lunes, 31 de marzo de 2008

Los niños de la paz


Más allá del muro del patio de la escuela se veían unas majestuosas montañas pardas cubiertas de nieve. Era lo único que se veía magnífico en aquel entorno.

El edificio del colegio estaba derruido en sus tres cuartas partes; los niños se hacinaban en las escasas aulas que aún estaban en pie. Los cascotes cubrían casi todo el patio y ocultaban toda la mitad trasera del muro. En teoría, no deberían jugar allí, pero era fácil escapar al control de los maestros. Más difícil era escapar a las miradas de las patrullas, atentas a cualquier indicio de que no se cumplía la ley, la sharia; nada escapaba a sus miradas, que medían la longitud de una barba, escrutaban tras los burkhas y hasta parecían desconfiar de los juegos de los niños...

Aún así, el patio del recreo se llenaba de vida cuando los niños salían y comienzaban a jugar... gritos, carreras, risas, llantos, saltos y más risas, más carreras... hasta jadear satisfechos y sentir que el pecho se ha llenado de aire gracias al esfuerzo y ya se puede bajar el ritmo. Y, seguramente por ello, el día que apareció el extranjero ninguno se fijó en él hasta ese momento en que ya avanzaba por el patio. No tenía barba; y sonreía.

Los niños son curiosos. Y no muestran temor ante las sonrisas y las manos abiertas: fueron hacia el desconocido, y le miraron fijamente, como sólo saben mirar los niños, dando la impresión de que no parpadean. Fueron hacia él, y le miraron impertinentes, como sólo saben mirar de frente los niños, demostrando toda su curiosidad. Y siguieron examinándole, mientras esperaban a que el desconocido iniciara la conversación. Pero él se había parado en mitad del patio. Sólo les miraba y sonreía.

Por fin, el pequeño Qamir se decidió; miró al desconocido, y el desconocido le devolvió una mirada risueña y feliz. Entonces, el pequeño avanzó hacia aquel extranjero que había llegado tan de repente. Avanzaba a pequeños saltos, apoyándose en su muleta y, en cada salto, la pernera vacía de su pantalón, se agitaba como una pequeña bandera. Llegó a su lado, le observó con más descaro descaro todavía y sonrió más abiertamente.

El extranjero se giró hacia él, le miró primero a los ojos y luego a su pierna, a su pierna que no estaba, su pierna que había volado al volver del colegio a casa, por no saber lo que significaba aquel cartel, por no saber que bajo el suelo de un campo se pueden cultivar armas antipersona... y le volvió a sonreír y le dijo: "Tú ya sabes como de malo puede llegar a ser el virus de la guerra... ¿te gustaría formar parte del virus de la paz?"

Y se dirigió hacia los otros niños. "A veces, los adultos parecen estar poseídos de un curioso virus maligno, que hace que todo parezca feo, que todo haga daño, que todo sea mortal; cuando ese virus te contagia todo parece volverse sucio, todo parece ser malo, todo puede volverte vulnerable... y a los adultos les hace ser posesivos, irracionales; intentan imponer sus ideas por la fuerza, hacen locuras y hasta cometen crímenes por demostrar su razón... cuando lo único que pueden demostrar es su sinrazón. Se vuelven autoritarios, se vuelven violentos, y no se paran ante las consecuencias de sus acciones; prefieren que haya heridos, no les importan las mutilaciones, hasta justifican que haya muertes, con tal de conservar unos ciertos aires de grandeza que, en lugar de convertirles en esos grandes personajes históricos que ellos creen ser, les transforma en pequeñas lagartijas... con la diferencia de que no exponen su propio rabo para escapar de los peligros: son tan cobardes que exponen los cuerpos, las vidas de aquellos a los que deberían defender y cuidar..."

Se interrumpió y los niños siguieron su mirada, que fue del patio del colegio a la carretera vecina; como invocada por su discurso, apareció la nube de polvo que anunciaba la llegada del jeep de una patrulla. Cinco hombres armados con una metralleta, más un conductor. Seis hombres armados de sinrazón que se dirigían hacia la escuela, si bien sus miradas y sus ojos ya estaban escrutando lo que ocurría en aquel patio. Y sus manos, dirigían sus armas hacia allí, imponiendo su gesto, ignorando las miradas de miedo de los niños. Ignorando la mirada, mezcla de curiosidad y de burla, de aquel extranjero.

Llegaron y no necesitaron apenas palabras para intentar imponer su amenaza. Los niños estaban asustados, pero también estaban demasiado acostumbrados a situaciones como aquella. En cuanto al desconocido, lejos de amilanarse por la situación, se limitó a sonreír, de nuevo, ante el requerimiento de una identificación, ante la orden de identificarse y de callar y de acompañarles sin mostrar resistencia. Sonrió y les dijo: "No podéis impedirme hablar, porque no podéis hacerme daño."

