lunes, 31 de diciembre de 2007

Año impar


Este año es impar y yo nací al final de un año par. Eso supone que me he pasado el 96% del año impar siendo par y sólo a fin de año hemos acompasado el ritmo, por fin. Igual por eso puedo contaros este relato incompleto e inexacto de diez horas impares en año impar.

Disponía de diez horas libres por delante, con poca conversación (eso esperaba y así fue). No sé si fue casualidad, pero puse el disco de Doctor Divago. Y no sé exactamente por dónde fueron mis pensamientos. Yo no los guiaba, como tampoco intentaba reflexionar o meditar sobre ningún tema; si acaso, intentaba dormitar. Pero al cabo de un rato, dos palabras aparecieron en mi cabeza: estreñimiento mental, que aparecieron para expresar todo lo contrario a la diarrea mental, entendida como ese estado en el que las ideas deambulan sin control y sin saber de dónde ni hacia dónde. El estreñimiento mental, sin embargo, te deja la cabeza embotada con una misma idea, dándole vueltas, sin digerirla, sin expulsarla... sea o no sea equivocada, sea o no sea imaginaria. Puñetero estreñimiento mental que me ha acompañado tanto a lo largo de este año impar.

Espero que a los chicos de Doctor Divago no les parezca mal que asocie mi "momento All Bran mental" con sus canciones. No sé en qué momento ocurrió, ni en que canción... pero sé que hubo un momento en que todo dejó de estar embozado, en que pude ver cómo los pensamientos dejaban de agolparse, de entrechocar y de empujarse. Fue casi físico, como dejar de estar encerrado en tu coche en un gran atasco de coches en un día de verano, sudado, pegajoso, con la boca seca y las gafas apretando tu nariz y tus sienes, con ganas de arrancarte la propia piel. Y, de repente, los coches se mueven, empiezas a avanzar, circula el aire, sopla el viento, te revuelve el pelo, te refresca la espalda, el pecho, el hoyuelo tras la rodilla... empezaron a moverse las ideas, empezaron a fluir los pensamientos y empecé a verme a mí misma desde fuera.

Fue sorprendente. Hubo un momento en que estuve realmente cómoda y me miraba como puede mirarse a alguien desconocido. Sin prejuicios. Parte de mi vida pasó como una película y fui testigo de mis propios pensamientos, miedos, fobias, alegrías, complejos, errores, aciertos... de mi relación con los demás, de mis dependencias y de mis independencias. Hasta que fui capaz de ponerle nombre al protagonista de esos recuerdos: egoísmo.

Porque he sido egoísta, últimamente. Y no lo digo con tono de duelo ni de arrepentimiento. Fui egoísta porque necesitaba ser egoísta y estoy segura de que hubiera desaparecido de no haberlo sido. Es como cuando el cuerpo necesita comida y no sabes por qué, pero empiezas a comer y a comer, sin sentirte satisfecho por mucho que comas. Necesitaba ser egoísta y egoísta, porque si no, no hubiera pensado en mí y no hubiera salido del pozo. Pero lo malo es que me pasé: al principio estuvo bien, pero me pasé. Así que de ese punto de egoísmo tan necesario, que me hizo plantarme, que me hizo reaccionar y que me hizo bien, pasé en caída libre a la autocompasión mal entendida y al desánimo.

Una transición debida a una inmadurez peligrosa, que me tengo que vigilar porque me provoca inseguridad. El caso es que ahí empezó el estreñimiento mental y el embotamiento, el ver todo cuesta arriba. Diantres, qué cómodo es el victivismo y qué peligro tiene. Pero, sobre todo, qué aburrido es. Dejar de pensar, de tomar iniciativas y de saber qué quieres. Esperar ¿a qué? ¿a que los demás vivan tu vida? Lo curioso, en mi caso, fue caer en él cuando se suponía que me había tomado un margen de tiempo para reflexionar, para redirigir mis pasos... ¿Sólo fueron tres meses? ¿Tantísimo tiempo? Qué desperdicio y qué resaca arrastro aún. Lo curioso fue cómo salí: creí ver un fantasma que me recordó la época en que sólo tenía ilusiones. Nada más que ilusiones... y nada menos, porque ellas me ayudaron a llegar donde estoy, a cumplir mis metas y mis sueños, a perseguir todo aquello que quería. ¿Por qué no tirar lastre de nuevo, volver a soñar, volver a marcarme metas, volver a pelear? Más cuando yo sí puedo decir, sin paradojas, que sé que puedo hacerlo, porque ya lo he hecho.



