"¡Miér... coles!"
Se había vuelto a romper el hilo. Esa costura le estaba costando dos años de salud. Pero no había encontrado el hilo de nylon y el de algodón se le estaba rompiendo cada dos por tres. Volvió a ajustar la tensión de la canilla y enhebró de nuevo la máquina. Pero le estaban doliendo los ojos y la espalda. Paró un momento, suspiró y miró el reloj. Las dos menos veinte de la madrugada. Una pila de platos por fregar en la cocina... y la colada por hacer. Pero tenía que acabar el vestido para el día siguiente. Si lo entregaba y le pagaban, podría ir a la carnicería. Si no, tocaría volver a hacerle a Luis un bocadillo de croquetas para comer. Llevaba casi una semana sin comer carne. Y con lo comedor que era, tenía que darle carne alguna que otra vez o se le quejaba.
Que día había llevado. La niña estaba preciosa, pero ¡menuda faena daba!. Y cómo comía... ¡y lo que hablaba!, no se callaba ni debajo del agua. Y había veces que las soltaba tremendas. Como hoy, que cuando dijo aquello no supo ni que contestarle, "Mamá... ¿papá quién es? ¿el señor que vive en casa los domingos?". No pudo evitar torcer la boca en un gesto de amargura. Luis echaba tantas horas en el astillero que los niños no le conocían y sólo lo asociaban al domingo. ¿Cómo iban a conocerle, si salía de casa a las seis y media de la mañana y volvía pasadas las once?. ¡Malditas horas extras! Maldito dinero que nunca llegaba, maldito alquiler que se llevaba más de la mitad del sueldo, maldito... ¡maldito el continuo desgaste, el nunca parar, tanto tener que romperse el lomo para sacar adelante una familia!
De la sala llegaron las campanadas de las dos y le sacaron de su ensoñación. El flexo le transmitió una extraña sensación de familiaridad que no le hizo mucha gracia; al fin y al cabo, esa familiaridad venía de la mano de muchas noches bajo su luz. Como la de hoy. "Bueno, a acabar el vestido, para poder ir a la compra mañana... que si sigo renegando seguro que no lo acabo". Ahora parecía que iba mejor y que hasta la máquina hacía menos ruido. Debía de tener el hilo de la canilla muy tirante y por eso rompía... Y qué ruido hacía la máquina, tenía que acordarse de aceitarla. Ahora no, que podía mancharse el vestido.
¡Por fin! Ahora sólo faltaba sobrehilar la bastilla, rematar los hilos de las costuras, quitar todos los hilvanes y plancharlo. Empezó el sobrehilado, pero lo dejó a las dos y media. Podía acabarlo mañana, después de preparar el desayuno. Ya no podía más, se le estaban cerrando los ojos.
"Trini, ya me voy...". Eso quería decir que ya era la hora de levantarse. Cada noche dejaba el bocadillo del almuerzo de su marido ya envuelto y el desayuno casi preparado; así, él no tenía más que calentar la leche y ella podía dormir algo más, hasta que él se iba. Hacía frío aquella mañana. O igual le había cogido el frío por la noche.
Se calentó la leche, desayunó una tazada y dejó ya listas las de los niños. Aún faltaba un buen rato antes de tener que despertar a Luis Ángel para ir al colegio... y confiaba en que el terremoto no se despertara antes. Ay, ¡qué dos!, el uno tan dormilón, la otra que apenas paraba en cama. El uno que no comía nada y la otra que comía todo lo que le pusieran por delante y más.
Pero le dio tiempo de rematar todas las costuras antes de que despertaran. Y pudo quitar los hilvanes y planchar el vestido mientras desayunaban. Para cuando el niño salió hacia el colegio, ya estaba el vestido listo. A entregarlo, a cobrar y a la compra.
Se aseó y se vistió y luego arregló a la niña. Por lo menos, no llovía. Con la cartera y la bolsa de la compra en el bolsillo, la niña en una mano, y el vestido en la otra, salió hacia la calle Dolores con la prisa de quien lleva ya casi cuatro horas sin haber parado de trabajar, pero sin haber empezado todavía a realizar su faena diaria. Llegó a la casa. Llamó al timbre y salió la chica. Cogió el vestido y le dijo "Espere un momento...", mientras se volvía hacia dentro y la dejaba plantada en las escaleras, sin invitarle a entrar. No le importaba, le iban a pagar y podría ir a la compra. Oyó pasos de vuelta...
-"Dice la señora que hoy no le viene bien pagarle, que pase dentro de cuatro días... ¡Adiós!"
4 comentarios:
Me lo temía.
"Tranquilo se queda el que paga...pero mucho más tranquilo se queda el que cobra"
Afortunadamente, mi señora madre era bastante más "señora", más educada y más honrada que sus clientas :-)
Qué bien, cuánto tiempo javi! :-)
Es la clase de cosas que yo no podría escribir, así que imagínate saber que son cosas que pasan.
Argsfsvasvs, qué agravios me suben por el cogote.
Me salen agravios de verte..
Digo, nos salen granos de verte!! :-)
Y qué más da... tú te crees que esa señora fue feliz?? Bien vestida seguro (doy fe), pero amargada toda la vida, seguro que también... aunque sólo sea por todo lo que se perdió al ser tan cutre :-)
Quien menos da, menos tiene, compañero ;-)
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