martes, 14 de agosto de 2007

Una lechuga en la cabeza


O algo igual de absurdo. Es una frase de mi madre, que empezó a aplicar a mi persona -no tengo muy claro si en mi favor o en mi contra- cuando yo tenía ¿16 años?. No sé, no podría jurarlo. Pero era algo como que "... si está cómoda con ella, irá con una lechuga en la cabeza como si tal cosa, sin importarle que todo el mundo la mire". ¡Je! Ya daría yo algo por derrochar esa seguridad que me atribuye mi madre. Y por poder aplicarla a todos los aspectos de mi vida.

Sí que creo que es cierto que cuando estoy convencida de que una determinada forma de proceder es la correcta, intento aplicarla le pese a quien le pese, gane amigos o enemigos, me haga quedar bien de cara al público o me haga quedar mal. Lo malo es cuando estoy equivocada y me lo hacen notar. Soy muy pejiguera con las críticas y las acepto muy mal, por una especie de sentimiento de niña pillada en falta, que quería hacerlo todo perfecto y a la que han afeado que cometa errores. Igual eso me ha hecho enfrentarme a ellas con una especie de chubasquero y esa actitud es lo que mi madre confundía con seguridad. E igual no es malo que me haya ido quitando poco a poco ese chubasquero, que me haya hecho más sensible a esas críticas y que las tenga en cuenta. Posiblemente, el único truco esté en pensar que una buena crítica es una ayuda, no una zancadilla. Y puede que el gran engaño sea pensar que somos más fuertes cuanto más insensibles somos a esas críticas. Suena hasta paradójico, pero es posible que estemos mucho más seguros de lo que hacemos a medida que nos despojamos de esa falsa seguridad aparente y evalúamos en justicia lo que los demás tengan que decirnos.

Últimamente se están derrumbando muchas cosas a mi alrededor y me he tenido que autocuestionar en más de una ocasión. Decidir qué hago mal y que hago bien, si es que hay cosas que hago mal y cosas que hago bien. Es duro. Pero es una aventura. Tener claro hasta dónde mis convicciones y mi forma de ser me harán ser una orgullosa portadora de una lechuga en la cabeza y ser consciente -aunque duela- de cuándo estoy montando el número con esa lechuga ahí plantada por simple orgullo, dejar de empeñarme en lucirla por simple cabezonería, reconocer que no siempre tengo razón y que dársela a quien la tiene no me hace ser más débil, sino más fuerte.

Y qué difícil veo alcanzar ese equilibrio. Quizás lo intente, lo intente y nunca lo consiga. En fin, en cualquier caso, no parece que sea un mal empeño. Y estoy segura de que merecerá la pena: me va en ello la vida. O por lo menos, el disfrutarla.

3 comentarios:

Mars Attacks dijo...

En el mundo del 3D, la premisa básica a la hora de enseñar tus trabajos es que buscas el feedback de las personas.
Allí encuentras a gente de todo tipo: las que se lo tienen muy creído y, si les dices que le ha hecho las manos muy pequeñas, se te tiran al cuello diciéndote que tus trabajos no están a la altura para poder opinar (como si hiciera falta un entrenamiento especial para tener ojos en la cara), hasta las que te agradecen que les hayas dado un codazo en el abdomen, porque así se han fijado mejor en cómo se dobla esa zona.

En toda crítica hay dos partes: la que la dice y la que la recibe. Hay formas de dar una crítica: se puede exponer como una opinión o creencia, se puede argumentar como un punto de vista, se puede razonar objetivamente. Puedes decir "no me gusta", o puedes decir "yo las haría más grandes porque en el estilo que usas se suele hacer", o puedes decir "esa proporción es imposible en la naturaleza, agranda las manos para entrar en la media".

