lunes, 23 de junio de 2008

La fuente del chorro


No, no me he equivocado, no es la fuente del caño. Es la fuente del chorro. O, por lo menos, así le llamo yo a una fuente que hay en mi universidad.

En medio del campus, tenemos un boulevard, el Jardín de los Sentidos. Y, en uno de los extremos del jardín, está la fuente del chorro. No es una fuente especial, en el sentido de que no es más que una pileta cuadrada de unos quince metros de lado, con un chorro en el centro. Sí lo es cuando tenemos en cuenta que sus bordes son muy anchos... tanto como para poder dormir cómodamente una siesta, en la semisombra de los árboles que la rodean y escuchando el ruido del agua.

La echaba de menos; el campus ha estado de obras y el boulevard llevaba cerrado más de un año. Y hoy, por fin, he podido ir a tumbarme un ratito allí después de comer. Y he estado tan a gusto.

Cuando estaba allí tumbada, me he acordado de un par de historietas que tienen a la fuente como protagonista. Y he empezado a reírme sola, mientras María jugaba con el agua.

En la primera interviene ella, precisamente. No preguntéis por qué María estaba tan colgada con la primera parte de ESDLA, "La comunidad del anillo". Seguramente, porque fue con mi madre a verla al aire libre una noche de verano, cuando tenía casi cuatro años. El caso es que, ese invierno, iba por el pasillo de casa haciendo como que cabalgaba mientras tarareaba la banda sonora de la película. Una y mil veces. Y rogaba que pusiéramos la película y suspiraba por poder leer el libro. Pasó ese invierno y, allá por el mes de Junio, me la traje un día a la universidad. Dimos un paseo por el jardín y le iba enseñando las otras fuentes, los árboles, los parterres... y cuando llegamos a esta fuente en concreto, nos quedamos las dos paradas: en el fondo, construidas sus letras con huellas de pisadas, se podía leer claramente "MORDOR". María se quedó inmóvil y con cara de muchísimo susto, como si el propio Sauron fuera a emerger del fondo. Y yo me quedé pensando cómo diantres habrían hecho para pintar eso en el fondo de la fuente, sin vaciarla. El misterio se resolvió al acercarnos; metí la mano y rocé el fondo de la fuente: al rozar el limo que lo cubría, se dibujó una línea que quedaba más oscura que el resto. Seguramente, después de una noche de estudio en la biblioteca, alguien se metió en la fuente para refrescar los pies y aprovechó para dejar un mensaje.

La segunda historia, es mucho más corta y me dejó bastante más frustrada. La universidad está a apenas dos kilómetros de la ciudad, un paseo muy agradable... salvo que hablemos de una mañana de sábado, en pleno Julio y con veintiocho grados de temperatura. Cuando llegué por fin a la universidad y enfilé el boulevard, estaba exhausta y completamente acalorada y sudada. Y fue ver el chorro de la fuente y empezar a pensar en lo agradable que sería estar a su lado y aprovechar el viento para que el agua que se desprendía del chorro gracias a él, me refrescara cuando "casualmente" me parase cerca. La idea me iluminó la cara y torcí el rumbo, hacia la fuente, en lugar de dirigirme hacia mi despacho. Pero, a medida que me iba acercando, el chorro iba disminuyendo de altura y tamaño. Cuando llegué a la fuente, desapareció directamente. Ese día me enteré de que el chorro era regulable.

4 comentarios:

Mars Attacks dijo...

Esa segunda historia es un microrrelato cojonudo :D

Carlos C. dijo...

Pues yo lo que más echo de menos del boulevard es aquel chiringuito, y sobre todo el mítico café granizado con horchata! No había término medio: o lo amabas o lo odiabas :D

Algernon dijo...

Me encantan estos posts al filo de la realidad :-)

servidora dijo...

¿Cómo que al filo? Completamente verídico, oiga. Las dos historias :-)