miércoles, 30 de abril de 2008

Vivan las chicas...



[..] yo advertía que a veces, por lo común a la hora de la siesta, cuando mi padre se acercaba a mi madre y empezaba a cercarla con caricias, besos y abrazos furtivos, en ciertas ocasiones mi madre sonreía, le devolvía algún beso y luego ambos se encerraban en el dormitorio. Pero otras veces, cuando mi padre empezaba con sus arrumacos, mi madre se ponía seria y simplemente le decía: "Hoy no puedo, viejo. Vinieron los de Galarza". Para mí esa respuesta era un enigma, porque yo había estado toda la mañana en casa y nadie había venido: ni los de Galarza ni los de ninguna otra familia. Además, yo no conocía a nadie que se llamara así. Sólo varios años después supe que Galarza era el nombre de un jefe colorado, durante los años de guerra civil y, según la leyenda, cuando sus hombres pasaban por algún poblado, los derramamientos de sangre eran inevitables. O sea que lo que mi madre le avisaba a mi padre (en clave, claro, debido a mi indiscreta presencia) era que estaba con la regla y en consecuencia no se hallaba en disponibilidad erótica.

Mario Benedetti, La borra del café.



Mi chica se ha comprado un libro titulado ¡Vivan las chicas!. Fijaos en el subtítulo: La guía de las que pronto serán adolescentes. Fue el miércoles pasado (¡claro!, si es que lo tenía todo calculado): "Mamá, que como es San Jordi y hacen un 10% de descuento y me quiero comprar un libro, pues me he esperado a hoy para comprarlo, ¿vamos?". Y allá que nos fuimos. Ella se fue directa a por el libro; yo me demoré un ratito saludando a mi Loli que, en cuanto le mencioné el título, me echó una sonrisa cómplice... que entendí perfectamente en cuanto apareció María con el trofeo en la mano. Fue ver el libro (no sabía de qué trataba) y empezar a partirme de risa: me reí porque entendí la mirada cómplice de Loli, me reí al ver la cara -mezcla de ilusión y de nervios- que ponía María y, sobre todo, me reí al pensar la que se me venía encima.

Al día siguiente le tocaba dentista y tenía que llevarla yo. Fui a cortarme el pelo antes de ir a esperarla a la salida del cole. De allí al dentista y luego, a comer. Un lujo, en mi caso, hacer todas esas cosas con ella. Para lo que no estaba muy preparada fue para el tercer grado que me esperaba.

María tiene 10 años y una todavía se acuerda de lo que se cuece en un aula entre las niñas a esa edad. Unas antes que otras, todas notan cómo van cambiando y cómo sus cuerpos se van transformando en lo que algún día se convertirá en ese cuerpo que hasta hace nada ni se imaginaban. Entre chistes y risas nerviosas suele haber miradas de reojo a las compañeras cuyos pechos ya han comenzado a crecer, o que empiezan a lucir pelo en el sobaquillo... empiezan a circular rumores, historias verídicas ("De verdad que sí, que a mí me lo contó Fulanita...") y se monta un bonito contrachapado de nervios, miedo, expectación y risas. Los chicos son lo de menos, aún dan auténtico asco, son unos brutos que se ensucian, pegan y que no se fijan en nada y no tienen ninguna sensibilidad (cosa que, ahora que lo pienso, es de agradecer: por favor, que se me vayan presentando las crisis vitales poco a poco; no se me amontonen, que al fondo hay sitio... )

No sé aún bien cómo lo hizo, porque el libro lo compró el miércoles por la tarde; yo no le vi leer durante el resto del día y el caso es que el jueves a mediodía parecía haberlo leído completamente. Al menos, todos los capítulos relacionados con la menstruación. Ni en mi peor examen en la facultad tuve que responder a tantas preguntas: "¿Cómo se lo dijiste a tu madre?", "¿Duele mucho?", "¿Es cierto que te puede venir a mitad de clase?", "¿Cuántos días dura?","¿Cuánto manchas?", "¿No da asco?", "¿Dura toda la vida?", "¿Y prefieres tampones o compresas?", "¿Y cómo voy a hacerlo yo para decírtelo a ti?", "¿Y te puede doler el pecho?", "¿Y a ti cuándo te vino?", "¿Y a mí cuándo me vendrá?"...

