miércoles, 6 de junio de 2007

Y la Luna debió sonreír


Se quitó la zapatilla del pie izquierdo, que se estaba resistiendo, y pudo poner por fin los pies en la arena. La notó muy fría, muy distinta a como la encontraba cuando iban a la playa de día y había que salir corriendo hacia la orilla para no quemarse los pies. Sin embargo, era una sensación muy agradable; y el hecho de estar allí, de noche, descalzo por la arena y con toda la playa para él solo le resultó extrañamente placentero. Echó una mirada hacia atrás, alcanzó a ver a sus padres en la terraza del hotel en el que habían cenado. Habían pedido café y estaban hablando. Empezaba la aventura...

Miró al cielo, vio el perfil de la Luna, vio las estrellas... se puso a repasar mentalmente la clase de Cono en la que el profe les había hablado sobre el cielo nocturno. Si recordaba bien lo que habían visto, la Luna estaba en cuarto creciente. Y aquello que parecía una estrella enorme, realmente era Venus. El profesor había hablado de otros planetas, les había dicho cómo reconocer a Marte y a Saturno y a Mercurio, pero no era capaz de distinguirlos. También había hablado de muchas estrellas, pero se encontraba perdido en medio de aquel paisaje tan sugerente y que estaba dejándole inmovilizado de impotencia ante la vista de tantas cosas que podía ver allí mismo, pero de las que ignoraba tanto...

Se quedó mirando al cielo, con los pies en la arena y, poco a poco, empezó a ensoñarse en una historia que le iban dictando su imaginación y sus sensaciones. Era Anakin Skywalker y era el mejor piloto de la galaxia y había recorrido aquel cielo lleno de estrellas y había tocado la Luna. Y ahora, había vuelto a Tatooine y tenía que rescatar a su madre, secuestrada por los moradores de las arenas. Y en ello estaba, corriendo sigiloso por la playa, usando las tumbonas del hotel como parapetos cuando tropezó con la caracola. Envainó su sable láser (de todas formas, aquel palo que había encontrado olía fatal) y la recogió, deseando con todo su corazón que no estuviera rota.

No lo estaba. No era muy grande, pero abultaba más que el teléfono móvil de su padre. Desde luego, apenas cabía en su mano. Tenía mucha arena dentro, así que fue hasta la orilla para limpiarla. Aprovechó también para quitar una bola como de paja que parecía tener incrustada; esto lo hizo con algo de aprensión, como si tuviera miedo a que algún bicho terrible saliera del interior. Le costó bastante eliminar completamente todas las briznas y dejarla razonablemente limpia de arena. Pero lo consiguió y entonces tuvo en sus manos una caracola casi perfecta (era una lástima que tuviera la punta algo mellada), que brillaba a la luz escasa de las farolas de la terraza, pero que se adivinaba blanca, brillante, nacarada...

Sólo entonces pensó en llevarla a la oreja y descubrir si era cierto lo que decían sobre escuchar dentro el mar. No acababa de decidirse, porque le parecía que debía de ser mentira. El mar no cabe dentro de una caracola. Y si era cierto, es que debía de haber algo mágico dentro de la caracola. Pero la magia no existe.

Se quedó dudando unos momentos, mientras miraba la caracola y los débiles destellos que conseguía arrancarle cuando la giraba hacia la terraza. Por fin, se decidió y se puso la caracola en la oreja.

No estaba preparado para eso. ¿Qué era lo que oía? ¿De verdad era el mar? ¿De verdad el mar escondía esa canción, esa respiración rítmica que estaba consiguiendo hechizarle? Era un ruido extraño, amplio, redondo... pero le calmaba, conseguía apaciguarle y podía imaginarse perfectamente en medio de la nada, mecido por olas y extrañamente relajado...

No pensó más que en compartir su hallazgo. Corrió de vuelta a la terraza del hotel junto a sus padres, que seguían charlando, ahora con la pareja que ocupaba la mesa de al lado. A medida que se acercaba empezó a preguntarse si realmente había tenido una buena idea, si realmente...

-"... Pero... este niño ¿de dónde sales descalzo? ¿te has metido en la arena? ¿y tus zapatos?"
-"¡Mamá, mira! He encontrado esta caracola..."
-"Hombre, ¡por Dios!, sácame eso de ahí, me vas a ensuciar la falda, no enredes... ¿dónde has dejado las zapatillas?"
-"Mamá, mamá, ¡escúchala! ¡ponla en la oreja!"

Y se la puso él mismo. Pero la mala suerte quiso que en ese momento su madre girara la cabeza. La caracola salió volando y cayó en el suelo de la terraza. Rompió.

Sus padres volvieron a la conversación interrumpida con los vecinos de mesa, mientras él recogía los trozos del suelo. Tenía ganas de llorar, notaba un bulto raro en la garganta... "A veces hay cosas que nadie puede arreglar. No eres todopoderoso, Ani"... pero decidió contenerse e intentar calmarse, no caer en la tentación de la rabia y ser fuerte. Sabía cuáles eran las consecuencias de dejarse llevar por la ira.

Así pues, no lloró. La caracola se había roto, pero había podido escuchar el mar en su interior. Sabía que era posible la magia de meter el mar dentro de una caracola y que esa magia podía perdurar en su recuerdo, que era importante para él más allá de lo que pensaran los demás. Y que ya no se la podrían quitar, aunque se hubiera roto la caracola.

No había sido una mala noche para un pequeño padawan. Contempló lo que quedaba de la caracola en su mano y luego volvió a mirar la Luna, la Luna que también tenía su magia. Algún día, alcanzaría también la magia de la Luna.

6 comentarios:

Mars Attacks dijo...

Jo, qué triste y bonito. Uno de esos que me hubiera gustado escribir a mí :)

Anónimo dijo...

El niño... ¿se llamaba Neil?

servidora dijo...

No sé :-)
Aunque si fuera una niña se llamaría Nell :-)

María dijo...

hola! navegando por estos "mundillos" he venido a parar al tuyo... y me ha hechizado tu historia... no sabía que un cuento tan pequeño pudiera esconder tanta magia (como una caracola) muy bonito!!

PepeDante dijo...

Bueno, entonces, ¿cuándo montamos ese club de fans de la luna?

servidora dijo...

¡Gracias, María! :-)

Carlos, meu, no me digas que aún no lo habías montado ;-) ¿a qué esperas? :-D