sabía que era la última noche en el faro.

Qué grande la niña enferma, qué grande la costurera, qué grande todo lo que dio de sí, y de mí, el capítulo. Qué respeto llegué a sentir por ella y cómo pude llegar a identificarme en algunos gestos... qué morriña de mi mar, y qué lejos sentí ese faro. Y qué cerca.

Afortunadamente tengo tu mar, y sobre todo tengo la luz de tu cielo, el azul de un cielo que en Galicia nunca pude ver. Y que nunca podré ver, porque el cielo es vuestro como el mar es nuestro.

Acabo ya, pero antes quería dedicarte una frase. Creo que es de las que te gustan:

"Se abrazaron de nuevo. Era cosa de los cuerpos. No es fácil desprenderse de la melancolía de los cuerpos."

lunes, 23 de junio de 2008

La fuente del chorro


No, no me he equivocado, no es la fuente del caño. Es la fuente del chorro. O, por lo menos, así le llamo yo a una fuente que hay en mi universidad.

En medio del campus, tenemos un boulevard, el Jardín de los Sentidos. Y, en uno de los extremos del jardín, está la fuente del chorro. No es una fuente especial, en el sentido de que no es más que una pileta cuadrada de unos quince metros de lado, con un chorro en el centro. Sí lo es cuando tenemos en cuenta que sus bordes son muy anchos... tanto como para poder dormir cómodamente una siesta, en la semisombra de los árboles que la rodean y escuchando el ruido del agua.

La echaba de menos; el campus ha estado de obras y el boulevard llevaba cerrado más de un año. Y hoy, por fin, he podido ir a tumbarme un ratito allí después de comer. Y he estado tan a gusto.

Cuando estaba allí tumbada, me he acordado de un par de historietas que tienen a la fuente como protagonista. Y he empezado a reírme sola, mientras María jugaba con el agua.

En la primera interviene ella, precisamente. No preguntéis por qué María estaba tan colgada con la primera parte de ESDLA, "La comunidad del anillo". Seguramente, porque fue con mi madre a verla al aire libre una noche de verano, cuando tenía casi cuatro años. El caso es que, ese invierno, iba por el pasillo de casa haciendo como que cabalgaba mientras tarareaba la banda sonora de la película. Una y mil veces. Y rogaba que pusiéramos la película y suspiraba por poder leer el libro. Pasó ese invierno y, allá por el mes de Junio, me la traje un día a la universidad. Dimos un paseo por el jardín y le iba enseñando las otras fuentes, los árboles, los parterres... y cuando llegamos a esta fuente en concreto, nos quedamos las dos paradas: en el fondo, construidas sus letras con huellas de pisadas, se podía leer claramente "MORDOR". María se quedó inmóvil y con cara de muchísimo susto, como si el propio Sauron fuera a emerger del fondo. Y yo me quedé pensando cómo diantres habrían hecho para pintar eso en el fondo de la fuente, sin vaciarla. El misterio se resolvió al acercarnos; metí la mano y rocé el fondo de la fuente: al rozar el limo que lo cubría, se dibujó una línea que quedaba más oscura que el resto. Seguramente, después de una noche de estudio en la biblioteca, alguien se metió en la fuente para refrescar los pies y aprovechó para dejar un mensaje.

La segunda historia, es mucho más corta y me dejó bastante más frustrada. La universidad está a apenas dos kilómetros de la ciudad, un paseo muy agradable... salvo que hablemos de una mañana de sábado, en pleno Julio y con veintiocho grados de temperatura. Cuando llegué por fin a la universidad y enfilé el boulevard, estaba exhausta y completamente acalorada y sudada. Y fue ver el chorro de la fuente y empezar a pensar en lo agradable que sería estar a su lado y aprovechar el viento para que el agua que se desprendía del chorro gracias a él, me refrescara cuando "casualmente" me parase cerca. La idea me iluminó la cara y torcí el rumbo, hacia la fuente, en lugar de dirigirme hacia mi despacho. Pero, a medida que me iba acercando, el chorro iba disminuyendo de altura y tamaño. Cuando llegué a la fuente, desapareció directamente. Ese día me enteré de que el chorro era regulable.

sábado, 21 de junio de 2008

Desear






Un centímetro. Un espacio lleno de escalofríos.
Tus labios a un centímetro de mi cuello.
Mi piel a un centímetro de erizarse.
Mis piernas a un centímetro de rendirse.