Entre preguntas, cosas que había oído y anécdotas de clase, yo intentaba hacerme oír para dar respuestas, desfacer entuertos y colar mis propias anécdotas, pero no era fácil; tocaba acribillarme y no darme apenas tregua para respirar y para contestar. Al final nos organizamos y fue saliendo una bonita conversación. Algo sí procuré dejarle claro: ella es una mujer desde que ha nacido. No hay frase que odie más que ese emparejamiento de la condición de mujer al inicio del ciclo reproductivo. Somos mujeres, nacemos mujeres y morimos mujeres. Independientemente de que estemos en ese rango de edad en que nuestro vientre puede convertirse en la mejor cuna del mundo, en el mejor refugio, el primero, el más cálido y el más difícil de abandonar.

Al final, una servidora también se vio recompensada. Cuando volvíamos al colegio, después de comer, me enteré de que ostento el título de "Mamá más enrollada del colegio", ganado a pulso, por lo visto, por no dedicarme a hablar de compras ni de ropa, estar dispuesta siempre a echar una carrerita o a ponerme a cantar y bailar por la calle (esto sí que no lo entendí bien porque de normal, cuando lo hago, se pone muy seria y me dice toda digna que no haga esas cosas, que le da corte... ) y, sobre todo, por contar los mejores chistes. ¡Ah! Y ser buenísima buscando cosas en internet (¡gracias, google!). Con eso se despidió con un beso y se fue corriendo con sus amigas. Y, de alguna forma, fue tierno verla, antes de entrar en el cole, haciendo travesuras de niña y darme cuenta de que aún le queda (¡nos queda!) tiempo para disfrutarlo. Y para disfrutar de lo que se nos viene encima también, por supuesto. Va a ser divertido. Antes, por lo menos, de que sea ella la que se dedique a hablar de compras y de ropa ;-)

sábado, 26 de abril de 2008

Zelig


Estaba mirando la escena como si la viera desde fuera. Como si yo hubiera quedado sentada a aquella mesa pero al mismo tiempo me hubiera levantado y pudiera verlo todo desde fuera. Y dentro de mi cabeza oía caer, uno a uno, todos los naipes del castillo... con un ruido sordo. Sería porque se me estaba rompiendo el alma.

Aquella tía se estaba destapando. Muy maja me había parecido cinco meses atrás: decidida, con las ideas claras, sabiendo lo que quería y diciéndolo sin morderse la lengua. Qué bien me cayó. Al poco de conocernos me comentó lo de los cursos del INEM, cómo habían montado aquella academia y habían comprado los ordenadores y que necesitaban a más gente para poder cubrir más horario y amortizarlos. A mí me venía muy bien el dinero; con un cursillo de tres meses tendría para mantenerme todo el curso, así que enseguida le dije que sí. Qué maja, la tía. Hasta pensamos -ella, su marido, un par de amigos y yo- en montar una sociedad anónima laboral. Menos mal que había quedado en nada.

Lo que estaba oyendo me estaba alterando. Caramba, qué divertido es escuchar a la gente cuando el alcohol le desata la lengua y no está midiendo sus palabras para causar justo el efecto que pretenden conseguir. Qué experimento tan curioso. Esa tía tan legal era el perfecto ejemplo de lo que en unos meses se iba a transformar en el prototipo perfecto de ejecutor de pelotazo de la primera era psoecialista de este país, progres de familia bien, muy solidarios y muy rojetes, poniéndose morados de paté y cava mientras calculaban mentalmente cuanto exprimir del último "arreglillo" que se le había ocurrido. Mayormente, porque necesitan redecorar su vida: acababan de descubrir el minimalismo, la arquitectura orgánica y los diseños de Alvar Aalto.

Pues como decía, la mujer se estaba descubriendo y yo me iba quedando sin habla, sin ganas de hablar, a medida que iba soltando frases graciosas sobre la educación pública, la sanidad pública y demás miserias a malmantener para dejar contenta a la plebe.

Pero lo que me estaba dando ganas de vomitar era la actitud de él, ¿cómo diantres era posible que le estuviera dando la razón en todo? ¡¡Pero si iba en contra de tantas ideas que compartíamos, de tantos argumentos compartidos en discusiones, de tantas causas que habíamos defendidos en manifestaciones y concentraciones... !! ¿De qué se estaba riendo, de qué? ¿Dónde podía ver la gracia a reírse de todo lo que me decía que compartía conmigo?

Él, simplemente, era así. Su único afán era caer bien, ser agradable, ser encantador. No tenía ideas propias: estaba cómodo con las tuyas y en cuanto se las explicabas un poco, incluso te prestaba argumentos, te ayudaba a defenderlas.

