sábado, 24 de febrero de 2007

... había color



Las cinco de la mañana no parece la mejor hora para pensar, independientemente de lo que hayas bebido.

Afortunadamente, los pies se sabían el camino de vuelta: de ese último garito a las Torres de Serrano. Luego, cruzar el puente y subir por la calle Sagunto.

Parecía mentira que esa ciudad fuera la misma que la de las cinco de la tarde. El silencio reinaba y ellos con él; pocas veces encontraban algún coche, y ya no digamos otros peatones. La calle era de ellos.

Y hacían lo que les apetecía. A veces encontraban cosas curiosas en los contenedores y se las llevaban a casa. Como la noche que encontraron una lámpara y subieron la calle jugando, uno con la pantalla en la cabeza y el otro con el pie como lanza en ristre.

Pero las más de las veces subían la calle revoloteando de farola en farola, como mariposas nocturnas atraídas por unos focos que ejercían su atracción: les llamaban como prometiéndoles que bajo su luz los besos serían más dulces. El deseo podía aparecer en cualquier esquina y, según el día, podía tranquilizarse o crecer. Y daba igual, era igual de hermoso pasar la noche amándose como durmiendo, confiados en que al día siguiente todo seguiría igual.



Las cinco de la mañana no parece la mejor hora para pensar, independientemente de lo que hayas dormido.

De mala gana, se levantó para iniciar esa rutina que trataba de invocar al sueño: cogió el libro y se fue hacia la sala. Allí se encogió en una esquina del sofá y comenzó a leer.

Al menos en la sala, a esas horas, el silencio reinaba y le dejaba soñar despierta y disfrutar de una paz que durante el día era casi imposible. Mejor que dar vueltas en la cama, oyendo unos ronquidos que no eran suyos.

La luz tembló un poco. Le echó una mirada atenta a la lámpara; acababan de cambiarle la pantalla y un par de cables. Bien pensado, era casi un milagro que aún funcionara, que alguna vez hubiera funcionado.

El sueño no acudía y fue hacia el ordenador. Evidentemente, no había nadie conocido conectado; tampoco había ningún mensaje nuevo en el mail. Pensó en escribir algo en el blog, pero no tenía ninguna buena idea ni nada interesante que contar, más allá de ese mal rollo que iba arrastrando y que iba y venía por días. Comenzó a navegar por sus páginas favoritas, las que era imposible leer de prisa y en diagonal, y exigían su atención. Necesitaba encontrar alguna historia que la arropara y que le hiciera olvidar que al día siguiente todo seguiría igual.

3 comentarios:

Mars Attacks dijo...

Hmmm...

Anónimo dijo...

¿Me viste? ¿Estás contando mi historia? Gracias, corazón, yo no sé si me habría atrevido...

Don Serafín dijo...

Bendito color el del regreso a casa a las 5 de la mañana en que
era igual de hermoso pasar la noche amándose como durmiendo, confiados en que al día siguiente todo seguiría igual.