Y en eso debo de estar, porque ese momento All Bran que os comentaba vino acompañado de un pensamiento que no puedo describir bien todavía... llevo días buscando las palabras para hablar de la sensación que me dejó, pero no las encuentro. Como mucho, podría deciros que, de repente, vi un gran pez deslizándose en mi cabeza, libre, nadando en unas aguas luminosas y en las que todo era tranquilidad. Qué absurdo, la única imagen que asocio a mi pensamiento es un gran pez, nadando tranquilo y feliz. O no. Es una imagen en el agua, y en el agua siempre me siento cómoda, a gusto. Y la sensación que me dejó mi pensamiento fue de una gran paz, una gran claridad. Todo encajaba, todo iba bien, todo va a salir bien. De hecho, hasta pude perdonarme por todas las tonterías que pude llegar a imaginar, por todos los fantasmas que he convocado a bailar dentro de mi cabeza. Por las ganas que parecía que tenía de que todo fuera complicado y negro, en lugar de sencillo y diáfano. Amé a ese pez nada más verlo y, desde que lo he visto, sólo tengo ganas de nadar con él. Quiero que todo fluya, saber adaptarme a la corriente según venga, ayudarme de él cuando venga en contra, comiéndonos juntos la dificultad, y disfrutar con él, jugando, cuando sea favorable y no haya nada que hacer salvo disfrutar de la calma.

Lo importante de ese pensamiento, en cualquier caso, es que ha venido a acompañarme en el momento adecuado. Quiero decir, siento algo parecido a cuando dejé de fumar: quería hacerlo y me pillé a mí misma dispuesta a hacerlo. Lo hice en cuanto vi la señal. Esta vez, la señal es ese pez. Y no fue la única: a las cinco y media de esa tarde al atravesar el Bierzo, a punto de entrar en Galicia, tuve la suerte de encontrarme con la Luna más grande que veremos en unos años asomando por mi derecha mientras, a mi izquierda, un Sol poniente derrochaba luz sobre un escenario lleno de todos mis verdes, más hermosos que de costumbre al contrastar con otros tantos tonos de ocre... Y otra vez la paz, la sensación de armonía y de estar en el sitio adecuado, en el sitio en el que quería estar en aquel momento.

Armonía, fluir con mi pez. Y lo haré. Toca hacer buena la cita, "¿Sabes qué día es hoy? ¡Hoy es mañana, por fin!".

jueves, 27 de diciembre de 2007

Pluguiera (o pluguiese)


Se lo montaba tan mal, que en el pueblo solían decir que tenía disnegativos en lugar de dispositivos. Pero es que Usebio Fari Guiri tenía graves problemas de comunicación y nunca conseguía conectar.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Algún día...



... y mientras tanto, ¡a soñar! :-)

Gracias a APOD, Astronomical Picture of the Day.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Siempre Garantizamos Alguna Estafa


Procuro mantener a mi hija alejada de los telediarios. No quiero que sepa la verdad sobre mí: soy informática.

No quiero que se entere por los medios de información de que soy una ladrona, pirata y estafadora -además de pederasta y pornógrafa, pero eso queda para otro día- y que por ello debo vivir bajo una permanente vigilancia y sospecha criminal.


Vaya, y ahí se quedó el intento de hacer fina ironía. La verdad, estoy enfadada y en esas condiciones no me sale el tono irónico que requiere el tema. Así que, si no os importa, os dejo con gente más inspirada que yo a la hora de tocar estos temas:


Actualización (05/01/2008):


Dicho gráficamente:

Pero como ya apuntó alguien: "Sí, claro, pero ¿y si no es broma? ¿eh?"

