No era la primera vez que la idea le pasaba por la cabeza. Y, además, intuía que no sólo le pasaba a ella. Tal vez no era muy lógico, pero allí estaban los hechos que parecían confirmar aquella extraña teoría. Y tenía que ver si era capaz de probarse a sí misma, para confirmarla o para rebatirla.
La sala estaba como en penumbra. Cerró los ojos, intentó ordenar aquellas pequeñas piezas, sin saber aún si estaban todas las que necesitaba para resolver el puzzle, y procuró despejarse. Permaneció así, callada, tranquila, ignorando hasta el ruido del tráfico que se colaba por la ventana entreabierta. Casi podía notar como una idea iba creciendo y dibujándose dentro de su cabeza. Y decidió no concederle el beneficio de la duda: se levantó, muy decidida. Estaba muy segura de hacia dónde dirigir sus movimientos y cómo hacerlo para evitar que sus pensamientos pudieran desordenarse en el traslado.
Primero subió ligeramente la persiana y, a continuación, fue a la mesa y encendió el pequeño ordenador. El saludo del startup animó la idea, como si fuera levadura en un soufflé. Tenía que comenzar ya a probarla, si no quería que se desinflara y se perdiera el efecto. Con la soltura que da la práctica, abrió el navegador y accedió a la página donde encontraría la prueba que habría de ayudarle a llegar a alguna conclusión. La prueba que abría, o cerraba, la puerta de su hipótesis. Y comenzó la búsqueda...
La búsqueda. La búsqueda más fascinante. La búsqueda de las palabras que sirvieran para hilvanar esos pensamientos, para expresar sus emociones, para desarrollar sus ideas. La búsqueda de las frases adecuadas con esas palabras, la búsqueda de la cadencia de esas frases, la búsqueda de los signos de puntuación que enmarcaran palabras, frases y cadencia, complementándolos y redondeando el proceso.
Un arranque, un desarrollo, un final. Sólo necesitaba eso y arroparlo con calor, con un trocito de su aliento, intentando que unos trazos más o menos caprichosos, abstractos y que sólo adquieren sentido en los ojos de quien sabe interpretarlos para vivirlos, para hacerlos suyos, formasen una historia.
Aunque eso sólo sirviera para rebatir su teoría. No necesitaba sentirse triste, también podía escribir pequeños relatos siendo feliz...
No hay comentarios:
Publicar un comentario