Y se giró hacia los niños y siguió hablando: "Y a vosotros tampoco podrán haceros daño, no os podrán contagiar con ese virus maligno, si realmente lo deseáis. No importa lo estúpidos que puedan ser los adultos en sus juegos de guerra. No importa lo fanáticos que puedan ser en sus creencias y cómo pretendan adoctrinaros para proseguir en su sinrazón y perpetuarla a través de vosotros. No importa el egoísmo que demuestran cuando sólo piensan en su propia gloria y no en vuestro futuro."

Los hombres de la patrulla, que no habían parado de imprecarle y de gritarle, exigiendo de nuevo su silencio a medida que se acercaban, comenzaron a rubricar sus amenazas preparando sus metralletas, haciendo ostensibles gestos y exagerando el ademán, y el ruido, que dejaba claro que sus armas ya no contaban con el freno de un seguro y que estaban preparadas para disparar.

Pero el desconocido apenas sí los miró, entre divertido y condescendiente. Suspiró brevemente y continuó hablando con los niños: "La mejor forma de demostrar que no se tiene razón es usando la fuerza para imponer las ideas, o usar el miedo para ocultar las ideas ajenas... eso no ocultará que es un miedo más profundo el que mueve a quien así se comporta. Si tienen que apuntaros con un arma para convenceros de una idea, esa idea no es sagrada; si tienen que taparos la boca para que no expreséis dudas sobre una idea, es que esa idea es una idea equivocada..."

Nadie dio una orden, pero una metralleta comenzó a escupir balas y otras le siguieron. Pero algo ocurrió. No llegaron a tocar al desconocido: a menos de díez centímetros de su cuerpo, todas cayeron de repente, con un curioso ruido metálico, rítmico, como gotas de lluvia de plomo, chocando entre ellas y contra el suelo.

Ni siquiera se había girado. Continuó hablando, ajeno a las caras medio irritadas, medio incrédulas de aquellos hombres que se empeñaron en seguir disparando, negándose a la evidencia. "Les dije que no podrían hacerme daño. Os lo dije a vosotros también, y os lo sigo diciendo. No sólo existe ese virus maligno. Podéis dejaros contagiar de un virus que os hará inmunes a sus ataques como yo lo soy. Basta con creer en que es posible confiar en las personas, en que es posible arreglar conflictos, y en desearlo de verdad. Basta con creer en la propia libertad y en la libertad de todos los hombres, y en la grandeza de dejar que cada cual pueda expresar sus ideas en la confianza de que será escuchado y valorado justamente. Podéis dejaros contagiar de este virus y ayudarme a propagarlo, a contagiarlo entre todos los que crean de verdad que un nuevo modo de vivir en este mundo es posible; creedme, no podrán haceros daño. Nunca más podrán hacer daño a los que estamos contagiados de este virus, aun cuando lo intenten."

Una mirada se cruzó entre los niños y el extranjero, sellando un pacto al que eran ajenos los hombres de la patrulla, que discutían entre ellos, buscando a quien culpar del fracaso de su amenaza, del fracaso de su crimen. Quizá nunca se dejarían contagiar del nuevo virus, quizá sí. Allí estaban los niños, envueltos de un nuevo aura, para intentarlo.

Qamir saludó con su mano al extranjero. Comenzó a andar, al ritmo de sus pequeños saltos, apoyado en su muleta, y en unos minutos se perdía por la carretera. Los demás niños también emprendieron su camino. El extranjero prosiguió el suyo. Aquel patio se iba a convertir en el foco de una nueva epidemia; con suerte, en el foco de una pandemia, si ellos querían y creían...

4 comentarios:

servidora dijo...

Un amigo tuvo un sueño. Tranquilos, no se llama Martin Luther King :-). Pero su sueño me pareció lo bastante importante y bonito como para ser contado. Y ha tenido el detalle de prestármelo.

Bueno, de prestárnoslo a todos :-)

Anónimo dijo...

Ojala se escribieran más cosas así en el mundo y los dirigentes tubieran que leerlo.

Pero claro, Utopia está lejos y, como buen refranero "Santa Rita Santa Rita que me quede como estoy", porque pa burros ellos.

A ver pa cuando un libro ya que escribes bien XD

servidora dijo...

Vaya, ¡¡gracias!! :-D

El libro ya está escrito. De hecho, dos. Lo malo es que uno se llama "Apuntes de Metodología y Tecnología de la Programación" y el otro "Apuntes de Teoría de Autómatas y Lenguajes Formales". Por no hablar de "Algoritmos Sistólicos para la Resolución de Ecuaciones Matriciales Lineales con Aplicación en Control de Sistemas" XDDDD

Ehhhtooo... no era eso ¿verdad? ;-)

Anónimo dijo...

Pooono... no creo que sean tan emotivos no. Demasiado técnicos. XD