domingo, 19 de febrero de 2006

Amores perros... (2)

No sé qué día fue exactamente, pero era casi verano. Llamaron a la puerta y era Merce, la vecina de enfrente: "Hola ¿y tu madre?". Tras el grito de aviso habitual vino mi madre y Merce nos explicó: "Acabo de comprarme una perrita y os la quiero presentar para que no os tenga miedo..." Entre bromitas de quien tendría miedo a quien, nos metimos en su casa. En un rincón de la cocina, estaba un cachorro bóxer de 2 meses. Roni.

Vi el cielo abierto. Mi madre no quería perros en casa de ninguna manera, y mi vecina me dio permiso para ir a ver a Roni siempre que quisiera. De hecho, en seguida convinimos en que, como era aún tan pequeñaja y sería un peligro bajarla a la calle, me la podía subir a la terraza y jugar allí con ella. En esa época, en la tele hacían una serie basada en la película "Nacida libre" (sí, esa: Born free) y no pocas veces jugué con la fantasía de que el terrado era la sabana africana y Roni era una cachorra de leona llamada Elsa.

Roni cambió definitivamente mi forma de relacionarme con los perros. Conseguí dejar atrás cualquier rastro de miedo y empecé a entender cómo y por qué hacían las cosas. Pero no sería honrada si no reconociera el mérito de Merce en todo ello. Ella me enseñó a pensar de otra forma y a respetar y a reconocer ciertas normas de conducta de los perros; cómo hacer que el perro se adapte a tu forma de vida, pero como también nosotros debemos aceptar sus costumbres hasta donde ello sea posible. Me dejó leer un libro, creo que se titulaba "Cachorro", escrito desde el punto de vista de un cachorro de 3 meses. De como lo pasan fatal con nuestros gritos y nuestros olores agresivos (tabaco, colonias, ...), de como se sienten pérdidos cuando nuestra actitud no es coherente, pero, sobre todo, de como se sienten recompensados simplemente con una caricia. No sé si Merce es consciente de lo mucho que influyó en mi forma de ver el mundo y de relacionarme con los demás, cuando me enseñaba a respetar a su perra y a hacerme respetar por ella. Lo que es seguro es que nunca se lo he agradecido.

Roni era un torbellino y hay una imagen suya que es uno de los recuerdos más nítidos de mi infancia. La puerta de la casa de mis padres permanecía casi todo el rato simplemente cerrada con un muelle que, en cuanto empujabas la puerta, la abría de par en par. A la que Merce abría la puerta de su casa, Roni entraba como un ciclón en la nuestra: empujaba la puerta y se iba directa a la cocina y se sentaba frente a la alacena en la que mi madre guardaba las galletas. Allí la hacíamos sufrir un poquito. Los boxers tienen fama de ser perros muy babosos y ¡doy fe de que es cierto!. Roni sentada frente a la alacena sin mover un músculo pero chorreando ríos de baba, primero poco a poco, luego a lo bestia ... Creo que solíamos hacerle esperar dos minutos o así (¡en cuánto veíamos que la cocina corría serio riesgo de inundación!) y luego siempre recibía una galleta. A continuación, hacía la ronda: empezaba a husmear todas las habitaciones de la casa (¡recorrido exhaustivo, no dejaba ni un rincón!) y se volvía a su casa.

El torbellino se calmó un poco con su tercer celo. De repente, de un día para otro el cachorro se transformó en una "lánguida damisela" que suspiraba brevemente, recostada en el sofá. Empezó a desarrollar alguna que otra manía (con Pinky, un perrito pelín chillón del portal de al lado, casi tuvimos un disgusto) y un fuerte instinto protector: más de un cobrador cambió de color al llamar a la puerta de mi vecina, y encontrarse con un par de patas de perro en el pecho y un morro chato frente a su ojos.

Pero no fui consciente de que se había hecho mayor, hasta que Merce me dijo que le estaba "buscando novio". De hecho, tuvo dos. Merce y Luis tenían un amigo que, a su vez, tenía un perro bóxer. Ni me acuerdo del nombre del perro. Sólo recuerdo que los habían llevado a una nave industrial en San Marcos y allí se quedaron solitos. No sé si el sitio era poco romántico o si el novio en cuestión no era del agrado de Roni. Cuando fuímos al cabo de dos días para llevarles comida y bebida, vimos que Roni ladraba al pobre galán cada vez que se le acercaba, que el pobre can se iba arrastrando (literalmente)por el suelo intentando "consolarse" y que ¡en cuánto se dio cuenta de que la puerta de la nave estaba abierta, salió corriendo desesperado!. No recuerdo muy bien a qué vino el repentino impulso, pero, en estas, me ví corriendo monte abajo detrás de un perro bóxer enorme (era un perro "largo", de gran alzada y músculos muy largos y finos) y al que no conocía de nada. Conseguí alcanzarlo, porque el pobre estaba despistado y se había parado. Lo agarré del collar y me lo llevé de vuelta a la nave. Años después, Merce me decía que no entendía cómo había sido tan atrevida, y me había lanzado tras el perro y había sido capaz de llevarlo a rastras agarrado por el collar.

Evidentemente, entre Roni y Merce mi miedo a los perros estaba definitivamente curado. Ambas me habían enseñado que el único truco es el respeto mutuo, que hay muchas formas de relacionarse y que no sólo las personas somos capaces de expresar lo que sentimos.

Bueno, Roni tuvo otro novio (chaparrudo y redondete) y también tuvo cachorros. Por cierto, la mitad de la camada eran perros largos, de músculos finos y, la otra mitad, perros chaparruditos y redondetes. Pero la historia de la camada de Roni se merece otra entrada aparte.

3 comentarios:

Mars Attacks dijo...

¡Otra vez! ARRRrrrrrrrrrRRRRrrRRRRrgssssssssssssssss... a esperar toca...

Natxo dijo...

oooooooo, la verad que este post me recuerda a mi perra Aila, me encantan los boxers, por lo menos esa perra, son muy cariñosos, pero eso si, los tienen bien puestos.

salut

Aniwiki dijo...

bienn!!! menos miedo a los perros.
voy a seguir leyendo el siguiente :)