jueves, 17 de enero de 2008

Un cuento feo


Le pregunté a María si se quería venir o si prefería que llamara a su padre para que la recogiera antes de la hora habitual. Me dijo que no, que se apuntaba a la charla y nos fuímos andando hacia el museo; la charla era a las siete, en el salón de actos. Íbamos paseando, jugando, corriendo por la calle; paramos de dar brincos en un escaparate en el que vendían un televisor con el reclamo de unos bonitos conejos de colores, que deberían haber sido de plastilina y no de cartón piedra. Nos gustaron igual. María quería invitarme a merendar y no encontrábamos el sitio adecuado en el camino al museo. Y no queríamos retrasarnos y llegar tarde. Así que acabamos entrando en un supermercado a comprar Oreos bañadas en chocolate blanco.

Así pues, llegamos al salón de actos del museo con azúcar en estado puro en la boca. Aún no había mucha gente, aunque sí la suficiente para que yo me sintiera algo aturullada y sin saber bien adónde mirar y a quién estaba saludando. Nos fuímos a la primera fila, que era donde había más asientos libres. Recogimos los folletos de información que había sobre las butacas y nos sentamos. En la pantalla se veía una presentación que se iría repitiendo a lo largo de todo el acto, con fotos y datos sobre Guantánamo. Porque ¿no lo he dicho, verdad? La "charla" era un acto de Amnistía Internacional para protestar y solicitar el cierre de Guantánamo en su sexto aniversario. Y era una "charla" porque venía Ruhal.

Más saludos, más encuentros. Había algo de retraso, Ruhal llegaba tarde porque se había saltado la estación de Castellón y se había bajado del tren en la estación de Benicàssim. Mientras esperábamos, nos enteramos de que 81 personas acababan de ser detenidas en Washington por participar en un acto de protesta frente al Tribunal Supremo contra la existencia de Guantánamo, de que se permita que haya gente allí detenida de forma ilegal y sin haber sido acusada de nada. Y de los guantánamos que ignoramos y también existen...

No sé si habéis visto Camino a Guantánamo. ¿Qué puede ocurrirle a uno cuando su mejor amigo le pide que sea su padrino de boda? Pues que acepta feliz, sobre todo si ello supone la oportunidad de hacer turismo por Pakistán. De Pakistán procede la familia de su amigo y allí le han concertado una boda. Hasta es una oportunidad de acercarte a tus propios orígenes, ya que tu familia procede de Bangladesh. Qué oportunidad. Cuatro chicos ingleses, criados en la puerta de un McDonalds, se disponen a disfrutar de tres semanas de turismo, mientras se prepara la boda, y a conocer sus raíces. Y así van de un lado a otro, a intentar verlo todo, cuando en un arrebato de "vuelta a los orígenes", provocado por el reencuentro cultural, deciden cruzar la frontera de Afganistán. El día que cruzaron esa frontera comenzaron a ser los protagonistas de la película. Era octubre de 2001, y no tengo que contaros qué ocurrió en septiembre de 2001 ni la triste implicación de las palabras "Operación Libertad Duradera"... Shafiq tenía 23 años, Ruhal y Asif, 19. De Monir apenas sabemos nada... ni siquiera si está vivo: eran cuatro, pero siempre se habla de los tres de Tipton, porque Monir desapareció, enfermo, a los pocos días de estar en Afganistán y de desencadenarse la locura que condujo a sus tres amigos primero a Kandahar y luego a Guantánamo. Sobre la película y lo que les pasó en Guantánamo, y sobre lo que sigue pasando en Guantánamo y sobre lo que sigue pasando en los guantánamos que no conocemos, no voy a escribir: hay referencias mejores [1][2][3][4]. Tampoco voy a hacer un resumen de lo que contó Ruhal: los periódicos lo cuentan mejor.

Yo, la verdad, me he liado a escribir esta entrada porque tengo que soltar parte de las sensaciones que se me quedaron dentro el sábado por la tarde. Mientras esperábamos a que llegara Ruhal, le conté a María lo que le había pasado, que le habían metido en una cárcel sin haberle acusado de nada (porque no había hecho nada) y sin haberle juzgado ni declararle culpable de nada. En esto, llegó Ruhal; y se me hizo un nudo en la garganta, porque una cosa es ver a un actor en un película por mucho que te cabree el guión (y más que te cabreen los guionistas del mundo real) y otra ver a una persona de carne y hueso y saber que no te va a contar una película, que te va a contar su vida. Y su vida nos fue contando, y María y una servidora nos íbamos perdiendo en lo que contaba...

-"Ese es el chico de la foto ¿verdad?"
-"Sí, María, es el chico de esa foto..."

-"Pero está contando su vida, le pasó de verdad lo que me decías que pasaba en la película..."
-"Pasó todo de verdad y por eso hicieron la película, para que los demás lo supiéramos."
-"Todo lo que cuenta es como un cuento feo..."

Un cuento feo. Cuando acabó el cuento feo y empezaron a hacer preguntas, María empezó a fijarse en las fotos que habían estado pasando todo el rato por la pantalla. O igual, se había fijado antes, pero empezó a preguntarme entonces.

-"¿Por qué están todos agachados?"
-"Los tienen así como si estuvieran castigados; si están así mucho tiempo, les duele y entonces no se atreven a protestar por si les hacen eso o les castigan de otra forma..."

-"¿Por qué tiene un plástico en la cara?"
-"Es otra forma de castigarlos, con un plástico en la cara sientes que no puedes respirar y tienes miedo a ahogarte..."