Regalar

Lista de regalos:

... he visto huellas en la nieve...

... me ha buscado para compartir una buena noticia...

... me ha hecho el regalo de hacerme un regalo...

... ha llenado mi mano vacía con su mano, y mi cara alma de sonrisas...


Y muchos besos, y muchos abrazos, y muchas sonrisas. Y muchas risas.
Y bombones.

¡Qué bello es regalar! Y qué suerte tengo...


miércoles, 19 de diciembre de 2007

Cuarenta y tres...


(BTW: está mal, no aparezco :-P ...)

Me decía el otro día Maléfico que si el 43 "¿... no es un número especial de esos que los multiplicas por la distancia al sol, lo divides por el ancho del canal de Panamá y te da un número primo, que si lo elevas al cubo es par y negativo ?"

Pues he estado buscando, buscando, buscando... ejem, bueno, sí, la verdad, es que he mirado en la wikipedia y me he encontrado con que el 43 es algo más que el décimo cuarto número primo:

  • es un primo gemelo con el 41 (vaya, que el 41 y el 43 cumplen que 41+2=43; el siguiente par de primos gemelos son el 59 y el 61)

  • es el primo más pequeño que no es un número de Chen

  • es el tercer número primo de Wagstaff... (hmmm... lo de 2 elevado a un primo, más 1, dividido entre 3 tiene su encanto tropical... 2 elevado a 7, más 1, dividido entre 3... podría hacerme un mantra..)

  • es el cuarto término de la secuencia de Sylvester (que dicho así, no es que sea muy interesante, pero te pones a ver sus aplicaciones y te puedes hasta marear :-D)

  • ésta me ha encantado: es el primer primo heptagonal centrado (que ya iba siendo hora de que servidora se centrase... heptagonalmente o no :-))

  • en base 6 se representa como 111repdigit!)

  • y ¡¡bien!! no es un McNugget number (nada que ver con el McRata ¡¡mola!! ;-))



Que sí, Maléfico, que es un número especial. Aunque lo más especial va a ser llenarlo de vida. ¡Cuento con vosotros, eh :-)!

Por cierto... ¡¡felicitadme!! Es mi cumpleaños :-)

jueves, 13 de diciembre de 2007

Problemas de comunicación




El proceso puede ser correcto, pero la comunicación mala y eso provocará que la interpretación sea errónea.

Me has convencido: procuraré vigilar más mis códigos de control.


miércoles, 12 de diciembre de 2007

Feliz cumpleaños

-"... Va, no importa. Quédate con él. Tenía otra copia, pero la regalé hace tiempo..."

Y se quedó serio, como siempre. Pero también triste, y la expresión de su cara me impidió preguntarle más.

Miré el libro. Poesía. ¿Poesía... a mí? 

-"No leo poesía, no le encuentro atractivo, me aburre y me cansa..."

Al menos, conseguí que la tristeza abandonara su cara. Casi, casi, conseguí que sonriera.

-"Esta sí." - sentenció.

Y tenía razón. Fue mi primer libro de Benedetti y no tengo muy claro que sepa cuánto se lo agradecí.

Con el tiempo, hice una tontería de las mías. Acababa nuestro primer curso en esa universidad y era mucho lo que tenía que agradecer a los amigos nuevos. Compré pequeños regalos para cada uno, nada importante, sólo quería recordar pequeños detalles que habían ocurrido a lo largo del año...

-"Antología poética de Mario Benedetti y... ¿Antología poética de Mario Benedetti? ¿Dos ejemplares iguales?" - y me miró con cara muy rara, como preguntándose si me había vuelto idiota.
-"Por si tienes que volver a regalarlo, así seguirás teniendo tu libro..."

Primero, no recordó. Pero creo que luego, sí.

Face to Interface



Revolt of the Mouses




Dice Juanki que el corto ya lleva un tiempo por la red. Yo no lo conocía y me ha encantado. Por eso le he copiado casi literalmente la entrada. Espero que no le parezca mal...

Feliz Navidad



Lo vi en Joepisco.

martes, 11 de diciembre de 2007

Diversos acontecimientos personales de complicada pormenorización...