Y como no hay peor ciego que el que no quiere ver, va y resulta que una pobre imbécil se enamora y se ciega y en esa ceguera cree encontrar -¡por fin!- un alma gemela, alguien que suspira exactamente por las mismas cosas, que tiene exactamente los mismos intereses, que tiene exactamente los mismos gustos y que tiene exactamente las mismas aspiraciones. Las mismas ideas políticas, las mismas ideas religiosas, las mismas ideas sociales, las mismas ideas sobre el matrimonio, la educación, la paz, la ecología, los militares... Los mismos objetivos, el mismo destino, los mismos temores, los mismos temblores... el mismo golpe de latido cuando te inunda el deseo y la misma risa de satisfacción después de colmarlo. Los mismos gustos para la comida, para la bebida, para el tabaco... Hasta eso: acabó tomando cortados en lugar de café con leche, bebiendo gin tonic en lugar de gin kas y fumando Ducados en lugar de Winston...

No quería ver como era en realidad, no quería quitarme la máscara de los ojos. Era más fácil pensar en la pareja perfecta, pensar en que estábamos hechos el uno para el otro. Qué suerte, y qué empatía para con todos. Qué tío tan sociable, da gusto hablar con él, siempre te entiende, siempre te da la razón... siempre sabe exactamente qué estás pensando, siempre compartiendo tus argumentos.

Compartiendo tus argumentos... sí, incluso en contra de él. Es el riesgo que corres por ser encantador: el riesgo de perderte, de confundirte entre otros. De perder tu propia vida...

Supongo que aquel día se empezó a caer la máscara y empecé a abrir los ojos. Sí, qué tío tan sociable. Qué tía tan afortunada yo, ¿verdad?. Siempre dándome la razón...

Lo malo es que yo no quería la razón, quería un compañero.

jueves, 24 de abril de 2008

L'homme au coeur blessé


Yo era mayor y más grande que él. De hecho, casi era más grande que su padre. Sin embargo, yo tenía ocho años y había muchas cosas que una niña de ocho años tenía prohibidas. Una de ellas, cuestionar la actuación de un adulto. Incluso una como aquella. Nos educaban así: siempre que un adulto nos castigaba era porque nos lo merecíamos. Y siempre era por nuestro bien.

Pero aquella bofetada quedó flotando en el aire mucho tiempo. Su padre había salido ya de la cocina y yo veía caer las lágrimas de mi primo, que se había quedado con las gafas torcidas y una mueca de dolor dibujada, callado muy callado. Yo también estaba callada y, en el silencio que reinaba, aún podía oír el estallido, no sé si del golpe de la mano contra la cara o si de la rabia contenida... rabia de cobarde, cobarde por no atreverme a decir lo que pensaba, cobarde por no atreverme a protestar porque a los mayores no se les podía recriminar sus arbitrariedades.

Y allí estaba yo, con los palillos del xilófono en la mano, sin atreverme a mirarle directamente. Seguía llorando y lo único que se me ocurrió fue intentar demostrarle que era alguien importante, que me había aprendido aquellas notas que acaba de enseñarme, mientras escuchaba asombrada la melodía que arrancaba del xilófono sin saber cómo. Él, que era más pequeño y mucho más bajito que yo, tenía un poder que a mí siempre se me ha negado; no sabía música, pero la música vivía dentro de él. La música estaba a gusto con él y él con la música... formaban una extraña pareja, un niño tocando canciones que nadie le enseñaba, en instrumentos que nadie le enseñaba a tocar.

Y sin ritmo y dudando, recordé todas y cada una de las notas que él me repetía unos minutos antes. Nunca nadie habrá recibido un homenaje tan torpe...







... y han pasado tantos años, y sigo sin poder olvidar aquella tarde en aquella cocina. Sigue doliéndome aquella bofetada, como tantas más que le habían de pegar. Sigue doliéndome el que nunca le dejaran expresarse, el que nunca le pidieran su opinión.

No me vio en Navidades. Nos cruzamos por la calle. Iba con la mirada perdida, caminando solo bajo la lluvia -un adulto a la fuerza al que robaron su alma siendo niño-, y me quedé mirando, sin llamarle, porque aún no se me ha ocurrido qué decirle para consolarle de aquella bofetada. Y tampoco puedo olvidar que me regaló parte de su música, de esa música que ha ido perdiendo a medida que iban minando su espíritu...

miércoles, 23 de abril de 2008

Forma del agua

Dicen que el agua no tiene forma.

.. pero alivia la sed, refresca el ambiente, limpia el cuerpo y el aire y permite crecer a la vida.

