Cuando vivía en Valencia y empecé a trabajar en Castellón solía ocurrirme que si, por ejemplo, quería coger el tren de las 8:10 lo normal era que acabara perdiendo el de las 7:40 por los pelos... vaya, que aparecía en la estación con tanto adelanto que perdía el tren que pasaba media hora antes del que pensaba coger yo...
Parece que las malas costumbres no me abandonan. Salíamos María y yo hacia Galicia, hacia la casa de mi madre. Vuelo IB0321 a las 10:25 de Valencia a Madrid. Hubiera querido coger el civis de las 7:15 para llegar a Valencia sobre las ocho, contando con media horita más de metro hasta Manises, más el tiempo necesario para orientarme en el despiste del aeropuerto, afrontar las previsibles colas para facturar y sin ningunas ganas de ir ahogada de tiempo, sobre todo yendo con María. Pero, mi gozo en un pozo, por tema de calendario el civis de las 7:15 no circulaba... y decidí coger el cercanías de las 7:00, con el que estaría aproximadamente a la misma hora en Valencia, sobre las ocho y diez.
Así pues, todo planeado y controlado, parecía fácil ¿no? Pues no. Mi costumbre inveterada de llegar antes de tiempo provocó que llegáramos tan pronto a la estación que lo que pillamos fue ¡¡el civis de las 6:45!! Vamos, que aparecimos en Valencia a las 7:30 y a la hora en que una servidora planeaba aterrizar en la estación de Valencia Nord, estábamos en el metro casi llegando al aeropuerto. En fin, que no cogimos el avión de las 9:05 porque no quisimos, porque a las 8:40 habíamos facturado nuestras maletas y conseguido nuestros asientos.
¡Y hasta las 10:05 no tocaba embarcar! así que un par de chicas nerviosas empezaron a deambular por el aeropuerto, dispuestas a dejar pasar con alegría la hora y media que nos tocaba esperar antes de que nos hicieran caso. Primero recurrimos a los recursos habituales: la visita al kiosko para comprar El Jueves (imprescindible en los viajes desde hace varios lustros), la búsqueda de la cafetería para tomar un cortadito y, además, hacer la primera lección teórico-práctica para que María comprobara como aterrizan y despegan los aviones. Y era muy necesario: más de dos se quedaron mirando para ella cuando me preguntó dónde estaba el precipicio para que los aviones se tiraran a volar. Le conté más o menos como va el asunto y esperamos a ver algún avión ejecutando la maniobra. Haciendo buena una frase mítica de Homer Simpson, el primer candidato se esperó a despegar hasta que no mirara María, pero luego vinieron unos cuantos más que le permitieron comprobar que no le mentía cuando le dije que no se necesitaba ningún abismo. Pero se cansó al cabo de un ratillo o le entraron ganas de montar en avión y comprobarlo, vaya usted a saber. O tenía ganas de ver tiendas, que también tiene peligro mi primogénita en eso. El caso es que buscamos y encontramos la puerta de embarque... al fin y al cabo, ya habíamos visto todas las tiendas de fuera y las mejores están dentro.
No contaba yo, eso sí, con los chequeos varios de la entrada. No llevábamos ningún líquido, y me dispuse presta a soltar monedas y el cinturón... eureka, no pitamos... pero la mala cara de la agente tras la máquina de radiografiar bolsos era de impresión cuando le dije que aquello raro de la imagen era mi portátil. De forma más bien poco sutil me dio a entender que debía volver a pasar el portátil por un lado y su bolsa por otro. Bueno. Puse cara de nena pillada en falta y procedí a salir otra vez por el arillo, depositar el ordenador en una bandeja, su bolsa en otra, volver a entrar y... objetivo conseguido. Una vez dentro nos reímos mucho con un folleto que indicaba qué cosas no se pueden llevar en un avión: empezaba desaconsejando las armas de fuego, para luego prestar atención a los venenos, sin olvidar los destornilladores y acabando con la famosa bolsita transparente para los líquidos en envases de 100 mililitros. En fin, era más fácil viajar hace unos años, cuando podías llevar desodorante sin sentirte parte de la élite mundial del terrorismo malayo.
Pero a mi chiqui se le olvidó el chiste cuando empezó a pasearse por el reino de las marcas caras. Buena chica, enseguida se dio cuenta de la animalada de dinero que supone llevar el nombre de Calvin Klein en las bragas. El único problema fue que se le acabaron las tiendas enseguida. Y aún eran las nueve y media. Pero los amigos aparecen cuando hacen falta y, justo en ese momento, irrumpieron Raúl y su mujer, que se iban a Budapest. Unas risas a costa de nuestro madrugón y otras a costa de su tarro de crema solar que se había quedado en la papelera precontrol y que ahora se veían obligados a reponer en la tienda.
