Un relámpago iluminó la sala. De forma mecánica comenzó a contar: uno, dos, tres, cuatro, cinco... Cuando era pequeña su madre le decía que así podría calcular a cuántos kilómetros estaba la tormenta. Al llegar al seis se oyó el trueno.
Un escalofrío recorrió su espalda; se arrebujó, mimosa, en el mantón. Tenía frío, notaba el frío dentro de su cuerpo, como naciendo en su estómago e irradiándose hacia fuera. Volvió a recostarse en el marco de la ventana. Por un momento, le invadió de nuevo la curiosa sensación de que hacía meses que, al dormir, no soñaba. O, cuando menos, de que no era capaz de recordar sus sueños.
La tormenta se estaba acercando. Apenas había podido contar hasta tres en el último relámpago. Echaba de menos sus sueños. Y ojalá no hiciera tanto frío. Suspiró y apoyó la frente en el cristal...
El relámpago no avisó: iluminó el campo delante de la casa y le dejó ver, muy nítidamente, su propio cuerpo en medio del prado con los brazos en alto. Pero era una silueta vacía, apenas una línea negra curva cerrando su contorno. Sin darle tiempo a gritar, el trueno bramó sobre su cabeza.
2 comentarios:
Debe de ser un fin electrizante...debes notar como poco a poco te quemas por dentro. Aunque que te toque debe de ser cosa de la lotería, ya es cosa de puntería. No obstante supongo q todos conocemos a alguien, al que se lo haya llevado un rayo.
Hmmm.. no pretendía matarla, pobre. Gritaba de verse a sí misma vacía, ahí delante... Lo está viendo todo desde la ventana.
No, mujer. Si no, lo hubiera titulado "así te parta un rayo..." :-)
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