-"¿Qué son esas cadenas?"
-"Son grilletes. Lo que es como un cinturón se amarra a la cintura, tiene como unas esposas para las manos y al final de esas cadenas gordas hay otras esposas pero para los tobillos..."
-"¿Y por qué se las ponen?"
-"Para que no puedan correr y escaparse, así casi no pueden andar."

-"¿Los tienen en esa jaulas?"
-"Sí."
-"¿Por eso les podían entrar ratas y serpientes y arañas?"
-"Sí, están fuera, al aire libre... no tienen paredes."
-"¿Qué son ojotas?"
-"Las chanclas..."
-"Y ¿dónde está el wáter?"
-"¿No ves que hay un agujero al lado del lavabo? Pues ahí."
-"¿Ahí? Entonces les ven hacer pis... ¿había chicas en esa cárcel?"
-"No, María, en esa cárcel no hay chicas..."
-"Entonces, bueno..."

(No, no hay chicas. ¿Por qué no hay chicas? Esa es otra pregunta y me da miedo saber la respuesta.)

Al cabo de un rato, empezó a preocuparse por la hora y por si habría venido su padre a buscarla y si estaría o no allí. Se levantó para echar un ojo mientras Ruhal seguía contestando a preguntas. Le preguntaban por su familia, por lo que había sentido, por sus planes de futuro, por lo que opinaba sobre las informaciones de la prensa... Yo me quedé con ganas de hacerle una pregunta. Me quedé con ganas de preguntarle qué podíamos decirle a una niña de 10 años que había definido su historia como un cuento feo y si creía que había posibilidades de crear un final feliz para el cuento, por muy feo que fuera.

Cuando volvió estaba más inquieta por el rato que había estado sentada y sin moverse, que por otra cosa. Y ya casi había finalizado el turno de preguntas y el acto en sí. La acompañé afuera y la dejé con su padre. Volví adentro a despedirme y al ratito me fui yo para casa, con una sensación agridulce. Pensé en el contraste de las risas mientras íbamos al museo y en lo que habíamos escuchado allí; en cómo habíamos pasado del sabor de las Oreo a la boca seca. No tenía muy claro si había hecho bien o no llevando a María. Pensé en ello un buen rato, hasta que caí en que ella me dirá, a su debido tiempo, qué impresión sacó. Por mi parte, estaba algo taciturna. Sigo sin entender qué extraño mecanismo nos convierte en depredadores de nosotros mismos. Al llegar a casa, además, me enteré de que, según algún honorable juez estadounidense, había estado escuchando a alguien a quien no se puede calificar exactamente como persona y que, por lo tanto, carece de derechos humanos. Sí, es verdad, es cierto que hay gente que no son exactamente personas... lo malo es que ocupen puestos de responsabilidad y dicten sentencias.

Pero, vaya, es posible que leer eso fuera el revulsivo que me hizo reaccionar. Dejadme ser optimista, a pesar de todo. Igual no conseguimos que el final del cuento sea completamente feliz, pero prefiero intentarlo a quedarme quieta. Por lo menos, puedo contribuir a que os enteréis del cuento. Y a pediros ayuda para crearle un final mejor.





5 comentarios:

Juanki dijo...

Existen dos tipos de cuentos; los cuentos feos, como el que oyó esa niña, y los cuentos chinos; como el que oímos todos los días que hablan de "La tierra de la Libertad" refiriéndose a los USA.

Anónimo dijo...

Mejor crecer concienciad@ que ignorar las cosas hasta que se es mayor.
Y no todos los cuentos son malos, hay pocos pero hay buenos y como bien se dice "Lo bueno si breve dos veces bueno"
A lo que voy, el "pesimismo" no lleva más que a pensar que todo es malo, aunque haya gente que se esfuerce para que no.

pikinb dijo...

Duro el cuento de la vida, a unos nos toca dulce y a otros les toca el feo o amargo!
Posiblemente sea un poco pequeña, pero creo que el ver la realidad de las cosas ahora le ayude en su espiritu critico de mañana!
Ella te dira lo que le ha parecido y sus preguntas te hara!

Un beso

Anónimo dijo...

Yo creo que a esa edad no puedes hacerte una buena idea de lo que supone todo lo que se explicaba en esa charla, y que por eso mismo no le habrá impresionado tanto como podría impresionarle a un adulto. Es como si todavía no hubieses desarrollado el miedo o la empatía suficiente como para que te produzca interés un hecho así.
Por ejemplo, aquello del payaso aquel que le daba una patada a una chica en el metro; un niño ve la maldad de la patada en sí, pero un adulto, aparte de eso, percibe la humillación, la indefensión, la frustración, el alcance del peligro, de las consecuencias...

servidora dijo...

b0nz0, lo que dices me recuerda a algo que escuché en el documental de "El cuerpo humano"... algo sobre emociones en formación, de como durante una determinada época todo es blanco o negro y tardamos unos cuantos años en empezar a matizar en grises...

Y estoy de acuerdo con todos vosotros (o si no, ¡¡no la hubiera llevado, claro!! :-)). Es posible que estas reflexiones me sirvan más para ir dándome cuenta de que mi "proyecto" de persona (¡¡ein, qué es una persona desde que nació!!) es cada vez más persona. Quiero que cree su escala de valores. ¿Hasta dónde puedo influir en ella? ¿Hasta dónde es bueno que influya y dónde debo dejarla a su aire?

Aunque lo más seguro es que sea más fácil de lo que imagino. Y que, si estoy a su lado sin ponerme nervi, voy a disfrutar todas y cada de sus etapas.