Qué lento ese centímetro.
Qué hambre de caricias y qué sed de piel...

Pelear sólo para volver a rendirse,
Rendirse sólo para volver a pelear.

Qué lento ese centímetro.
Qué difícil no cruzar ese puente, esperando...

Ya vienes. Ya voy.
Déjame paladear ese centímetro,
déjame cruzarlo con los ojos cerrados,
déjame prepararme para tus labios.

Tus labios a un centímetro de mi cuello.
Vamos... acalla ese vacío que has escarbado en mi vientre.

jueves, 19 de junio de 2008

Profesiones de riesgo


Hoy: Ser primo de Rajoy



"¿La familia? ¡Bien, gracias!"






oooOoOooo

Actualización (21/06/2008)

lunes, 16 de junio de 2008

Orsai



209: ¿Cuál es tu intención al sacar el libro en la Argentina, si está en internet y ningún argentino pagaría un peso por algo gratis?

No me importa. Las obras tienen que estar al alcance de todos, sobre todo de quienes no tienen dinero para disfrutarlas. No tener dinero para comprar un libro ya es, en sí, un problemón, como para incorporarle otros problemas accesorios. Y como ya dije otras veces, el libro es un obsequio que sigue manteniendo su hálito de exclusividad, su toque distintivo de amor y fraternidad: nadie regala un .pdf impreso. Pero esa versión digital tiene que existir también. Por respeto a los que no pueden llegar de otra manera a la obra.



Orsai. Casciari. Que no me lo envuelvan, que me lo llevo puesto. Gracias.

Es un fragmento de su entrada 209


jueves, 12 de junio de 2008

Felicidades reina...

Casi, casi Alice in the world ;-)





No todas sus canciones son tristes; al menos, ésta a mí no me lo parece. ¡Disfruta y vive! :-D

lunes, 9 de junio de 2008

66666

A eso de las seis de la tarde, statcounter me mostraba el acceso sesenta y seis mil seiscientos sesenta y seis al blog de una servidora, desde que lo instalé hará un par de añitos...

¿Os gusta este vídeo para celebrarlo? :-D





Wall-E Spotted in LA! from Blink on Vimeo.



La bruja


Era vieja. No me miréis así: era vieja. Era vieja cuando yo tenía tres años, era vieja cuando yo tenía diez años, y era más vieja aún cuando yo tenía veinte años. Era una vieja muy bajita y muy menuda. El pelo largo recogido en una trenza debajo del pañuelo gris que llevaba siempre en la cabeza. Con gafas de culo de vaso, muy gordas, que hacían que su rictus malhumorado fuera aún más evidente; siempre llevaba la boca torcida en un gesto poco amable. En cuanto a su cuerpo, quedaba tapado por una gabardina parda, siempre la misma gabardina en verano y en invierno, y sólo se adivinaban unas piernas huesudas envueltas en medias blancas. Pero lo que más destacaba de todo el conjunto era un enorme bastón; no me preguntéis de qué madera era. Sólo sé que era casi tan grande como ella y que lo usaba mucho y con bastante puntería y mala baba.

De ello pueden dar fe en mi familia. Recorría las calles y las casas de Ferrol pidiendo limosna. Dice mi madre que iba mucho por casa de mi abuela, la paterna, y que cuando le daban algo, normalmente unos céntimos, siempre replicaba "Nunca me dais billetes ¡y así nunca llegaremos a ricos!". Y, por lo visto, en una ocasión en que mi abuela no tenía monedas sueltas y le dijo que ese día no podía darle nada, del mismo enfado arreó un bastonazo criminal a una maceta que tenía en el portal y se la destrozó.

