lunes, 31 de diciembre de 2007

Año impar


Este año es impar y yo nací al final de un año par. Eso supone que me he pasado el 96% del año impar siendo par y sólo a fin de año hemos acompasado el ritmo, por fin. Igual por eso puedo contaros este relato incompleto e inexacto de diez horas impares en año impar.

Disponía de diez horas libres por delante, con poca conversación (eso esperaba y así fue). No sé si fue casualidad, pero puse el disco de Doctor Divago. Y no sé exactamente por dónde fueron mis pensamientos. Yo no los guiaba, como tampoco intentaba reflexionar o meditar sobre ningún tema; si acaso, intentaba dormitar. Pero al cabo de un rato, dos palabras aparecieron en mi cabeza: estreñimiento mental, que aparecieron para expresar todo lo contrario a la diarrea mental, entendida como ese estado en el que las ideas deambulan sin control y sin saber de dónde ni hacia dónde. El estreñimiento mental, sin embargo, te deja la cabeza embotada con una misma idea, dándole vueltas, sin digerirla, sin expulsarla... sea o no sea equivocada, sea o no sea imaginaria. Puñetero estreñimiento mental que me ha acompañado tanto a lo largo de este año impar.

Espero que a los chicos de Doctor Divago no les parezca mal que asocie mi "momento All Bran mental" con sus canciones. No sé en qué momento ocurrió, ni en que canción... pero sé que hubo un momento en que todo dejó de estar embozado, en que pude ver cómo los pensamientos dejaban de agolparse, de entrechocar y de empujarse. Fue casi físico, como dejar de estar encerrado en tu coche en un gran atasco de coches en un día de verano, sudado, pegajoso, con la boca seca y las gafas apretando tu nariz y tus sienes, con ganas de arrancarte la propia piel. Y, de repente, los coches se mueven, empiezas a avanzar, circula el aire, sopla el viento, te revuelve el pelo, te refresca la espalda, el pecho, el hoyuelo tras la rodilla... empezaron a moverse las ideas, empezaron a fluir los pensamientos y empecé a verme a mí misma desde fuera.

Fue sorprendente. Hubo un momento en que estuve realmente cómoda y me miraba como puede mirarse a alguien desconocido. Sin prejuicios. Parte de mi vida pasó como una película y fui testigo de mis propios pensamientos, miedos, fobias, alegrías, complejos, errores, aciertos... de mi relación con los demás, de mis dependencias y de mis independencias. Hasta que fui capaz de ponerle nombre al protagonista de esos recuerdos: egoísmo.

Porque he sido egoísta, últimamente. Y no lo digo con tono de duelo ni de arrepentimiento. Fui egoísta porque necesitaba ser egoísta y estoy segura de que hubiera desaparecido de no haberlo sido. Es como cuando el cuerpo necesita comida y no sabes por qué, pero empiezas a comer y a comer, sin sentirte satisfecho por mucho que comas. Necesitaba ser egoísta y egoísta, porque si no, no hubiera pensado en mí y no hubiera salido del pozo. Pero lo malo es que me pasé: al principio estuvo bien, pero me pasé. Así que de ese punto de egoísmo tan necesario, que me hizo plantarme, que me hizo reaccionar y que me hizo bien, pasé en caída libre a la autocompasión mal entendida y al desánimo.

Una transición debida a una inmadurez peligrosa, que me tengo que vigilar porque me provoca inseguridad. El caso es que ahí empezó el estreñimiento mental y el embotamiento, el ver todo cuesta arriba. Diantres, qué cómodo es el victivismo y qué peligro tiene. Pero, sobre todo, qué aburrido es. Dejar de pensar, de tomar iniciativas y de saber qué quieres. Esperar ¿a qué? ¿a que los demás vivan tu vida? Lo curioso, en mi caso, fue caer en él cuando se suponía que me había tomado un margen de tiempo para reflexionar, para redirigir mis pasos... ¿Sólo fueron tres meses? ¿Tantísimo tiempo? Qué desperdicio y qué resaca arrastro aún. Lo curioso fue cómo salí: creí ver un fantasma que me recordó la época en que sólo tenía ilusiones. Nada más que ilusiones... y nada menos, porque ellas me ayudaron a llegar donde estoy, a cumplir mis metas y mis sueños, a perseguir todo aquello que quería. ¿Por qué no tirar lastre de nuevo, volver a soñar, volver a marcarme metas, volver a pelear? Más cuando yo sí puedo decir, sin paradojas, que sé que puedo hacerlo, porque ya lo he hecho.



Y en eso debo de estar, porque ese momento All Bran que os comentaba vino acompañado de un pensamiento que no puedo describir bien todavía... llevo días buscando las palabras para hablar de la sensación que me dejó, pero no las encuentro. Como mucho, podría deciros que, de repente, vi un gran pez deslizándose en mi cabeza, libre, nadando en unas aguas luminosas y en las que todo era tranquilidad. Qué absurdo, la única imagen que asocio a mi pensamiento es un gran pez, nadando tranquilo y feliz. O no. Es una imagen en el agua, y en el agua siempre me siento cómoda, a gusto. Y la sensación que me dejó mi pensamiento fue de una gran paz, una gran claridad. Todo encajaba, todo iba bien, todo va a salir bien. De hecho, hasta pude perdonarme por todas las tonterías que pude llegar a imaginar, por todos los fantasmas que he convocado a bailar dentro de mi cabeza. Por las ganas que parecía que tenía de que todo fuera complicado y negro, en lugar de sencillo y diáfano. Amé a ese pez nada más verlo y, desde que lo he visto, sólo tengo ganas de nadar con él. Quiero que todo fluya, saber adaptarme a la corriente según venga, ayudarme de él cuando venga en contra, comiéndonos juntos la dificultad, y disfrutar con él, jugando, cuando sea favorable y no haya nada que hacer salvo disfrutar de la calma.

Lo importante de ese pensamiento, en cualquier caso, es que ha venido a acompañarme en el momento adecuado. Quiero decir, siento algo parecido a cuando dejé de fumar: quería hacerlo y me pillé a mí misma dispuesta a hacerlo. Lo hice en cuanto vi la señal. Esta vez, la señal es ese pez. Y no fue la única: a las cinco y media de esa tarde al atravesar el Bierzo, a punto de entrar en Galicia, tuve la suerte de encontrarme con la Luna más grande que veremos en unos años asomando por mi derecha mientras, a mi izquierda, un Sol poniente derrochaba luz sobre un escenario lleno de todos mis verdes, más hermosos que de costumbre al contrastar con otros tantos tonos de ocre... Y otra vez la paz, la sensación de armonía y de estar en el sitio adecuado, en el sitio en el que quería estar en aquel momento.

Armonía, fluir con mi pez. Y lo haré. Toca hacer buena la cita, "¿Sabes qué día es hoy? ¡Hoy es mañana, por fin!".

jueves, 27 de diciembre de 2007

Pluguiera (o pluguiese)


Se lo montaba tan mal, que en el pueblo solían decir que tenía disnegativos en lugar de dispositivos. Pero es que Usebio Fari Guiri tenía graves problemas de comunicación y nunca conseguía conectar.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Algún día...



... y mientras tanto, ¡a soñar! :-)

Gracias a APOD, Astronomical Picture of the Day.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Siempre Garantizamos Alguna Estafa


Procuro mantener a mi hija alejada de los telediarios. No quiero que sepa la verdad sobre mí: soy informática.

No quiero que se entere por los medios de información de que soy una ladrona, pirata y estafadora -además de pederasta y pornógrafa, pero eso queda para otro día- y que por ello debo vivir bajo una permanente vigilancia y sospecha criminal.


Vaya, y ahí se quedó el intento de hacer fina ironía. La verdad, estoy enfadada y en esas condiciones no me sale el tono irónico que requiere el tema. Así que, si no os importa, os dejo con gente más inspirada que yo a la hora de tocar estos temas:


Actualización (05/01/2008):


Dicho gráficamente:

Pero como ya apuntó alguien: "Sí, claro, pero ¿y si no es broma? ¿eh?"

Regalar

Lista de regalos:

... he visto huellas en la nieve...

... me ha buscado para compartir una buena noticia...

... me ha hecho el regalo de hacerme un regalo...

... ha llenado mi mano vacía con su mano, y mi cara alma de sonrisas...


Y muchos besos, y muchos abrazos, y muchas sonrisas. Y muchas risas.
Y bombones.

¡Qué bello es regalar! Y qué suerte tengo...


miércoles, 19 de diciembre de 2007

Cuarenta y tres...


(BTW: está mal, no aparezco :-P ...)

Me decía el otro día Maléfico que si el 43 "¿... no es un número especial de esos que los multiplicas por la distancia al sol, lo divides por el ancho del canal de Panamá y te da un número primo, que si lo elevas al cubo es par y negativo ?"

Pues he estado buscando, buscando, buscando... ejem, bueno, sí, la verdad, es que he mirado en la wikipedia y me he encontrado con que el 43 es algo más que el décimo cuarto número primo:

  • es un primo gemelo con el 41 (vaya, que el 41 y el 43 cumplen que 41+2=43; el siguiente par de primos gemelos son el 59 y el 61)

  • es el primo más pequeño que no es un número de Chen

  • es el tercer número primo de Wagstaff... (hmmm... lo de 2 elevado a un primo, más 1, dividido entre 3 tiene su encanto tropical... 2 elevado a 7, más 1, dividido entre 3... podría hacerme un mantra..)

  • es el cuarto término de la secuencia de Sylvester (que dicho así, no es que sea muy interesante, pero te pones a ver sus aplicaciones y te puedes hasta marear :-D)

  • ésta me ha encantado: es el primer primo heptagonal centrado (que ya iba siendo hora de que servidora se centrase... heptagonalmente o no :-))

  • en base 6 se representa como 111repdigit!)

  • y ¡¡bien!! no es un McNugget number (nada que ver con el McRata ¡¡mola!! ;-))



Que sí, Maléfico, que es un número especial. Aunque lo más especial va a ser llenarlo de vida. ¡Cuento con vosotros, eh :-)!

Por cierto... ¡¡felicitadme!! Es mi cumpleaños :-)

jueves, 13 de diciembre de 2007

Problemas de comunicación




El proceso puede ser correcto, pero la comunicación mala y eso provocará que la interpretación sea errónea.

Me has convencido: procuraré vigilar más mis códigos de control.


miércoles, 12 de diciembre de 2007

Feliz cumpleaños

-"... Va, no importa. Quédate con él. Tenía otra copia, pero la regalé hace tiempo..."