Y en esas, por fin, se hizo la hora de embarcar. María estaba preocupadísima por si nos habíamos equivocado de cola y aparecíamos en Bristol en lugar de en Madrid. Le comenté que Bristol no era mal sitio, pero creo que no le convencí... Ya era igual, estábamos en el avión y los nervios estaban ya aflorando por todas partes. Le comenté todo lo comentable (cinturón, mesa recogida, que nos iban a decir cómo hinchar un flotador por si caíamos en un charco al ir a Madrid...) y lamenté que su estatura no le permitiera ver al auxiliar ejecutando esa pantomima tan graciosa que inmortalizó El Tricicle en su día.
Y por fin arrancó a moverse el avión. Se quedó tensa. "Ahora es cuando va despacio para tomar pista ¿no?". Asentí. Llegamos a la pista. "Ahora empieza a acelerar ¿no?". Otra vez sí. "¿Y cómo notaré que está despegando?". Le dije que lo notaría en el estómago. Y la cara que puso en el mismo momento en que yo también noté esa dichosa contracción como de vértigo, me dio la razón. Los gritos de entusiasmo no se hicieron esperar. Y eso que nos había tocado ala y debíamos adivinar parte del panorama; le dejé disfrutarlo mientras leía el periódico.
Puso cara de susto con el primer viraje, pero no duró mucho. Apenas sí le dio tiempo de mirar a gusto, se quedó sorprendida cuando avisaron que en unos minutos aterrizaríamos. "¿Ya? Pues sí que han pasado rápido los tres cuartos de hora...". El avión empezó a descender. A lo lejos pude adivinar el perfil de las torres Kio. Y el megaloproyecto ese que están construyendo sobre lo que era el Bernabeú. Estaba claro ya que era Madrid y no Bristol y por ahí se quedó tranquila. "¿Y cómo notaré que está aterrizando?". Como antes, le dije que lo notaría en el estómago; pero, sobre todo, en el culo. Se rió y en cuanto el avión pegó el primer bote me volvió a dar la razón. Y me dijo toda seria que en el siguiente vuelo ya no se pondría nerviosa porque ya sabía cómo se despegaba y se aterrizaba. Enseguida empezamos a reírnos de la tontería.
Y empezó el tránsito. Teníamos unas cuatro horas por delante en la T4 de Barajas. Llegamos a las doce menos cuarto (volar volamos poco, pero luego pegamos una vuelta tremenda por tierra hasta llegar a la terminal y nos esperamos a que se vaciara la cabina para salir del avión ¿quién tenía prisa?) y el avión a Coruña tenía el embarque previsto para las tres y cuarto.
La verdad es que yo también acudía por primera vez a la T4 y me pareció enorme. Estuvimos curioseando un buen rato; había tiendas de todo tipo, de chuches, de muñecos, de ropa, de cosméticos, electrónica... Pero a eso de la una menos cuarto servidora tenía un cráter en el estómago (¡había desayunado a las cinco de la mañana!) y buscamos un sitio donde poder comer algo. Bocatas y heladito de postre. No estuvo mal. En el apalanque postcomida intenté probar la wifi que mencionaba un cartel de vivos colores, pero no había manera alguna de "resolver la dirección http://gmail.com/" lo que me convenció de que no iba a poder navegar de forma muy satisfactoria. Empecé a escribir esta crónica, pero María se aburría. Se había quedado sin batería en la DS y miraba esperanzada el ordenador a ver si "aparecía internet", pero no había forma. Y yo me negaba a ver más tiendas (pobre hija mía, qué madre más sosa le ha tocado en suerte... y tuvo gracia su comparación del aeropuerto con un centro comercial); había visto un stand de promoción del Wii Fit en el que te dejaban jugar y me fui hacia allí con cara de disimulo a ver si la picaba... pero nada, quería ver tiendas. Al final, me senté con mi libro en un banco, ella se enfurruñó un poco, luego intentó dormir un poco y, por fin, dijo "Voy a ver esa tienda..", Y en esas estuvimos: se iba cinco minutos, volvía, iba a mirar otros cinco minutos, yo miraba por el rabillo del ojo, volvía... la mandé un par de veces al panel a comprobar si nuestro vuelo ya tenía puerta de embarque... y, al final, me salí con la mía. En una de esas vino y me dijo: "Voy a ver lo de la Wii...". Lo malo es que ya se había llenado de gente y le tocó esperar, pobre. Y lo peor es que, por ser menor de 12 años, cuando le tocó le dijeron que sin un adulto no entraba, así que ya me tenéis a mí de repente, sin saber muy bien por qué, haciendo la postura de la media luna con una instructora virtual muy maja, mientras María esquiaba. Y, además, me felicitaron y todo. Eso sí, aún estoy esperando a saber por qué diantres tenía que entrar yo con ella.