Siempre le llamé la bruja. A mis tres años, y para mi imaginación, ya era la viva imagen de todas las viejas malas de los cuentos que me contaban y no me hubiera extrañado si me dijeran que cogía a los niños y los encerraba en oscuras mazmorras de su propiedad. Pero lo más curioso del caso es que mantuve ese miedo intacto hasta más allá de los veinte años, hasta que dejé de verla y supuse que habría muerto. Debía de resultar curioso de ver como mi cara se ponía completamente blanca del susto, mientras tragaba saliva, bajaba la vista y cruzaba la calle hacia la otra acera, bien lejos del alcance de su bastón, en cuanto la divisaba. Y eso a los seis años, a los ocho, a los doce, a los quince, a los dieciocho... toda mi vida. Seguramente, por culpa del episodio que os voy a contar.

Nosotros vivíamos en un tercero; Choncha era la vecina del cuarto. En cuanto podía, me escapaba a su casa porque siempre me mimaba. No tenía niñas, y le hacía ilusión que yo subiera por allí. A la que no le hacía tanta ilusión era a mi madre. Yo me enteré al cabo de los años: por lo visto, la mujer estaba algo tocada del pulmón y a mi madre no le hacía gracia que pasara tanto tiempo con ella.

Pues debió de ocurrir cuando yo tenía cuatro años. Era por la tarde y en casa estaban cosiendo: mi madre, acompañada de mi tía Canucha, de Macamen, de Obdulia, de Finita... Y yo me aburría; supongo que estaban apuradas, a punto de acabar algún encargo, que no me hacían ni caso. Y entonces grité algo de que subía a casa de Choncha. Me hice la loca ante el "¡No!" de mi madre, agarré la puerta, y empecé a subir. Cuando estaba a punto de llegar al rellano, mi tía Canucha en la puerta gritó: "¡¡No subas, mira que sube la bruja!". Y miré hacía abajo y quiso la casualidad, ¡maldita sea!, que en ese mismo momento estuviese subiendo la vieja del bastón y se hubiera parado en el rellano entre el segundo y el tercero para recuperar la respiración. Lo había oído todo perfectamente y noté como su furia empezaba a extenderse en oleadas, subiendo con ella por la escalera.

Bajé las escaleras tan rápido como pude, entré en casa y me metí bajo la mesa de la cocina, mientras mi tía cerraba la puerta rápidamente. Lo único que recuerdo de los minutos siguientes -¡eternos!- es una descarga incontinente de bastonazos en la puerta, acompañados de gritos mientras se desgranaba una completa galería de floridos insultos. Todas la mujeres en casa enmudecieron, hasta que pasó la descarga y se empezaron a oír risillas.

Pero no me convencieron de que saliera de debajo de la mesa hasta que no hubieron pasado cuatro horas...


viernes, 6 de junio de 2008

Heráclito y Parménides



El mando apuraba con la voz. Pero aquello no se podía hacer de cualquier manera, a lo bruto. Cada trabajo requiere su ritmo, y ninguno de nosotros recordaba haber cargado con restos de libros quemados. Las herramientas tampoco. Ellas y nosotros estábamos acostumbrados a recoger las hojas caídas, al olor de las cenizas de otoño, que le dan a la ciudad un aroma medicinal. Más que de humo habría que hablar de eso, de un aroma. Era una naturaleza a la que le había llegado su tiempo. En cambio, lo que hoy ardía era el tiempo. En eso sí que reparé. No dije nada, pero lo pensé. Estremil, compañero, arde el tiempo. No las horas, ni los días, ni los años. El tiempo. Todos los libros que no he leído, Estremil, están ardiendo.