Dicen que el agua se adapta al recipiente que la contiene.

.. será por eso que es un regalo, para el cuerpo y para el alma.

Gracias por ser agua.


Cotillón

Si un gato es muy cotilla... ¿es un gato de Año Viejo?

sábado, 19 de abril de 2008

Breathe to make me breathe


This life prepares the strangest things
The dreams we dream of what life brings
The highest highs can turn around
To sow love's seeds on stony ground







Es posible que haya hecho una de mis asociaciones raras de ideas y por eso he acabado hoy enganchada a esta canción, Breathe.

Os cuento: el pasado martes (o el miércoles, no lo recuerdo bien) me encontré este artículo de Maruja Torres. Busqué la página del profesor Pausch y encontré el vídeo y la transcripción de la charla. Por más que entienda la idea de Maruja Torres, no puedo menos que disentir en algunas de sus conclusiones. Primero, porque Maruja Torres es posible que no sea consciente de que ella misma se ha convertido en un icono de la superación y de las ganas de comerse el mundo a bocados. Al menos para mí. Su historia me parece tan dura y tan tierna, al mismo tiempo, que a veces corro el riesgo de pensar en ella como en una película (no estoy muy segura de qué pensaría esta buena mujer de esta idea, mejor lo dejo pasar). Pero esta pequeña gran mujer puede presumir de su valor, de su entereza y de su claridad de ideas. De su afán de superación y de su visión ácida (pero también dulce) de la vida. Me da mucho que pensar su historia, una niña en el Barrio Chino de Barcelona que llega a convertirse en esa mujer, que se ha formado a sí misma, que es capaz de diseccionar la vida con palabras, como un cirujano empeñado en extirpar hipocresías y mentiras. Una mujer capaz de realizar análisis tan certeros y tan sinceros de escenarios políticos, diplomáticos y bélicos que mete miedo. Una mujer tan leal con sus amigos que te hace llorar y sonreír cada vez que habla de Terenci, o de Juantxu o de Beirut, su Beirut. En fin, una mujer a la que admiro, aunque no sé si me atrevería a decirle en la cara que ella me parece también a mí un manual de autoayuda... miedo me da pensar en cuál podría ser su reacción. Al fin y al cabo, ella ha escrito esta frase: "Lo arduo es admitir que estamos solos, que no hay pollo que dé suficiente buen caldo y que en vaciar de contaminaciones esa soledad, nuestra condena, reside también nuestra grandeza".

Pero no estoy de acuerdo con la frase anterior a esta. Y me estoy riendo, porque creo que la ha escrito en uno de sus momentos duros. Estoy repasando esos artículos suyos que he enlazado y... en esos artículos puedo encontrar bastante de lo mismo que he encontrado en la conferencia del profesor Pausch. No creo que sea malo buscar estímulo en la vida de un desconocido, sobre todo si te puede ayudar a superar malos episodios; y supongo que lo que a ella le da alergia es la idea de que uno caiga en la tentación de limitarse a una lectura hueca, sin caer en que en la palabra autoayuda el verdadero protagonista eres tú: se trata de que tú busques dentro de ti lo que puede ayudarte. El ejemplo o la experiencia de los demás, te puede ayudar, pero debes hacerlo tú.

Leed (o escuchad) la conferencia del profesor Pausch. Hay ideas tan hermosas que resulta imposible no disfrutarla. A mí me dejó desarmada con este párrafo, casi al principio de la conferencia:


"[...] so what we’re not talking about today, we are not talking about cancer, because I spent a lot of time talking about that and I’m really not interested. If you have any herbal supplements or remedies, please stay away from me. And we’re not going to talk about things that are even more important than achieving your childhood dreams. We’re not going to talk about my wife, we’re not talking about my kids. Because I’m good, but I’m not good enough to talk about that without tearing up. So, we’re just going to take that off the table. That’s much more important. And we’re not going to talk about spirituality and religion, although I will tell you that I have achieved a deathbed conversion... I just bought a Macintosh. Now I knew I’d get 9% of the audience with that... All right, so what is today’s talk about then? It’s about my childhood dreams and how I have achieved them. I’ve been very fortunate that way. How I believe I’ve been able to enable the dreams of others, and to some degree, lessons learned. I’m a professor, there should be some lessons learned and how you can use the stuff you hear today to achieve your dreams or enable the dreams of others. And as you get older, you may find that "enabling the dreams of others" thing is even more fun."