Como parte del que las da, no suelo andarme con rodeos. Sé que muchas veces eso ha ocasionado una colisión frontal con alguien que esperaba más sutileza. Pero si el comportamiento de alguien me resulta paranoide, no veo por qué perder el tiempo dando rodeos en vez de decir claramente que un comportamiento me parece paranoide.
Como parte del que los recibe, soy partidario de recibir la máxima información posible. Opiniones, creencias, argumentos, lo que sea. Es difícil que me hagan daño, porque me resulta fácil relativizar pensando: "bien, todo esto es una colecta de pensamientos de otra gente -como quien busca bibliografía-; una vez tenga todos los que puedo tener, los procesaré para intentar hacerme unos buenos apuntes, sacando de cada uno de ellos lo que mejor se adapte a mi forma de pensar y de ser".

Una mala crítica, sumada a un excesivo "otrodependentismo" (nota mental: escribir una entrada), puede enviar la salud mental de uno al carajo. Incluso aunque la crítica provenga del interior de uno mismo (¡e incluso diría que, en ese caso, aún es mucho peor!).

Decirse cosas como "soy idiota", "cómo puede haber gente tan maja con esas mollas y qué horriblemente mal me sientan a mí" o "si el chico que me gusta no me hace caso es porque algo malo tengo que tener" pueden fusilar (y fusilan) la autoestima (y, por ende, la capacidad para ser feliz) de cualquiera.

Hay que quererse más. Eso implica aceptar que no somos perfectos ni lo seremos por mucho que nos apliquemos. Que está bien que queramos ser mejores, pero que no pasa nada si nos fallamos a nosotros, o a los otros. Si fallamos a otras personas (y realmente nos importan esas personas), hay mecanismos para solucionarlo a posteriori. Parte de esa "perfección" debería radicar en dejar de temer al error, y acostumbrarse a convivir con él, y aprender a enmendarlo en lo posible.

Para eso (sobre todo, si vives en ese estado de "otrodependentismo") es imprescindible dejar de funcionar en base a lo que uno mismo piensa de sí mismo, y preguntar abiertamente a ese "otro" qué es lo que piensa. Después, baremar si para esa "otra forma de pensar" puedo realizar un cambio en mí de forma que le agrade al otro, o si es inútil porque no hay nada que pueda hacer para contentarlo sin perder mi propia esencia, o si realmente no estaba equivocado con ese otro y su forma de pensar debería dejar de importarme.

Parte de la felicidad consiste en saber que jamás vas a poder ser perfecto, no podrás agradar a todo el mundo, y te saldrán muchísimas cosas mal. Y que esto se aplica a todo el mundo, no sólo para nosotros. Parece contradictorio, pero es muy liberador darse cuenta de que no hay motivo para sentir vergüenza o rechazo, porque todos intentamos, en última instancia, hacerlo lo mejor que podemos, según nuestro criterio (erróneo o no). Y si alguien no funciona así, entonces tampoco importa demasiado qué piense ese "otro".

servidora dijo...

:-)

Y hay algo más que estaba pensando hace un rato... normalmente la vida de los demás nos parece más simple. Luego mi vida a los demás también les parecerá más simple de lo que me parece a mí. Sería un desperdicio no tener en cuenta (por lo menos) esa visión más simple(*) de nuestros problemas; no sé, es como cuando empiezas a complicar un algoritmo porque has liado el enunciado y cuando lo relee otra persona caes en que el problema era más básico.

(*) Hmmm.. ¿más simple o menos emocional? :-) Vamos a dejarlo en empate :-)

Anónimo dijo...

Pues iba a decirte lo que ha dicho ya Mars Attacks... A mí me gustan las críticas constructivas y trato de hacer lo mismo con aquellos que me piden opinión (aunque con algún rodeo más que Mars, por lo que veo).

No obstante cuesta aceptar una crítica sea esta buena o mala. Siempre te da la sensación de que podrías haber hecho más... Al menos a mí, claro.

No te comas la cabeza. Como me suele decir mi almohada el equilibrio (que yo lo debo de asociar según ella a mediocridad) es lo más difícil de conseguir en cualquier faceta vital.

Un beso muy fuerte. Cal.