Los libros arden mal, Manuel Rivas


Estaba leyendo ese párrafo en el autobús y pegué un bote en el asiento, porque de repente caí en por qué este libro me está recordando cosas que pensé a raíz de esta entrada de Emilio. Claro, quemar libros. Qué tontería reparar en ello a estas alturas, después de 173 páginas. Será que estaba perdida: aparecen muchos personajes en la novela y el narrador va construyendo su vida a base de continuos flash-backs y estaba perdida en la historia de uno de estos personajes en concreto. Hasta que me saltó ese párrafo dentro de los ojos y yo salté con él. Arde el tiempo. ¿Por qué serán tan peligrosos los libros que hay que quemarlos? (¿por qué cualquier aspirante a manipulador está tan interesado en quemar libros?). Qué manera tan dulce de expresar la impotencia ante esa barbarie: Arde el tiempo. Y qué forma tan brusca que tuve de caer en la cuenta de que, seguramente, me había perdido construyendo las historias de los personajes, sin reparar en lo obvio, en el título, que es, precisamente, Los libros arden mal.

O igual tampoco estaba tan despistada. El párrafo que lleva unos días dando vueltas por mi cabeza, realmente, es este:

La realidad cambia a cada instante y de ella podemos decir lo que Heráclites del río: nunca nos bañamos en el mismo. Tenía mucha razón, pero a Parménides tampoco le faltaba. Este sostenía que el río era siempre el mismo. La humanidad va como un río. Parece que todo cambia, que todo se mueve, que el progreso conduce a la historia. Aunque puede ser una apariencia. Hay partes del río que son aguas muertas, estancadas, sin vida.


Repite varias veces Emilio en su entrada que "asusta que Farenheit 451 se escribiera en 1953". Asusta que se quemaran libros en Berlín en 1933. Asusta que se quemaran libros en A Coruña en 1936. Asusta que se quemaran libros en Argentina en 1976. Asusta que se quemaran libros en Sarajevo en 1992. Asusta recordar la biblioteca de Alejandría. La Inquisición. Los talibanes. Giordano Bruno. Hipatia... Asusta que se asuma que en un futuro hipotético deben quemarse libros porque los libros hacen pensar, preguntar, soñar...

Asusta darle la razón a Parménides.

Aunque es más posible que me asustara porque me pilló en uno de mis días, días de esos que tengo tras una tormenta, días en los que haces propósito de enmienda, en los que quieres cambiar algo. En los que quieres darle la razón a Heráclito, en los que quieres que se mueva el río, que evolucione y no se estanque el agua; en los que quieres salir adelante y hacerlo mejor. Y, de repente, me recordé a mí misma, en el comentario que dejé en esa entrada, dando la razón a los que afirman que no evolucionamos, que repetimos pautas, que repetimos errores. ¿Estaré yo también condenada a repetir mis errores, a quemar mi tiempo?

Asusta no tener una respuesta. Aunque también ayuda. En esa duda lo puedo seguir intentando. Cambiarme a mí, incluso cambiar al mundo. Lo que me recuerda que hoy ha muerto Josep Vicent Marqués, uno de esos benditos locos que querían cambiar el mundo. Descanse en paz.

martes, 3 de junio de 2008

Con cariño para Jb...


... que tiene(*) pelo, cabeza, cerebro, orejas, ojos, nariz, boca, dientes, lengua, barbilla, cuello, pecho, corazón, alma, espalda, culo, brazos, manos, dedos, piernas, pies, dedos de los pies, hígado y sangre. Bueno, de esto último hasta donde sus jefes no se la hayan secado :-)





Y, de paso, te cuento de una que se enamoró arrebatadoramente de Berger cuando vio la película a los quince años y que, cuando se lo reencontró años después en Everwood y tenía alguna escena de padre borde, se partía la caja recordando este bailecito y pensando aquello tan manido de "Jo, cómo hemos cambiado.."



(*)... también tiene mucho morro, pero eso lo dejo para otra entrada ;-) :-P

Tomorrow



"Everything's gonna be fine for the both of us. If not today the... tomorrow."





................
When I'm stuck with a day
That's gray,
And lonely,
I just stick out my chin
And Grin,
And Say,
Oh!

The sun'll come out
Tomorrow
So ya gotta hang on
'Til tomorrow
Come what may
Tomorrow! Tomorrow!
I love ya Tomorrow!
You're always
A day
A way!
................




