Cuando me fui a vivir a San Valentín, aquel barrio pasó de ser una gándara a albergar a unas trescientas ochenta familias. Para atender a las necesidades de esa pequeña población, y para mi regocijo porque en Ferrol nunca había visto tal despliegue, en los primeros meses el barrio era un continuo ir y venir de furgonetas y camiones que ofrecían todos los productos que nuestras madres necesitaban para atender a sus familias: desde el pan hasta zapatos, pasando por patatas, carnes, ropa, detergentes, colchones... todo un mundo de venta ambulante desplegado ante todos los niños, que nos pasábamos el día cotilleando los productos que ofrecía esa especie de cuevas de Ali Babá con ruedas. Luego, ya fueron comenzando a abrirse pequeños supermercados y tiendas de ultramarinos, quioscos de prensa, bares, cafeterías y, sobre todo, el economato de la empresa y esas mercaderías dejaron de ser ambulantes. Sin embargo, guardo especial recuerdo de tres de esas furgonetas.
La primera no era una furgoneta propiamente dicha; era el carrito de los helados. Bueno, un carricoche que recorría San Valentín a eso de las 12 del mediodía y a las 5 de la tarde. Era inconfundible tanto el ruido del motor como el grito del vendedor: "¡Hay helaaaaaoooooooo!"... grito al que, al poco tiempo, respondíamos por lo bajini "¡¡Con albóndigaaaaaaas!!" porque el vendedor, muy guarro él, solía ir haciendo "albondiguillas" con el dedo en la nariz mientras conducía el carricoche por el barrio. Pero, en fin, ¡nadie -ni el tío guarro ese- nos iba a dejar sin helados!
La segunda era la furgoneta del pan. Había varias. Y mi tortura era que a mi madre le gustaba el pan de la del horno de Laraxe. Mira que venían furgonetas de dos hornos de Neda (¡con lo bueno que está el pan de Neda!) y otra de Perlío... y no es que les haga propaganda gratuita: es que llegaban siempre a eso de las 10 de la mañana. Y el pan de Laraxe estaba muy bueno... pero esa furgoneta nunca llegaba antes de las 12; y mi misión en época de vacaciones era estar pendiente del pan, de forma que hasta que no aparecía, no podía ir a jugar tranquila o no podía estar tranquilita en casa leyendo a mis anchas. Eso, por no hablar de la cantidad de sábados (días especialmente críticos en lo referente al horario de esta furgoneta) en los que una servidora estaba en la calle hasta las 2 -o hasta las 3- de la tarde, esperando a que llegara el pan para subirlo a casa y ponernos a comer... ¡a veces llegaba y mi primer impulso era darles un abrazo, con lágrimas de agradecimiento en los ojos, en lugar de pedirles la bolla que esperaban en casa! Afortunadamente, cuando cumplí doce años, mi madre empezó a comprar el pan en el horno de Manolita, en Perlío (y así, hasta hoy) y mis mañanas de sábado, y de vacaciones en general, comenzaron a ser época de lecer, como mandan los cánones y las buenas costumbres
Y la tercera era la furgoneta de Salvador, el pescatero. Es una de las personas que recuerdo con más cariño, de la época de mi infancia. Un señor muy tranquilo, muy atento, que nunca se enfadaba y que nunca decía una palabra más alta que otra... y que traía un pescado fresquísimo y muy barato. Mi madre estaba encantada siempre con lo que traía, recién comprado en la lonja. Y, en especial, mi madre caía en la tentación siempre que traía nécoras entre el género.
A mi madre le encantan. De hecho, mi madre suele considerarlas como un placer a disfrutar en casa, tranquilamente. Más que nada, porque las repasa tantísimo que comer una, bien le puede llevar media hora... pero es que disfruta cada uno de los bocaditos que pilla. Así pues, en mi casa se le compraban muchas nécoras a Salvador. Y es que, además, en aquella época eran baratas y él las traía siempre bien de precio... Diez duros el kilo, veinte cuando venían más caras; y cuando venían baratas, mi madre no se resistía: compraba un kilo y las dejaba cocidas. Igual caía alguna con la comida, pero mi recuerdo más habitual es el de estar comiendo una necorilla mientras veía la tele, como podría estar comiendo pipas.
Seguramente resulta un recuerdo de infancia curioso, hasta puede que alguno piense que es un recuerdo de niña rica. Eso ya me ha pasado, pero porque la gente piensa en el precio que tienen hoy. Pero no eran caras entonces; al fin y al cabo, por esa época, era habitual pescarlas en los muelles del propio Astano. No se le consideraba marisco fino y, desde luego, no se cotizaban como ahora. Y sé cómo se cotizan ahora, porque el sábado pasado mi madre decidió que nos diéramos un homenaje, ella y yo, y compró nécoras. María (que aún no les ha pillado la gracia) nos miraba extrañada mientras nos veía usar las propias pinzas del animal para extraerle la carne. Más aún, cuando vio que nos disponíamos a pasarnos un buen rato en la mesa, cuando normalmente nuestras comidas son breves, de plato único y no más de un cuarto de hora en la mesa. Estuvimos casi una hora para comernos un par cada una.
Yo, con cada bocado iba saboreando también algún que otro recuerdo... ha sido una semana llena de recuerdos, realmente. Ya dije en la entrada sobre el viaje que el día de la llegada me noté acogida, me sentí completamente a gusto y en mi sitio, dispuesta a disfrutar de las vacaciones. No sé si influyó el viajar sin colonia (¡dichoso avión y normativa de líquidos!) y que, al llegar allí, decidí no comprarme ningún frasco de la mía y usar la de María (hay un botellón enorme en casa de mi madre desde hace años). Pero me pasé toda la semana oliendo a la colonia de mi hija y evocando muchos recuerdos de vacaciones con bici, tardes libres, muchos libros y mucha calle por conquistar y recorrer. Ha sido una semana de cargar las pilas física y emocionalmente. Las nécoras fueron la guinda, ¡gracias, mamá!
4 comentarios:
Volver al lugar donde uno pasó la infancia siempre despierta un no sé qué qué sé yo por dentro... Te revuelve un poquitín. Sientes esa especie de nostalgia, ese "cualquier tiempo pasado fue mejor" pensando al mismo tiempo "vigencita que me quede como estoy". Es una sensación agradable y extraña.
Por cierto, ¡me encantan las nécoras! Y también soy de las que tarda hooooooooras en comer una de ellas. Los manjares -porque hoy es un manjar- mejor despacito, ¿no?
Un beso muy fuerte y hale a disfrutar de las vacançes. C.
Y para ti también :-) ¡Gracias por la visita, reina!
como siempre leo una historia tuya me imagino en el lugar. me recordó a cuando los sábados mi madre compraba galeras y a mi me encantaban, ya se q no es lo mismo pero me ha recordado a cuando vivía en reus. gràcies.
i eso q dices del precio. mi madre me contaba q antes las angulas era algo q no se era de ricos y ahora están por las nubes, bueno yo nunca la he probado, sólo las gulas, pero q saben un poco como a los palitos de cangrejo, q creo q lo q menos tienen son cangrejo :P
res, q me lío a hablar y no paro.
saluwikis y feliz veranito!
Pues habla sin cortarte, reina :-)
A mí también me encantan las galeras, por cierto (¡¡manque tengan esos pinchos ;-)!!), y doy fe de que ahora valen como 20 veces más que cuando me vine a vivir por aquí y las conocí :-D
Jopés, creo que me está entrando hambre :-)
Publicar un comentario