En esto, ya se había hecho la hora de empezar a estar realmente al loro por conocer en dónde debíamos embarcar. Así que nos fuímos a un panel enorme en el que todos los vuelos parecían tener ya su puertecilla de embarque, menos el nuestro. Mientras la sombra de Murphy planeaba sobre la segunda parte de nuestro viaje, pude distinguir a un corredor del Tour volviendo a casa. María y yo intercambiamos un codazo aunque no pudimos cotillear mucho: había aparecido nuestra puerta y quedaba como a diez minutos del sitio en el que estábamos. Emprendimos la travesía y llegamos las primeras... justo a tiempo de ver como el embarque previsto para las 15:15... se retrasaba a las 15:30... y a las 15:40. Por fin, subimos. Volvíamos a tener ventanilla y María volvía a estar toda nerviosa. En una de estas que iba entrando gente me pareció reconocer alguna cara en un grupo de gente sospechosamente vestida con camisetas negras muy similares y con fundas sospechosamente parecidas a las habituales en ciertos instrumentos musicales. Y sí, los de Luar Na Lubre iban en nuestro vuelo.
Salimos sobre las cuatro y diez, veinticinco minutos más tarde de lo previsto. Los mismos nervios que en el primer despegue y la misma cara de "¡¡Guau!!" al notar como empezábamos a subir. Había más nubes -de hecho había unas nubes enormes, algodonosas y completamente atómicas que daba ganas de apretarlas y comprobar si eran tan tangibles como parecían- y, después de contemplarlas mucho rato la atención se volcó en un dibujo. Iberia ha organizado un concurso de dibujos para los menores de 12 años que viajen este verano... y María con la caja de colores que le dieron ya se dio por satisfecha. Así que ahí quedó para la posteridad de Iberia, una sirena de pelo verde a la que decían ¡Adiós! desde un avión. Volvimos a contemplar nubes y más nubes; de vez en cuando algún claro permitía ver el suelo ("Mira mamá, ahí parece que estemos volando por encima de mármol", y era cierto) y lo curioso fue notar como disminuía a medida que nos acercábamos a la costa. En una de estas nos sorprendimos con gritos de "¡Eh! ¡eso es San Valentín!". Fue emocionante pasar volando por encima de tu barrio, sobrevolar uno de los escenarios que tienes más pateado y que mejor conoces y reconocer el perfil de tus calles desde el aire. Pasamos por encima de Ferrol y llegamos a distinguir en la línea de costa casi todas las playas que asocio a mi niñez... fue como un preludio de un reencuentro. Un viraje y la silueta de la Torre de Hércules a lo lejos nos dejó claro que ya casi estábamos. En ese momento despertó nuestra compañera de fila que venía agotada de un viaje desde Nueva York. En apenas cinco minutos ya habíamos aterrizado (qué pista tan corta, no quiero imaginar que harán los aviones que sean realmente grandes); tocó esperar algo por el equipaje, pero allí estaban nuestras maletas, tanto la que tenía previsto facturar (que compré a propósito, grandota y resistente) como la que no me dejaron subir a cabina y que me temía que volvería a ver destrozada. Pero no, allí estaba, había soportado el trote como una valiente.
Y pudimos salir por fin. Abrazos, besos, chistes malos. Lo típico en un reencuentro familiar. Y nervios, que mi madre le tiene mucho pánico al avión.
En media hora ya estábamos en casa y pude asomarme a la terraza de la cocina. Mi mirador favorito desde los siete años, el sitio desde el que he visto crecer mi barrio, lo he visto cambiar, me he visto cambiar, he mirado las estrellas, he soñado con conducir una nave intergaláctica, he ido viendo como las farolas me dejaban sin cielo... Mi mirador desde el que pude ver a mi ría brillando bajo un sol que no esperaba encontrar y bajo un cielo inusualmente azul.
María ya estaba enredando con su abuela; con sus abuelas realmente, porque mi suegra también apareció a saludarnos. Yo me duché y estaba a punto de ponerme el pijama cuando, de repente, me volví a meter en los vaqueros y decidí bajar al paseo y ver aquella ría más de cerca.
Hay algo que nos llama y nos saluda cuando volvemos a los sitios en los que crecimos. Ya dije hace tiempo que mi barrio ha cambiado mucho, pero ¿acaso yo no he cambiado también? Recordé a la niña que construía refugios en aquellos montones de piedra y tierra en los que ahora está aposentado el paseo marítimo, que tiraba piedras al fango de la ribera mientras gritaba con voz gangosa "Papogggguuuettta" (no preguntéis ¿o es que en vuestro barrio no había rituales tontos?), que iba en bicicleta imaginando que era Sissi a caballo por el Prater de Viena, que se bañaba en verano en aquella esquina de la ría en la que los sucesivos intentos de implementar una playa artificial se van estrellando. Miré los carballos que empiezan a medrar al lado de la playa. Y el cielo azul, y el sol brillando y destellando en la superficie del agua. Y me sentí en casa. De vacaciones, como hacía tiempo que no las notaba. De vacaciones, casi, casi como cuando tenía la edad de María.
1 comentario:
¿Así que tuviste que facturar esa maleta que dijiste que era más pequeña que la mía y no necesitarás facturar? ¿Qué metiste? ¿Armas de destrucción masiva?
Por cierto, yo me negaría a hacerles negocio con el desodorante y similares a esta gente en el aeropuerto. Antes me lo compro en la ciudad de destino...
Ale, disfruten ustedas del viaje :)
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