Nunca había escuchado una definición tan bonita de mi profesión: hacer posible los sueños de los demás. Tiene razón Maruja Torres, podría tomar ideas de este hombre (igual que he tomado ideas de ella) y usarlas para guiarme en este laberinto que es la vida. Y no me parece mala cosa; como tampoco me parece mala su idea de no perder la perspectiva de que es nuestra propia vida la que debemos vivir y es nuestro propio ideario el que debemos seguir.

Perdonad que insista, leed la conferencia. Puede que os pase como a mí que, leyéndola, me descubrí leyendo alguna que otra idea que ya era mía antes y eso me hizo sentir importante y especial. No es malo quererse a uno mismo, y que no nos confundan las definiciones mal entendidas de egoísmo. Quererse es básico para querer a los demás, no puedes regalar lo que no tienes.

Puede que por todo esto me haya acordado de esta canción, triste, en la que alguien necesita que respires para poder respirar... afortunadamente, al final parece mostrar esperanza. ¿De quién depende que lo consiga?

jueves, 17 de abril de 2008

Escribir es vivir


Me he puesto a escribir casi porque sí, porque tengo "mono" y lo necesito; lo malo es que llevo unos días tan cansada que no logro articular bien mis ideas (que con el cansancio, tampoco son tantas...). Últimamente, además, mis ideas son muy suyas y me asaltan en los sitios más inoportunos: en la ducha, fregando los platos, en cama justo cuando estoy empezando a quedarme dormida... siempre lejos de un teclado o de un papel y un bolígrafo al que echar mano. Para colmo, mi libreta de escribir notas se había perdido en la inmensidad del caos de mi mesa y no conseguía encontrarla, y también se han evaporado ideas que había ido hilando semidormida en el autobús durante unos cuantos días. Y bien, al menos la libreta ya ha aparecido.

En gran medida, este "mono" lo ha provocado el hecho de estar leyendo Escribir es vivir de José Luis Sampedro. No es una novela, sino la transcripción de un curso sobre el oficio de escritor que impartió en la Universidad Menéndez y Pelayo. Todavía lo estoy leyendo y en lo que llevo por ahora va contando su vida y como lo que iba viviendo le iba transformando en escritor. Me resulta especialmente graciosa su declaración de que aspiraba ser un "escritor de segunda". Cuenta que él sabía que quería escribir y era consciente de que los genios, los "escritores de primera", no se prodigan y que él se conformaba con aspirar a ser un escritor correcto, no genial, que con eso ya sería feliz, con que alguien le considerara un escritor.

El libro me está confirmando la imagen que tenía de Sampedro, como persona seria y honesta. Honesto. Ese adjetivo que es tan difícil asociar a las personas hoy en día. Y, sin conocerlo de nada, sólo por lo que escribe, se lo adjudico.

Tengo a José Luis Sampedro asociado a lo primero que leí de él, La sonrisa etrusca, que compré casi por casualidad, por probar, sin tener ni idea de la trama, sin saber de qué iban ni la obra ni el autor. No tenía ninguna pista sobre lo que iba a leer.

Y el libro me conquistó desde un principio por su protagonista, un abuelo calabrés, honesto y revestido de piel dura y correosa, de visita en la gran ciudad, arrancado de su casa en el campo por la Rusca. Pero descubre a su nieto y descubre la ternura. Y la ternura te envuelve a lo largo de todo el libro y su lectura es de las que dejan buen sabor de boca y buen sabor de espíritu.

Dice Sampedro en Escribir es vivir que este personaje, como otros, surgió de su relación con campesinos, braceros, pastores, gente asombrosa y curtida, con una sabiduría y una inteligencia práctica que continuamente le asombraba y de los que aprendió mucho. Sin embargo yo, al leer el libro, asocié a ese abuelo con el autor, quizá porque cuando descubrí a Sampedro ya era un señor bastante mayor. Y porque al leerlo asocié esa imagen honesta del personaje con la honestidad que le adivinaba al escritor. Honesto. Honestidad. Salvatore Roncone, José Luis Sampedro.

Ya os contaré cómo acaba esta exposición impúdica de sentimientos e ideas, de razones para creer en la vida y para reflejar la vida con palabras. En cualquier caso, lo que sí que me atrevería a decir es que José Luis Sampedro ha fracasado en su empeño de ser un "escritor de segunda"...

(*) La Rusca es como llama el viejo a su cáncer.


Sin motivo especial...