Y se quedó serio, como siempre. Pero también triste, y la expresión de su cara me impidió preguntarle más.

Miré el libro. Poesía. ¿Poesía... a mí? 

-"No leo poesía, no le encuentro atractivo, me aburre y me cansa..."

Al menos, conseguí que la tristeza abandonara su cara. Casi, casi, conseguí que sonriera.

-"Esta sí." - sentenció.

Y tenía razón. Fue mi primer libro de Benedetti y no tengo muy claro que sepa cuánto se lo agradecí.

Con el tiempo, hice una tontería de las mías. Acababa nuestro primer curso en esa universidad y era mucho lo que tenía que agradecer a los amigos nuevos. Compré pequeños regalos para cada uno, nada importante, sólo quería recordar pequeños detalles que habían ocurrido a lo largo del año...

-"Antología poética de Mario Benedetti y... ¿Antología poética de Mario Benedetti? ¿Dos ejemplares iguales?" - y me miró con cara muy rara, como preguntándose si me había vuelto idiota.
-"Por si tienes que volver a regalarlo, así seguirás teniendo tu libro..."

Primero, no recordó. Pero creo que luego, sí.

Face to Interface



Revolt of the Mouses




Dice Juanki que el corto ya lleva un tiempo por la red. Yo no lo conocía y me ha encantado. Por eso le he copiado casi literalmente la entrada. Espero que no le parezca mal...

Feliz Navidad



Lo vi en Joepisco.

martes, 11 de diciembre de 2007

Diversos acontecimientos personales de complicada pormenorización...



"Diversos acontecimientos personales de complicada pormenorización me han situado en los últimos tiempos frente a la posibilidad de controlar activamente mi existencia. Me encuentro en el principio de algo que no sé definir, pero que se resume en la impresión de haber tomado las riendas de mi vida."


No sabía bien cómo titular esta entrada y he recurrido a Millás y a una frase que ya copié el otro día, al comentar cómo había tropezado con "La soledad era esto". Dudaba entre esto o hacer referencia a mi to-do de agosto.

Creo que le pega más este título; primero, porque va de acontecimientos personales y, segundo, porque al hablar de ese libro me olvidé de hablar de las antípodas. Y no deja de ser una teoría tentadora: es la excusa perfecta para ser feliz en esta vida. Tan feliz como una acémila, claro está.

Pero vamos por orden. Primero con el acontecimiento personal, en singular, ya que en realidad sólo hay uno. He aparcado una relación que, en febrero, hubiera llegado a los veinticinco años aunque, en realidad, nunca pasó de los veinte. Que no son pocos. Y que fueron muy hermosos. Pero acabaron y fui tan necia como para dejar escapar cinco años antes de darme cuenta. No sé si esperaba un milagro, como tampoco sé si el no contribuir a provocarlo ha sido una actitud imbécil o inteligente. El tiempo lo dirá. Por ahora, creo que lo inteligente ha sido reconocer que todo acaba en este universo y que empecinarse en algo que no funciona, simplemente, hace daño. Hace daño a más de uno y a más de dos.

En mi caso, para sobrellevar esa situación anómala, para que pasaran los días sin hacerme daño, había construido una especie de capullo de seda en el que me había encerrado a solas para aislar mis sentimientos, mis pasiones, mis inquietudes y buena parte de mis ilusiones. Aún no he salido completamente de él, para recuperar ese territorio, recuperar amigos y recuperar el impulso de compartir sentimientos, pasiones, inquietudes e ilusiones.

Por eso me obligué a hacer ese to-do, aunque cumplir con él me está costando caro. Estoy torpe, muy torpe, por la falta de práctica al hablar, al compartir, que me está pasando factura. Pero fue algo a lo que me obligué y sé que podré hacerlo. Primero tuve dudas y estuve tentada a tirar la toalla. Pero un día recordé lo bonito que es pelear por las cosas y lo bien que se me ha dado siempre ¿por qué habría de fallarme la voluntad ahora? Y, además, confío en mis amigos y en su generosidad. Acabaré superando esa torpeza.

Lo malo, o mejor dicho, lo bueno, es que ir dando pasos en esa reconstrucción te obliga a volver a enfrentarte con fallos de tu carácter que tenías olvidados. Daba lo mismo que ciertos defectos aparecieran para visitarme más o menos a menudo: estaba sola para verlos y reconocerlos ¿cómo podrían avergonzarme ante nadie? Bastaba intrometerse un pelín más, pasar la cerradura a la puerta para impedir que entrara nadie, y me podía montar mi propio guateque con esos defectos como invitados de honor. Pero me he hartado de ellos, tienen poca conversación y bailan fatal. No quiero volver a invitarlos a ninguna fiesta privada.

En "La soledad era esto", la protagonista descubre que su madre, que acaba de morir, era alcohólica. Ella misma es fumadora compulsiva de chocolate. Leyendo los diarios de su madre, se encuentra con su "teoría de la antípoda", alguien que vive en las antípodas físicas y está unida espiritualmente a ella, obligándole a hacer cosas que no haría sin su mala influencia: su madre no bebía, era su antípoda quien lo hacía para dejarle quedar mal. También descubre que su madre ha puesto nombre a esta antípoda y que, de hecho, ella lleva ese nombre. Conocer esa teoría le ayuda a dejar de fumar porros, sólo por el placer de fastidiar a su propia antípoda, y a poner orden en su vida.

Yo tengo también mi propia antípoda, que me obliga a hacer chiquilladas. Que no se me entienda mal: adoro conservar un trozo de mi espíritu infantil, para jugar con mi hija, para reír con los otros niños, para mirar al cielo y para soñar con la Luna.

Pero eso no tiene nada que ver con meter el dedo en las gafas de los demás por hacer "una gracia". O chocar tu botella de cerveza con la de otro para que se salga. O trabajar con alguien sin prestarle la atención que merece, farfullando "losientos" entrecortados cuando reclama esa atención. O enfurruñarse por supuestas conspiraciones, haciéndose una un bicho bola, que reclama ofendido su derecho a ponerse morado y no respirar. ¿He dicho chiquilladas? Creo que gilipolleces es más apropiado.

Es cuestión de ampliar el to-do y lo voy a hacer. Como le decía ayer a un amigo, voy a por mí. Sin vacilaciones, porque yo lo valgo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Despertares


Se había levantado demasiado temprano. Acababa de desayunar y se había dejado caer en la cama, cuan larga era, con los brazos abiertos. Se quedó mirando al techo mientras empezaba a sonar "The boy with the arab strap", justo la canción que siempre le arrancaba a tararear, con su ritmo, sencillo, dulzón y pegadizo. ¿Por qué pensaba siempre en caramelos cuando oía esa canción? Seguramente porque no entendía la letra...

Se estiró; estaba más perezosa que de costumbre y aún le dolía la espalda. Cerró los ojos y siguió tarareando la canción. ¿Cómo les había definido Carlos? "... canciones terriblemente empalagosas.. niñatos sensiblones que van de incomprendidos y que son adorables... que a veces aparecen con la canción más conmovedora del mundo..." O algo así. Sí, ella también adoraba a esos niñatos.

Se notaba bien así, envuelta por la canción y blandita, medio dormida, mullida, preguizosa. Podía jugar a extender aún más los brazos y abarcar el mundo entero. O a cerrarlos, e imaginar que abrazaba a algún amante clandestino que se hubiera demorado en desaparecer. O cerrarlos más aún y encontrarse a sí misma, reconocerse bajo sus manos y demostrarse que seguía estando allí. También podía mover los brazos como se hace para dibujar la figura de "El ángel" en la nieve o quedarse quieta, casi sin respirar, camuflada con el edredón y notar lo tibia que aún estaba la cama... Juegos, juegos, blandura, pereza... pero también se estaba despertando poco a poco.

De la calle subía el ruido de coches y gritos ocasionales. Al abrir los ojos le soprendió la fuerza del sol, como para no creerse que era una mañana de ya casi invierno, con la luz paseándose por todo el dormitorio. Se medio incorporó de lado, mientras echaba cuentas de lo que se había propuesto hacer en esa mañana y que sus riñones amenazaban con boicotear. Se quedó recostada, de lado, sobre un codo mientras decidía que había bastante comida en la nevera y que no iría a la compra. Se fijó en la cenefa del techo, que se estaba despegando (¡aún más!) encima de la puerta; al subir la vista, se puso a evaluar también el peso que soportaba la estantería de la pared de enfrente, con su balda combada bajo el peso de los libros, que parecía que iba a partirse en un futuro más o menos próximo. Del pasillo venían maullidos y, de repente, se imaginó como un enorme gato perezoso, tumbado en la cama con aires de aristócrata decadente... Esa fue la señal que la animó a levantarse, mientras se reía de la tontería que acababa de venirle a la cabeza, un gato lánguido, como un baronet inglés de novela romántica, pero dibujado al modo manga como si fuera un protagonista de Candy, Candy.

Se puso en pie, por fin, y se estiró, como queriendo alcanzar el techo. Se sentía tranquila, como hacía tiempo que no se sentía. Al girarse, se vio en el espejo y cayó en la tentación de posar para él, como cuando era una niña pequeña y se pasaba horas estudiándose en el gran espejo que su madre usaba para hacer las pruebas de vestidos a sus clientas. Se miró, se vio y, por primera vez en mucho tiempo, se reconoció y sonrió por ello. Se lanzó un beso con un mohín exagerado, empezó a reírse y se pusó a pensar en serio en hacer algo de faena: la canción había acabado y tocaba ponerse en marcha... ya se había puesto en marcha, de hecho.

jueves, 29 de noviembre de 2007

La soledad era esto (Juanjo Millás)


Soy una mujer a punto de cumplir cuarenta y tres años y no sé cómo acabará esta entrada ni el hilo de mis razonamientos. Los noto demasiado próximos a la paradoja, aunque puede que esté exagerando y sólo sea un guiño tonto, una sucesión de casualidades, si acaso, algo graciosa. Pero no puedo dejar de contaros esta historia.

Tengo una pasión, los libros. Y una debilidad, Juan José Millás. Una tarde de sábado me fuí con mi hija a la feria del libro de ocasión. Como me conozco me pongo límites: no más de treinta euros en total, no más de seis euros por libro.