"Diversos acontecimientos personales de complicada pormenorización me han situado en los últimos tiempos frente a la posibilidad de controlar activamente mi existencia. Me encuentro en el principio de algo que no sé definir, pero que se resume en la impresión de haber tomado las riendas de mi vida."


No sabía bien cómo titular esta entrada y he recurrido a Millás y a una frase que ya copié el otro día, al comentar cómo había tropezado con "La soledad era esto". Dudaba entre esto o hacer referencia a mi to-do de agosto.

Creo que le pega más este título; primero, porque va de acontecimientos personales y, segundo, porque al hablar de ese libro me olvidé de hablar de las antípodas. Y no deja de ser una teoría tentadora: es la excusa perfecta para ser feliz en esta vida. Tan feliz como una acémila, claro está.

Pero vamos por orden. Primero con el acontecimiento personal, en singular, ya que en realidad sólo hay uno. He aparcado una relación que, en febrero, hubiera llegado a los veinticinco años aunque, en realidad, nunca pasó de los veinte. Que no son pocos. Y que fueron muy hermosos. Pero acabaron y fui tan necia como para dejar escapar cinco años antes de darme cuenta. No sé si esperaba un milagro, como tampoco sé si el no contribuir a provocarlo ha sido una actitud imbécil o inteligente. El tiempo lo dirá. Por ahora, creo que lo inteligente ha sido reconocer que todo acaba en este universo y que empecinarse en algo que no funciona, simplemente, hace daño. Hace daño a más de uno y a más de dos.

En mi caso, para sobrellevar esa situación anómala, para que pasaran los días sin hacerme daño, había construido una especie de capullo de seda en el que me había encerrado a solas para aislar mis sentimientos, mis pasiones, mis inquietudes y buena parte de mis ilusiones. Aún no he salido completamente de él, para recuperar ese territorio, recuperar amigos y recuperar el impulso de compartir sentimientos, pasiones, inquietudes e ilusiones.

Por eso me obligué a hacer ese to-do, aunque cumplir con él me está costando caro. Estoy torpe, muy torpe, por la falta de práctica al hablar, al compartir, que me está pasando factura. Pero fue algo a lo que me obligué y sé que podré hacerlo. Primero tuve dudas y estuve tentada a tirar la toalla. Pero un día recordé lo bonito que es pelear por las cosas y lo bien que se me ha dado siempre ¿por qué habría de fallarme la voluntad ahora? Y, además, confío en mis amigos y en su generosidad. Acabaré superando esa torpeza.

Lo malo, o mejor dicho, lo bueno, es que ir dando pasos en esa reconstrucción te obliga a volver a enfrentarte con fallos de tu carácter que tenías olvidados. Daba lo mismo que ciertos defectos aparecieran para visitarme más o menos a menudo: estaba sola para verlos y reconocerlos ¿cómo podrían avergonzarme ante nadie? Bastaba intrometerse un pelín más, pasar la cerradura a la puerta para impedir que entrara nadie, y me podía montar mi propio guateque con esos defectos como invitados de honor. Pero me he hartado de ellos, tienen poca conversación y bailan fatal. No quiero volver a invitarlos a ninguna fiesta privada.

En "La soledad era esto", la protagonista descubre que su madre, que acaba de morir, era alcohólica. Ella misma es fumadora compulsiva de chocolate. Leyendo los diarios de su madre, se encuentra con su "teoría de la antípoda", alguien que vive en las antípodas físicas y está unida espiritualmente a ella, obligándole a hacer cosas que no haría sin su mala influencia: su madre no bebía, era su antípoda quien lo hacía para dejarle quedar mal. También descubre que su madre ha puesto nombre a esta antípoda y que, de hecho, ella lleva ese nombre. Conocer esa teoría le ayuda a dejar de fumar porros, sólo por el placer de fastidiar a su propia antípoda, y a poner orden en su vida.

Yo tengo también mi propia antípoda, que me obliga a hacer chiquilladas. Que no se me entienda mal: adoro conservar un trozo de mi espíritu infantil, para jugar con mi hija, para reír con los otros niños, para mirar al cielo y para soñar con la Luna.