... pero estaba trabajando tan tranquila y ha empezado a sonar y me ha parecido un regalo y he empezado a reírme y quería invitaros...



domingo, 13 de abril de 2008

Plumíficos y Maléferos





Plumíferos



El año pasado en la iParty 9 conocí a malefico(*). No sé si es políticamente correcta, pero "es un puto crack" es la única expresión que se me viene a la cabeza para intentar describirlo. Como persona y como informático; y como animador, y como creador de ilusiones, y como comunicador... porque consiguió transmitirnos toda la ilusión y el trabajo y las ganas que estaban metiendo al proyecto Plumíferos. Nos contó cómo empezaron, en qué condiciones trabajaban, cómo han ido consiguiendo superar hitos y metas. Y salir adelante. Bueno, salir adelante... ¿os habéis fijado en la calidad y en la cantidad de curre que se adivina en ese pequeño trailer? Eso es algo más que "salir adelante". Hace falta tener muchas ganas, mucho corazón y mucha técnica, esfuerzo, capacidad de trabajo y disciplina para soñar con un proyecto así. Sobre todo, cuando uno no dispone de mucho dinero para financiarlo.

Yo me quedé embobada con el trailer, y con los trozos de película que nos regaló; y esperando impaciente al día de poder verla. Me puedo poner el traje de miliciana y decir aquello de "¡¡... el primer largometraje de animación en 3D realizado con software libre, oiga!!".

Pero sería injusta. Ni militancia, ni "otraCulturaEsPosible" ni nada de eso: simplemente, me pareció una historia deliciosa, con unos personajes tiernos y bien construidos, con momentos de humor, de emoción... es una historia graciosa, tierna y bonita, que en cuanto vi quise poder compartir con mi hija. Y últimamente no son muchas las películas que puedan presumir de provocar esos sentimientos; independientemente de que, además, conozcas la historia humana y técnica que hay detrás de la producción y eso haga que tu admiración hacia ese equipo de personas se dispare.

En el portal oficial tienen un blog. Un blog que estaba sin actualizar desde hace algunos meses y que había hecho pensar a más de uno que el proyecto se había parado. Pero no, estaban descansando y han vuelto. A por el asalto final.

malefico(*), a veces, se llama Claudio Andaur, y ese equipo tan especial es el de Manos Digitales.
Gracias, de verdad, por regalarnos vuestros sueños :-)


Actualización (14/04/2008): (*) Donde hay patrón, no manda marinero... si malefico dice que en minúsculas y sin acentos, pues en minúsculas y sin acentos :-)

martes, 8 de abril de 2008

Hace mucho, mucho tiempo...


Tenía doce años, a punto de cumplir trece, y nunca habíamos visto algo así. En la tele hablaban de la película y ofrecían avances de escenas. Repetían una especialmente; una escena que yo, al verla, inventé completamente al revés de como sería después realmente. Lo que yo creía que era un aterrizaje en un planeta hostil, repelido por los alienígenas nativos, era realmente la huida de una bahía de embarque en Mos Eisley... todavía no sé qué película alternativa me hubiera montado por mi cuenta si hubiera visto un trailer de los que solemos ver hoy en día.

La película la fui a ver con mis padres. A ellos no les gustó, aunque mi madre agradeció verla. Se le había quedado el miedo en el cuerpo después de ver "2001:..." Demasiadas cosas de esa película amenazaban con convertirse en realidad a finales de los 60, así que supongo que fue un alivio para ella ver a finales de los 70 otra película que le habría de permitir sacarse los demonios que se le habían metido en el cuerpo. Ella, como mi padre, criticaba precisamente lo que a mí -como a todos los demás- nos había fascinado: "Pero qué tontería, si es como un cuento..."

Pues claro que sí, mamá, es una fantasía, es una historia mágica de vaqueros con millones de efectos especiales que nos hacen volar y acercarnos a las estrellas. Un gran cuento sobre el bien y el mal, sobre el lado alegre y amable de un poder (llámale magia, llámale amistad, llámale amor, llámale fuerza) y el lado oscuro y tenebroso de ese mismo poder, de un mismo sentimiento que te puede llevar de la satisfacción y la tranquilidad, a la desesperación y la locura en un momento; un cuento casi clásico sobre camaradas malavenidos forzados a trabajar juntos, un western típico en el que el vaquero breado y cínico se mete con el chico inocente recién salido del nido que, en el fondo, le recuerda aquella época en la que todavía creía en algo y al que envidia esas ganas aún intactas de hacer cosas. Un cuento de princesas buenas y emperadores malos. Sólo eso, pero mucho más.