Siempre hago lo mismo: comienzo a escrutar sistemáticamente los puestos, anotando qué tengo, qué no tengo, qué no tendré nunca, qué tendría que tener, qué quiero para mí, qué quiero para los demás... Tenía que ocurrir todo en el último puesto, claro: si no, no tendría gracia. Había comprado tres libros y aún había algo de margen. Empecé a repasar los de aquel puesto y lo vi: "La soledad era esto". No lo tenía. Un libro de Juanjo Millás que no tenía. Lo abrí: una primera edición, de bolsillo, y vi que estaba firmado y me empezó a temblar la mano. Pero me fijé en el precio, doce euros. Lo miré, lo toqué, lo remiré, lo toqueteé... pero doce euros. No sé cuánto tiempo estuve echando cálculos, pero fue mucho y... lo dejé, me pareció mucho dinero y que me trastocaría el presupuesto de la semana. Seguí mirando libros, pero cada medio minuto volvía la cabeza hacia donde lo había dejado, como si tuviera miedo de que desapareciera de allí. ¡Qué cosas! Fue encontrar un libro de William Boyd -otro de mis vicios- en el mismo puesto y decidirme: lo tomé como una señal. En fin, qué tontería, supongo que no fue más que la certeza de que no iba a encontrar otro libro que me hiciera más ilusión que ese. Lo compré, aunque creo que era mío desde que lo vi.

Empecé a leerlo allí mismo, en la plaza. Mi hija y yo, cada una con su libro, esperando a que apareciera su padre. Y allí mismo me topé con la historia de una mujer de cuarenta y tres años que acababa de depilarse la pierna derecha cuando recibió la noticia de que su madre había muerto; y que tardó mucho mucho tiempo antes de depilarse la pierna izquierda. Tanto tiempo, que encontró antes los diarios de su madre muerta, seis cuadernillos, el primero de los cuales comenzaba así:

"Comienzo estas páginas que ignoro cómo llamaré o adónde me conducirán poco antes de cumplir cuarenta y tres años. Me repongo estos días de una bronquitis de la que he salido algo tocada y cuyas consecuencias, según me temo, no han dejado de suceder. "

Y, entonces, me di cuenta de que yo también estaba a punto de cumplir cuarenta y tres años, y de que su hija tenía cuarenta y tres años cuando encontró las historias que comenzaban cuando ella estaba a punto de cumplir cuarenta y tres años... ¿quién habría podido comprar ese libro si yo lo hubiera dejado? ¿sería otra persona a punto de cumplir cuarenta y tres años? ¿podría tener otra edad?

Tengo un amigo algo escéptico, que se rió cuando le conté eso; hasta insinuó que la firma de Millás podría ser falsa, lo que es otra forma de insinuar que podría ser verdadera. Yo también me reí. A ver ¿y qué me importaba? A esas alturas la anécdota de la compra sólo me parecía una historieta no muy graciosa. Yo estaba embobada con la metamorfosis de una mujer de cuarenta y tres años que, al descubrir los diarios de su madre, cae del limbo y se hace daño. Pero reacciona:

"Comienzo estas páginas que ignoro cómo llamaré o adónde me conducirán a los cuarenta y tres años, es decir, un poco más allá del punto medio de lo que se podría considerar una vida muy larga.

Diversos acontecimientos personales de complicada pormenorización me han situado en los últimos tiempos frente a la posibilidad de controlar activamente mi existencia. Me encuentro en el principio de algo que no sé definir, pero que se resume en la impresión de haber tomado las riendas de mi vida."

Imposible no meterme en una narración con tantos guiños, imposible no implicarme en una historia con tantos escenarios familiares... Demasiadas cosas que suenan demasiado parecido a lo vivido, demasiadas casualidades como para no tenerlas en cuenta, como para no tomarlas en serio. Como para no disfrutarlas. Como para no comparar su vida y la mía y como para no sacar provecho, aún sabiendo que su vida es inventada ¿y la mía? ¿Cuál es más real? ¿la que escribo yo o la que escribe Millás? ¿De verdad mi vida es más real que la que inventan para ella? Y si ella no es real y yo sí ¿por qué diablos piensa ella mis pensamientos?

"Bueno, pues la soledad era esto: encontrarte de súbito en el mundo como si acabaras de llegar de otro planeta del que no sabes por qué has sido expulsada. Te han dejado traerte un par de objetos que tienes que llevar a cuestas, como una maldición, hasta que encuentres un lugar en el que recomponer tu vida a partir de esos objetos y de la confusa memoria del mundo del que procedes."



Estoy a punto de cumplir cuarenta y tres años y no sé adónde llegaré, pero estoy segura de que disfrutaré del camino. Y de cada parada.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Cerrar la boca para hablar





La primera vez que vi esta escena (que, además, creo recordar que formaba parte de la promoción de la película) esbocé un sonrisa. O, más bien, fue el típico "¡jis, jis!" que se nos escapa torpe, con una mezcla cómplice de ganas de reír y la incomodidad de tus propios recuerdos sobre el tema.

Recuerdos de noches en la adolescencia, cuando despertabas y un cierto ruidito rítmico que venía de la habitación de tus padres te hacía decir "¡Ostras!". Recuerdos de alguna noche de marcha, en algún pub, cuando al ir al cuarto de baño notabas temblores rítmicos en la puerta del baño de chicas que te hacía exclamar "¡Ostras!". Por no hablar de tu propia cama, haciendo los ruiditos más inoportunos cuando pretendías ser discreta para que no fueran tus compañeros de piso los que dijeran "¡Ostras!"... Si hasta la buena de Amèlie Poulain conectó la cafetera para disimular los ruidos que llegaban del aseo. Y eso que estaba en París. Eso sí, no dijo "¡Ostras!".

Me cuesta expresarme a la hora de hablar de sexo. Recuerdo las conversaciones con mi madre, llenas de recovecos, de vueltas, de huecos, de metáforas más o menos elaboradas para decir lo que quieres decir sin decirlo. Y acabar no diciendo nada, claro. O conversaciones con amigas y amigos, más o menos explícitas, más o menos picantes, más o menos graciosillas, pero en las que casi siempre acabas con la sensación de que nos falta un hervor a la hora de abordar seriamente estos temas. De hecho, siempre esa maldita sensación de que sobran palabras, sobran chistes, faltan caricias, faltan besos, faltan mordiscos... sobran vergüencillas y tapujos, sobran bravuconadas y faltan el cariño y la franqueza. O lo que sobra es esa educación que nos dieron, tan capaz de caparte sentimientos y de fomentar remordimientos, como si amar fuera malo, acariciar te llevara de cabeza al infierno y desear se hubiera revelado como el peor de los crímenes.

Mi niña crece y dentro de nada ya no será una niña. Y despertará al sexo. Para que os voy a engañar, estoy asustada. Supongo que ella, después de la curiosidad inicial, lo estará aún más; y desconcertada, y confusa, y... ¿recordáis? Un recorrido largo desde las primeras consciencias... la búsqueda de información en cualquier sitio, las primeras mariposas en el estómago, los primeros besos, las inseguridades, las caricias torpes, los miedos... Aunque fue bonito y divertido. Y así debe ser, además. Y me gustaría que para ella fuera aún mejor de lo que fue para mí.

Deseadme suerte. O, mejor, deseadle suerte. Yo, por mi parte, os deseo todos los deseos del mundo.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Superar


Estoy contenta. Luz Casal ha superado un cáncer de mama; me alegro por ella, por mí (me gusta como canta esta mujer) y por todas las mujeres. Y por la humanidad en general, qué diantres.

Y luego me quedo pensando. Al hablar del cáncer nunca decimos "se ha curado" como en otras enfermedades. Decimos "se ha superado". Es como si reconociéramos que, bueno, ha pasado por esta vez, se ha superado y vamos a ponernos otra vez en marcha, pero con el resquemor de que algo puede quedar por dentro... que igual esas células caprichosas no han entendido el daño que hacen multiplicándose tan aprisa.

También solemos utilizar el verbo superar para referirnos a las secuelas de las relaciones que acaban mal. ¿Quiere eso decir que no te curas de ellas? ¿te puedes curar de esa sensación de tener un trocito de ti vacío y como rellenándose de escarcha? ¿o te tienes que conformar con poder superar el que los sueños que tuviste un día, las ilusiones, los proyectos, las alegrías, las dificultades, las complicidades... se vengan abajo y te dejen con cara de póker, mirando por la ventana como si estuvieras viendo algo interesante a través del cristal? Ayer, haciendo la cena, me puse a pensar en papeles y me sorprendí a mí misma intentando apartarlos de mi cabeza -¿los papeles, los pensamientos, a él, qué?- con el mismo movimiento que me sale cuando pienso en la muerte y la quiero sacar de allí... ¡Idiota! :-) ¿Sigues jugando a cerrar los ojos y decir "No estoy", como los nenes? Míralo. No te hará daño si no te dejas. Lo estás haciendo bien, sigue. Cúrate.

El cáncer es una enfermedad. Y el cáncer se cura. Te puede matar. Pero lo único que de verdad de verdad te mata, es la vida.

Felicidades, Luz, te has curado.
Felicidades, servidora.



domingo, 18 de noviembre de 2007

La vida en un bus


Llevaba tanto tiempo en la parada que cuando llegó el autobús parecía que se le habían fundido las manos en los bolsillos de la cazadora. Cosa que era, por otra parte, bastante habitual en la liturgia diaria, liturgia que comenzó en cuanto el vehículo frenó: coger la mochila de forma mecánica, subir al vehículo de forma mecánica, cancelar el bono de forma mecánica y sonreír al conductor de forma mecánica. Todo muy educado, muy ensayado.

Así, de forma mecánica, se fue hacia la parte trasera para sentarse. El siguiente movimiento mecánico consistía en tirar la mochila sobre un asiento mientras se sentaba en el de al lado. O, al menos, lo intentó. Porque notó algo extraño, como un cojín, mientras una voz chillaba, quejándose.

-"¡No!"

Se levantó de un salto, sorprendida. Miró alrededor, buscando a quien quisiera que se hubiera quejado. No había nadie cerca. Volvió a intentar sentarse pero, entonces, se hizo evidente: había un hueco entre ella y el asiento, no llegaba a tocarlo, era como si estuviera sobre un cojín... No podía creer a sus ojos; extendió la mano y tocó... ¿una pierna? ¿estaba tocando una pierna? ¿estaba sentada encima de... ?

Su propio grito se hubiera confundido con el chillido que llegó a sus oídos, en el supuesto de que hubiera podido salir algún sonido de su garganta, que entre la sorpresa y el pavor, se negaba a funcionar. Porque, además, cuando intentó levantarse se encontró con que unos brazos la sujetaban por la cintura, mientras el mismo chillido le seguía taladrando los oídos. Era como si se hubiera sentado sobre alguien. Un bache en la carretera pareció sacudir el autobús, justo antes de parar en un semáforo. ¡Se había sentado encima de alguien, pero allí no había nadie! No le llegaba el aire y empezó a jadear, mientras pataleaba y movía los brazos de forma desesperada, aunque nadie parecía darse cuenta de que estaba pidiendo ayuda. En el autobús iban un par de chavales con sus respectivos reproductores de música que, por supuesto, no oían nada que no estuviera registrado como un fichero mp3; y en cuanto a la abuela que dormía en el asiento junto a la puerta... no parecía ser la ayuda más propicia.

-"No me hagas daño, no me hagas daño, por favor, deja de golpearme...!"

El autobús arrancó de nuevo. Cada vez estaba más confusa, más nerviosa, y oír voces de la nada y sentir que estaba sentada sobre el hombre invisible no estaba contribuyendo a tranquilizarla. Seguía sin poder articular palabra y sin poder levantarse... seguía moviendo brazos y piernas, sin saber si era para defenderse o en un intento vano de llamar la atención de los pocos viajeros, que seguían ignorando lo que estaba ocurriendo allá atrás. El forcejeo se mezclaba con los saltos debidos al mal estado del firme.

-"Te digo que me haces daño, ¡para, por favor, me haces daño, me haces daño...!"

Y oyó un llanto. Ella misma estaba a punto de llorar, pero oía una nota de tristeza en el llanto que acabó desarmándola y cortó la escalada del pánico. Intentó respirar y apelar a una sangre fría que no tenía para calmarse. Controlando como pudo el ladrillo que sentía en el estómago y el nudo que amenazaba con dejarle la garganta inservible para siempre, se oyó preguntar:

-"... Pero ¿a quién, diantres? ¿qué.. ? "

Se le cortó la voz; seguía oyendo un llanto, pero notaba que se aflojaba la presión en su cintura. Si pegaba un salto, podría librarse y...

-"... Estaba durmiendo... eres mala, me has hecho daño... "

Aquel gimoteo tuvo la virtud de devolverle algo de aplomo. ¡Vaya! Resultaba que ella era mala y que era ella quien se dedicaba a asustar ¿qué? ¿fantasmas? ¿gnomos autobuseros?

-"Pero ¿quién eres? ¿qué eres?"

El gimoteo paró un poco, y oyó algo parecido a un sorbeteo de mocos. Sería un fantasma, pero le estaba resultando algo llorón. Estaba empezando a sentir más enfado e impaciencia que miedo. El autobús pegó un frenazo que le ayudó a levantarse y se vio a sí misma mirando a un asiento vacío y pidiéndole explicaciones.

-"Ni yo mismo sé ya quién soy. Apenas recuerdo nada que no tenga que ver con este autobús... Creo recordar que hubo un tiempo en que vivía en otro sitio y utilizaba el autobús sólo para ir de casa a otros sitios... "
-"¿... Y?"
-"No sé, apenas recuerdo cómo fue... creo que una tarde pillamos un atasco enorme... estuvimos casi dos horas parados... y ese día me levanté del asiento algo azulado... no le di importancia, creí que era la luz... "
-"¿Azul?"
-"Sí, del mismo tono que los asientos... "- ella dio un respingo; se había sentado al otro lado del pasillo y casi se levantó de un salto. Como al mismo tiempo el autobús frenó, estuvo a punto de caer -"¡Ten cuidado! Este chófer no es muy cuidadoso... pero es muy despistado y le puedo robar el almuerzo cuando quiero."
-"¿Robarle el almuerzo..? ¿...por qué?"
-"Bueno, tengo que comer... No, no mires para allá, me he cambiado de asiento para no tener que hablar tan alto, ahora estoy delante de ti; verás, no puedo salir del autobús. Vivo aquí, no podría vivir en otro sitio... Aquel día del atasco algo empezó a cambiar dentro y fuera de mí... "

Habían llegado a otro semáforo. Se oyó un suspiro y lo que fuera que fuese que le hablaba, prosiguió su relato.

-"Una mañana... sí, fue una mañana en el atasco de la rotonda de la entrada al boulevar, en el atasco de las nueve... el tono de mi piel ya no me importaba, pero... mi cabeza empezó a parecerse al respaldo del asiento; empezó a tomar una forma cuadrada y cada vez más plana. Pero fue cuando empezaron los atascos frente a la estación... "

Se interrumpió. Ella tragó saliva. El autobús estaba parado a pocos metros de la parada de la estación desde hacía un buen rato. Miró inquieta a sus propias manos ¿estaban poniéndose de color azul? No, decidió que era un reflejo de la luz del camión que estaba pasando a su altura...

-"Resistí uno. Al segundo, fue imposible resistirse. Literalmente comencé a desaparecer en el asiento, me confundía con él. Y no podía levantarme, me resultaba imposible. Estuve tres días atrapado en el asiento sin poder moverme. Para cuando me di cuenta el asiento y yo éramos uno, indistinguibles. Decidí no volver a bajar, no podía ir así por la calle... "

Por fin, arrancó el autobús y cruzó hacia el centro de la ciudad. Reprimiendo un suspiro, sucumbió a la curiosidad.

-"Pero ¿cómo sobrevives aquí dentro...? ¿qué comes? ¿cómo duermes?"
-"La gente abandona muchas cosas en el autobús... se deja bebida, al cabo del día reuno varios restos de botellines de agua; y se deja comida, sobre todo caramelos y paquetes de galletas. De vez en cuando, algún niño se deja la merienda. El otro día me encontré un bocata de chorizo. Y este chófer siempre olvida su almuerzo, ya sabes. A esa abuela que está durmiendo junto a la puerta, le tengo que agradecer una chaqueta... con lo que está empezando a refrescar se lo agradecí mucho. Tú misma, ayer, te dejaste un periódico... "

Asintió. Le entró un escalofrío por la espalda, de repente fue consciente de que todo el tiempo que pasaba en el autobús le había estado controlando, podía espiarles y contar la historia de tantos viajes día tras día... No sabía qué sentir, si repulsa, si lástima... si vergüenza. Giró la cabeza hacia la puerta. Uno de los chicos con mp3 bajaba en aquella parada.

-"Hay cuestiones más... incómodas"- la voz proseguía su relato como si se hubiera ensimismado, como si hubiera descubierto el placer de hablar después de mucho tiempo sin hacerlo -"Pero todos los autobuses tienen un cubo con su fregona. Además, la gente suele ser tan poco cuidadosa... vamos, que es guarra. Me tendría que dar coraje reconocerlo, pero nadie se asusta demasiado si ve un charco en el suelo. Si hay suerte, puedo ser discreto; si no, pues... me empiezo a dar cuenta de que no importa mucho, en general... y, a veces hay suerte, y puedo usar el agua del cubo para lavarme... "

La conversación estaba empezando a intranquilizarle de nuevo. No sabía qué hacía hablando con un hombre ¿invisible? a las nueve menos diez de la noche, mientras el autobús seguía pegando frenazos y saltos, hacia su parada.

-"Estoy esperando al nuevo transporte ese, el de vía reservada... tengo curiosidad por saber si será más divertido que estos viejos autobuses... Si cruzan por el parque como dicen, por lo menos, veré más gente y menos coches... "

Faltaba poco para su parada. No sabía bien si podía decir algo para ayudar o...

-"¿Necesitas algo?"
-"No me vendría mal algo de papel higiénico... "
-"¿... Un paquete de Kleenex?"
-"Sí, eso también iría bien... "
-"Hombre, si mañana me acuerdo, podría traértelo.. "

Ya casi estaba en su parada. Cogió la mochila y se levantó para tocar el timbre de aviso. De repente, giró y preguntó con expresión preocupada:

-"¿Por qué nunca antes habías dicho nada...?"
-"Sí que te había hablado antes. Pero aún no habías pasado el suficiente tiempo en el autobús como para poder escucharme..."

viernes, 16 de noviembre de 2007

martes, 13 de noviembre de 2007

La Luna en Botella


Me he encontrado el texto que sigue en El Guionista Hastiado. Por lo que he visto, el tráiler y la página web de la película, creo que se merecen que ayudemos a difundir su trabajo. Y a desearles mucha, mucha suerte. La van a necesitar: la película va de ilusión, de imposibles y de esperanza.


Hola,
Estamos a punto de estrenar una película, LA LUNA EN BOTELLA, y nos hemos encontrado con las dificultades típicas de la falta de presupuesto para la promoción. Con el inminente cierre de Sogecine (50% de la producción de la película, junto con Ikiru Films), la peli se ha quedado huérfana de distribución y saldrá con muy pocas copias y sin apenas promoción.

Yo soy Grojo, director y guionista de la peli, y mi reto es que el mayor número de gente pinche y vea el trailer que hemos colgado en YouTube. Es fácil, es gratis, y es la única manera que tenemos ahora mismo de movernos. Si superamos las 250.000 visitas, seríamos el trailer español más visto de la historia de YouTube. ¿Para qué? Para hacer ruido, para que la peli suene, para que se vea y sea el público el que decida si ha merecido la pena. Y para eso necesito tu ayuda. El poder de la red se ha demostrado innumerables veces, pero casi siempre en Estados Unidos. Sería interesante comprobar cómo funciona la blogosfera española ante una situación viral de este tipo. No se ha hecho nunca. Por eso mola.

Pero antes querrás saber más de la LUNA.

LA LUNA EN BOTELLA es mi primera película, y tengo la suerte de haber trabajado con actores como Edu Soto, Bárbara Goenaga, Dominique Pinon, Leigh Zimmerman, Pep Jové, Paco Algora y Federico Luppi. La banda sonora es de René Dupéré, compositor de la música del Cirque du Soleil, y el póster lo está haciendo Dave McKean (Sandman). La peli se estrena el próximo 16 de noviembre de 2007.

LA LUNA EN BOTELLA es un cuento coral de personajes que intentan conseguir lo imposible, y dicen NO a sus vidas, lo que puede resultar tan difícil como meter la luna en una botella. Pero el que lo intente, como dice uno de los personajes en la película, será un valiente, no un loco.

Grojo


No os pongo el tráiler: os dejo su enlace en You Tube... ¡qué hay que ayudarles! ;-)

Killer Bean Forever




Página oficial de la película


Hay sueños que merecen ser perseguidos ¿no? :-)


El Jueves (martes y 13)



La página de verdad

miércoles, 7 de noviembre de 2007

lunes, 5 de noviembre de 2007

Sueños equivocados


Cuando una regresa a los escenarios recorridos hace años, corre el riesgo de encontrarse con trozos de su pasado que no sabe cómo manejar. Puede ser tan bochornoso como encontrar trozos del pasado convertidos en retales astrosos; como esas banderas que pasan demasiado tiempo al sol y ondean sus desflecados sin ningún recato, en una exhibición que se justifica porque deben estar allí, ondeando, intentando lucir gallardas a pesar de su aspecto descolorido y raído.

Habíamos ido a la cantina en busca de un botellín de agua.


"¿Tienes algo de chatarra para la máquina del agua... ?"


Le vi cuando incliné la cabeza, mientras rebuscaba monedas en el bolsillo.

Y empezaron a acudir los recuerdos, como flashbacks en una película. El libro de matemáticas en alemán, dejando claro que había una diferencia, que no era como nosotros, porque sigo sin creerme que las derivadas se entiendan mejor en alemán que en castellano. El mohín cansino, como de tertuliano agotado y que se cree imprescindible, mientras dejaba caer a quien quisiera oírle que debía acudir a esa reunión por nosotros, cuando lo cierto es que moriría si no hubiera tenido excusa para estar allí. O la crueldad calculada de pontificar sobre el suspenso masivo de sus compañeros en el primer parcial de aquella asignatura, como si alguno de nosotros no tuviera claro que sólo estaban su sobresaliente y nuestros suspensos.

Le miré mientras recordaba estas cosas.

Y comencé a sentir lástima porque, a su modo, había intentado ser fiel a sí mismo. Eso lo tengo que reconocer, aun desde la ingratitud de alguien que nunca le quiso. Renegó bien a conciencia de la única decisión que tomó en su vida que le hizo simpático a mis ojos. Tras una temporada en que parecía humano, llegó la beca y con la beca se materializó su sueño. Pero a costa de herir a los que se interponían. Hiriéndola a ella y a los que creíamos que había cambiado. Volvió a sus tics de divo, al discurso hinchado y artificial, a necesitar creer que era más que nosotros. Me defraudó, pero tampoco sé si se lo puedo echar en cara. Como he dicho, tuve que reconocer que, al menos, había sido fiel a sí mismo y estaba persiguiendo su sueño, el sueño que había tenido toda su vida, su sueño americano. Un sueño que aún ahora le está pasando factura, estoy segura. Que estuvo a punto de consumirle, si es que no le ha consumido.

Me dio lástima.

Porque estaba allí sentado con la mirada vacía y le recordé persiguiendo su sueño. Pero también recordé como acabó; y me vinieron a la cabeza las historias que cuento en clase sobre Gödel, sobre Cantor, sobre Frege... y en como acabaron ellos, sus sueños y sus vidas; no creo que merezca la pena ser un genio (o intentar serlo) para acabar quemado, confundido y perdido en medio de todo lo que uno ha soñado y anhelado. Me dio lástima y al mismo tiempo me noté cruel, porque no pude dejar de pensar que había una diferencia entre él y yo. Si fuese él mismo quien se estuviera mirando hace veinte años tal como es ahora, no se daría lástima. Le entraría pánico.

Dejé de rebuscar en el bolsillo, había encontrado las monedas.


"Toma, 40 céntimos ¿te sirven... ?"


Cogimos el botellín de agua y nos fuímos.

Le desearía nuevos sueños, pero no estoy segura de que acepte la mediocridad de ser feliz. Seguirá ondeando, descolorido y raído, en su mástil.

Drogas legales

Esas cosas que les pasan a los otros, a las parejas de los otros, a los hijos de los otros... hasta que te estallan en la cara a ti.

Alcohólicos compulsivos, en El País.



oooOOOooo


Actualización (16/11/2007) : La droga legal mata más en España que la ilegal.


miércoles, 31 de octubre de 2007

Sami


"Lanas Sami". Así se llamaba la tienda. Creo que ahí debe empezar la historia. Cuando su madre abrió la tienda de lanas.

Conocía a la familia del barrio, claro. Que fueran evangélicos (en 1979, algo realmente exótico), que su padre fuera pastor de su iglesia (y compañero del mío en Astano y en Vieiro), que sus hermanos fueran sindicalistas, que sus hermanas mayores me hubieran "adoptado" para protegerme cuando llegué al instituto (eran chicas de COU, imponían respeto), era más que suficiente como para que, aún encima, su madre abriera una tienda de lanas. ¿Sami? ¿Por qué Sami?. El nombre del pequeño de la familia, Samuel, Sami... el pequeño entre ocho hermanos. Dos años menor que yo, más o menos. El más cariñoso de todos los hermanos y el más conocido en el barrio. Tenía síndrome de Down.

A raíz de la apertura de la tienda, les conocí mucho más. Es lo que tiene que tu madre sea una tejedora compulsiva. Y comenzó mi historia de amistad con Esther. Y con Sami.

Esther debe tener un año más que yo. Las que hablaban conmigo eran sus hermanas mayores. A ella la controlaba como de lejos, en el instituto. Era la típica persona que conoces mucho de vista, y a la que te da muchísima vergüenza dirigirte porque sabes quién es, la has visto actuando con su grupo de teatro, A Carauta, mientras tú te mueres de envidia en el patio de butacas, conoces a su familia y... no te atreves a dirigirle la palabra porque te da que te va a ignorar. Quizás influía su apariencia seria; el caso es que durante mucho tiempo me infundía una especie de respeto raro.

Pero cuando los del Centro (una especie de asociación cultural del barrio) me dijeron si me animaría a montar un grupo de teatro, me acordé de ella y de su experiencia con A Carauta y me atreví a hablarle. Eso fue en el verano de tercero de BUP a COU. Y fue el principio de una bonita amistad.

El grupo duró poco. Había poca gente animada y, además, mi profesor de Matemáticas en COU tomó la fea costumbre de ir suspendiéndome evaluación tras evaluación (lo que no era capaz de entender: las recuperaciones las sacaba bien sin estudiar de nuevo). Y, de hecho, se tomó la molestia de hablar con mi madre para indicarle que era una lástima que un talento como el mío (?) se dispersara en actividades como el teatro, sin ningún tipo de futuro ni de beneficio profesional (??). Mi madre acabó prohibiéndome lo del teatro... paso de explicaros la pataleta, ya que supongo que os la imagináis.

Pero Esther y yo ya nos habíamos hecho amigas. Quizás nuestra mejor época fue el verano del 83. Yo había decidido dejarme los estudios de Industriales y pasarme a Informática, así que el verano fue largo... me lo dejé a mitad de los exámenes de Junio y, comprenderéis, no tenía nada que preparar para Septiembre. Al novio, lo tenía en la mili.. pasamos juntos tres semanitas, pero luego se volvió al cuartel, en Cádiz.

Y se instauró una rutina muy simple. Después de comer, me iba a casa de Esther, hacíamos café, poníamos la tele... primero el episodio de Galáctica y luego un programa nuevo, con un formato novedoso, una especie de revista televisiva presentada por un chico que empezaba, un tal Pepe Navarro: La tarde, con su sintonía de Vangelis... A eso de las 6 y media, bajábamos a Perlío, a tomar algo al Xangal. Lo normal era que estuvieran allí Quinti y Suso y acabáramos jugando unas partidas interminables al tute por parejas. O competiciones increíbles de solitarios... llegué a conocer unos veinte tipos de solitarios distintos. Sobre las nueve, a casa a cenar. A veces se salía de noche; a veces, no.

Pero el rato bueno de verdad, era el rato de estar en casa. Discusiones eternas (Serrat vs. Sabina vs. Aute vs. Silvio Rodríguez... ), soflamas politicoides, intercambio de puntos de calceta, de libros, de cómics... chistes, chismes, historias, historietas... Y allí con nosotras, Sami.

Sami, que siempre sonreía y que ese verano empezó a afeitarse. Sami, que prefería a Pablo Milanés antes que a Silvio Rodríguez porque tenía el pelo rizado (¿cómo diantres le llamaba al pelo rizado? llevo días intentando recordarlo..). Sami, que me decía que yo era guapa porque tenía el pelo rizado como Pablo Milanés y que me regaló un pañuelo de encaje que pidió todo serio a su madre porque quería que fuera su novia...

El mismo Sami que me sonrió toda su vida, incluso cuando la distancia, el hecho de estar estudiando en Valencia, estaba enfriando mi relación con Esther y su familia. El mismo Sami que me miró con tanto respeto y todo serio el día que se dio cuenta de que estaba embarazada y me dijo "¿... vas a ser una mamá?". El mismo Sami que ponía cara seria cuando sus propios sobrinos lloraban porque se habían caído (o por cualquier otra cosa) y se sentía inquieto por no saber consolarles. Y que reía contento cuando le preguntabas por su trabajo.

Ese mismo Sami, el día que mi madre me dijo que había muerto. Una meningitis no detectada a tiempo. Fue absurdo, una enfermedad de niño en un cuerpo adulto. Fue ingrato, fue una hipocresía... su madre había muerto un par de años antes, su padre hacía unos meses y me harté de oír el comentario "... está mejor en el cielo, con sus padres".

Hipócritas. O ignorantes. Nadie va a decir de mí esa barbaridad, que estoy mejor muerta, en el cielo con mis padres. Pero no sabemos qué hacer con los niños, no sabemos qué hacer con los viejos, no sabemos qué hacer con los minusválidos, no sabemos que hacer con la gente distinta... signifique distinto lo que sea que signifique.

Sami estaba mejor aquí, con nosotros, disfrutando de tantas cosas que le hacían reír y haciéndonos disfrutar. Y nosotros estábamos mejor con Sami aquí.

No sabemos qué hacer con la gente con síndrome de Down, igual que no sabemos qué hacer con la gente que va en silla de ruedas, o que es ciega, o que es vieja o que... Recuerdo un artículo de Juan José Millás sobre un chico con síndrome en Barcelona, de una época en que su periódico le ofreció convertirse en la sombra de distintos personajes. Acababa con una reflexión muy dura, tras constatar cómo disfrutaba este chico con su trabajo, con su vida, como tenía hasta el puntito de mala leche necesaria para sacar partido a su enfermedad cuando le interesaba "quedarse" con la gente "normal": "Resulta cuanto menos estúpido que en este país una mujer sea libre de abortar cuando le dicen que su hijo va a ser como él y no pueda hacerlo cuando le puede tocar un hijo como yo".

De Sami, de Esther, de todo lo que me enseñaron con su amistad, de todo lo que aprendí gracias especialmente a él, me acordaba el otro día al leer esta noticia: Venden una muñeca con síndrome de Down.

Un beso, Sami. Espero que te hayas repuesto del desengaño, cuando te confesé que tenía el pelo rizado por culpa de una permanente...

domingo, 28 de octubre de 2007

... going up instead of walking in circles



I was continuing to shrink, to become...what? The infinitesimal? What was I? Still a human being? Or was I the man of the future? If there were other bursts of radiation, other clouds drifting across seas and continents, would other beings follow me into this vast new world? So close - the infinitesimal and the infinite. But suddenly, I knew they were really the two ends of the same concept. The unbelievably small and the unbelievably vast eventually meet - like the closing of a gigantic circle. I looked up, as if somehow I would grasp the heavens. The universe, worlds beyond number, God's silver tapestry spread across the night. And in that moment, I knew the answer to the riddle of the infinite. I had thought in terms of man's own limited dimension. I had presumed upon nature. That existence begins and ends is man's conception, not nature's. And I felt my body dwindling, melting, becoming nothing. My fears melted away. And in their place came acceptance. All this vast majesty of creation, it had to mean something. And then I meant something, too. Yes, smaller than the smallest, I meant something, too. To God, there is no zero.

I still exist!


viernes, 26 de octubre de 2007

¡Tierra!


Me quedo colgada mirando la Luna, sueño con recorrer los desiertos rojos de Marte, me duermo soñando que me deslizo por los anillos de Saturno o tocando una a una las estrellas que brillan sólo para alegrarnos las noches...




http://www.loveearth.com/es/


... pero este pedrusco azul que nos estamos cargando es único. Es mágico. Y no es nuestro: formamos parte de él.

jueves, 25 de octubre de 2007

Correr


Ayer fui a correr. Hoy me está pasando algo de factura... en honor a la verdad, creo que la culpa es más de ir arrastrando una bolsa de deportes más grande que yo, que del propio entrenamiento.

No me gusta mucho correr. Este año me he aliado con un compañero: a él no le entusiasma nadar, pero le gusta correr. A mí no me entusiasma correr, pero me encanta nadar. Y nos hemos apuntado juntos a natación y a atletismo. Esperemos que la simbiosis produzca el efecto deseado (engancharnos los dos en lo que no nos emociona) y no el nocivo (¡pasar los dos de todo!).

Así que, allá fui ayer. Estoy contenta. Es muy posible que llevara desde Marzo sin correr. Y nunca se me ha dado muy bien. Pero la entrenadora dijo que media hora rodando para calentar. Me lo vi cuesta arriba, pero dije "¿Y por qué no?".

Empezamos. Éramos este compañero y yo, solos, al principio; en la siguiente vuelta se enganchó otro. En la segunda, otros dos. Hicimos cinco vueltas todos juntos; es muy agradable ir rodando con amigos, charlando de tonterías y riendo. Pero llega un momento en que cada cual ha de saber cómo debe correr si quiere cumplir su objetivo.

Has de centrarte, encontrar tu ritmo. Si sigues con ese grupo, te puedes quemar. Se fueron, poco a poco, y seguí corriendo sola. Has de dejar de buscar referencias fuera de ti misma. Dejar pasar al grupo de los profesionales, esos que ya están pensando en la próxima maratón, sin que te arrastren (cada vez que me adelantan, me concentro en mirar la punta de mis propias zapatillas, no debo perder mi propio ritmo). Saludar a un grupo de descolgados, que han empezado algo más tarde que tú y van bastante más alegres; pero no dejarse arrastrar (no debo perder mi propio ritmo). Tienes que saber cuál es tu objetivo, cómo quieres conseguirlo y cómo administrarte para lograrlo (no debo perder mi propio ritmo).

Y es agradable. Es algo más aburrido, porque corres sola. Pero, al mismo tiempo, es un tiempo que puedes aprovechar para observarte, para conocerte, para saber hasta donde estás dispuesta a llegar. Y sí, es un reto mantener ese ritmillo sin que nadie te obligue, sólo tú misma, para cumplir ese objetivo. Y también, por qué no, es agradable imponerte un reto y notar que el cuerpo responde... hay algo animal en sentirte satisfecha con tu propio esfuerzo físico.

Antes de empezar, la monitora nos había pasado un cuestionario. Hábitos, horas de entrenamiento a la semana y expectativas ante el entrenamiento de este año. Creo que puse "mantener el punto de forma y disfrutarlo". No me parecen malos objetivos: observarte, conocerte, ver tus límites y buscarlos, explorarte, disfrutar...

Hmmm... seguía hablando de correr, ¿verdad? Es posible que me guste más de lo que creía.



(... estás resultando ser una mala influencia, llevo unos días con Jackson Browne en la cabeza por tu culpa.)

lunes, 22 de octubre de 2007

Las cuerdas locas


Estiró el brazo, se puso de puntillas y voló... bastaba con creer a las mariposas y escucharlas, creer en la canción que murmuraban en voz tan baja. Bastaba con ignorar el ruido, el humo y los malos olores.

Romper los telones negros y arriar las cortinas que tapaban el ventanal. Abrir el pecho y dejar que salieran esos lemmings liantes que rondaban sus costillas.

Bastaba con acordarse de que se debe respirar con el estómago y bastaba con agradecer el sabor del agua, el olor del agua, el color del agua. Bastaba con buscar otro significado a insípida, inodora e incolora.

Pelear contra el dragón que te cierra los ojos. Brindar con ese hipopótamo que te invita a retozar en su charca y aprender a tomar el sol perezosamente.

Bastaba con saber tirar el lastre y desechar los papelotes que sobran. Bastaba con reconocer la letra en la que se escribió en su día la receta del pastel de chocolate. Bastaba con cocinarlo.

Rasgar la niebla con carcajadas y pisar los trocitos que caigan (¿no oyes? hacen crissss, criss, crissss...). Rellenar con algodón los agujeros y usarlos como hamacas.

Bastaba con querer.


Y quiero.

Quiero amarrarme a la ilusión. Despilfarrarla para tener cada vez más. Liarme, enmarañarme con esas mariposas y estar así más libre. Y volar con los pies en el suelo. Olvidar para tener siempre presentes las cosas que merecen la pena. Y llorar de risa.

No en vano tuve que matarme para seguir viva :-)

domingo, 21 de octubre de 2007

Historias sin comida (ni bebida)


El otro día estaba contando una historieta de cuando niña, en la que mi abuelo intentaba consolarme de un castigo de mi madre con un pastel de cabello de ángel (postre que odio, por cierto), cuando me echaron en cara que contaba demasiadas historias relacionadas con comida y bebida.

Es muy posible que sea así. Para bien o para mal, la bebida desinhibe y consigue que mucha gente haga cosas que no haría normalmente... casi estoy por decir que consigue que la gente haga las cosas que yo hago normalmente. También es posible que esto haga que las historias sean algo más escandalosas y se recuerden mejor que las otras.

Y, en cuanto a la comida, ¡soy gallega!. Y no sé por qué, pero hay una extraña y legendaria relación entre nuestra cultura y la comida (y, claro, la bebida... pero eso iba aparte). En palabras de un amigo que se vino a pasar unos días a mi pueblo, "Llevo una semana en Galicia y, desde que he llegado, no hacemos más que comer o hablar de comida..."

Pero el caso es que a raíz del comentario, me quedé pensando en mi abuelo. Ya he hablado de él, pero le he hecho poca justicia. Desde luego, releyendo esa entrada, y alguna otra en la que le menciono, no creo que quede claro el nivel de complicidad que teníamos, ese que provoca que cada vez que pienso en él se me tenga que escapar un suspiro y una sonrisa.

Ya he comentado que me dejaba jugar con sus libros de pintura sin temor a que los rompiera. Seguramente, sea aún más revelador el que os cuente que mis muñecas preferidas para jugar en su casa eran dos figuras de porcelana. Una era una dama de época, con un vestido granate, largo, escotado y una cinturita de avispa de esas que tienes miedo que se rompa. Y la otra, que heredé y con la que aún juego cuando voy a casa de mi madre, es de una niña que juega a la pelota con un perrillo. Dependiendo del día, eran madre e hija o la reina y una dama de compañía o mis dos amigas del colegio...

Sufría algo más cada vez que pillaba por banda su mueble radio y jugaba con él como si fuera un piano. Veréis, es que era un mueble enorme, con radio y creo que tocadiscos también. Era más alto que yo y de ancho abultaba como cuatro veces más. Tenía un tapa superior que, cuando la levantabas, permitía acceder al tocadiscos y dejaba al aire el sintonizador y los altavoces. El tocadiscos ya no iba y la gracia, desgracia para mi abuelo, era que el frente estaba todo ocupado por teclas blancas que servían para recordar presintonías. Y tal y como estaban dispuestas era difícil resistirse a la tentación de sentirse Mahler o Chopin por una tarde... Y allá me iba yo, a aporrear la teclillas... que, por cierto, estaban durillas.

Pero hay sobre todo dos historias que reflejan su abuelidad. Dejadme que me invente esa palabra, intentando reflejar ese tipo de relación que, seguramente, todos los padres desearíamos tener con nuestros hijos pero que sólo se puede permitir uno con los nietos. Por aquello de malcriarlos y otras zarandajas sociales.

En la entrada que referenciaba antes, ya comentaba que las tardes de los fines de semana éramos dos vagabundos en busca de un rincón que pintar, recorriendo el valle de Perlío o el camino del Regueiro. Y que yo, a veces, me aburría mientras él pintaba... y, entonces, empezaba a aburrirle a él con mis juegos. Una tarde decidí llevar mi Nancy y una caja llena de vestidos para jugar sin molestarle. Mi madre me riñó cuando vio la cantidad de ropilla que estaba metiendo en la caja, que iba a rebosar. "Perderás algo y no te compraré ningún vestido más de la Nancy..." Yo, claro está, me ofendí toda y le dije que de eso nada.. Aunque me dejó inquieta, porque me había señalado el peor castigo que podría infligirme por aquella época. Salimos mi abuelo y yo, encontramos el rincón que decidió pintar ese día. Yo vi una murallita cercana y me puse a jugar. Cuando abuelo acabó, recogí y volvimos a casa. Metí la ropa de la Nancy en su sitio. Era sábado.

Al día siguiente hice el descubrimiento horrible. Faltaba una falda larga de terciopelo morado. Cuando salí con abuelo por la tarde se lo dije. Volvimos al sitio en el que habíamos estado el día anterior... removimos piedras, tablas, rebuscamos en arbustos... nada. Volví a casa con mi cara más larga y más triste, sin atreverme a contar a mi madre lo que había pasado. Pero mi abuelo encontró la solución, acudiendo en mi ayuda cual séptimo de caballería: me compró el mismo modelito, falda y blusa (no lo vendían por separado), para que pudiera hacer pasar la falda nueva por la que había perdido.