Me he levantado cantándola y no se me va de la cabeza... eso será que hoy es mañana ¿no? :-)

domingo, 1 de junio de 2008

El piano, la Luna, las uñas y el Nocturno


Tenéis que perdonar, pero después de la entrada de ayer estaba cantado:





Tuve una compañera de carrera que también estudiaba piano; y creo que fue en sexto cuando se tuvo que preparar la sonata Claro de Luna. Mientras la escuchaba, babeando de envidia como yo sola, aprendí los veinte primeros compases... muy adecuados para una tullida de la mano izquierda, como lo es una servidora de ustedes. No pasé mucho más de ahí y, a veces, aún se me escapan los dedos tamborileando los "racimitos de cerezas", que decía yo... y ya ni me acuerdo de los movimientos sin gracia que hacía con la mano izquierda. Os podéis imaginar cualquier pelea de gatos y oiréis mis intentos desesperados de coordinar mis manos... cualquier cosa menos el famoso "Si deve suonare tutto pezzo delicatissimamente e senza sordino".

A ella se le atascaba el agitato, el tercer movimiento, y cuando se levantaba enfadada del piano, aprovechaba yo para ir y desafinarlo. Diantres, cómo la envidiaba. Pues poco después se dejó la carrera de piano. Aún me dura el enfado, cuando lo pienso. Veamos, Katia se lo dejó por la lesión, Juan por el doctorado... pero es que ella se lo dejó porque quería dejarse las uñas largas. No me lo podía creer. Y me lo dijo toda convencida... hoy es el día que aún creo que se quedó conmigo. Pero el caso es que sí empezó a llevar uñas largas. Y pintadas de rojo. Y yo fui algo borde, me temo, y dejé de frecuentar su casa en cuanto el piano se cerró con llave (y eso ya fue cosa de su padre, posiblemente mucho más mosqueado que yo con el tema).

Es bonito crecer en un pueblo, en un sitio pequeño. Salvo por pequeños detalles. Como las cosas que te tienes que perder: de que existían conservatorios y sitios donde estudiar música, baile, teatro o cosas así, casi ni nos enterábamos.

Hoy en día en Ferrol hay conservatorio. A veces, me duele pensar en cosas que podrían haber sido y nunca fueron. Aunque igual tampoco insistí demasiado, no lo sé. A mi primo, por ejemplo, nadie le enseñó a tocar el acordeón, aprendió solo. Claro que nunca tuve un piano en casa, ni siquiera uno de esos órganos que tenían melodías pregrabadas... fueron posteriores. Y todavía no sé por qué nadie me dijo que mi abuelo tocaba el violín, hasta años después de que hubiera muerto... ¿querría olvidarlo o es que sólo le importaba ya la pintura? Pintura que tampoco llegué a estudiar con él... se me murió muy pronto.

Ni música, ni danza. A los quince años, animada por una compañera de instituto que hacía ballet, me quise apuntar a una academia. Mi madre no me dejó. Su razonamiento me dejó apabullada: "Cuando tenías tres años te hubiera apuntado. Te ponías delante de los espejos de puntillas e imitabas a las bailarinas que veías en la tele y lo hacías muy bien. Pero ahora eres muy mayor para empezar una carrera de ballet y estas cosas o se hacen en serio o no se hacen...". ¡Vaya...! caramba mamá, y no sabes lo peor: con lo grande que soy, no me hubiera comido una rosca como prima ballerina; las bailarinas tienen que ser bajitas, menuditas y poco pesadas para ser fáciles de sujetar. Fíjate tú si me llegas a apuntar a los tres años y me arruinas la carrera a costa de inflarme a Infivarasa y refuerzos de calcio en mis primeras papillas...

Ni teatro. Ester y yo intentamos montar un grupo en el barrio y el profe de Mates de COU decidió advertir a mi madre del riesgo de desperdiciar mi talento en "entretenimientos varios". Lo tuve que dejar a los seis meses de empezar, cuando ya parecíamos algo...

Servidora y las bellas artes, o la historia de un amor imposible. Ya me vengaré. Mientras tanto y para acabar bien, algo que nunca seré capaz de tocar: