martes, 30 de septiembre de 2008

Un corazón de tiza


Dejar de vivir en Ferrol e irme a San Valentín fue equivalente a ganar todo un reino. De no poder salir de casa a jugar -salvo cuando mi madre, o alguna vecina, podía llevarme hasta la Plaza de Sevilla-, pasé a disfrutar de toda la libertad del mundo y de toda la calle para mí, para jugar a mis anchas con mis nuevos vecinos. Y de entre todos los escenarios, hay uno que era especial, aunque sólo fuera por la cantidad de horas que pasábamos en él. No era nada del otro mundo, salvo si tienes siete años, claro, y toda tu imaginación y la de tus amigos para recrearlo. Era "el bajo del bloque".

San Valentín, originalmente, era un barrio de doce bloques en la Avenida del Mar y cuatro en la Avenida de la Cooperación. Ambas se cruzan a la altura del bloque 4 de la Avenida del Mar. Y un bloque es un edificio rectangular, de cuatro pisos de altura, más la azotea. Tiene tres portales y en cada portal ocho viviendas (dos por piso). Los "bajos" eran el hueco vacío bajo el bloque. Igual os ayuda si os digo que imaginéis un palafito, porque algo así parecía el conjunto, ya que el bajo era el esqueleto de columnas del edificio, flanqueando de forma triste el portal.

Bueno ¿triste? No, rotundamente no. Porque los bajos eran nuestro reino.

En Galicia llueve mucho. Salir de casa, tener un sitio al que poder bajar a jugar, esté cayendo la que esté cayendo, es una bendición. Allí podíamos hasta montar en bicicleta, pero lo habitual eran los partidos de fútbol, jugar a la chapa (el sambori), o a la cuerda, o a la goma o a las casitas. Esto último, dependiendo del día, a cualquier escala, ya que lo mismo nos bajábamos las cocinillas de casa (y el resto de los trastos, por supuesto) como nos podíamos inspirar, repentinamente, al ver un montón de ladrillos en alguna obra próxima y transformar un montón de ellos en cocinas, mesas, sillas, sofás... con la ventaja de disponer, además, del extra de los montones de arena y/o cemento para ir mejorando el menaje que improvisábamos sobre la marcha.

Fueron muchas horas las que pasamos jugando en esos bajos. Muchos años, más bien. Y es que a mi bloque tardó en llegar la oleada de "robos". Robos. Robada. Así me sentía cada vez que un trozo de bajo desaparecía detrás de paredes porque alguien lo había comprado. Vale, sí: así llegaron al barrio supermercados, papelerías, fruterías y otras tiendas... pero desaparecía nuestro reino poco a poco. Y yo tuve suerte porque soy del bloque doce, del último. Fue de los últimos en ser robado y en nuestro pequeño trozo de reino las cosas funcionaron bien durante bastantes años. Al menos durante los suficientes para mí.

Y hay una actividad que hoy he recordado. Dale a un niño un trozo de tiza y una pared y dime qué obtienes. Y, ¡diantres si teníamos tizas! Cuando a nuestros padres se les dio por empezar a empapelar paredes y decorar los techos con molduras (en el barrio todo iba por oleadas, como si viniera una moda virulenta y repentina), éramos los reyes de la tiza, disponíamos de toneladas de yeso para dibujar; había montones y montones de restos de trozos de moldura desechados por todo el barrio. Para dibujar en el suelo circuitos de sambori, o campos de fútbol (de tamaño olímpico o de chapillas), o campos de brilé (balón-tiro) o simplemente rutas locas que seguir con una bici. Para dibujar en la pared la decoración de la salita que habías montado con los ladrillos de la obra del vecino. Para dibujar corazones de tiza en la pared y fastidiar a tu hermano mayor, o a tu vecino el borde, o a la vecinilla tonta que te caía mal, con un "Fulanito x Menganita"; que lo poníamos así, el "por" con su símbolo matemático y dentro de un corazón de tiza,




Y hoy iba cruzando el ágora de la UJI con María y en una de estas nos pusimos las dos a cantar esta canción a pleno pulmón. Y lo que me he reído recordando historietas de cuando yo tenía diez años... ¡la de veces que tuve que escapar con la tiza en la mano!

Ya no queda ni un bajo libre en San Valentín. Hace años, muchos años, que robaron todos los bajos, todos los huecos, todo nuestro reino de juegos. Pero no tenéis ni idea de la cantidad de corazones de tiza que hay ocultos bajo el enlucido de las paredes de tiendas, supermercados, papelerías y garajes de mi barrio...

5 comentarios:

Don Serafín dijo...

Lo mismo me ocurrió a mí cuando construyeron la estación de autobuses: tantos balones recogidos, tantos escondites inventados, tantos 'policías y ladrones'... Todo eso y mucho más sepultado bajo toneladas de hormigón y asfalto al servicio del 'progreso'... snif!!

Miguel Ángel Raya Saavedra dijo...

Jóder, qué recuerdos, cómo me he emocionado con lo que has escrito. Gracias.

servidora dijo...

Gracias a ti por pasarte por aquí, Miguel Ángel :-)

Don Serafín, parecemos abuelitos en la mecedora, eh ;-)

Mars Attacks dijo...

"Cuéntame cómo pasó" hecho blog. En el próximo capítulo: "Cuando los dinosaurios se extinguieron".

Es broma, es broma :) Aparte de lo que les pueda gustar a los lectores habituales este blog, algún día tu hija se lo pasará en grande con tus memorias. No te dejes ninguna ;)

pikinb dijo...

Son recuerdos que el tiempo no ha borrado! Quien sabe igual algun dia pasa un arqueologo y descubre miles de corazones en las viviendas de San Valentin! Serian las memorias del corazon ;)

Glo, siempre con tu escritura nos traes frescura a nuestras memorias de otros tiempos. Ya sabes que a mi me gustaria que algun dia publiques todas estas historias de tu memoria en formato papel y espero que otras gentes te apoyen para que lo realices.

Un besote