No, no os imaginéis el final, porque el final vino como dos años más tarde. Claro, por supuesto que le di tantos besos como pude, por supuesto que volvimos a juramentarnos como los compinches que éramos... pero la historia acabó meses después de que él muriera. El buen día en que las amenazas de mi madre crecieron en intensidad y me hice al ánimo de limpiar bien y recoger la cómoda de la ropa... una cómoda en la que yo ocupaba cinco cajones, y mi Nancy uno. Al sacar los cajones para limpiar mejor, arrugada y aplastada en una esquina, apareció la falda de terciopelo morado, la misma que nunca había perdido en la calle; sólo la había perdido en el caos de mi propia habitación. La recogí y empecé a llorar. Fui adonde estaba mi madre y le conté toda la historia a trompicones. Ella se calló, se fue a su habitación y volvió con la blusa a juego... la blusa a juego con la falda que mi abuelo había comprado cuando pensamos que había perdido ésta y que mi madre encontró cuando recogió la casa de mi abuelo después de su muerte. Lo sabía todo, pero ella también quería a mi abuelo. Y supongo que también a mí. Y que no tuvo fuerzas para romper nuestro secretillo.

¿Había dicho dos historias, verdad? La segunda es más simple. Y la atesoro como el mayor cumplido que nunca me han dirigido. Quería dibujar caras y siempre tropezaba con la nariz; vamos, que no había manera de conseguir algo que no pareciera un boniato, ni de frente ni de perfil. El caso es que me dediqué a observar cómo Purita Campos resolvía esto en los cómics de "Esther y su mundo" y un buen día me decidí a llevarlo a la práctica. Estaba en su casa y emborroné un par de papeles antes de quedar satisfecha con el resultado. Fuí corriendo a enseñárselo, que para eso era el experto de la familia. Le dije que se fijara, que qué bien me había salido por haber aprendido de lo que había visto en el Lily... y se quedó muy serio mirando para mí y me dijo: "¿De verdad crees que lo que has expresado ahí has podido aprenderlo de algún sitio que no seas tú misma?"

sábado, 20 de octubre de 2007

Waiting on the sun


Echó un vistazo de reojo a la mesa, comprobando que no quedaban migas de pan, y siguió fregando la cacharrada del desayuno. El gato, como siempre, se había acurrucado a sus pies. Le gustaba la sensación de esa bola peluda y cálida a través de las zapatillas y del pantalón del pijama. Aunque a veces se le escapara algún moridisquillo y tocaba reñirle...

Al acabar y cerrar el grifo, miró de nuevo a la puerta. Seguía cerrada. Recordaba la primera vez que se había encerrado; no contaba con ello y le había pillado desprevenida. No sabía qué hacer, ni siquiera sabía si tenía que hacer algo, o si había algo que pudiera hacer. Sólo le invadía la sensación de que quería ayudar, pero que era torpe y no podía. Seguramente, ese fue sólo un toque melodramático por su parte, una forma de disfrazar una realidad mucho más prosaica: no tenía ni idea, y él no quería que ella hiciera nada.

Fue hacia la galería. Era su momento preferido del día y quedaban ya pocas oportunidades de disfrutarlo; había estado observando la posición por la que asomaba el sol y en dos o tres semanas ese momento quedaría oculto tras el propio edificio, ligeramente orientada hacia el norte. Así pues, merecía la pena interrumpir la faena y contemplar el espectáculo. Había unas nubes caprichosas, casi transparentes; como imitando al mar, se retorcían caprichosas en un especie de espirales que le recordaban a las olas... olas de color rosa, en espirales de color naranja mientras el sol lo iba llenando todo.

Cuando volvió a la cocina calculó si le compensaría poner una lavadora. Fue hacia el dormitorio y, al pasar junto a la puerta cerrada, inconscientemente, contuvo la respiración y pasó como de puntillas. No quería hacer ruido... no, eso era mentira. En honor a la verdad, se moría por hacer ruido. Pero no serviría de nada. Igual conseguía que saliera y le hiciera un gesto cariñoso. Y, a continuación, volvería a meterse en el cuarto y seguiría donde lo hubiera dejado hasta que acabara. No, lo único que conseguiría sería que tardara más. Tendría tanto éxito como si intentara frenar una cascada de agua con un cucharón.

Estaba menos desorientada que la primera vez, pero aún así no podía evitar la sensación de estar perdida. Posiblemente, lo peor era el hecho de ser consciente de que era algo de lo que no podía formar parte, de que asistía a algo en lo que no podía participar y de que, a duras penas, se enteraría del resultado, fuese el que fuese.

Restañó una punzada de nostalgia, que venía acompañada de un pelotazo de celos y algo de impotencia. Esperaría.

Y mientras tanto, pondría una lavadora. Nadie iba a hacer su faena por ella, nadie iba a vivir su vida por ella. De repente, tuvo que pararse y sonreír, el gato se había metido en la cesta de la ropa sucia y estaba jugando... que era su forma de invitarla a vivir.

viernes, 19 de octubre de 2007

(It's still alive) inside of me




El problema comienza si te confundes y usas a los demás como excusa para vivir. Nadie puede vivir tu vida, no debes vivir tu vida por nadie que no seas tú.

Por lo que quiera que merezca la pena vivir, ha de ser algo que esté dentro de ti. Y has de conservarlo vivo dentro de ti.

Buena suerte, y no lo dejes escapar. No lo vuelvas a dejar escapar.

lunes, 15 de octubre de 2007

Ubuntear


¿Cómo? ¿Que no existe ese infinitivo?

-"¿Cuánta peña, no?"
-"... ¿¿... ?? "
-"... que pone que hay 77 usuarios y 592 invitados en línea; en ubuntu-es, digo..."
-"¡Ah, sí!... es lo habitual"

Pues anda que no hay gente a la que desengañar, pues. Todos esos están ubunteando. De hecho, están ubuntuesando. Y, que quieres que te diga. Que servidora, a la RAE, le ha perdido un poco el aquel desde que aceptaron cederrón como animal de compañía.

Yo me he metido a escribir esto por culpa de yasabestúquién, que es un liante de mucho cuidado. Y como no tengo ni idea fui a documentarme. Pero mira, en la wikipedia, ni flowers (me callo, que veo a yasabestúquién liándome para que edite una entrada). Y si busco por Ubuntu-es en google, me sale lo que ya sabes... y nada, qué tampoco... que los foros sólo cubren las últimas 12 semanas...

Acudo a otroquetambiéntienelosuyo para que ejerza de memoria histórica. ¿Parece verbose, verdad? Eso es hasta que le preguntas por algo. Pero mira, sí, algo he sacado. Que fue una idea tuya (y, ¡pues claro!... de eso no tenía la menor duda) y que tenías montado el portal en casa y que dabas la brasa para ampliarlo... que no hacías más que insistir e insistir e insistir (te puedo imaginar haciendo tu propia versión del "¿Falta mucho? ¿Falta mucho?" pero en plan "¿Lo habéis probado? ¿lo habéis probado? ¿sí? ¿sí? ¿de verdad?"), hasta que cayeron y se montó Ubuntu-es.

Mira, yo que quieres que te diga. Hay cuatro personas a las que odio con todo mi corazón: Dennis Tito, Gregory Olsen, Anousheh Ansari y... Mark Shuttleworth. Que sí, que me puede la cochina envidia. Pero mira, por ti ¡eh!, haré un cochino esfuerzo y de regalo de cumple a Ubuntu-es, borraré de mi To-do lo de echarle un azucarillo en el depósito de gasolina del coche... Bueno, y publicitaré, otra vez, lo de la iUbuntu del miércoles...

Porque del portal, poco puedo contarte que tú no sepas. Que da sustos, a veces. Algunos más gordos que otros, algunos más "flamantes" (de flame) que otros, pero oye, entrar y ver a toda esa gente ubunteando, ubuntuesando... en domingo, además, y por tu culpa, niño... ¿no te parece una forma estupenda de celebrarle el cumple a tu invento?

Actualización ;-) :-D

viernes, 12 de octubre de 2007

Ruido de iluminados




Parece hecha a propósito para haberla encontrado hoy. Que se callen, diantres... que los hay que queremos trabajar, descansar y demostrar el patriotismo pagando nuestros impuestos y no a base de colgar banderas (y, mucho menos, de colgarnos medallas).

jueves, 11 de octubre de 2007

Asco (2)



Ya me he hartado. Si tanto les gustan las niñas, no les importará que lo sepamos todos...

martes, 9 de octubre de 2007

Test de Turing (reloaded)



-Quiero silencio absoluto, Amigo. Creo que voy a dormir un tiempo. Dormir en la forma más decadente. Hasta puede que ronque como los bárbaros. ¿Te queda memoria para vigilar mis constantes?
- A duras penas.
- No quiero morirme antes de que hayas terminado, ¿entendido?
- Primero dime una cosa, por curiosidad: ¿qué es lo que harán? ¿cómo vivirán esas personas fuera del bucle?

Ya me había recostado a medias sobre un campo de iones, cuando me paré porque me sentía a punto de ser abordado por una extraña emoción.

- ¿ "Curiosidad" has dicho?
- Sí. En su acepción de deseo de saber o averiguar lo que nos concierne.
- Y ¿crees que te conciernen las vidas de esas personas que vas a construir? -pregunté casi temblando.
- ¿Te parece que no?

La duda. Esa duda. Y la curiosidad. Yo miraba a Amigo y sentía, por primera vez en siglos, ganas de llorar. No se me ocurrió otra cosa que decirle:

- Verás, Amigo, Platón dijo que la vida consiste en aprender a vivir. Si realmente quieres satisfacer tu curiosidad, déjalos a su aire, empápate de sus cuitas, observa lo absurdo de sus aventuras y no trates de maquillarlas o enmendarlas ni siquiera por motivos de coherencia.
- ¿Eso es bello?
- Será bello cuando tú lo cuentes.

Y entonces me dormí como un bebé, a pelo, sin burbuja de microondas ni casco sedante. Tuve sueños a la antigua, retorcidos, troceados, imposibles de recordar si no es en forma de destellos. Hacía mucho tiempo que no gozaba de la fuerza devastadora de ese tipo de sueños.


El vals del fin del mundo, Juan Cagigas.


Dime, ¿por qué habría nadie de querer deshacer lo hecho y desengañarle y convencerle de que no es humano? ¿sería mejor si lo fuera?. Tiene curiosidad, es compasivo, sabe escuchar y está aprendiendo a narrar... Puede que ya sea mejor que yo.

