lunes, 5 de noviembre de 2007

Sueños equivocados


Cuando una regresa a los escenarios recorridos hace años, corre el riesgo de encontrarse con trozos de su pasado que no sabe cómo manejar. Puede ser tan bochornoso como encontrar trozos del pasado convertidos en retales astrosos; como esas banderas que pasan demasiado tiempo al sol y ondean sus desflecados sin ningún recato, en una exhibición que se justifica porque deben estar allí, ondeando, intentando lucir gallardas a pesar de su aspecto descolorido y raído.

Habíamos ido a la cantina en busca de un botellín de agua.


"¿Tienes algo de chatarra para la máquina del agua... ?"


Le vi cuando incliné la cabeza, mientras rebuscaba monedas en el bolsillo.

Y empezaron a acudir los recuerdos, como flashbacks en una película. El libro de matemáticas en alemán, dejando claro que había una diferencia, que no era como nosotros, porque sigo sin creerme que las derivadas se entiendan mejor en alemán que en castellano. El mohín cansino, como de tertuliano agotado y que se cree imprescindible, mientras dejaba caer a quien quisiera oírle que debía acudir a esa reunión por nosotros, cuando lo cierto es que moriría si no hubiera tenido excusa para estar allí. O la crueldad calculada de pontificar sobre el suspenso masivo de sus compañeros en el primer parcial de aquella asignatura, como si alguno de nosotros no tuviera claro que sólo estaban su sobresaliente y nuestros suspensos.

Le miré mientras recordaba estas cosas.

Y comencé a sentir lástima porque, a su modo, había intentado ser fiel a sí mismo. Eso lo tengo que reconocer, aun desde la ingratitud de alguien que nunca le quiso. Renegó bien a conciencia de la única decisión que tomó en su vida que le hizo simpático a mis ojos. Tras una temporada en que parecía humano, llegó la beca y con la beca se materializó su sueño. Pero a costa de herir a los que se interponían. Hiriéndola a ella y a los que creíamos que había cambiado. Volvió a sus tics de divo, al discurso hinchado y artificial, a necesitar creer que era más que nosotros. Me defraudó, pero tampoco sé si se lo puedo echar en cara. Como he dicho, tuve que reconocer que, al menos, había sido fiel a sí mismo y estaba persiguiendo su sueño, el sueño que había tenido toda su vida, su sueño americano. Un sueño que aún ahora le está pasando factura, estoy segura. Que estuvo a punto de consumirle, si es que no le ha consumido.

Me dio lástima.

Porque estaba allí sentado con la mirada vacía y le recordé persiguiendo su sueño. Pero también recordé como acabó; y me vinieron a la cabeza las historias que cuento en clase sobre Gödel, sobre Cantor, sobre Frege... y en como acabaron ellos, sus sueños y sus vidas; no creo que merezca la pena ser un genio (o intentar serlo) para acabar quemado, confundido y perdido en medio de todo lo que uno ha soñado y anhelado. Me dio lástima y al mismo tiempo me noté cruel, porque no pude dejar de pensar que había una diferencia entre él y yo. Si fuese él mismo quien se estuviera mirando hace veinte años tal como es ahora, no se daría lástima. Le entraría pánico.

Dejé de rebuscar en el bolsillo, había encontrado las monedas.


"Toma, 40 céntimos ¿te sirven... ?"


Cogimos el botellín de agua y nos fuímos.

Le desearía nuevos sueños, pero no estoy segura de que acepte la mediocridad de ser feliz. Seguirá ondeando, descolorido y raído, en su mástil.

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