Tenía doce años, a punto de cumplir trece. Nunca he intentado imitar un peinado con ensaimadas sobre las orejas, ni he intentado blandir sable alguno. Pero vi la película tres veces seguidas. Al salir de la última sesión compré una libreta y me puse a escribir las escenas tal y como las recordaba. Recortaba de las revistas todas las fotografías que encontraba... no sé qué revista empecé a comprar porque comenzó una serie de especiales (cómic, pósters, reportajes varios...). El caso es que estaba segura de que a mi madre no le gustaría y empecé a guardarlas tras un cajón del armario para que no me las encontrara. Llevo treinta años diciendo que tengo que quitarlas de ahí... supongo que el día que me decida, encontraré un montón de papeles comidos por lepismas y polillas...

Las discusiones eternas con Chus camino del colegio: que si estaba más bueno el moreno, que qué dices mucho mejor el rubito, más dulce, estás loca donde va a ir a parar, el moreno es pata negra, niña... Cuando Chus se me ponía en este plan, me entraban ganas de matarla; con eso de que tenía novio formal e iba a cumplir catorce años, siempre intentaba dejarme claro que ella era la mujer de mundo... Bueno, pues para ella el moreno y para mí el rubio. Y el felpudo con patas, para el profe de Lengua: con un poco de suerte, de un abrazo amoroso, nos libraba de él y de su libro de Lázaro Carreter. El otro tema de discusión eterno era por culpa de los de hojalata: que si el alto era un actor, pero no, que el bajo es un robot de verdad, qué dices, tiene un enano dentro, que no, que vi un reportaje en la tele y era un robot de verdad, que no que hay un enano dentro...

Con el tiempo, conseguí el libro original, no sé si un regalo de Reyes o de cumpleaños. Ya casi había escrito la historia completa, tal y como la recordaba, en mi libreta que ilustraba con las fotografías que iba recortando y pegando, distribuyéndolas por la historia... pero no tuve demasiada piedad con ella: pasé las fotos a las páginas del libro y me deshice de la libreta. Seguí coleccionando fotos y pósters. Merchandising era una palabra muy triste en aquella época, tan triste que ni siquiera existía: vino de la mano de los McDonalds y, en aquel momento, aún no teníamos (y, mucho menos, en mi pueblo). Creo que uno de los primeros libros que me compré con mi propio dinero fue El Ojo de la Mente... resulta más que curioso recordarlo hoy, con todo un universo sobre la película original, sus secuelas y sus precuelas, sabiendo que guarda tan poca relación con ellas.

No pude ir a ver la segunda parte. Si hoy en día resulta ridícula la idea de que todo cuanto pude atesorar en la época sobre la película fueron bastantes fotos, mis recuerdos en una libreta y un par de libros, la idea de que tardé años en poder ver esa segunda parte que me perdí, ya puede resultar delirante. Pero en casa no había vídeo (era algo de ricos) y de internet mejor ni hablamos, ¿de acuerdo?. Si te perdías una película o bien esperabas un milagro -y que volviera a otro cine en tu pueblo o en el pueblo de al lado-, o bien esperabas a que la pusieran en la tele. En mi caso, tuve a la pobre Ester contándomela una y otra vez, en el autobús cuando íbamos para el instituto, en Ferrol... en los veinte minutos del viaje me describía mundos nebulosos en los que las astronaves podían salir del fondo de un lago si lo deseabas de verdad, si hacías las cosas en lugar de intentar hacerlas. A la vuelta, muerta de hambre a la hora de comer, le hacía hablarme de la Ciudad de la Nubes... o de esos extraños robots de dos patas que aplastaban la nieve y lo que encontraban a su paso. La gran suerte es que a Ester le gustaba el teatro y su forma de contarme el final estuvo a la altura que exigía el dramatismo del diálogo. Mi gran suerte, que hacíamos cuatro de esos viajes al día y conseguí aprenderme sus recuerdos de mi película.

Pero, claro, no fue lo mismo. De hecho, supongo que la fastidié al ver la tercera película antes que la segunda. Endor no era como yo había imaginado Dagobah (creo que ni siquiera Dagobah era como yo había imaginado Dagobah). Los ositos eran adorables, pero... igual es que tenía diecinueve años, a punto de cumplir veinte. Ya se había inventado el merchandising y había muñequitos, libros, gorras, camisetas, llaveros y mil pijotadas sobre las películas por todas partes. Los vídeos en las casas ya no eran un lujo (en la mía, ya teníamos televisión en color y todo) y podías alquilar las películas en los videoclubs y pegarte una panzada viendo las tres seguidas en una tarde... La magia se me rompió un poco. Ya sólo recuerdo con cariño la primera y no llevo demasiado bien que la hayan retocado, que le hayan cambiado cosas. Conozco a gente que me podría llamar hereje por decir aquí públicamente que paso de las precuelas, que están chiflados todos esos que van por la vida disfrazados de personajes de la peli, de toda la saga...