Pero eso no tiene nada que ver con meter el dedo en las gafas de los demás por hacer "una gracia". O chocar tu botella de cerveza con la de otro para que se salga. O trabajar con alguien sin prestarle la atención que merece, farfullando "losientos" entrecortados cuando reclama esa atención. O enfurruñarse por supuestas conspiraciones, haciéndose una un bicho bola, que reclama ofendido su derecho a ponerse morado y no respirar. ¿He dicho chiquilladas? Creo que gilipolleces es más apropiado.

Es cuestión de ampliar el to-do y lo voy a hacer. Como le decía ayer a un amigo, voy a por mí. Sin vacilaciones, porque yo lo valgo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Despertares


Se había levantado demasiado temprano. Acababa de desayunar y se había dejado caer en la cama, cuan larga era, con los brazos abiertos. Se quedó mirando al techo mientras empezaba a sonar "The boy with the arab strap", justo la canción que siempre le arrancaba a tararear, con su ritmo, sencillo, dulzón y pegadizo. ¿Por qué pensaba siempre en caramelos cuando oía esa canción? Seguramente porque no entendía la letra...

Se estiró; estaba más perezosa que de costumbre y aún le dolía la espalda. Cerró los ojos y siguió tarareando la canción. ¿Cómo les había definido Carlos? "... canciones terriblemente empalagosas.. niñatos sensiblones que van de incomprendidos y que son adorables... que a veces aparecen con la canción más conmovedora del mundo..." O algo así. Sí, ella también adoraba a esos niñatos.

Se notaba bien así, envuelta por la canción y blandita, medio dormida, mullida, preguizosa. Podía jugar a extender aún más los brazos y abarcar el mundo entero. O a cerrarlos, e imaginar que abrazaba a algún amante clandestino que se hubiera demorado en desaparecer. O cerrarlos más aún y encontrarse a sí misma, reconocerse bajo sus manos y demostrarse que seguía estando allí. También podía mover los brazos como se hace para dibujar la figura de "El ángel" en la nieve o quedarse quieta, casi sin respirar, camuflada con el edredón y notar lo tibia que aún estaba la cama... Juegos, juegos, blandura, pereza... pero también se estaba despertando poco a poco.

De la calle subía el ruido de coches y gritos ocasionales. Al abrir los ojos le soprendió la fuerza del sol, como para no creerse que era una mañana de ya casi invierno, con la luz paseándose por todo el dormitorio. Se medio incorporó de lado, mientras echaba cuentas de lo que se había propuesto hacer en esa mañana y que sus riñones amenazaban con boicotear. Se quedó recostada, de lado, sobre un codo mientras decidía que había bastante comida en la nevera y que no iría a la compra. Se fijó en la cenefa del techo, que se estaba despegando (¡aún más!) encima de la puerta; al subir la vista, se puso a evaluar también el peso que soportaba la estantería de la pared de enfrente, con su balda combada bajo el peso de los libros, que parecía que iba a partirse en un futuro más o menos próximo. Del pasillo venían maullidos y, de repente, se imaginó como un enorme gato perezoso, tumbado en la cama con aires de aristócrata decadente... Esa fue la señal que la animó a levantarse, mientras se reía de la tontería que acababa de venirle a la cabeza, un gato lánguido, como un baronet inglés de novela romántica, pero dibujado al modo manga como si fuera un protagonista de Candy, Candy.

Se puso en pie, por fin, y se estiró, como queriendo alcanzar el techo. Se sentía tranquila, como hacía tiempo que no se sentía. Al girarse, se vio en el espejo y cayó en la tentación de posar para él, como cuando era una niña pequeña y se pasaba horas estudiándose en el gran espejo que su madre usaba para hacer las pruebas de vestidos a sus clientas. Se miró, se vio y, por primera vez en mucho tiempo, se reconoció y sonrió por ello. Se lanzó un beso con un mohín exagerado, empezó a reírse y se pusó a pensar en serio en hacer algo de faena: la canción había acabado y tocaba ponerse en marcha... ya se había puesto en marcha, de hecho.