miércoles, 31 de octubre de 2007

Sami


"Lanas Sami". Así se llamaba la tienda. Creo que ahí debe empezar la historia. Cuando su madre abrió la tienda de lanas.

Conocía a la familia del barrio, claro. Que fueran evangélicos (en 1979, algo realmente exótico), que su padre fuera pastor de su iglesia (y compañero del mío en Astano y en Vieiro), que sus hermanos fueran sindicalistas, que sus hermanas mayores me hubieran "adoptado" para protegerme cuando llegué al instituto (eran chicas de COU, imponían respeto), era más que suficiente como para que, aún encima, su madre abriera una tienda de lanas. ¿Sami? ¿Por qué Sami?. El nombre del pequeño de la familia, Samuel, Sami... el pequeño entre ocho hermanos. Dos años menor que yo, más o menos. El más cariñoso de todos los hermanos y el más conocido en el barrio. Tenía síndrome de Down.

A raíz de la apertura de la tienda, les conocí mucho más. Es lo que tiene que tu madre sea una tejedora compulsiva. Y comenzó mi historia de amistad con Esther. Y con Sami.

Esther debe tener un año más que yo. Las que hablaban conmigo eran sus hermanas mayores. A ella la controlaba como de lejos, en el instituto. Era la típica persona que conoces mucho de vista, y a la que te da muchísima vergüenza dirigirte porque sabes quién es, la has visto actuando con su grupo de teatro, A Carauta, mientras tú te mueres de envidia en el patio de butacas, conoces a su familia y... no te atreves a dirigirle la palabra porque te da que te va a ignorar. Quizás influía su apariencia seria; el caso es que durante mucho tiempo me infundía una especie de respeto raro.

Pero cuando los del Centro (una especie de asociación cultural del barrio) me dijeron si me animaría a montar un grupo de teatro, me acordé de ella y de su experiencia con A Carauta y me atreví a hablarle. Eso fue en el verano de tercero de BUP a COU. Y fue el principio de una bonita amistad.

El grupo duró poco. Había poca gente animada y, además, mi profesor de Matemáticas en COU tomó la fea costumbre de ir suspendiéndome evaluación tras evaluación (lo que no era capaz de entender: las recuperaciones las sacaba bien sin estudiar de nuevo). Y, de hecho, se tomó la molestia de hablar con mi madre para indicarle que era una lástima que un talento como el mío (?) se dispersara en actividades como el teatro, sin ningún tipo de futuro ni de beneficio profesional (??). Mi madre acabó prohibiéndome lo del teatro... paso de explicaros la pataleta, ya que supongo que os la imagináis.

Pero Esther y yo ya nos habíamos hecho amigas. Quizás nuestra mejor época fue el verano del 83. Yo había decidido dejarme los estudios de Industriales y pasarme a Informática, así que el verano fue largo... me lo dejé a mitad de los exámenes de Junio y, comprenderéis, no tenía nada que preparar para Septiembre. Al novio, lo tenía en la mili.. pasamos juntos tres semanitas, pero luego se volvió al cuartel, en Cádiz.

Y se instauró una rutina muy simple. Después de comer, me iba a casa de Esther, hacíamos café, poníamos la tele... primero el episodio de Galáctica y luego un programa nuevo, con un formato novedoso, una especie de revista televisiva presentada por un chico que empezaba, un tal Pepe Navarro: La tarde, con su sintonía de Vangelis... A eso de las 6 y media, bajábamos a Perlío, a tomar algo al Xangal. Lo normal era que estuvieran allí Quinti y Suso y acabáramos jugando unas partidas interminables al tute por parejas. O competiciones increíbles de solitarios... llegué a conocer unos veinte tipos de solitarios distintos. Sobre las nueve, a casa a cenar. A veces se salía de noche; a veces, no.

Pero el rato bueno de verdad, era el rato de estar en casa. Discusiones eternas (Serrat vs. Sabina vs. Aute vs. Silvio Rodríguez... ), soflamas politicoides, intercambio de puntos de calceta, de libros, de cómics... chistes, chismes, historias, historietas... Y allí con nosotras, Sami.

Sami, que siempre sonreía y que ese verano empezó a afeitarse. Sami, que prefería a Pablo Milanés antes que a Silvio Rodríguez porque tenía el pelo rizado (¿cómo diantres le llamaba al pelo rizado? llevo días intentando recordarlo..). Sami, que me decía que yo era guapa porque tenía el pelo rizado como Pablo Milanés y que me regaló un pañuelo de encaje que pidió todo serio a su madre porque quería que fuera su novia...

El mismo Sami que me sonrió toda su vida, incluso cuando la distancia, el hecho de estar estudiando en Valencia, estaba enfriando mi relación con Esther y su familia. El mismo Sami que me miró con tanto respeto y todo serio el día que se dio cuenta de que estaba embarazada y me dijo "¿... vas a ser una mamá?". El mismo Sami que ponía cara seria cuando sus propios sobrinos lloraban porque se habían caído (o por cualquier otra cosa) y se sentía inquieto por no saber consolarles. Y que reía contento cuando le preguntabas por su trabajo.

Ese mismo Sami, el día que mi madre me dijo que había muerto. Una meningitis no detectada a tiempo. Fue absurdo, una enfermedad de niño en un cuerpo adulto. Fue ingrato, fue una hipocresía... su madre había muerto un par de años antes, su padre hacía unos meses y me harté de oír el comentario "... está mejor en el cielo, con sus padres".

Hipócritas. O ignorantes. Nadie va a decir de mí esa barbaridad, que estoy mejor muerta, en el cielo con mis padres. Pero no sabemos qué hacer con los niños, no sabemos qué hacer con los viejos, no sabemos qué hacer con los minusválidos, no sabemos que hacer con la gente distinta... signifique distinto lo que sea que signifique.

Sami estaba mejor aquí, con nosotros, disfrutando de tantas cosas que le hacían reír y haciéndonos disfrutar. Y nosotros estábamos mejor con Sami aquí.

No sabemos qué hacer con la gente con síndrome de Down, igual que no sabemos qué hacer con la gente que va en silla de ruedas, o que es ciega, o que es vieja o que... Recuerdo un artículo de Juan José Millás sobre un chico con síndrome en Barcelona, de una época en que su periódico le ofreció convertirse en la sombra de distintos personajes. Acababa con una reflexión muy dura, tras constatar cómo disfrutaba este chico con su trabajo, con su vida, como tenía hasta el puntito de mala leche necesaria para sacar partido a su enfermedad cuando le interesaba "quedarse" con la gente "normal": "Resulta cuanto menos estúpido que en este país una mujer sea libre de abortar cuando le dicen que su hijo va a ser como él y no pueda hacerlo cuando le puede tocar un hijo como yo".

De Sami, de Esther, de todo lo que me enseñaron con su amistad, de todo lo que aprendí gracias especialmente a él, me acordaba el otro día al leer esta noticia: Venden una muñeca con síndrome de Down.

Un beso, Sami. Espero que te hayas repuesto del desengaño, cuando te confesé que tenía el pelo rizado por culpa de una permanente...

7 comentarios:

pikinb dijo...

Me quedo pensando en lo que aqui has escrito.
Llevas mucha razon en lo que dices, nos cuesta aceptar la diferencia y lo peor le tenemos miedo!

Gracias por estos recuerdos

bss

servidora dijo...

Gracias a ti por apreciarlos :-)

Anónimo dijo...

Quiero más posts así, que lleven el tag "laAbuelaCebolleta". Me encantan :-)

servidora dijo...

Nada, cuento contigo para cuando escriba mis memorias, pues ;-) :-D

Stigma dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Stigma dijo...

Habia escrito algo, pero no habia leido el texto. Prefiero eliminar el tono alegre anterior despues de leer todo el párrafo.

Que sea leve, y recuerdos desde los Madriles

JB

servidora dijo...

Sami era muy alegre, JB :-)
No creo que la alegría sea cosa por la que haya que disculparse. No quiero que lo sea, de hecho.

Un bico gordo :-)