Y las otras veces, también sucede


Suele ocurrir. Te preguntan, te preguntas, qué fue, cómo ocurrió, por qué, cuándo supiste que estabas enamorada y no sabes bien qué contestar. Yo creo que es algo que pasa de repente y que unas veces lo sabes nada más ocurre; otras, sólo eres consciente con el tiempo, cuando alguna tontería te hace caer en ello y te sorprende no haberte dado cuenta antes.

Ahora mismo me autoexploro pensando en cómo te das cuenta de que ya no estás enamorada. ¿Qué se pierde antes, la confianza o el deseo? ¿el respeto o la complicidad?. Y la respuesta, seguramente, es también que simplemente ocurre, y que no será bueno darle vueltas, que igual que aceptaste lo uno, has de aceptar lo otro.

No te han estafado, nadie te ha quitado un trozo de vida... disfrútalo mientras lo tengas y agradece haberlo vivido si lo has vivido de verdad. Y sigue viviendo de verdad, porque tú lo vales. La vida mata, pero es sólo el menor de sus efectos colaterales...

sábado, 6 de octubre de 2007

... porque me gusta mirar a las estrellas




Gracias, Ramón. Pero, sobre todo, gracias Mauro.
¿Quién nos ha robado la Vía Láctea?







Actualización: No sé si Mauro Entralgo tendrá una de estas en casa, pero... :-D

jueves, 4 de octubre de 2007

Primera división


Le miró y, de repente, el cansancio se evaporó.

La tienda seguía igual de llena, el dependiente seguía igual de lento, igual de hablador e igual de liante; ella seguía igual de cansada, allí de pie, y la bolsa que llevaba en las manos le seguía pareciendo igual de farragosa y difícil de coger. Miró a la chica que estaba antes que ellos en la cola y que tuvo que apartarse esperando a que su novio trajera el carnet que habían dejado en el coche. Seguía igual de enfurruñada.

El niño que esperaba tras ellos en la cola, sin embargo, parecía cada vez más y más impaciente. Y su padre, a su lado, parecía esperar con resignación a que el niño explotara por algún sitio. Por el rabillo del ojo, no quería girar mucho la cabeza, vio a los tres coleguitas que llegaron al mismo tiempo que ellos, pero que se habían demorado más eligiendo... seguían discutiendo incluso en la cola, como si el acuerdo al que hubieran llegado sobre qué comprar no fuera definitivo.

Y cuando estaba a punto de torcer el gesto, él dijo algo y en su voz se adivinaba el entusiasmo. No era lo que decía; era su tono, seguramente. Sus palabras y su gesto invitaban a sonreír, a disfrutar; transmitían toda la satisfacción que le llenaba. Le miró y, además, vio todo eso brillando en sus ojos y se sintió muy orgullosa y muy contenta por él. Tuvo que reírse.

Como siempre, había conseguido hacerle feliz.



miércoles, 3 de octubre de 2007

In Rainbows


Ya tocaba. Eran cuatro años sin disco nuevo de Radiohead. Tengo que confesar que tenía algo de mono; no me emocionó mucho el disco en solitario de Yorke, me faltaba el toque de guitarra... por mucho que se asocie a un grupo con el vocalista, en Eraser eché de menos a la banda, aunque la voz siguiera siendo inconfundible.

Pues eso, ya tenemos disco, In Rainbows. Y se ha montado el pollo porque la propuesta es que la descarga sea libre, pagando cada uno lo que esté dispuesto a pagar (aquí tenéis otro colorido resumen, con discusión al canto sobre por qué un grupo elige esta forma de distribuir su música).

Yo me callo, que creo que he dejado claro qué opino sobre el negocio de las discográficas, y aplaudo cualquier iniciativa que ayude a que tenga los días contados ese modelo mastodóntico de negocio (y mafias que viven bajo su ala, y no voy a nombrar a nadie, que luego van y te denuncian por injurias...).

oooOOOooo


Y, al hilo de todo esto, le sale a una la cosa morriñosa y va y se engancha otra vez a Radiohead... y llega al Fake Plastic Trees. Es curioso, buscad en google; será por interpretaciones de la letra, las hay para todos los gustos.

El caso es que una servidora piensa en todo lo que ha cambiado desde la última vez que lo escuchó...



... y en todas las cosas de plástico que había, que sigue habiendo, en su vida. Y parece que he sacado algo de plástico del medio.

Demasiadas cosas de plástico, hay que seguir purgando hasta quedarse sólo con las cosas de verdad... Esas que no te agotan.

martes, 2 de octubre de 2007

Día de difuntos (2)



-"Mamá, ¿quién se va a morir primero, tú o yo?"
-"... Pues, de normal, tendría que morirme yo antes... "
-"¿Por qué?"
-"Porque soy más vieja que tú... "


Bueno, por lo menos, habla del tema con más naturalidad que yo. Eso sí, empiezo a tener ganas de que acaben las obras en la carretera de Borriol y el autobús deje de pasar por el cementerio...

domingo, 30 de septiembre de 2007

Qué fácil es ser un superhéroe cuando se dispone de una cabina de teléfono


Según el diccionario de la RAE disponemos de 88431 palabras; 88431 palabras cuyo uso dicen que nos diferencia de los animales; 88431 palabras que deberían permitirnos expresar qué queremos, qué odiamos, qué sentimos, qué admiramos, qué nos preocupa, qué nos satisface, qué nos quita el sueño, qué nos tranquiliza, qué nos hace temblar, qué nos pone la piel de gallina, qué nos hace abrirnos, qué nos hace cerrarnos, qué nos hace daño, qué nos deja el corazón y la cabeza de colores...

Ni racional, ni racionalista, pues... Tengo 88431 palabras para poder usarlas y hay tantas veces que me quedo sin ellas para expresar lo que me pasa por la cabeza, que ya me asusta. Me asusta poder despilfarrarlas ahora y no saberlas usar cuando las necesito. Cuando te tengo que decir lo que siento, cuando le tengo que explicar lo que había planeado, cuando me gustaría que entendiera por qué tengo que reprenderle, cuando estoy tan feliz que quisiera que todos bailaran, cuando estoy tan enojada que necesito cambiar el mundo, mi mundo, tu mundo, su mundo, nuestro mundo, vuestro mundo...

Son 88431 palabras. Y me faltan. Y me sobran muecas, y me sobran gestos, y me sobran bocas torcidas, y me sobran apretones de de manos, y me sobran abrazos, y me sobran silencios -a mí, que hablo tanto-, y me sobran suspiros y me faltan razones y me faltan imágenes y me faltan sujetos y predicados y expresiones y modos, y me faltan confianza, sentido común y motivos...

Es fácil equivocarse y escogerlas mal. Y difícil pararse a jugar con ellas y escogerlas como perlas para un collar.
Es fácil pillar la primera que asoma, pensar que esa vale. Y difícil comprobar que no sólo empieza por la sílaba adecuada, que también finaliza con la correcta.
Es fácil substituirlas por un movimiento de hombros. Y difícil esforzarse en combinarlas para que haga juego con tus sentimientos.
Es fácil hilvanarlas en un ejercicio sin sentido como este...
Y difícil coserlas en un compromiso.

martes, 25 de septiembre de 2007

Día de difuntos


Es una fotografía tremenda, en la que ves a una pobre niña con cara de dolor y toda la cabeza vendada. Está en casa, la niña es mi madre y la acababan de operar del oído derecho. También hay una foto de mi abuela con los gemelos, uno en cada brazo, y en los tres se pueden adivinar un gesto de desesperación. Y recuerdo otra de mi tía Canucha; cuando la vi, se me ocurrió decir "¡Qué ojos tan grandes...!" y es que la pobre niña tenía una inflamación, se le estaban inundando literalmente los ojos con humor vítreo y estaban casi amenazando con explotar. Qué bonita galería fotográfica ¿verdad?

Todo tiene una explicación. Cuando mi abuela veía que uno de sus hijos se ponía muy enfermo, salía corriendo al fotógrafo. Tuvo trece hijos, pero sólo sobrevivieron siete. Murieron los cuatro mayores, uno entre los gemelos y mi madre y otro entre mi madre y mi tía Canucha. Y de los mayores no tenía ninguna foto y, por eso, en cuanto temía que se le podía morir un hijo, salía corriendo al fotógrafo, para quedarse con su imagen al menos...

Dice mi madre que le afectó tanto la muerte de los dos mayores, que iba al cementerio de noche a llamarlos para que se le aparecieran. No fue algo que me chocara cuando me enteré. Tengo asociada a mi abuela la narración de mil y una historias sobre muertos, aparecidos, las ánimas del Purgatorio, visitas de amigos recién fallecidos, premoniciones extrañas y más fenómenos paranormales de los que podría contar Iker Jiménez en todos sus programas.

Aunque igual en esto de ir al cementerio a buscar a tus muertos, yo tampoco estoy muy libre de culpa. Me perdonaréis si ya lo he contado, pero creo que no. Un buen día, el verano después de la muerte de mi padre, discutí de forma bastante brusca con mi madre. Tanto como para agarrar la puerta y salir corriendo de casa. Empecé a andar, a andar y cuando me di cuenta estaba en Catabois, en el cementerio de Ferrol, a más de diez kilómetros de mi casa. Mi intención era buscar consuelo en la tumba de mi padre, pero fui allí y me encontré ¿qué? Una lápida. No hay consuelo en las lápidas, o no había en aquella el consuelo, o el consejo, o lo que fuera que yo necesitaba en aquel momento para calmarme. Más bien, encontré algo con lo que no contaba. Puede que fuera en aquel momento cuando me hice consciente de que mis decisiones tenía que tomarlas yo... en cualquier caso, sí que sirvió para que mi madre se diera cuenta de que tenía dieciocho años y que legalmente podría salir por aquella puerta para no volver a entrar. De alguna forma, ambas decidimos al mismo tiempo que había ingresado en el mundo de los adultos.

De todo esto me he acordado esta mañana, cuando el autobús pasaba por la curva del cementerio. Hará dos o tres días, iba con un compañero que me confesaba su miedo al cementerio, las historias que había oído sobre gente que se había quedado encerrada dentro, de noche, y que ni loco viviría por aquella zona... Yo no le dije nada pero sonreí, escéptica. Quizás haga que mi abuela se retuerza en su tumba, pobre. Pero yo temo más a los vivos que a los muertos, mucho más.

Dejemos descansar a los muertos que están tan tranquilos y disfrutemos de su recuerdo para tenerlos con nosotros toda la vida. Como mi querido Santi, mi amigo; hoy he sabido que ha muerto. Un buen hombre al que tuve la inmensa suerte de conocer.