Pero ayer, en el autobús mientras venía para la UJI, no podía evitar pensar en aquella niña que vio esa primera película una tarde con sus padres en el cine, que intentó reescribirla en una libreta, que coleccionaba fotos como un tesoro, que se aficionó a la ceremonia de la entrega de los Óscars aquel año (se la tragó enterita por ver las imágenes que ponían al anunciar las más de 20 nominaciones), que intentaba imitar silbiditos y ruiditos cibernéticos (muy mal, por cierto) mientras iba por el pasillo de casa y que llegó a vestir a su Nancy de papel Albal... para decidir que le iba mejor el papel de princesa que el de androide. La misma que soñaba con mover cosas al mirarlas y que transformaba su cama en una nave antes de dormirse. Y que en las raras noches que no llovía y no había nubes, salía a la galería de la cocina a mirar las estrellas; su galería que había sido su puesto de mando de la estación Alpha un par de años atrás... aún había pocas farolas y se podía mirar al cielo negro e intuir mil y una galaxias muy, muy lejanas...

jueves, 3 de abril de 2008

Ni estándar, ni abierto, ni XML...


Seré breve: si os fijáis, en el marco de la derecha he añadido este símbolo y un enlace que os recomiendo que pinchéis y que leáis. Es posible que ya lo conozcáis. Iba a hacer una entrada sobre el tema, pero no podré contarlo mejor que en la web enlazada; y prefiero dejar ese símbolo ahí en el marco como denuncia, hasta que vea claro hacia dónde deriva todo esto.

Sólo os pido que después de leerlo, si estáis de acuerdo, añadáis también en vuestros blogs este mismo símbolo y ese enlace. Hay cosas que no pueden deben callarse.

(Microsoft manda en ISO: me lo encontré en menéame)



Actualización: Me encontré esta viñeta al repasar lo ocurrido en Bélgica,



martes, 1 de abril de 2008

Gran angular


Al bajar del coche la imagen ya atrapaba. No sabía para cuál de los dos espectáculos mirar: a la derecha, el brillo del sol en el mar era como un campo de diamantes; el viento rizaba la superficie... creo que en la descripción podría usar correctamente la palabra titilar, pero si cierro los ojos y lo recuerdo tal y como lo vi y lo sentí, también creo que había algo más en aquel brillo, porque era como si realmente hubiéramos encontrado un tesoro y lo tuviéramos desplegado allí mismo, allí delante, al alcance de la mano. Y, al mismo tiempo, como si la urgencia de tocarlo se viera satisfecha simplemente con contemplarlo, sabiendo que ese era el auténtico tesoro.

A la izquierda el color turquesa se veía enmarcado de un azul tan profundo en la línea del horizonte que casi se podía sentir como en relieve, como si lo estuviera conteniendo en un marco para poder mostrar todo aquello sin que se escapara, para ponerlo a nuestra disposición.

Y tanto a la derecha como a la izquierda el cielo azul y la redondez de unas nubes que, por abajo, parecían haber perdido pie... o estar apoyadas en un plano transparente desde el que poder contemplar nuestra expresión extraviada, perdidos cada uno en su imagen, disfrutando juntos de nuestras propias ensoñaciones. Disfrutando juntos de la redondez de aquel horizonte, la que se veía y la que se intuía.

Cuando bajamos a la orilla esperaba un nuevo milagro. Un espigón enmarcado de turquesa y azul profundo, dorado al sol y dibujado por las sombras, resaltando el ángulo de una esquina que parecía acunar parte del sueño, del sueño físico, del sueño soñado, de las ensoñaciones que evocaba...

No, no teníamos un gran angular. Pero si cierro los ojos no veo otra cosa. Y si los abro me sigo preguntando cuántas cosas pasan por detrás de esos ojos. Cuántas cosas vemos igual, cuántas cosas vemos diferentes, qué cosas rondan tu expresión de ausencia, qué cosas se ven en mis ojos cuando yo me pierdo...

Y hoy intuyo que antes de peinar la zona va a ser mejor mirar por dentro...

Qué torpe soy tirando piedras. Pero lo seguiré intentando.